Molly y Brigitte volvieron a pasar la noche del sábado como si fuese una fiesta. Habían bailado en la sala otra vez, ahora con unas canciones de la pequeña Peggy March. Ninguna de las dos se había divertido tanto. Y hubo algo más. Como se dice por ahí, una cosa llevaba a otra; ambas terminaron desnudas en el diván, abrazadas, con los dedos entrelazados y charlando con puros susurros. Estaban ya exhaustas. La consola ya solo reproducía Forever de las Little Dippers.

Ahí estaba Brigitte, pues, con la cabeza recostada en el cálido pecho de Molly. Jugueteaban con su cabello en tanto escuchaban la música. De pronto, la señora Flanagan tuvo una duda.

—¿Cómo es que una persona muy cristiana hace estas cosas? No termino de comprenderlo.

La otra levantó la mirada y le sonrió.

—Sucede que yo sí interpreto mi fe de la manera correcta.

—Y los demás ¿son idiotas o qué pasa?

—¡No! —Brigitte se rio—. Es solo que siento que Jesús era muy incomprendido. Me gusta hallar en su palabra lo que otros son incapaces de ver.

—¿Era incomprendido?

—Sí. Toda la vida ha habido gente que utiliza la fe de los demás para aprovecharse. Unos quieren el beneficio propio; otros pretenden hacerle daño a los demás —empezó diciendo sin pretensión. Acto seguido se interesó en desglosar un nuevo punto. Se apoyó en sus codos para ello—. Por ejemplo, durante la época de las brujas (que ni siquiera existieron, déjame decirte), quemaron a muchas personas inocentes. Ancianas y jovencitas fueron quemadas en la hoguera solo porque tenían una opinión diferente a la del Estado o la Iglesia. Desde que existe el cristianismo, en la antigüedad, se ha utilizado a la doctrina como un medio para la manipulación y el terror. Solo unos cuantos comprendieron qué nos quiso decir Jesús con sus enseñanzas.

—¿Hablas del oscurantismo?

—Pues sí. En vida él criticó mucho a estos falsos creyentes, a quienes llamó fariseos. Para él no eran más que hipócritas que se conducían con alevosía bajo el nombre de Dios, y además olvidaban el verdadero significado de las obras, la caridad y la misericordia; la fe no era para ellos más que una herramienta para el cumplimiento de la ley, una que servía a un sistema caduco. Por ello Jesús creó la parábola del «buen samaritano», una narración que habla de aquel que sirve a otros sin necesitar o recibir nada a cambio, y, sobre todo, que lo hace sin que le importe quién es el que requiere la ayuda. Un buen samaritano ayuda porque lo dicta su corazón, no porque busque dinero, e ignora si el otro es un enemigo o no. Hay que amar a nuestros semejantes.

—Ahora sé por qué eres así —ironizó la señora Flanagan.

—Me lo tomo muy en serio, Molly.

—No, sí, está bien. Está, muy, muy, muy bien. Fantástico, diría yo.

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La noche del domingo, Grace Adams venía de prepararse un té en la cocina. Su tetera había silbado fuerte, y expelía un delicioso aroma de hierbas mixtas. Una vez que fue a servirse su taza, con sus perras olisqueándole los tobillos, escuchó unos rasguños debajo de la puerta. Los animales se soliviantaron y corrieron a ladrar por debajo de la rendija. Grace frunció el ceño y se quedó con la taza caliente en los dedos. Con calma la dejó en la encimera y se aproximó al recibidor. Había oído los pasos de alguien que huye, además de oír después el rumor de un vehículo alejándose.

Abrió la puerta y obligó a los canes a volverse detrás de ella.

—¡Nancy! ¡Carlee! ¡Lárguense para arriba! —Estas estaban tan habituadas a aquellas palabras, que obedecieron al instante.

En la calle, no obstante, no había nadie. Tampoco había nada extraño en el pórtico. Aunque, al moverse, debajo de sus pantuflas de coneja crujieron unos sobres. Cogió la misteriosa correspondencia, la abrió y vislumbró unas imágenes, pero no supo qué habría dentro de ellas. Y, al encender la lámpara de hongo, se encontró con una terrible verdad.

Grace sonrió extasiada.