Capítulo 54
En una tarde de sol radiante a pesar del frío y la nieve intacta, Tabatha se dirigía a la comisaría. En su mente se repetían las palabras de Leon. Era muy cierto: echaba de menos a sus amigas, sobre todo a Shirley. Aunque pasaran diez años, lo admitía, no superaría nunca lo de Andrea. Y no solo era una profunda sensación de tristeza la que la dominaba, sino que también la inseguridad la afectaba mucho. Se había acostumbrado a vigilar sus espaldas por sobre los hombros. Le tenía pavor al asesino. Igual podría ir por ella.
Una vez allí, la adolescente fue a la oficina de los Cooper y se encontró con el joven comisario. Sonrió con mucha alegría al ver que todavía usaba la bufanda púrpura que le había tejido. Aquel se encontraba de espaldas, buscando las carpetas de un cajón.
—Hola, Ben, feliz Navidad.
—Tabatha, feliz Navidad. ¡Qué alegría verte por aquí! —Había volteado un segundo, pero continuó con su tarea—. ¿En qué puedo ayudarte?
«¿Por qué será tan amable conmigo? No; él es amable con todo el mundo. Su naturaleza es servicial. No tiene nada que ver conmigo.»
—Yo... eh... —Jugaba con sus dedos—. Me gustaría pedirte algo, Ben.
—Lo que tú quieras.
—Pues... verás. El miércoles inaugurarán la feria.
—¿Y vas a ir con tus amigos?
Cooper sacó el archivo que tanto buscaba y lo colocó en el escritorio. Acomodó las hojas en sus manos, como siempre hacía, y tomó asiento. Continuó con sus demás faenas burocráticas y Tabatha se entretuvo observándolo. Le causaba satisfacción verlo trabajar.
—La cosa es que no tengo con quién ir.
—¿No? —Le prestó atención. Ella sintió como si le apuntaran con reflector.
—¿Quieres ir conmigo, Ben?
—¿Tú y yo?
—Sí. Solo... solo tú y yo.
—Muy amable de tu parte invitarme, Tabatha. —Siguió con sus papeleos—. Pero es muy probable que tenga que trabajar estas vísperas navideñas.
—Tengo que ser muy sincera contigo, Ben.
—Dime.
—Desde que Shirley se fue nada es lo mismo. Me he sentido muy sola estas semanas. Mi hermano se dio cuenta de ello el otro día que mirábamos La Dimensión Desconocida, y desde entonces me he puesto muy reflexiva en este punto. Lara ya no es la misma; está más apegada a su madre que a nadie. —El joven la escuchaba con atención—. A veces siento que el asesino va detrás de mí, y es una locura. Es ridículo y un poco egoísta, pensarás, dadas las cosas que han pasado, pero todavía me siento muy vulnerable desde que ese bastardo me atacó. Y cuando te veo a ti, la seguridad vuelve a mí. Eres como un justiciero de las historietas, ¿sabes? —Sonrió con los ojos húmedos—. Ayudaste a Leon. Estuviste ahí cuando él te necesitaba. Eres como mi ángel de la guarda. Contigo no tengo miedo de que vaya a suceder nada malo.
—¿Quieres que te cuide durante la feria? Habrá mucha gente, claro está, pero si tú lo deseas podré ir a patrullar esa noche. No tendré ningún problema.
—Pero no quiero que me protejas esa noche en lo que me divierto, Ben, sino que quiero ir contigo. Sabes muy bien a lo que me refiero. Quiero estar a tu lado, como todo el mundo. Digo, me gustas mucho. ¡De verdad!
—Tabatha —se acomodó en su silla—, eres una chica muy noble y agraciada, pero lamento decirte que soy muy mayor para ti. Antes de que tú abras tus regalos, ya habré cumplido veintiséis. Mírame, soy un anciano. —A pesar de que agregó una risita, Tabatha no mejoró sus ánimos. Estaba al borde del llanto—. Te llevo diez años o más. Y, a decir verdad, creo que mi mayor responsabilidad ahora es mi trabajo. Pero no lo digo para lastimarte, claro. Lo que menos deseo es hacerte daño. Por favor, no llores. Mira, hagamos algo. ¿Qué tal si voy contigo? Disfrutamos como un buen par de amigos, ¿cómo ves? Jugamos a reventar los globos con dardos, te consigo quizás un peluche, y cosas así. Sería lo más que puedo hacer.
Apenas pudo mover la cabeza para mostrarse de acuerdo. Ben se había levantado y le había ofrecido un pañuelo de los que tenía bajo la lámpara.
—Si tuviera diez años más, Ben Cooper, ¿me querrías?
El comisario tardó en responder su pregunta. Ya de último no quiso hacerlo.
—El sábado pasaré por ti a las ocho, ¿está bien?
Ella sonrió con resignación.
—¿En tu patrulla?
—No, tengo mi coche propio. Pasaré por ti en él.
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