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Capítulo 20

Las Adorables ensayaban en la privacidad de un aula dispuesta solo para ellas. En una pared se hallaba el logotipo de la banda en letras grandes: «The Lovely Ones». Lara, Shirley, Andrea y Tabatha, que componían este cuarteto, bailaban en el centro del salón al ritmo de una canción llamada El jefe de la pandilla. Hacían como que cantaban, con la canción real de fondo, reproducida en un tocadiscos más allá. Los ensayos debían realizarse con más ímpetu, ya que se aproximaba la fecha en la que presentarían el espectáculo. Era para un evento de Día de Acción de Gracias.

Tabatha había sugerido esta canción porque se identificaba con la letra. Cuando la escuchaba, pensaba en un amor imposible. Reservaba de su propia imaginación un nombre, pero muy por dentro sabía quién era la inspiración. Según la temática de la canción, una jovencita se enamoraba de un muchacho que le llevaba mucha más edad y que además pertenecía a una pandilla de motoristas. Para los padres esto era inaceptable, así que ellos le impedían a la chica salir con él. «Es una injusticia de tamaños bíblicos que no te permitan darle tu corazón a quien crees que pertenece», así veía el mensaje Tabatha. Entonces, semejante impedimento hizo que el jefe de la pandilla perdiese la cabeza, condujera como desquiciado por la autopista y se matara en un accidente. Las demás cantantes aludían a esta tragedia, cantando al fondo. Y Tabatha era algo así como la modelo, mientras Shirley le prestaba su voz y las otras dos hacían de coro.

Era fácil para las cuatro. Tenían talento, sobre todo Shirley, que cantaba con una voz muy aguda aunque agradable. Ya era la tercera sesión, y quedaban otras dos o tres, repartidas en la siguiente semana. Aún debían incluir a quien interpretaría al motociclista. Pero en aquella ocasión el desempeño de Tabatha no igualaba al de los anteriores. De esto se dio cuenta Shirley, para quien ella solo fingía, en lugar de actuar como era debido. A sabiendas de que Tabatha venía de una experiencia traumática, Shirley llamó su atención, pero cuidando de no perturbarla. Su modo había sido de conmiseración. Lara y Andrea inevitablemente se contagiaron del sentimiento por su amiga.

—Me siento bien, no es nada.

—Querida —insistía Shirley—, claramente no te estás enfocando en los movimientos. Se nota a leguas que tus actuaciones son fingidas. Pareciera que vas a desmayarte o algo así. Pero no te estoy reprendiendo, como te lo he dicho, sino que me gustaría saber si podremos contar contigo para el Día de Acción de Gracias.

—¡Pues claro! Es solo que... que...

—Todavía sueñas con la voz del Demonio de Sweeneytown, ¿cierto? —preguntó Andrea—. Te comprendo demasiado. Yo soñaría con ese canalla si me pasara a mí. Mi madre dice que las víctimas que logran escapar a este tipo de hechos se vuelven un poco sensibles con respecto a la pasada experiencia.

—¡Oh, Andrea! —dijo Shirley—. Un poco más de empatía. ¿Qué no te das cuenta de que no eres tú quien pasa por esto? Tabatha, amiga, si necesitas salirte no hay problema. Si nos lo dices desde ahora, no pasará nada. Te encontraremos a un reemplazo.

—De hecho, no deberías haber comenzado a ensayar desde un principio —dijo Andrea.

—¿Qué dices, Andrea? Era obvio que Tabatha no tenía ningún problema —replicó Shirley—. ¿Acaso estás insinuando que es débil?

Mientras las chicas continuaban discutiendo por aquel punto tan intrascendente, la callada Lara y Tabatha se miraban entre sí, sin saber cómo deshacer la discusión. La otra se mordía las uñas y no aparentaba ninguna intención de dar su punto, por lo que Tabatha aprovechó este fugaz momento para reflexionar. En un minuto llegó a la conclusión de que por fin hablaría de su verdadero sentir.

—Chicas, yo...

—¿Qué pasa? —preguntaron ambas al mismo tiempo.

—Les seré sincera. No tiene nada que ver con si estoy traumada o débil. Por favor, dejen de mencionar detalles que no tienen mucho que ver. La verdad es que siento que es mi culpa todo lo que está pasando.

—¿Tu culpa? ¿A qué te refieres? —Shirley había hablado con la postura de una madre preocupada.

—No debí de haber dicho lo que dije.

—¿Sobre qué?

—En el hospital. Le dije cosas al alguacil que han generado un remolino. Me arrepiento. Todo esto es mi culpa: que molesten a mi hermano, las habladurías que hay ahora, que los del FBI anden por ahí molestando gente...

—Querida Tabatha —Shirley encabezaba ahora la opinión de su grupo, como una portavoz. Le puso su mano en el hombro—, te recomiendo que te tomes un descanso. No es bueno que sigas sacrificándote por nosotras. No es necesario. Imagínate que te da una crisis en plena presentación y...

—Creo que no deberíamos estar haciendo nada de esto —interrumpió Andrea.

—¿Ahora por qué dices eso? —Shirley se mostró ofendida—. Llevamos un muy buen progreso. Sería ridículo que echemos todo por la borda ahora. Sería una verdadera pérdida de tiempo y esfuerzo, de todas...

—¿No lo entiendes, Shirley? —insistió Andrea—. Nada. No deberíamos estar aquí. La escuela debió de haber cerrado hace mucho tiempo.

—Bueno, querida, el director no quiso...

—Él no tiene la razón. Deberíamos de estar en nuestras casas.

—¿Y cómo crees que te vas a resguardar en tu casa? —Shirley ya se encontraba molesta—. ¡Dime! Es absurdo cerrar la escuela. Digamos que no vienes a clases, que todo ha sido cancelado: el festival, las evaluaciones, nuestra presentación, todo. ¿No piensas que de igual manera el Demonio de Sweeneytown vendría por ti? Para él sería tan fácil vigilarte desde la calle. Entrará en cuanto se percate de que puede entrar por cualquiera de tus ventanas.

—Por favor, para —dijo Tabatha—. Y deja de llamarlo así. No me gusta.

—¿Cómo? El Demonio de Sweeneytown? Así es como lo llamamos ahora...

—¡Por favor! —Tabatha se perturbó y se dio la vuelta.

—Ese es su nombre, Tabatha, y aunque no te guste... —Shirley se detuvo cuando comenzó a sentirse cohibida, con tanta atención sobre ella. Incluso Lara, que no tenía interés en hablar, le dirigió una mirada reprobatoria con el ceño fruncido. Reflexionó un instante y se dio cuenta de que se había comportado como una egoísta—. L-lo siento, amiga. No quise...

—Está bien —respondió esta, aún de espaldas—. Solo no me gusta que usen ese nombre. Es patético.

—No es tu culpa nada de esto, amiga —comentó por fin Lara—. Lo que le hayas dicho al alguacil fue seguramente la verdad.

—Fue la verdad. —La chica se dio la vuelta—. ¡Pero no pensé que generaría tantas consecuencias!

Andrea reprimía las ganas de hablar, pero al poco fracasó.

—¡Insisto en que deberían cancelar las clases hasta que atrapen a ese malvado! Yo no me siento segura viniendo con ese monstruo por ahí. Y sé lo que me dirás, Shirley, pero no es justo ni para Tabatha ni para nadie.

—Esto se ha vuelto un sanatorio —comentó Shirley. Después de hacer un ademán de berrinche, fue y se cruzó de brazos, con la cara a la pared.

—Y no entiendo por qué el director Schmidt se cierra a esa opción.

—Dice mi madre —intervino Lara McGraw—, que tal vez es porque él es sí es el asesino.

—Te he dicho que él es muy viejo para eso, Lara —dijo Shirley.

—Pero tiene razón, ¿no? —dijo Andrea—. Yo creo que él es un nazi.

—Y finge que no lo es para cometer sus crímenes —añadió Lara con molestia, aunque poco convencida de sus propias ideas.

—Al final Diane era judía —convino Andrea—. Pudo ser su primera víctima. Luego le gustó, ¿no es así, Shirley? Tal y como lo diría tu padre.

—¡Chicas! —gritó Tabatha—. Estamos perdiendo la cabeza. Será mejor que sigamos ensayando y le dejemos lo demás a las autoridades, ¿quieren? Y-ya... ya se me ha pasado. Me siento mucho mejor. Por favor, dejemos de hablar de ese asesino y sigamos ensayando. ¡Tengo muchas ganas de hacerlo mejor esta vez!

Shirley fue la primera en asentir al escuchar a su amiga. Volvieron el disco a la primera pista, y otra vez estaba allí la historia de amor entre la colegiala y el pandillero. Tabatha agradeció que su cabeza se ocupara ahora de aquel otro personaje que reinaba en sus pensamientos.

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