Capítulo 18
Leon estaba recargado junto al marco de la puerta de la alcoba de sus padres. Había escuchado la conversación a través de una rendija. Al oír el silencio, el joven pegó la nuca a la pared y se sumergió en cavilaciones retrospectivas. De nada servía que le dijesen una y otra vez que había nacido en Nueva Jersey; él sufría de una aguda indecisión de todos modos. Por dentro no se sentía estadounidense, ya que su sangre provenía del este de Europa, un mundo completamente distinto, y lo que le resultaba más tormentoso es que por alguna razón tampoco creía pertenecer a un sexo en específico. No entendía a qué se debía tal confusión con su cuerpo. Solo existía y ya. A menudo no se veía a sí mismo como un hombre aunque se identificaba mayormente con este género; en otras ocasiones se sentía mujer, y muchas otras divergía entre ambos. En fin, era como si fuese ambos a la vez y al mismo tiempo no. Sin embargo, al parecer a su familia poco les importaba cómo fuese su apariencia, detalle que en cierta manera agradecía. Él era el único que no sabía de dónde era, quién era o qué era.
«Quiero ser igual que ustedes», le decía al mundo. «Me gustaría ser como los demás».
Podría decirse de esto que era una maldición, una con la que sufría día y noche, sobre todo con la incomprensión de la sociedad encima, pero Leon tenía una manera particular de ver la vida. Cuando se sentaba en la comodidad de su escritorio, como lo hacía ahora mismo frente a su máquina de escribir, creía que sus escritos le daban voz al fantasma que vivía dentro de su cabeza. Ya no requería de un manicomio. Se identificaba con sus propios monstruos. Creaba criaturas de otros planetas, que no solo tendían a pelear grandes batallas contra la humanidad, sino que a menudo comprendían los sentimientos de sus enemigos y entraban en fuertes crisis. Leon escribía acerca de seres de otras dimensiones, en apariencia aterradores, que se asemejaban mucho a él. Pero no vertía sus propios sentimientos en estos; al contrario, los dotaba de sus propios dilemas.
Continuó con uno de sus cuentos hasta que dieron las once de la noche, la hora en la que solía ya irse a dormir. Arrancó la hoja de su máquina y circuló en rojo los cambios que haría al día siguiente. Leía una y otra vez, hasta que pensaba que de tal manera sonarían mejor las frases.
En su pared, allí mismo detrás de su máquina de escribir, Leon tenía un par de recortes de periódico. En uno se leía: «Cuento de la semana, "El androide de todos los milenios"». La trama iba de un robot creado en el futuro para recabar información del pasado, que serviría para resolver problemas de su propia época. De donde venía, asimismo, la vida natural ya no existía como tal. Pero el robot acababa escapándose a nuevas eras para convivir con distintas generaciones humanas, pues le fascinaba lo puros que eran los seres humanos antiguos. El segundo cuento publicado se titulaba «El destructor». Trataba sobre un hombre al que lo habían utilizado para convertirse en un arma, pero que, a pesar de que su cuerpo estaba consumido por lo artificial, él aún seguía siendo humano; no dejaba de tener recuerdos, de sentir amor.
Leon ganó dinero con ellos. Y esperaba publicar más, quizá novelas.
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