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Parte 4

A esa noche se sucedieron muchas otras noches de pasión. Varias veces pensé en retomar mi antiguo comportamiento humillante, más no podía hacerlo, por algún motivo ya no podía dañarlo. Gian me había tocado en lo profundo, me había mostrado cosas que jamás pensé que vería, y había logrado en mí un milagro que jamás había creído posible: había hecho que un demonio se enamorase con locura. Me había costado mucho, pero al fin lo había admitido.

No pensé que ese hecho pudiese acarrearme consecuencias, por más que había oído algunas historias al respecto durante mis primeros años como demonio. Fue por eso que decidí no prestar atención a cualquier clase de advertencia que recibiera.

Disfrutaba de cada momento con él. Pasábamos largas horas en silencio, solo mirándonos el uno al otro tras haber hecho el amor con intensidad.

Él era mi perdición. Pronto dejé de responder a los llamados de humanos desesperados por hacer un trato conmigo, y con eso dejé de alimentarme de la energía que ellos me garantizaban para seguir fuerte y con vida. Si bien aún podía alimentarme de la energía de Nidia, eso no sería suficiente... Pero poco me importaba, solo quería pasar la mayor cantidad de tiempo que pudiera con Gian.

Un par de meses más tarde nos casamos. Sabía que eso era algo estúpido ya que no podría poseer ese cuerpo por siempre, pero no podía evitarlo. Además pronto la humana que estaba poseyendo quedó embarazada, cosa que me costaba aceptar pero que llenaba de felicidad a Gian, y si él era feliz yo también me sentía feliz.

Él pasaba horas recostado contra mi abdomen, callado por completo, quizás intentando escuchar algo.

—El bebé es aún muy pequeño —le dije un día—. No podrás comunicarte con él.

Y luego sucedió algo que no me esperaba, algo aterrador que me demostró que las historias que había escuchado no eran puro invento de nuestros superiores para mantener a los demonios bajo control.

Gian se retorció mostrando una mueca de dolor y comenzó a toser y escupir sangre sobre la cama. Me levanté lo más rápido que pude y llamé a un médico para que viniera a verlo. Este le dio una medicación para calmar su malestar y pronto mi marido estaba dormido.

—Le queda poco tiempo de vida —me anunció el doctor—. Unos días, no más que eso.

—¡No! ¡Es imposible! —exclamé. No podía creerlo. No aceptaba la idea de perderlo.

—Lo siento mucho, señora —se disculpó el médico—. No hay nada que pueda hacer. Solo dele estos medicamentos para aliviar los síntomas. Es lo único que puede hacer para que se vaya sin sufrir demasiado.

Sentí dolor en mi pecho por primera vez en mi vida, angustia, ansiedad. ¿Cómo podía un ser tan oscuro como yo sentir todo aquello? Era increíble.

Decidí hacer algo para ayudarlo, para salvarlo; pero como yo no podía usar mis poderes para curarlo, debería hacer un trato con un demonio superior. Y yo sabía a quién debía acudir.

Al otro día, mientras Gian descansaba, subí a la habitación donde Nidia me había llamado once meses atrás. Mi tiempo en su cuerpo estaba contado, no me quedaba más que un mes por delante, pero debía hacer algo para sanar a mi amor antes de tener que partir.

—Bueno, bueno... Si no es el demonio de quien se habla en todo el inframundo —me saludó Azairel, mi superior, con voz despectiva—. El demonio que se apropió del cuerpo de una mujer para acostarse con el hombre de quien se había obsesionado y del que ahora, sin querer, se enamoró como una niñita.

—No digas eso, Azairel —mascullé—. Te llamo porque quiero que sanes a mi humano... Está muy mal.

—Oh, pobre Gragis. ¿No sabes lo que sucede con los humanos que son amados por un demonio? ¿Nunca te enteraste de aquella vieja historia?

—Sí, la escuché pero pensé que era puro cuento —respondí con frialdad.

Aquella vieja historia decía que, si un demonio se enamoraba, la oscuridad de su alma se pasaba a la del humano que amaba, y al mismo tiempo lo enfermaba. Luego este, al morir, sería convertido en demonio, y el demonio que se había enamorado de él en un comienzo se iría desvaneciendo de manera lenta y dolorosa, hasta terminar hecho polvo. No se sabía dónde iría a parar su alma, ni si esta sobreviviría este proceso.

—No lo es, Gragis. Y tu humano está a punto de irse para el otro lado... Te sugiero que pases con él todo el tiempo que puedas. Ya no podrás disfrutarlo.

—¿No hay forma de salvarlo? —rogué cuando el demonio parecía querer marcharse.

—Bueno... En realidad sí, hay una —me dijo—, pero no mediante un trato.

—¿Cuál? —pregunté, ansioso por saber qué hacer.

—Tu silencio...

—¿Qué?

—Lo que has escuchado. Si lo amas, jamás vuelvas a hablarle. —Dicho esto, el demonio desapareció, dejándome ante el conflicto más grande de mi vida. Gian iba a morir y solo mi silencio lo salvaría, aunque este le ocasionase el dolor profundo que pudiese sufrir.

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