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Capítulo 65

—Mmh —contestó William Tate—. Espero que no esté insinuando que es inocente.

—Ni mucho menos, fiscal.

—¿Quién cometió el crimen entonces? —preguntó Harper con desesperación.

—El jefe de Clayton, Joseph Swinton, naturalmente. Así es, el propio progenitor de la víctima fue el asesino. Verán, caballeros (y damas) —dijo, refiriéndose al resto de la audiencia—, en Sweeneytown se habla de una maldición que ha afectado por años al pueblo, y puedo hacer constancia de este hecho.

—Vamos, Cooper, déjese de tonterías —le reprochó Harper.

—Claro que hablaba de una manera metafórica. Señor Clayton, usted no me contradirá cuando le digo que en Sweeneytown se peca de ignorancia, ¿no es así? —El acusado lo miró de frente, con el entrecejo arrugado—. Allí hemos vivido por generaciones con malas enseñanzas. Condenamos al culpado sin saberlo. Lo hacemos basándonos en meros prejuicios.

»Leonora Collingwood falsificó este rumor por desconfiar de Clayton. Esa señora inventó historias y compartió muchas otras cambiando los detalles. Ahora no puede testificar porque está muerta, desgraciadamente; una enfermedad se le atravesó en el camino de la vida. Pero Clayton y sus abogados, aquí presentes, pueden rectificarlo.

»A Clayton se le señaló como un asesino, la policía lo golpeó numerosas veces para hacerlo confesar, tal y como Harper y los suyos hicieron con Héctor Estévez...

—¡Oiga! —exclamó el aludido—. ¡Protesto!

—Espere su turno, Harper —ordenó el juez—. Continúe, Cooper.

—Gracias, su señoría. Como les decía: inculparon a un hombre inocente hace treinta años...

—¡Usted no es abogado tampoco, Cooper! Está haciendo el trabajo de esos hombres de allá.

—Harper, lo sacaré de la corte si persiste —advirtió el juez.

—Mi punto no es defender a Clayton —aclaró Cooper, con un carácter pasivo—. Quiero enfocarme en el daño que le provocó al agricultor semejante experiencia.

»Después de soportar tantas torturas y señalamientos, Stephen Clayton fue liberado por falta de pruebas. Ah, y porque el mismo Joseph confesó haber violado y asesinado a su propia hija. Según este, no aceptó tanta presión y culpabilidad. Más tarde hizo declaraciones aberrantes donde decía que su hija despertaba atracción sexual en él, y una vez que intentó abusar de ella, la joven se resistió y él hizo lo que hizo. —El comisario mostró el diario en alto. Se leían las citas a las que él hacía referencia. Todos en el público hicieron gestos de horror. Luego, Cooper lanzó el diario a la mesa y lo azotó como para demostrar su indignación—. Qué ironía, dirán ustedes. Al parecer la perversión no es parte de una región en específico, ¿no es así? Un depravado con intenciones de dañar a otros puede nacer y vivir donde le dé su gana. Pero vuelvo a mi punto: Stephen Clayton pasó los años posteriores procesando el dolor que le había provocado el vilipendio. Y como diría cierto personaje que no quisiera nombrar: "Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad".

»Este hombre tergiversó su realidad. —Señaló a Clayton. Aquel rehuyó la mirada—. Su mente rota comenzó a perder la noción de lo que sucedía a su alrededor. Pronto se imaginó a él mismo como el asesino. Coqueteó mil veces con la idea de convertirse en aquello que tanto seguían diciendo de él con el paso de los años, a pesar de que su inocencia había sido demostrada. Nadie se tomó nunca la molestia de leer la historia de Laura Swinton. Quedó en el olvido. Sweeneytown se informó solamente de puras calumnias y rumores, casi en su mayoría alimentadas por personas ignorantes como Leonora Collingwood, que en paz descanse.

»Clayton tuvo que continuar con Green Happiness, sin embargo, de manera que, para solventar deudas y combatir con una nueva época de carencias debido a las difamaciones, tuvo la obligación de recurrir a una corriente nueva de inmigrantes. Los más baratos eran los mexicanos, que provenían en masa desde Texas. De esta forma se encontró con algunos trabajadores que lo ayudaron en el campo, y en la jardinería particular le apoyó muy de cerca uno de sus hombres más fieles, Héctor Estévez. Y atención a este punto, ya que es de suma importancia: Stephen se sentía identificado con ellos. Los inmigrantes también eran perseguidos por fuertes estigmas. Esta vez se convenció de que nadie en el mundo debía ser rechazado por sus orígenes, así que incluso se dignó a defender los derechos de estas personas. Pero durante todo este tiempo, él no dejó su otro yo, su versión más oscura.

»Casi treinta años, gente, ¡casi treinta años luchó Clayton contra su propia sombra! ¿Y saben qué detonó su lado más insano? Un hombre llamado Bruce Anderson. —Patrick, que presenciaba el juicio desde la audiencia, sintió un poco de incomodidad; pero bien sabía que tal argumento había sido discutido antes de que él y el comisario vinieran—. En 1962, después de que los Anderson sufrieran un escándalo, Green Happiness fue contratada para suplir a los jardineros anteriores, quienes habían resultado ser unos empleados de lo más entrometidos. Estos hombres nuevos eran incapaces de esparcir rumores, ya que ninguno de ellos sabía ni una pizca de inglés. Los Anderson no lidiarían con el mismo problema de nuevo.

»Fue allí donde Clayton revivió el pasado, pues para él Bruce era una reencarnación del señor Swinton: autoritario, hipócrita y abusivo. —Otra vez sintió Patrick una pizca de indignación. Se dijo a sí mismo que Cooper hablaba por el acusado—. Y de nuevo empezó a trastornarse. Ahora tardó casi dos años en asumir lo que durante tanto tiempo la sociedad había dicho de él. Si Sweeneytown quería un asesino, lo iba a tener.

»Un día presenció, además, la infidelidad de su jefe; a través de una cortina observó cómo Bruce comenzó a seducir a Ana Stewart, la nueva empleada doméstica. Se preparó para una segunda vez y obtuvo lo que esperaba, pues ahora contaba con evidencia fotográfica de cómo Bruce y Ana tenían sexo sobre el aparador. Hasta supo lo de cómo se rompió el jarrón que la patrona había comprado en Brasil.

»Pero antes de estos eventos, Clayton había secuestrado a Diane Goldstein. Nunca tuvo la voluntad de asesinarla como se lo había planteado. Por ello la mantuvo cautiva en el sótano de su granja. Sin saber qué hacer con ella, decidió mancillarla, una y otra vez. "Ellos tendrán a su violador", se decía, "si no les doy a un asesino, les daré a un violador. Es lo que tanto querían de mí, ¿no?". —Algunos presentes sollozaban ante las palabras del alguacil—. Aunque luego, adoptando su papel de depredador, reapareció en las calles y encontró a otra jovencita, igualmente parecida a Laura Swinton: bonita, ingenua... Hablo de Jane Clark, a quien sí decidió matar para entregarnos por fin no solo al asesino que tanto aclamábamos, sino a nuestro castigo, lo que nos merecíamos por ser un pueblo de pecadores.

Jordan caminó hacia donde estaba el jurado.

—No disfrutó tanto asesinando, porque no es un sádico promedio como lo sería aquel al que llaman Estrangulador de Boston, pero sí es un hombre conflictuado por dos egos distintos, además de una obsesión con la biblia y la religión. Esto último sí que lo impulsaba. Por ello continuó su sermón y decidió matar a Andrea Gale. —Aquel nombre arrancó el llanto en una mujer del fondo—. Para su tercer crimen, Sweeneytown ya era un infierno. En su propia metáfora veía al pueblo envuelto en llamas. Lo disfrutaba. Ya solo hacían falta unos cuantos castigos más por nuestros pecados, y es aquí cuando decide condenar a Molly Flanagan y Brigitte Schmidt por homosexualidad y al mismísimo Bruce Anderson por sus propios pecados e incluso los de Joseph Swinton. Pero en general, quiso castigarnos por nuestra ignorancia, algo que a él le arrancó la vida.

»¿Me he equivocado en algo, señor Clayton?

Por nueva cuenta, el juez obligó al acusado a responderle.

—No... —replicó con una voz muy ronca—. No se ha equivocado en nada, alguacil. —Dicho esto, Stephen levantó el rostro hacia el techo. Cooper lo interpretó como una mirada hacia su Señor, al que había servido con lealtad, según él.

—Su señoría, he terminado. Muchas gracias.

Una ovación tímida procedió sus palabras.

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