Capítulo 36
La mañana de Acción de Gracias, el trío de jóvenes detectives se reunió detrás de la escuela. De allí, Shirley llevó a los dos a un sitio apartado dentro de la arboleda, en un claro junto al río. Había piedras ahí a modo de banquetas. El recinto se asemejaba a un campamento, posiblemente utilizado por algunos estudiantes para contar historias aterradoras durante los últimos días de octubre.
Entre los tres compartieron sus teorías, y abarcaron toda inconsistencia mencionada sobre el caso de Andrea Gale. Shirley comenzó con el punto en el que habían dejado a la chica en la esquina de Ferdinand Road con Rogers Street, la calle que iba a su casa, lo cual ninguno de los otros dos había considerado hasta ahora. Leon mencionó la distancia que había entre Plumbers y Rogers Street; la primera calle estaba hasta el norte, en una sección perteneciente a los obreros que trabajaban en los graneros de las inmediaciones de Sweeneytown. Aquellas personas, habían discutido Patrick y Leon la tarde anterior, eran ya muy ajenas al pueblo, y estas tal vez ya no se relacionaban con los habitantes más populares. Después hablaron del último punto, el que más los dividía, ¿habría tenido Andrea tanto miedo como para que dejara de racionalizar en el momento? El debate les produjo tanta contrariedad, que Patrick terminó despotricando contra medio mundo. Shirley le pedía que se calmara, al tiempo que Leon pedía a gritos silencio, para poder pensar mejor.
Al final, tras no obtener una conclusión satisfactoria, Leon sugirió que fueran todos juntos a la calle Plumbers, partiendo desde Rogers Street. Quería este recrear los hechos. Y caminaron, pues, una buena cantidad de manzanas. Entre más se alejaban de la casa de los Gale, la distancia entre las viviendas aumentaba. De repente hubo un cuarto de milla entre cada propiedad. De todos modos, la población era todavía densa.
Shirley rompió el hielo.
—Según Perdomo, los diarios, mi padre y más testimonios que no sé de dónde salieron, Andrea recorrió todo esto corriendo con las zapatillas y sin ser alcanzada. Cooper me dijo que nada de ello habría sido posible.
—Y se ve a leguas —dijo Leon—. Es obvio que no fue así. Lo que no sé es qué sucedió en realidad.
—No entiendo para qué añadir todo este rollo de la cabina telefónica al caso —dijo Patrick, ya todo cansado—. No tiene sentido. Ese Perdomo quiso condenar a Héctor de una forma muy ridícula, y lo peor es que lo logró. Alguien tuvo que ayudarle a crear esa mentira. En cuanto lo agarre...
Unos minutos más tarde, Shirley se detuvo.
—Plumbers. ¿Lo ven? Allí la encontraron. —La chica no podía ver el lugar sin marearse. Permaneció de espaldas a la caseta—. Ustedes acérquense, por favor. Yo no quiero ir. Siento que la veré si me acerco.
—Muy bien, tú quédate aquí —le pidió Patrick—. Nosotros iremos.
Una vez que los chicos inspeccionaron la cabina, notaron que los cristales de la misma se hallaban sucios, empolvados, además de que les faltaba un trozo en la parte inferior. Leon intentó abrirla, pero la puerta se atascaba. Aunque lo hizo con todas sus fuerzas, la puerta apenas corría de lo vieja y oxidada que estaba. Entonces Patrick se aproximó y añadió su energía. Entre los dos, por fin, pudieron abrir la caseta por la mitad.
—No me vas a decir que Andrea pudo hacer todo esto mientras huía —dijo Patrick.
—Obvio que no. Es otro punto a considerar.
—Ahora, ¿qué? —Patrick entró, observó el teléfono y hojeó la guía telefónica. Leon se asomaba desde afuera, por sobre el hombro de su acompañante—. ¿Andrea convenientemente llevaba monedas? Según el Dispatch, el cuerpo lo encontraron aquí adentro, acuchillado. Digamos que tú eres el asesino. Ahora, haz como que coges un cuchillo y me lo clavas. —Leon obedeció y simuló ser Norman Bates. Patrick actuó su propia muerte, tal y como lo hacía la actriz de la película—. ¡Ah, muero! ¡Ah!
Leon soltó una risita.
—¿Sabes de qué me doy cuenta, Krasinski?
—¿De qué?
—Aquí no hay el suficiente espacio como para morir acuchillado.
—¿Ah no?
—No. Solo cabe una persona. Y tú, que estás afuera, debes estirar mucho el brazo para matarme. Aun te metas tú en lugar de mí, el resultado sería el mismo. La puerta no se abre por completo. Ahora, se dice en las descripciones que el sujeto no es ni muy alto ni muy bajo. Yo soy alto y tampoco me acomodaría mucho.
—Vale, ya veo. Me lo esperaba. Ella fue asesinada en otro lado.
—Pero ¿dónde? —Ambos voltearon hacia el entorno. Afuera solo había campos y unas cuantas casas—. Aquí hay gente. Si Andrea gritaba, lo cual veo muy factible, pudo alguien haberla socorrido.
—Recuerda que aquella noche había viento fuerte —le dijo Leon.
—Es verdad. Aun así, hay postes de luz, mira.
—Cierto. Tuvo que haberla matado en un sitio seguro.
—¡Es obvio que la atrapó! —soltó Patrick—. No nos compliquemos las cosas. Él la atrapó antes, se la llevó y... ¿de dónde diablos sale lo de la llamada a la operadora entonces?
—Era una evidencia. —Apenas habló, Leon se quedó ensimismado, con la vista hacia el teléfono.
—¿En qué estás pensando, Krasinski?
—A menos que... esa evidencia fuese fabricada.
—No es de extrañar. Es lo más seguro. Perdomo pudo...
—No, no Perdomo. Nadie del FBI hizo nada para culpar al jardinero. Tampoco los diarios. El propio asesino, antes de matarla, la obligó a hacer una grabación. La llevó a ese lugar seguro, quizá su propia granja, grabaron un grito de ayuda y luego la reprodujo aquí.
—Espera, ¿fue él quien llamó?
—Pudo haber sido así.
—Déjame ver si entendí, Krasinski. ¿El asesino grabó a Andrea gritando «¡ayuda! ¡Auxilio!» en algún lado que desconocemos, reprodujo la cinta en este teléfono y todo el mundo se lo tragó, incluyendo el fiscal?
—Supongo...
—Carajo, eso no tiene sentido.
—¿Por qué?
—Porque entonces Perdomo no es el único idiota. Tuvo que haber habido una evidencia más fuerte.
—No la necesitan. ¿No te das cuenta? No es importante que la evidencia sea creíble; lo que importa es que tengan a alguien a quien condenar para acabar con esto. Es una circunstancia que favorecía a más de una persona. Y nadie escuchó esa grabación, a excepción de las autoridades. No me extrañaría que el asesino fuese una figura importante, como un amigo de la policía o del gobierno.
—Vaya, pues no creo que a Shirley le haga gracia que su propio padre pueda ser un sospechoso.
—¿Por qué? ¿Sospechas de Flanagan?
—Tiene un motivo, ¿no? Ahora todo le va perfecto —dijo Patrick, mirando a Shirley a la lejanía, que daba de vueltas como un gato esperando su comida. Miraba su reloj de muñeca—. Él buscaba la historia estrella para catapultar su mediocre carrera. Ya la tiene, y la ha contado desde primera fila.
—Creo que es posible —opinó Leon con sinceridad.
—Dices que nadie ha escuchado esa hipotética grabación, ¿cierto?
—No.
—Los Cooper tuvieron que haberla oído. Ellos se reunieron con el FBI cuando lo atraparon.
—¡Sí! —exclamó Leon, moviendo el dedo—. ¡Es verdad!
—Vamos a entrevistarlos, Krasinski.
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