Capítulo 1
Leon Krasinski llegó a la fiesta disfrazado de Marilyn Monroe. Esta vez no había escondido su largo cabello rubio, sino que ahora lo presumía, e imitaba muy bien el corte de la fallecida actriz.
La casa estaba atestada de monstruos: por un lado estaba el hombre lobo, hasta atrás charlaban condes Drácula y por el medio caminaban la novia de Frankenstein y Merlina. Se les notaba divertidos. Unos bailaban el twist, al ritmo de la canción de Monster Mash. De esta manera, Leon se sintió por fin seguro, en un mar de fenómenos igual que él, según su criterio.
Su rostro era el de un muchacho muy bello, por así decirlo; había heredado las delicadas facciones de su madre. Sus brazos también eran muy delgados, igual que el resto de sus extremidades, y podían confundirse con los de cualquier chica; pero la forma de sus hombros estaba un poco marcada por sus huesos anchos, para lo cual los escondía en una estola de zorro artificial.
Sin embargo, como su hermana no aparecía para recibirlo, decidió quedarse cerca de la puerta. Cogió un vaso y se sirvió del ponche. Bebió con timidez, mientras se acomodaba una y otra vez la estola.
Miró al pasillo que llevaba a la cocina. Nada. Se asomó a la estancia contigua al vestíbulo, donde reposaba un piano de cola. Tampoco. Tabatha debía venir caracterizada de Cleopatra, pero solo encontró una o dos momias.
Se desesperó. Comenzaba a frustrarse. En su mente increpaba a Tabatha por haberlo dejado plantado en una fiesta de disfraces. Ella sabía que detestaba las fiestas en las que estaría solo. Ella sabía que odiaba cualquier reunión con más de cuatro personas, incluyéndolo. ¿Por qué había sido tan desconsiderada?
Y bebió otro traguito más, antes de asomarse por quinta vez hacia el jardín.
—¡Lesley! —oyó la voz de Patrick Anderson, el jugador de ajedrez. Se trataba de un joven alto, de ojos alicaídos como llenos de arrogancia, y con una cara de emociones inciertas. Había en quienes se advertía en un dos por tres si se encontraban furiosos o felices, pero en Patrick era imposible adivinar cualquier expresión. Su cuello era delgado, largo y casi tan abultado como el de Leon. No estaba disfrazado, solo llevaba su típico traje de corbata, que lo hacía lucir como a un integrante de los Zombies. Además, iba acompañado de otros tres jóvenes. Juntos sí parecían alguna banda británica de moda.
Leon lo ignoró, e intentó escabullirse entre un grupo de muertos vivientes muy mal maquillados. Uno de ellos quedó cautivado con su preciso disfraz de Marilyn. Cuando uno se le acercó, este solo rehuyó la mirada.
—Hola, Marilyn. ¿Quieres twistear?
—No, gracias. —Aunque su voz era masculina, tenía una dulzura que de primera impresión no podía advertirse como tal.
—Sí te pareces a ella. Muy bueno el truco del rímel, ¿eh? Parece que has llorado hasta que te quedaste dormida tras acabarte las pastillas. ¡Muy realista!
Él no quería que le insistiera, así que solo bajó su estola de zorro y le mostró su cuello. Esto había sido suficiente para que el joven hiciese una mueca de desagrado y se largase a otro lado. Su cuello evidenciaba una notable manzana de Adán, la primera prueba de que Leon no era lo que aparentaba. La segunda prueba era su pecho, pero este también estaba oculto bajo el pelaje sintético.
—¡Lesley! —oyó de nuevo, ahora a un par de pasos atrás.
—¿Qué quieres, Patrick?
—¿Te vas a poner a la defensiva? —preguntó con un tono de amenaza—. Solo venía a elogiar tu disfraz. Te pareces. Lástima que no lo hagas por debajo del vestido.
—¡Lárgate! —Pasó a su lado, sin importarle cualquier consecuencia.
Y al hacerlo, Patrick lo sujetó del brazo.
—Disfruta la fiesta, Krasinski. —De nuevo ese tono que significaba «te patearé las bolas si me faltas al respeto». Pero a Leon solo le dio igual y se quitó su garra de encima—. Lindas pantorrillas, por cierto. ¿Te las afeitas todos los días? —Echó una risita junto a sus amigotes. Incluso le lanzaron piropos irónicos.
Él siguió por la fiesta, ya más desesperado que cobrador de impuestos en la puerta de un deudor. Dejó el vaso medio lleno sobre un recibidor y avanzó hacia la cocina. Otros también lo tomaron por mujer y le hicieron miraditas.
De Tabatha, por cierto, seguía sin haber señales.
—¡Oh, por Dios! —exclamó una chica de voz de pájaro. Ella y sus dos compinches iban disfrazadas de animadoras. Sus faldas eran azules y les llegaban hasta los tobillos. Las tres vestían un suéter blanco con una S bordada en el pecho. Llevaban un corte a la moda, aquel de puntas curveadas. Todas tenían un diadema—. ¿Ya vieron, niñas, quién se ha disfrazado de Marilyn Monroe? —Cubrió su boquita, también de ave, y sofocó una risita burlona. Las amigas se mofaron de él, de una forma un tanto ingenua—. Estás muy guapa, Leon.
—¡Vaya! —dijo Andrea Gale—. Te sienta bien el vestido. ¿Es de tu mamá?
—¿No quieres unirte a nosotras, querida? —dijo Lara McGraw, con un poco de timidez.
Ninguna sonó en realidad malintencionada, de manera que Leon apenas esbozó una sonrisa. Ya después solo estuvo interesado en encontrar a su hermana. Sabía que ellas, más que el grupo musical de la escuela (llamado por cierto Las Adorables), eran las mejores amigas de Tabatha. En los sábados que su hermana salía de compras, era muy seguro que fuera con ellas.
—Shirley, ¿dónde está Tabatha?
—¿Cómo? —preguntó la pajarita—. ¿No vino contigo?
—No. Se supone que me encontraría con ella aquí.
—Yo le pregunté —decía Andrea Gale— si vendría con nosotras a mi casa a disfrazarse, y dijo que no. Según ella, no se vestiría de animadora.
—Ya saben cómo es —intervino Shirley Flanagan—: siempre tiene una sorpresa.
—No quiero echar a perder su sorpresa —continuó Leon—, pero se disfrazó de Cleopatra. Me avisó que aquí estaría a las ocho, y ya pasan de las ocho y media. —Miró su reloj de pulsera—. Creí que, después de todo, habría decidido venir con ustedes.
—A lo mejor sigue en tu casa —sugirió Lara Lara McGraw. Como su voz era muy suave, todos acercaron el oído. La música impedía oírla bien—. Quizá todavía no ha terminado de maquillarse.
—No lo creo, Lara —comentó Andrea Gale—. Cleopatra no requiere gran cosa.
—Querida Andrea —dijo Shirley Flanagan—, Cleopatra es un personaje muy complicado. Tienes que delinearte muy bien los ojos y ponerte esa sombra azul con mucha precisión. ¿No has visto la película? Elizabeth Taylor lleva muchos harapos encima. No es cualquier cosa.
—Shirley tiene razón, Andrea, pero ella venía conmigo. Yo sí vi cómo iba caracterizada. Cambió de opinión o algo así, y dijo que me alcanzaría, pero no le pregunté nada. Yo solo supuse que vendría con ustedes. Ahora me encuentro con que están aquí solas.
De pronto, tanto Shirley como Leon se miraron el uno al otro con los ojos bien abiertos. Andrea y Lara hicieron un respingo y la preocupación envolvió a los cuatro. Shirley caminó hacia donde estaba el refrigerador, se asomó por la ventana que da al jardín y volteó hacia ellos. Ya tenía el rostro inundado de terror.
—¡No puede ser! —exclamó, sin más—. No debiste dejarla sola, Leon.
—Tabatha es muy independiente —rezongó el chico—. Nunca acepta sugerencias que insinúen que te preocupas por ella.
—¿Y si el asesino...? —intentó preguntar Andrea.
—¡Oh, por Dios! ¡La raptó el asesino! —exclamó Lara, alarmada.
—¡Ni lo mencionen, chicas! —advirtió Leon, preocupado.
Como una jugarreta perversa del destino, el grito de una mujer a la distancia dejó pálidos a los presentes. Incluso la música se detuvo. Algunos espabilaron y comenzaron a reírse con nerviosismo. Semejante broma de Halloween les habían jugado, se dijeron, y aun así se mantuvieron a la expectativa. Pero ni Leon ni las porristas quisieron esperar a que fuese una jugarreta, pues corrieron sin pensarlo hacia el jardín. Por la acera venía alguien de vestido blanco, sumamente alterada. Corría, caía y se levantaba. Supieron que era Tabatha, quien además parecía escapar de algún agresor que la perseguía.
Leon acudió a ayudarla. Le hizo preguntas que esta no pudo responder. Apenas la podía sostener en brazos; a Tabatha no la aguantaban sus débiles piernas. Ella insistía en que un hombre venía detrás, con la intención de hacerle daño, pero Leon no pudo entenderle bien debido a que esta jadeaba.
Detrás de ellos, Patrick y su grupo de amigos estaban al tanto de la situación. Habían regresado a la casa por armas. Solo contaban con unos bates de béisbol, con los que se fueron a esperar a quien hubiera atacado a la pobre Tabatha. Esperaron a la mitad de la calle, pero no había nadie. Allá solo aguardaban la penumbra, los amarillentos fresnos, las casas y los automóviles aparcados.
Nada. Nadie. Ni rastro de ningún asesino.
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