Capítulo 6
Bruce Anderson venía muy rápido, con la intención de comunicarle a alguien su problema. En sus manos llevaba un periódico. No había reparado en quitarse ni el sombrero ni el saco. Cuando vio que Patrick estaba allí parado en medio del corredor, fue hasta él y comenzó a explicarle su preocupación.
—¿A qué te refieres con que el alguacil Cooper te citó? ¿Para qué?
—Mira esta página. —Bruce puso el dedo sobre un artículo al costado de uno más grande. El joven leyó el nombre del escritor. Se trataba de Adam Flanagan. El diario era el más importante de la ciudad de San Luis, el Dispatch—. Este hijo de perra, no sé cómo, supo de la agresión de la chiquilla esa de anoche, y ahora ha publicado un artículo sobre que el asesino ha vuelto a atacar, agregando los detalles que escuchó ayer.
—¡Qué rápido!
—Sí, bastante. Nadie sabe cómo, pero el maldito Flanagan aparece por todas partes. Cooper anda cabreado porque ayer ocurrió una escena en el hospital. Ya se está haciendo ideas.
—Pero ¿cuáles ideas? ¿de qué hablas?
—Esa niña... —masculló—, la hija de Krasinski. ¡Carajo! Le dijo al alguacil que su agresor era un extranjero, alguien que apenas hablaba inglés. ¿Sabes qué significa eso? Cooper no me lo dijo, pero es muy fácil darse cuenta por todas las preguntas que me hizo.
—Ay, mierda. —Se mesó los cabellos.
—Con ese Flanagan detrás, como siempre, las noticias volarán muy rápido, y pronto tendremos otra vez a la toda la prensa de Missouri en el culo. ¿Puedes creerlo? Volverá a pasar como hace dos años. Desde entonces, los mocosos del pueblo no paran de molestarme...
—Lo sé. Todavía es imposible quitar la caca embarrada en el gnomo.
—¡Esa niña lo hizo a propósito! ¡Sabía que nosotros teníamos trabajadores inmigrantes! No pienso gastar más dinero del que puedo en imbéciles que solo estarán de entrometidos en mis asuntos. Esos ilegales que no saben inglés son más cautos y baratos.
—Lo sé. ¿Por qué no compareces? Ve y dile a Flanagan que no es verdad.
—Él no es el problema. Podría ir a decírselo, pero ya sabes cómo es ese cabrón. Cambia tus palabras y las acomoda, con tal de vender sus diarios de mierda. También me consta que hace lo que le dicen.
—Te entiendo. Ahora ¿qué hacemos?
—Tendré que hablar con ese jodido Krasinski. Maldita sea. Su hija lo ha hecho a propósito, lo sé. Nos odian. Es porque los hemos tratado mal todo este tiempo. —Arrugó el diario en una bola y la arrojó contra una pared. Ya después, con las manos en la cintura, volvió a maldecir entre dientes—: ¡Esos asquerosos comunistas!
—Deben ser espías —comentó Patrick, contagiado por el enojo de su padre. Veía en su mente a Leon, aquel rubio maricón. Deseaba patearlo—. De lo contrario ¿qué diablos hacen en este país?
—Eso es muy posible. ¿Sabes qué es peor? Que ayer por la mañana, ese tal Bob Gale...
El ruido de un escusado lo distrajo. Alguien había jalado de la cadena, y no era su esposa, ya que su estudio continuaba cerrado.
—¿Qué es ese ruido?
—Papá...
Héctor salió como si nada, secándose las manos sobre la ropa. Frente a él se encontró con el señor Anderson y compañía, y ya solo hizo la mueca de un niño que había sido sorprendido con el tarro de galletas, a mitad de la madrugada.
—¿Puedes decirme por qué demonios usaste nuestro baño, Héctor?
—Perdón, patrón, era una emergencia —dijo en un inglés apenas adecuado.
—Bebió mucha agua, papá.
—¿Cuál agua?
—La que... trajo de su casa.
Bruce entornó la mirada, contemplándolos a cada uno.
—No me digas...
—Sí, padre. Los jardineros traen sus víveres.
—Muy bien, eso no me importa. Lo que no entiendo es por qué usa nuestro baño.
—Tenía muchas ganas de ir —habló por él Patrick.
—Pudo haber usado el baño de Topsy en su lugar.
—Padre, por favor.
—¡No eres ningún blanco, Héctor!
—Bueno, tampoco es negro —lo contradijo Patrick—. No importa dónde haga.
—Sí importa. Héctor no debería de estar siquiera adentro. Si al menos se hubiese quitado esas sucias botas.
—Pues Topsy limpiará.
Violet pasaba por ahí. La mujer, que vestía un aburrido suéter de cuello de tortuga, se tomó de la montura de las gafas para enfocar hacia su familia, como para mirarlos igual que a las letras pequeñas en una carta. Escuchó que los hombres discutían sobre algo que ella consideró una tremenda tontería y se acercó para ver qué ocurría.
—¡No me contradigas, muchachito! —le gritaba Bruce, mientras le sujetaba la corbata con desdén—. Héctor no debería estar aquí.
—¡Pero es el jardinero! Clayton ha comido incluso en nuestra mesa.
—¡Cállate!
—¡¿Qué diablos ocurre aquí, Bruce?!
—Héctor utilizó nuestro baño, ¿puedes creerlo?
En realidad, Héctor tenía la piel olivácea, pero con la luz que provenía del exterior lucía tan pálido como cualquiera de los que estaba presente.
—¿Y?
—¡No es blanco!
—Tampoco es negro —comentó ella, sin mucho interés.
—Entonces ni debería estar adentro.
—Yo solo digo que no tiene sentido discutir esto —dijo Patrick. Héctor permanecía detrás de él con la cabeza agachada. Este sabía que estaba en problemas, y que toda la discusión era por su culpa—. Míralo. Ahora mismo yo lo veo tan blanco como tú.
Bruce propinó una pequeña bofetada sobre la boca de su hijo, de nuevo como advertencia por contradecirlo. Por dentro, el joven comenzó a enervarse, lo suficiente como para responderle alguna grosería; pero se contuvo. Solo repitió dentro de su cabeza «no tienes razón. ¡Nunca tienes razón!»
—Lárgate a tu habitación. Estás castigado por haberlo dejado entrar.
—¡Bruce! ¿Por qué le pegas? —El chico pasó a su lado, un tanto encorvado. Quedaron los dos, además del joven jardinero—. Esto es estúpido. Héctor tenía ganas de hacer sus necesidades, ¿y qué? ¿Acaso debió haberse hecho afuera como los perros?
—Estoy bajo mucho estrés, Violet. No son buenos momentos. ¡Y tú —le gritó a Héctor—, regresa a tu trabajo antes de que se me ocurra echarte!
El chico apresuró el paso y se fue igual que Patrick, con el rabo entre las piernas.
—Por Dios, Bruce —exclamó ella, cuando este ya abandonaba la escena—. De todos modos contrólate. Es ridículo que te enojes por algo tan irrelevante.
Ella se quedó sola en el pasillo, viendo cómo su marido se dirigía a paso veloz hacia la sala. Sin embargo, aquel no huía de la discusión, sino que llevaba una pretensión por demás. Una vez hubo regresado, le entregó el periódico a su esposa, sin decir nada, y esta miró el papel, todo arrugado.
—Lee esto. —Le señaló.
Violet se enteró. Supo en un abrir y cerrar de ojos que las cosas empeorarían, como lo había sido desde el inolvidable año de 1962.
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