Capítulo 60
Leon, Patrick y Tabatha aguardaban en la sala de espera del hospital. Ellos estaban uno al lado del otro, mientras que la joven estaba en la hilera de asientos de enfrente. Abrazaba muy fuerte su oso panda. Se la veía muy ensimismada. El reloj marcaba ya más de las nueve y media. No querían alarmar a sus padres. Para ellos era mucho más viable ganarse un castigo por llegar tarde que hacerles saber que se habían enfrentado al asesino.
—¿No pudiste verle la cara? —le preguntó Leon a su amigo.
—Por desgracia no. Tampoco puedo asegurarte si se me hizo familiar o no.
—Caray, ¿no es irónico que hayamos creído que fuese Benjamin Cooper y que ahora estemos en un hospital esperando a que lo estabilicen?
—Sí, Krasinski, parece una puta broma del destino.
Hubo una pausa de unos minutos. Leon no soportaba la tensión.
—¿Crees que este evento sea suficiente para salvar a Héctor?
Patrick reflexionó antes de contestar.
—No lo creo. Si Perdomo se entera de esto, dirá que fue un bandido cualquiera.
—Sí, ya lo veo venir.
—¿Cómo es que era un policía? —dudó Patrick—. ¿De dónde sacó esa patrulla?
—Yo me pregunto lo mismo. Quizá la robó.
—O tal vez la fabricó. Yo mismo no noté códigos, placas o la jurisdicción a la que pertenecía. Parecía una patrulla de juguete en tamaño real, una burda imitación.
—Si algo calza con lo que creemos del asesino, es que él es creativo. Es un falsificador con talento: graba cosas, imita vehículos oficiales...
—Es bastante bueno, sí.
Otra pausa. El reloj avanzaba con mucha lentitud.
—¿Sabes, Patrick? Pudimos haber muerto.
Aquel solo convino con la cabeza.
—Llevaba un revólver —dijo Leon—. Pudo haberlo usado contra cualquiera de nosotros tres. Pero se le cayó. Y solo por esa simple y llana razón estamos a salvo.
—Pues Cooper está allá adentro con un tiro en el estómago y luchando por su vida.
—Sí, pero... me refiero a que pudo haber sido peor.
—Deja de pensar demasiado, Krasinski, te vas a torturar.
—Lo sé, pero no puedo evitarlo. Mi padre dice que las posibilidades son tan aterradoras como la realidad.
—Y tiene razón, así que ya deja de hacerlo.
—Muy bien.
Tabatha estaba quedándose dormida, como si el cansancio por tantas lágrimas derramadas la hubiesen llevado a tal punto. Su cabeza caía de cansancio sobre el animal felpudo.
—Me da mucha ternura tu hermana —señaló Patrick.
—¿Por qué?
—Parece una niña pequeña. Se aferra a ese juguete con mucha fe.
—No sabía que estaba enamorada de Benjamin Cooper.
—Yo tampoco.
Una vez más, surgió otro silencio que pareció durar como media hora.
—El asesino vio nuestras caras —dijo de pronto Leon.
—¿Qué?
—Ese malnacido sabe quiénes somos.
—Carajo, Krasinski, ¿nunca dejas de pensar en lo más aterrador del asunto?
—Si se recupera, es posible que nos encuentre. También sabe quién es mi hermana. Nos buscará a los tres. Tal vez en este momento haya ido por nuestra familia.
—Ya te he dicho que no sabe quiénes somos. Además, ellos están en nuestras casas. Podrían llamar a la policía a tiempo, en tanto no salgan.
—Pero podría vigilarlos.
—Lo heriste con una piedra. Tendrá que ir a su casa a curarse primero.
—Es cuestión de tiempo para que intente, no sé, algo.
Patrick sabía que él tenía razón, por lo que se limitó a gruñir.
—Me va a matar, y no podré decirle a mi mamá cuánto lamento haberle gritado aquel día. Ya no me trata igual desde entonces. En mi funeral no me llorará y se divorciará de mi padre. Yo iré al infierno porque jamás me he interesado en la religión...
—Krasinski.
—...y seré un alma que se pudre en medio del fuego eterno. El diablo me picará con su tridente hasta el fin de los tiempos. ¿Crees que el calor del infierno se sienta tan terrible como dicen?
—Krasinski, solo tienes miedo. Cállate ya.
—Pero tengo razón, ¿no es así?
—Sí, no podemos rendirnos. Hay que encontrarlo antes de que él nos encuentre primero.
El alguacil Cooper abrió con fuerza las puertas del pasillo. Aunque era muy viejo, andaba muy a prisa. Los jóvenes se levantaron para recibirlo, a excepción de Tabatha, quien dormía con placidez sobre su muñeco.
—¿Dónde está? ¿Qué le ha sucedido?
—Comisario, no se sulfure —le dijo con calma Patrick—. Está bien. Se recuperará. La bala atravesó su cuerpo, pero salió y...
—¡¿Quién le ha disparado?!
Tabatha se despertó y de un salto se levantó y se acomodó el vestido. Había dejado su juguete en el asiento para sumarse a la charla. Jordan la vio y se hizo a un lado.
—Dicen que estará bien, señor Cooper —aseguró ella—. Habíamos ido a una cita él y yo. Bueno, más bien era una salida de amigos. En fin, le pedí que me llevara a lo alto de la colina para ver el pueblo desde allí, y entonces apareció el asesino.
Los demás respaldaron el testimonio de Tabatha y contaron el resto de los sucesos con el máximo detalle posible. Describieron al asesino, cómo lucía y qué elementos rodearon su aparición en la colina. Jordan suspiró y dio gracias a Dios de que su hijo hubiera sobrevivido, además de que su salud tuviese un buen pronóstico. Según instrucciones de las enfermeras, por cierto, el alguacil tenía prohibido entrar a la sala donde Ben se recuperaba, al menos durante las primeras horas posteriores a su operación. Aceptó la circunstancia y empezó a reflexionar. Caminaba de un lado a otro, en tanto soltaba una que otra palabra interesante. Los adolescentes lo seguían, esperando una respuesta.
—¿Qué le sucede, alguacil? —preguntó Patrick.
—Debo irme.
—¿Qué? ¿No esperará a que una enfermera le dé noticias de Ben?
—Es urgente que regrese.
—¿Más urgente que Ben? —inquirió Tabatha, un tanto dolida.
—No, por supuesto que no; no obstante, es crucial que deba irme.
—¿Ha dado con el asesino? —quiso saber Leon.
—Sabe quién es, ¿verdad?
Jordan Cooper no pudo mentir.
—Sí, chicos, lo sé.
—¿Irá a detenerlo ahora?
—Sí, Leon. Me temo que tendré que ir por él ahora mismo.
—Entonces nosotros iremos con usted.
—No, esperen actualizaciones de Ben.
—Señor —dijo Patrick—, con todo respeto es nuestra prioridad encontrar a ese malnacido.
—Sabe quiénes somos —completó Leon—. Nos vio, y es muy probable que durante las siguientes horas quiera buscarnos o hacerle daño a nuestra familia. Y hay la posibilidad de que usted falle, considerando su edad. Esto nos concierne más de lo que cree. Si usted sabe quién es y dónde está, entonces sería oportuno que lo acompañemos.
—Es peligroso.
—Bueno, no le diremos lo mismo más de una vez. No está sujeto a discusión.
—Yo me quedaré a esperar por Benjamin —dijo Tabatha.
—Muy bien, jóvenes, pero tendrán que ir bajo mis reglas. Yo me haré responsable de su seguridad.
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