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Capítulo 49

Patrick no confiaba del todo en Benjamin Cooper para resolver el asunto de los escándalos, de manera que acordó con Leon que él haría unas llamadas telefónicas. Por ello, durante el resto de la noche diseñó un plan para acercarse a la vecina entrometida.

Indagó en el directorio telefónico. Con su dedo repasó cada página en la que podía encontrarse el apellido de la vieja Adams, porque las letras eran muy pequeñas. Dio con ella apenas en las primeras líneas, muy rápido. Se apuntó el número en una mano, cogió el teléfono cuan largo era el cable y se ocultó en el armario del pasillo. Ya adentro, con el mínimo de iluminación, Patrick giró el disco del aparato y esperó la voz de aquella mujer.

—¿Aló?

Pensó en fingir su voz, y al momento la engrosó.

—Soy yo, ¿me recuerdas?

—¿Quién es yo?

—¿Acaso no supones quién puedo ser?

Con sumo desinterés, Grace contestó que no.

—¿Ya se te olvidó cuando hace dos años te conté lo de Bruce Anderson?

—¿Quién es usted y de qué habla?

—Malagradecida. Hace dos años te conté el secreto de Bruce Anderson para que lo esparcieras.

—No entiendo a qué se refiere. —Patrick alcanzó a escuchar los ladridos de las perras al fondo—. Será mejor que cuelgue.

—Oh, no, no... Si usted cuelga, esos animales se mueren —había hablado con su mejor voz de villano televisivo.

—¿Por qué mataría a dos perritas tan inocentes? ¡Ya dígame quién es usted!

—Si no me recuerda de hace dos años, me recordará de hace dos semanas cuando le di las pruebas. —Ni sabía en qué consistían tales pruebas—. Sé que usted las ha liberado. Hizo lo correcto.

—Ya veo. ¿Y qué quiere?

A Patrick no se le había ocurrido este punto del plan.

—Quiero... eh... quiero que me regrese mis pruebas.

—¿Para qué? Ya está hecho. Con sus fotos hice lo que se me antojó. —Patrick se molestó y endureció sus manos—. Además, las entregué.

—Si no me las devuelve, sus perras pagarán las consecuencias. No querrá verlas colgando del techo de su pórtico. Nada es gratis en esta vida, señora Adams.

—¡Le he dicho que las entregué! —dijo. De verdad temía que a sus animales les ocurriera aquello—. El profesor Schmidt se quedó las fotos de su hija y Adam Flanagan las de Molly.

—¿Y qué hizo con las otras fotos que le mandé?

—¿Cuáles fotos? Solo venían en el sobre las de Brigitte.

—También le dejé fotos de Bruce Anderson y la empleada doméstica, ¡juntos! —le desagradó tanto decir aquello, que el tono de su voz cambió un poco.

—¿Qué le ocurre? Debió haber cometido un error.

—¡Mataré a sus perras si no me las da!

—Se lo juro que solo venían las de Molly y Brigitte. ¡Por favor no mate a mis nenas!

—Debió pensarlo dos veces antes de cooperar con el asesino. ¡Soy el asesino!

—¡Lo sé...!

—Debió acudir a la justicia. ¿Acaso no tiene usted sentido moral? ¿Si yo le pido que mate a veinte niños, lo hará?

—Yo solo hice mi deber como ciudadana. —Grace sollozaba—. No quería que esas mujeres depravadas siguieran en mi club. Ignoraba que usted era el asesino, se lo juro. Yo pensaba que era un espía enviado por Adam Flanagan. No es la primera vez que lo hace, ¿sabe? Paga a otros por sacarle fotografías a la gente. ¡De verdad no sabía que era el asesino! ¡No les haga daño!

—¡¿Entonces quién le contó lo de Bruce Anderson?!

—¡Nadie! Yo vi que Violet había echado a su esposo. Ahora el desagradable ya no...

—¿El desagradable?

—El desagradable Bruce. Así le llamo. Se fue a un motel, corrieron a la empleada doméstica, regresó la negra de la limpieza y ahora Violet vive sola.

—¿Cómo sabe usted eso?

—¿Para qué quiere saber?

Patrick preparó su voz más sombría.

—Esas perras amanecerán ahogándose en su propia sangre.

—¡Los observo por la ventana! Tengo unos prismáticos por donde los observo con todo detalle. ¡Por favor, no lo haga!

—¿Y si no le constaba su infidelidad por qué esparció ese rumor? Solo atestiguó imprecisiones. Pudo haber sido cualquier cosa.

—¿Qué clase de asesino es usted? Al final ocurrió lo que quería, ¿no es así?

—¡Ah! ¡Es verdad! Ya puede seguir con su vida. Aunque, no descarto que un día de estos voy a utilizar a sus mascotas para un ritual de Satanás. —La anciana no paraba de rogarle por piedad—. Voy a beber su sangre y tal vez después a usted me la sirva como postre. ¡Me encantará comérmela viva mientras me observa! Comenzaré por sus pies, para que pueda ver todo, ¡y me deleitaré con sus gritos de terror!

Tras colgar el teléfono, Patrick rugió de ira y lanzó el aparato contra la pared. Frotó sus sienes durante un par de minutos. En aquel instante sintió que era muy capaz de asesinar a los ridículos animales con los que Grace vivía, además de llevársela a ella como trofeo.

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