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Capítulo 28

Hace días que la casa sin Topsy era distinta. A nadie le gustaba así. Bruce Anderson no lo admitía, desde luego, pero la nueva empleada no era tan dócil. Ella, a diferencia de la anterior, era rubia, más joven y un poco coqueta con los hombres de la casa. Patrick no le prestaba mucha atención a sus insinuaciones, pues le parecía muy tonta por demás; aquella fingía que la mancha en su nariz le preocupaba, y le intentaba tocar el rostro.

Aunque se desempeñaba muy bien en la cocina, cumplía sus deberes a tiempo y era rápida con los recados, aún más que la antigua criada, Ana gustaba de revolcarse con extraños sobre los muebles. Esto supuso Violet un día, que notó la ausencia de uno de sus jarrones preferidos, además de huellas sobre las superficies de madera, que contaban historias muy comprometedoras. La señora Anderson revisó la basura, apenas un momento después de haberse dado cuenta, y halló los pedazos del jarrón en una bolsa de papel, metidos allí con cierta discreción. Así quedó clara la afición de Ana por invitar muchachos a la casa. Las tardes en las que Violet iba a gestionar la construcción de su edificio, al este del pueblo, Ana aprovechaba para divertirse, según lo determinaba la propia Violet. Más tarde surgió una divergencia entre Bruce y su esposa: el primero decía adorar a Ana, mientras que ella exigía que se le echase y volviera Topsy.

Patrick quedaba abrumado en medio de las discusiones.

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Un día que debía jugar al ajedrez, a Patrick se le amontonó todo en su cabeza. Repasaba una y otra vez la detención de Héctor, el golpe de Warden (vaya que era un hombre que sabía pegar duro) y ahora la disputa por el regreso de Topsy, la cual no llevaba a ningún lado. Parecía como si el matrimonio ya fuese uno infeliz. De nuevo le frustraba el hecho de que su papá no admitiera que se había equivocado. Siempre salía con alguna evasiva, y si lo tenías arrinconado con un buen argumento, tú tenías la culpa, así sin más. ¿Por qué no lo aceptaba? ¿Por qué...?

—Jaque —dijo Paul Peyton, que, sonriente, deseaba festejar su victoria antes de tiempo—. ¿Qué pasó, Pat? Está decayendo tu nivel.

—No estoy decayendo, es solo que no me puedo concentrar como antes.

—Todavía te molesta que ese jardinero hubiese sido el asesino, ¿verdad? —dijo Jared Hammond—. Te comprendo. Si el mío resultara ser el Demonio, también estaría perturbado. Me imagino a ese maniático trabajando en mi casa, limpiando el jardín, y me aterra la idea de no saberlo.

Patrick apretó sus puños por debajo de la mesa, pero lo ignoró.

—Me siento muy mal por Andrew —agregó—. No ha salido de su casa desde que ese maldito jardinero mató a su hermana. Y para colmo no les regresan el cadáver, ¿pueden creerlo? Ya le han hecho demasiadas autopsias. Dicen que hay cosas que no entienden. No se ponen de acuerdo los detectives. Como si fuera muy difícil, ¿no? Yo creo que el ilegal buscaba divertirse con ella, y al verla sola, quiso hacer de las suyas...

Los chicos intentaron seguir jugando. Peyton se esforzaba, un poco tenso por la emoción de ganar su primera partida contra Patrick; Jared Hammond, no obstante, complicó las cosas opinando sobre la detención de Héctor y lo agradecido que estaba con ello. Porsi fuera poco, alardeaba sobre cuán orgulloso estaba de su propio padre, quienhabía atrapado al asesino.

—Por favor, Jared, intento concentrarme —pidió Patrick.

—Lo siento —replicó este, reprimiendo una sonrisa maliciosa.

—¡Jaque mate! —exclamó Paul, tras mover una nueva pieza.

Patrick masculló una palabrota.

—Tú nos reclamabas lo malos que éramos, y mira ahora quién es el que pierde. Si Andrew estuviera aquí...

—Es que me siento muy estresado, es solo eso. —Se tomó la cabeza y escondió la cara.

—Vaya, pues esa no me parece una justificación. Dame crédito.

—No es mérito tuyo, Paul —dijo Jared—, es que a Pat lo perturba lo del asesino.

—Sí, qué bien que lo hayan atrapado. Por fin se acabó esta pesadilla.

—¿Verdad? Ojalá lo ejecuten pronto. Esos malditos indocumentados solo vienen a... —Se detuvo cuando Patrick se había levantado. Sin comprender a qué se acercaba su amigo, intentando esconder la preocupación con una sonrisa nerviosa, Jared recibió un notable gancho por parte de Patrick.

Paul Peyton se levantó de un susto y quiso mediar, pero una vez que vio lo furioso que estaba su rival de juego, evitó intervenir. Patrick levantó a Jared del cuello de la camisa y lo estrelló contra una pared. Aquel escupía sangre y dejaba que el miedo embargara su mirada. Nunca habían visto a su líder tan furioso.

—No vuelvas a hablar de cosas que no entiendes Hammond, o te arrancaré diente por diente a puros puñetazos, ¿me oíste?

—¿De qué hablas? ¿A-acaso estás del lado del asesino?

—¡Héctor no era un asesino! ¡Ese hijo de perra del FBI lo acusó sin motivo! No quiero oírte hablar de él otra vez, ¡¿me entiendes o no?!

No esperó respuesta. Lo soltó, y Jared solo se limpió la sangre con el dorso de su mano. Patrick volvió al tablero de juego, como si nada.

—Te has vuelto loco, Patrick.

—¿Qué dijiste?

—¿Ahora defiendes a los asesinos? ¿Qué demonios te ha pasado? ¿Cuál es tu problema?

—¡Mi problema es que todos en este pueblo son unos ignorantes! —Pensó directamente en su padre, a quien imaginaba negando que Ana tenía defectos—. Mienten para complacerse. Se la pasan diciendo tonterías, hablando de temas que no comprenden. Ya estoy harto de que cada maldito habitante de este lugar no vea más allá de sus narices. ¡No entiendo por qué nadie acepta su propia mediocridad! Viven ensimismados en una realidad que se han inventado, y solo para estar contentos con ellos mismos. Les gusta pensar y comportarse como unos asquerosos borregos.

—Amigo —quiso mediar Paul, con las manos en alto—. Todos decían que Ed Gein era un sujeto muy amable, y mira qué escondía en realidad. Solo digo.

—¡Héctor no es un asesino! —dicho esto, lo apuntó con un dedo.

—¿Sabes qué creo? —dijo Jared—. Creo que te volviste marica. ¡Renuncio! No quiero seguir contigo en este club de mierda. Jamás me interesó este maldito juego. Yo me largo.

Patrick miró a Peyton una vez el otro hubo salido del salón, como para pedirle una contestación, pero en su lugar Paul hizo un gesto de reprobación y abandonó el club de la misma forma. No iba rápido, con quizá la intención de alcanzar a su amigo, sino que se fue encorvado y hacia el otro extremo del pasillo.

—¡Ni quien los necesite! —les gritó—. ¡Lárguense!

Y cual si nada, Patrick se sentó a jugar ajedrez contra sí mismo. Allí asestó un puñetazo contra el tablero, lanzó lejos al juego y desperdigó las figurillas por el suelo. Ya después de su rabieta, se dio tiempo para acomodarse la corbata frente al espejo.

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