Capítulo 24
Las Adorables se reunieron al salir de la comisaría y cumplieron con el protocolo de no ir ninguna por cuenta propia. En el camino hablaron de la valentía de Tabatha de haberse acercado a Benjamin, e incluso halagaron su idea de darle un regalo. Para Lara, su amiga era un modelo a seguir, pues ni en mil años ella habría realizado una hazaña similar. No había nada más complejo que acercarse al muchacho que te gustaba, decían las otras tres. Sin embargo, Tabatha había admitido que no era tarea fácil, que aun así se moría del miedo.
Continuaron su camino por las calles, ya más oscuras de lo que el reloj indicaba. A mediados de noviembre solía el sol ocultarse más temprano. Hacía también un frío muy helado, y para calentarse, las chicas discutieron qué Beatle era más guapo, si George, Ringo, Paul o John. Todas concluyeron, tres manzanas después, que Ringo era el menos agraciado, mientras que George era quizás el más sensible de los cuatro.
Pronto llegaron a la calle donde vivía Andrea, quien era la primera en quedarse sola. Se despidieron de su amiga, y esta caminó hacia su casa, que quedaba ya nada más a unos metros.
En lo que daba sus últimos pasos, Andrea rememoró su charla sobre los Beatles y quién era más guapo. Volvió a reírse. ¡Estaba claro que era Paul! Abrazó sus libros, como para refugiarse de un viento acompañado de más hojas secas y frío. Pensó que su madre la reprendería por llegar tan tarde y por haber salido sin un suéter. Odiaba aquello, pero era muy natural que las madres lo exigieran.
Cerca de su valla escuchó una melodía muy suave y romántica aunque bastante pasada de moda. La voz masculina tranquilizaba, y le hubiera evocado buenos sentimientos en caso de oírla en un entorno adecuado. Mas en aquel momento, Si no me importara de los Ink Spots no resultó ser gratificante, porque una vez hubo levantado la mirada, advirtió que el sonido provenía de un vehículo aparcado frente a su casa, con las luces interiores encendidas. Los faros, asimismo, se hallaban resplandecientes, y la máquina rugía, en espera del acelerador. Nadie, sin embargo, ocupaba el asiento del conductor.
Andrea creyó que era una broma de su padre o de algún chico que la pretendiese, pero no encontró a nadie cerca. Tampoco recordó el interés de ningún pretendiente al menos por los últimos meses.
—¿Hola? —preguntó hacia atrás de los arbustos, esperando que un muchacho saltase para sorprenderla—. ¿Hay alguien aquí?
Debía pasar al lado de ese coche si quería entrar al jardín de su casa, así que, con un malestar muy por dentro, ignoró el hecho. Sostuvo sus libros con más fuerza y avanzó a paso rápido hacia la puerta de su cercado, pero tras dejar el vehículo atrás, Andrea sintió un brazo en su cuello y una mano en su boca. Los libros cayeron al suelo, junto con la bolsa de lápices.
—Gritar no podrás. No te soltarías —dijo el agresor en su oído con un acento muy raro—. No para soltarte.
Andrea asía los brazos del sujeto, pero su fuerza no era suficiente para quitárselo de encima.
—No correrás. ¡No va a correr! —La arrastró hacia la cajuela del coche, del cual emanaba la música, e intentó meterla allí. Pero, en lugar de que aquel la sometiera con facilidad, se le complicó. Andrea de repente tuvo la oportunidad de empujar un poco el codo, además de morderle un pedazo de carne—. ¡Ah, mierda! ¡Otra vez!
La soltó. La joven, por ende, fue capaz de escaparse. Quiso ir a su casa para pedirle a su madre o hermano que saliesen a su ayuda, pero el hombre hizo unos saltitos extraños como para cerrarle los caminos. Aquel imitó sus movimientos en cuanto trataba de sortearlo. De nuevo gritó, y aunque su garganta era fuerte, el silbido del viento a través de la fronda opacó el vigor de su voz. No le quedó otra opción más que huir al norte. Tropezaba por momentos. Golpeaba las cercas, provocando a los perros, y trataba de gritar mucho más. Era inútil. En un punto de la persecución, para su mala suerte, sus cuerdas vocales terminaron desgastándose. El asesino persistía detrás de ella, corriendo como si fuese un mono, con unos modos de lo más caricaturescos. Incluso gemía o reía para asustarla adrede, no se sabe.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro