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Capítulo 63

Leon durmió un par de horas más y despertó antes del anochecer. A juzgar por los movimientos detrás de la ventana, una fuerte nevada caía sobre el hospital. Pronto ingresó a la habitación Patrick, que llevaba un regalo en las manos.

—Hola, Krasinski —le dijo con su típica seriedad—. Me alegro de que estés bien. Te he traído un regalo. Feliz Navidad.

—Gracias, Patrick.

—No puedo creer que hayas dormido por dos días enteros. Pensé que morirías.

—Yo también lo creí.

—Al final resultaste ser muy fuerte. Nadie con el juicio sano se colgaría de Stephen Clayton de esa manera para que después le disparen.

—El tipo no era tan grande.

—Bueno, de igual forma lo dominaste como a un toro. Estás desquiciado. —Patrick dejó el regalo en la silla—. Te has ganado mis respetos.

—No fue gran cosa.

—Lo digo de verdad, Krasinski. Fue una locura lo que ocurrió aquella noche. Toda la semana lo he soñado y recordado como si acabase de suceder. Y lo que más me ha afectado de nuestro encuentro con el asesino es que me dolió mucho haber visto a Stephen Clayton así. No cabe en mi entender nada de lo que hizo. No lo puedo procesar. Yo consideré a ese malnacido mi amigo durante tanto tiempo. Se supone que era una de las personas más buenas que había visto en mi vida, y mira nada más lo que resultó ser. Tú, en cambio, no finges nada; no alegas de altruismo ni nada parecido, y eres más bueno que cualquiera que haya visto. Hiciste cosas de verdad increíbles. Esto me lleva a pensar mucho en mis sentimientos. Es ahora cuando me doy cuenta de que no sabía cómo era tener un verdadero amigo...

Leon gruñó como de dolor.

—...y entonces puedo decir que tú eres lo más cercano a uno. Te agradezco mucho por haberme ayudado, (a pesar de los rechazos, claro está). Creo que nunca voy a perdonarme ni a mí mismo el haberte molestado desde que llegaste al pueblo. Supongo que fue la influencia de mi padre. Si tan solo pudiera volver en el tiempo y...

—Patrick.

—¿Qué?

—Te he dicho que me aburren las disculpas.

—Está bien, Krasinski.

—No soporto las conversaciones sentimentales.

—Eres un cabrón verdaderamente insensible —dijo Patrick entre carcajadas—. Muy bien, Señor Piedra, será mejor que te ponga al tanto. A eso vine.

—Es verdad. ¿Sobrevivió Clayton?

—Por fortuna sí. Digo «por fortuna» porque la muerte hubiera sido una salida fácil.

—¿Y ya liberaron a Héctor?

Patrick suspiró.

—Fue complicado —respondió—. Si bien Jordan y yo pudimos reunir todo lo que se necesitaba para sacar a Estévez, al abogado le costó mucho demostrar su inocencia. Al final un periódico, no me acuerdo cuál (y no es el de Adam Flanagan), nos ayudó a hacer ruido, tú sabes a lo que me refiero. Hicimos que le atribuyeran a Clayton los crímenes, y por fin el tribunal pudo retractarse de su decisión. Sí, le concedieron el indulto a Héctor apenas ayer. Sin embargo, hay algunos detalles que no entiendo, como que Stephen tendrá más juicios, estará viviendo en San Luis durante los procesos y tardarán meses en inculparlo de todo.

—La justicia es una mierda.

—Es muy complejo. Quisiera pensar que ellos son corruptos y nosotros somos todos buenos, pero son detalles en los que se consideran muchas cosas. Por fortuna están Diane Goldstein y su madre, que nos están ayudando como testigos de descargo. Tal vez dentro de uno o dos meses te llamen a ti y a mí para testificar también. Me sorprende que al menos a mí no me hayan pedido mi testimonio. Creo que también aplazarán las nuevas investigaciones a causa de términos que nadie entiende, de esos con nombres en latín.

—Qué frustrante.

—Sí, yo creí que habría un final feliz muy navideño al puro estilo de Qué bello es vivir. Pero no. Por cierto, ya que te menciono a Diane, no vas a creer lo que le ocurrió.

—¿Qué le pasó?

—Ella acabó embarazada de ese malnacido. Stephen abusó de ella por meses.

—No puede ser...

—Y quiere tenerlo.

—¿Lo va a criar?

—Sí. Le concedieron el derecho de abortarlo, y no lo va a usar. Su madre quiere que aborte, pero ella no la escucha. Hubo un problema con eso. Salió en los diarios. Tanto su madre como la gente alegan que tiene daño psicológico, y que por eso toma la decisión.

—Es de novela.

—Exacto. Parece un caso de Perry Mason. Pobre Diane. Yo también creo que Stephen le hizo tanto daño, que ahora cree que tener al niño es buena opción.

—Bueno, es muy joven. Ella no tiene la madurez para decidir algo así, y considerando lo que ha tenido que soportar... A lo mejor siente cierta afinidad por el niño, como algún instinto materno, no sé.

—Tal vez. Nadie sabe qué sucede en la mente de Diane.

Los dos se embarcaron en un silencio duradero.

—¿Y Héctor dónde está? —preguntó Leon.

—Ah, él. Como cerraron la empresa de Stephen, lo enviaron a un refugio de San Antonio, Texas. Están analizando, según ellos, su situación legal en el país, junto a los demás trabajadores que protegía. Lo más probable es que lo deporten de vuelta a México antes de que acabe el año. Su familia vive en Monterrey. De hecho, estos ya habían protestado en la embajada por él, o eso leí.

—Es una mierda. Deberían regalarle una casa y darle trabajo como mínimo.

—Sí, yo pensé lo mismo —decía Patrick con resignación. Aparentaba las secuelas de una rabieta por aquel tema—. Ni siquiera le dieron unas disculpas. Supongo que tendré que conformarme con la destitución de Perdomo y Warden.

Leon soltó una carcajada.

—¿Les quitaron su trabajo?

—No solo eso. En los diarios los vilipendiaron por inútiles. —Patrick también se echó a reír.

—Se lo merecen.

—Cooper y yo también hubiéramos querido que los metieran a la cárcel. ¡Carajo! ¡Cometieron un montón de putos delitos! —Y enumeró con los dedos—: perjurio, difamación, corrupción, abuso de autoridad incontables veces... ¿Qué más le puede pedir uno al gobierno? No dejarán de ser imbéciles. Por lo menos logramos nuestro objetivo, Krasinski, que era salvarle la vida a Héctor, aunque ni siquiera pude verlo para darle un abrazo de despedida ni nada.

—Me consuela saber que verá a su familia de Monterrey.

—Por supuesto. En fin, han ocurrido muchas cosas esta Navidad. ¡Ah! Y ni te imaginas qué pasó con Ben Cooper.

—Mi hermana dijo que lo habían dado de alta.

—Así fue. Salió antier. El pobre tipo tiene que andar con un bastón.

—Supongo que yo también deberé hacer lo mismo.

—No te aflijas, amigo. Por lo menos podrás presumir que te dispararon. En la escuela te van a aclamar como algún tipo de héroe.

—No me gusta la idea.

—¡Serás una jodida celebridad! ¿Cómo que no te gusta la idea?

—Lo odio. Detesto ser el centro de atención.

—Ay, Krasinski. Bueno, me parece lógico viniendo de ti.

—¿Qué trae la caja?

Patrick miró a un lado y supo que se refería al regalo.

—¡Ah! Te va a gustar. ¿Quieres que te lo abra?

—No, me gustaría que me dejes con la duda hasta que me den de alta. A mí me encanta la incertidumbre. Es mi pasión no saber.

—Ja. Imbécil. Espera. —Tomó el regalo, le rasgó la envoltura y extrajo el regalo. Se trataba de una máquina de escribir mucho más moderna que la que él ya usaba. Tenía un aspecto victoriano. El estilo le agradó bastante a Leon—. ¿Te gusta?

—Es magnífica. Quisiera poder sostenerla.

—Y es muy cómoda. El dependiente me dejó probarla. Las teclas casi ni se sienten.

—Muchas gracias, Patrick. Te estrecharía la mano.

—Te la mereces.

—Me gustaría escribir ahora mismo.

—Pero por lo mientras tendrás que conformarte con mejorar.

—Qué mal: yo no te compré nada.

—Me conformaré con que sigas haciendo historias para que me dejes criticarlas.

—Iba a comprarte un juego de ajedrez que vi en el bazar navideño de Sweeneytown. Pero... —rio con dolor—, creí que era de tan poca calidad que no lo querrías.

—Tal vez hubiera sido bueno tener algo tuyo. No me importaría. No soy tan exigente como crees, Krasinski. No creas que ando pidiendo calidad de cada persona que me encuentro por la vida. —Miró su reloj. Acomodó la máquina de vuelta en la caja—. Debo regresar a tiempo para la cena. Mis padres me esperan.

—¿Volvieron?

—Digamos que es una tregua de Navidad. No te prometo nada.

—Está bien.

—Se pondrá muy sangriento. Ya me lo veo venir. —Se dirigió hacia la puerta, pero antes de abrirla, se dio la vuelta—. ¡Mierda! Casi lo olvido. —Sacó del bolsillo interior del sobretodo un sobre—. Shirley te escribió. No me pidas que te la resuma porque no la leí.

—¿Será muy tarde para que me la leas?

—Eh... yo... está bien. Será rápido.

—Gracias. Ojalá hable de su madre.

Patrick abrió el sobre y extrajo la misiva. Comenzó a leer.

—Y dice así: «24 de diciembre de 1964. Querido Leon. He leído los diarios y me he enterado de todo lo que ha ocurrido allá en Sweeneytown. Mi padre no para de comentármelo también. Estoy muy orgullosa y agradecida de que ustedes hayan atrapado al asesino. No sabía quién era Stephen Clayton, pero algo me dice que tú sí, o quizá Patrick. Hubiera apostado a que yo sí lo conocía. En fin, iré al grano con el resto de lo que quiero decirte, porque quizás ya estás desesperado». —Patrick miró a su amigo y ambos se burlaron—. «Asimismo te escribo para decirte que yo estoy muy bien. No obstante, tengo que ser sincera. Mi madre y yo nos hemos distanciado. Ella ha obrado por su cuenta, a pesar de que sigue asistiendo a las sesiones con el psiquiatra. Siento yo que no le han ayudado en nada. No sé si sea por su condición o no, pero me sorprende que se comporte de ciertas maneras. Creo que van a divorciarse. Aunque no quiero admitirlo, lo sospecho. Y no sabemos nada de la profesora Schmidt tampoco. Quién sabe y ustedes sepan algo. Si lo hacen, por favor escríbanme al mismo remitente. Salúdenme a Tabatha. Espero de todo corazón que pronto te recuperes, Leon, eres un héroe muy valiente. Con cariño, Shirley».

Leon hizo una mirada melancólica. Se había quedado sin palabras.

—No sabemos nada de Brigitte —dijo Patrick.

El rubio suspiró. Al fondo solo se oyó por un segundo el rugido distante del viento.

—No, no sabemos nada de ella.

—Ahora sí me tengo que ir, Krasinski. Te dejo la carta en la máquina de escribir.

—Gracias.

—Nos vemos después.

El joven cerró la puerta y su sombra se desplazó con rapidez a lo largo del pasillo.

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