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Capítulo 35

Para cuando el sol apenas se ocultó en el horizonte, un vehículo aparcó frente a la casa de los Krasinski. De él se apearon Tabatha y Shirley. Ambas sonreían y compartían gustos, como si se hubieran conocido hace dos horas. Lo que ignoraban los demás es que las amigas se habían reconciliado de una terrible discusión. Una vez hubieron acabado sus responsabilidades en la escuela, gracias a una mediación de Lara, ambas decidieron que no había razón para estar separadas. Tabatha respetó la decisión de su amiga, y le prometió ayuda a ella y a su hermano, siempre y cuando se alejaran de las actividades peligrosas. Shirley aceptó las condiciones.

Ya que la cena estaba por comenzar, Elena las invitó a comer. Peter dejó su trabajo a un lado y se dispuso a preparar la mesa, como lo hacía las veces que tenía la oportunidad de cenar con la familia. Los dos chicos se sentaron y esperaron, cada quien en su sitio. Solo hubo que anexar más sillas, para que todos comieran un tanto apretados, tarea en la que ellos habían ayudado.

Pero Tabatha se había molestado desde su llegada. «Buenas noches, Tabatha —le había dicho a secas el tal Patrick, sin que este recibiese respuesta alguna». Ella no se había atrevido a comentar nada por respeto al entusiasmo de su madre. Shirley, por su parte, solo se sorprendió de verlo allí.

Ya reunidos todos en la mesa, comiendo de la deliciosa sopa de la señora Krasinski, Tabatha comenzó a mandarle miradas funestas al visitante.

—Patrick está de visita, cariño —le aclaró Elena, tras haberse dado cuenta de su estupor—. Espero que estés disfrutando la sopa, hijo.

—Es muy rica, Elena, aún más que la que probé aquella noche en mi casa.

—Entonces Topsy sí se las sirvió. ¡Oh, qué muchacha tan buena!

—Sí, es muy diligente —respondió Patrick, un poco nervioso, pues se supone que ya no estaba en casa—. Cocina bien, pero no tanto como tú.

—Gracias, mi amor, gracias. ¿No es un amor? —les preguntó a los demás.

Tabatha frunció el entrecejo y pinchó la carne con el tenedor, muy lento y firme, cual si apuñalara el corazón de un enemigo imaginario. Shirley notaba la tensión entre su amiga y el hijo de los Anderson, por lo que esta fingió necesitar la sal. Peter se la pasó.

—Gracias, señor Krasinski —dijo ella al cogerla—. Es verdad, señora, esto es delicioso.

—Te lo agradezco, mi niña. Qué bueno que lo disfrutes. Es de nuestra cultura.

Tabatha raspó el plato con el tenedor y un chirrido tenue perturbó a los demás. Voltearon a verla de manera inquirente. Comía con el temple de alguien que planea su próximo asesinato. Enseguida Shirley reaccionó.

—¡Qué interesante! ¿Cómo dijo que se llamaba?

—Borsch. Es un plato muy conocido en Rusia. Era mi favorito. Aunque yo aprendí a hacerlo ya cuando nos enviaron... Quiero decir, cuando nos mudamos a Londres, ¿verdad, cariño? —preguntó a Peter. Él asintió con desinterés (tal parecía que a este no le agradaba compartir recuerdos tan privados con extraños, pero sabía que a su esposa le entusiasmaba hablar del pasado, aunque fuese uno no muy digno de contar)—. Era una época de zozobra para nosotros. Estábamos tan jóvenes. Y el régimen... Bueno —observó a su marido, y rápido adivinó que él no se encontraba muy cómodo—, el gobierno, pues, nos permitía ciertos tipos de alimentos que debíamos preparar en occidente por... eh... algunas razones...

—Suena muy terrible que le digan qué comer, aun fuera de su país —opinó Shirley—. ¿Es verdad que en Rusia te llevan a un campamento de concentración si desobedeces?

Peter se aclaró la garganta muy fuerte.

—Más o menos —dijo Elena—. Las... eh.. ¡Ay, los medios de occidente exageran un poco! Nada más lejos de la realidad.

—En Rusia —intervino Patrick— deciden tu propósito desde muy temprano, Shirley. Si bien allá no lidias con buscar un empleo, el régimen te controla apenas naces. Tienes una importancia muy grande aun cuando apenas eres un bebé. Como los jugadores de ajedrez. Los entrenan en recámaras vacías, sin la posibilidad de socializar ni ver siquiera el sol. Dicen que en toda su vida no son conscientes del mundo exterior. Por eso es que se vuelven monstruos irracionales. De la misma forma forjan a sus sicarios y espías, para despojarlos por completo de su humanidad. No puedes escapar de ellos, porque los entrenan como si fuesen armas humanas. Cumplirán sus objetivos así te hayas mudado a la otra punta del globo. Esa es la forma en la que ven la vida los comunistas.

—Ay, ¡eso es horrible! ¿Los rojos no tienen libertad?

—¿Alguien quiere más? —preguntó Elena, con la voz alzada.

—No, gracias, mamá, señora, cariño —dijeron todos—, así está bien. Ya me he llenado.

—Por cierto, linda —dijo Elena, refiriéndose a la amiga de Tabatha—, ¿avisaste a Molly que cenarías con nosotros hoy?

—Sí, señora.

—Mi padre no está en casa —respondió Patrick al sentir la mirada de Elena encima—. Y mi madre se entretiene mucho con su trabajo. Además, ella ya sabe que me cuido solo.

—Muy bien, chicos. ¿Postre? ¿Quieren postre? ¡Oh, Tabatha! ¿No te gustó la sopa? ¿Está fría? ¿Quieres que te la caliente otra vez?

—Mamá, ¡¿por qué tienes que fingir que todo está perfecto?! —preguntó ella a gritos, señalando a Patrick. Se había levantado. El aludido, sin evitarlo, agachó el rostro. De pronto subvino un silencio tenso—. ¿Es que nadie hablará de lo que ese idiota hizo?

—Tabatha —la llamó su hermano—, por favor...

—Ese bastardo te golpeó muchas veces, Leon. —Sus padres la llamaron igualmente por su nombre, pidiéndole que se detuviera—. Te arrojó a un río, se burló de ti y te considera débil por tu aspecto. ¡Y ahora está aquí, comiendo con nosotros como si nada, mientras tutea a mi madre, come de su sopa y nos sonríe cual si fuera un buen amigo!

—Le dije que ya no tenía importancia lo que hizo. Quiere hallar la verdad, igual que yo.

—Pero no es justo. Tenemos dignidad. No es bueno que aceptemos a personas nefastas como él y su maldita familia, que tanto daño nos han hecho.

—¡Tabatha! —gritó su madre—. ¡No maldigas a su familia en esa forma!

—¡Hija, ya basta!

—¡No es justo para ti tampoco, papá! Ese viejo loco del señor Anderson también te ha intimidado. Esto no puede seguir así.

—Tabatha, será mejor que pares o te castigaré —zanjó su madre, con el cuchillo en la mano; por supuesto, no la amenazaba con el cubierto, sino que solo la apuntaba—. Ignoras lo que ocurrió antes de que vinieras. Deberías saber que ellos hicieron las pases, lo que yo quise desde un inicio. Estoy harta de esos conflictos shakesperianos entre nuestras dos familias. Y él tiene tanto derecho a la redención como cualquier persona.

—Eso se llama hipocresía.

—Pues él fue el único que quiso ayudarme —espetó Leon—. Se supone que eres mi hermana, la primera que debe apoyarme, y no quisiste ni creerme sobre que Héctor no era el asesino. Acuérdate de lo que me contestaste en el funeral de Andrea.

—Ya hablé de ello con Shirley.

—Pues te tardaste. No puedes llegar tres horas después y juzgar a todo el mundo.

—Amiga, por favor... —dijo Shirley—, no seas rencorosa con él.

—«Rencorosa» —repitió con saña—. Pues me niego comer si él no se va.

—Muy bien —dijo Patrick, ya harto y compungido por las acusaciones. Abandonó los cubiertos y alejó el plato—. Si eso es lo que debe ocurrir, pues por mí no hay problema. A decir verdad, Tabatha tiene toda la razón y está en su derecho de quejarse. Por favor no la castiguen. Siento mucho las incomodidades, señora Krasinski. Deliciosa comida. Buenas noches.

El joven se levantó y se fue a la puerta, seguido por Leon, que quería detenerlo. A su vez, Tabatha corrió a su habitación, sumamente ofendida. Shirley ya solo se quedó a solas con los padres, tanto aterrados como molestos.

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—Patrick, ¡espera! —le dijo su nuevo amigo. Ya estaban en el sendero del jardín. Al fondo cantaban los grillos—. Tabatha no sabe nada.

—¿Te preocupa que me sienta mal por lo que me dijo?

El silencio de Leon confirmó esta cuestión.

—Ella tiene razón, Krasinski. —Subió los hombros—. Te traté de la mierda por años, y ahora que he perdido a mis amigos, que mi familia se encuentra en el peor de sus momentos; que, quizá, la única amistad real que haya tenido en mi vida está en la cárcel esperando una sentencia tal vez de las peores, llego como si nada a pedirte ayuda. Eso quería decirte cuando veníamos para acá y no querías escuchar disculpas. Tiene razón, es raro que ahora, después de todo lo que te hice, coma en tu casa como si fuera un amigo de toda la vida. Me siento solo, ¿sí? No tengo a nadie. Estoy medio desamparado...

—De eso ya me he dado cuenta. Sería un tonto si no lo viera.

—¿Y de verdad no tienes ningún problema con ello?

—Es lo que quiero que entiendas: para mí es una pérdida de tiempo hablar de sentimientos. Las emociones nunca han sido racionales; son cosas que enceguecen y empañan la realidad. Tabatha se rige por lo que siente, y por eso ha metido la pata esta noche, pero quiero que sepas que a mí me importa una mierda. Lo único que deseo es saber quién es ese hijo de puta que está haciendo que este pueblo se comporte peor de lo que ya lo hace. Además, hice que te arrestaran. Tampoco lo conseguiste tan fácil. Considéralo como un filtro que has superado. ¿Cuenta o no?

—Eres raro, Krasinski. No sé cómo no me di cuenta de lo genial que eras.

—No seas cursi o te echaré de una patada de mi jardín.

Patrick se rio a carcajadas.

—Sabes a lo que me refiero, Krasinski.

—Bueno, tenías que fingir para esos tarados. Es algo que entiendo.

—Ya no me importan esos tarados.

—Lo sé.

—Muy bien, Señor Genio —dijo Patrick, haciendo su gesto con la corbata—. ¿Cuál es el siguiente paso?

Leon se puso a pensar en ello. No lo había planeado. Pero en aquel instante apareció detrás de él Shirley, con su bolso en el hombro. Ya estaba dispuesta a volver a su casa.

—Hola, chicos, los oí hablar. Quería irme contigo, Patrick, ¿puedo?

—Está bien. Te llevaré a casa.

—Vivo más lejos que tú. Mejor déjame en la esquina de...

—Te llevaré a casa —repitió él con severidad—. No quiero que seas la siguiente víctima de ese cabrón.

—Bueno, gracias. Y... eh... He oído que desean detener al asesino.

—Ajá —respondieron ambos.

—¿Puedo unirme a ustedes?

—¿También quieres ser parte del club? —preguntó Leon con ironía.

—Sí. La verdad es que desde que perdí a Andrea, mi vida no es la misma. Quiero justicia. Yo tampoco creo que ese jardinero haya sido el asesino.

Ellos asintieron, aprobando su decisión.

—¿Podemos vernos mañana temprano, chicos? —inquirió Shirley.

—¿Aunque no haya clases?

—Sí, Patrick. Espero que no les importe si es detrás de la escuela. Conozco un sitio en el bosque que es seguro. Allí iba con las chicas antes de conocer a Tabatha.

De nuevo, ellos solo aceptaron.

—¿A la hora de entrada? —quiso saber Leon, con el capricho de levantarse tarde—. ¿No puede ser después?

—Sí, perdonen. Tendré que irme a San Luis al mediodía. Ustedes saben, pasado mañana es Día de Acción de Gracias. Iré a pasar el fin de semana con la familia de mi padre.

La cita quedó concertada. Se despidieron con la promesa de que Shirley compartiría su punto de vista del crimen de aquella noche. Leon esperó a que la silueta de sus compañeros se desapareciera detrás de los matorrales, antes de cruzar la puerta. Adentro halló a su madre sollozando y a su padre consolándola. Bastó una mirada de Peter para que Leon supiese que debía ayudarlo a charlar con su hermana.

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