Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Semental de Verano (8)

El bosque se veía un poco menos amenazante a la luz del día, aunque Nigel todavía era capaz de distinguir las vagas siluetas de las pesadillas que merodeaban ente los árboles. Respiró hondo, dejando que el conocido olor ácido de las hojas que caían al suelo se colara en su nariz, y tomó la mano de Opal antes de empezar a tirar de las riendas. Aunque era mucho más sencillo llegar por aire, cabalgar un tiempo más con las ráfagas de viento, sus pies empezaban a pedirle que parara, su interior se revolvía y la cabeza empezaba a darle vueltas ante la idea de verlo.

Caminaban en silencio, observando a las pesadillas, meras observadoras, que levantaban el labio superior al verlos pasar. Nigel no tenía duda de que habían encontrado, al menos en él, un gran festín. Los árboles dejaban pasar la luz, pero eran tantas las ramas que los rayos llegaban fragmentados. Incluso los sonidos parecían más cercanos de lo que realmente parecía.

Pocas veces había traspasado los primeros árboles con Papá, pero recordaba que había una huella, o marcas que le permitirían encontrar con mayor facilidad el camino de regreso. Y lo encontró. Mucho más rápido de lo que hubiera esperado. De la huella que él recordaba, apenas dos surcos en el suelo por el que pasaban las ruedas de las carretas, había un camino en el que podían entrar al menos dos o tres caballos sleipnir, de los que se utilizaban para tiro, y habría lugar. Feather resopló, contenta de poder caminar en un sitio donde sus alas no debían estar pegadas a sus costados.

—¿Cuán lejos está la granja?

—No lo sé —respondió al cabo de un rato, tirando suavemente de las riendas de su yegua. Solo escuchaban el sonido de sus pasos, con el cloc, cloc de los cascos contra las zonas de piedra que aparecían de vez en cuando. Avanzaba todavía atento a los movimientos entre los árboles, sintiendo que varios pares de ojos se detenían sobre ellos, analizándolos, hambrientos, curiosos, indiferentes.

Si alguien le hubiera dicho a Nigel que las cosas cambiaban tanto que uno apenas notaba el cambio, a pesar de ser evidentes, él le habría dicho que estaba borracho a más no poder. Incluso que se había pescado alguna de las enfermedades de la costa, de esas que afirmaban ver criaturas más grandes que las mismas montañas. Sin embargo, en ese momento, era lo único que podía utilizar para explicar lo que tenía frente a sus ojos. Era la granja, sí, allí estaban los corrales donde estaban los caballos cuando limpiaba las caballerizas, y en ese otro lado distinguía el redil para dejar a los sementales en época de cría. Distinguió el huerto donde las Tías y Mamá cosechaban parte de la comida. Todo seguía allí... lleno de gente, de carruajes tirados por los más bellos unicornios, vestidos y trajes de colores que estaba seguro de no haber visto nunca en su vida.

Escuchó a Opal llamarlo, pero sus ojos no paraban de ver los cambios. Sí, el establo se veía mucho más grande con sus puertas abiertas de par en par. La casa quedaba como un gracioso y patético sombrero sobre la estructura. Caballos salían y entraban, de todas las edades, en todas las condiciones, algunos relinchando y encabritados, otros simplemente siguiendo a quien tiraba de las riendas.

Tragó saliva. No. Esa no podía ser la granja. Seguramente se había equivocado, quizás Trips en realidad los había guiado a otro sitio. O se habían quedado dormidos y las pesadillas estaban rodeándolos, sacando sus sueños más oscuros, alimentándose. Apretó las riendas que sujetaba y se montó sobre Feather, anunciándole a Opal que iba a avanzar. Ella lo miró con los ojos abiertos como platos antes de asentir e imitarlo, a pesar de decirle que no era necesario.

Avanzaron la poca distancia que quedaba desde el linde del bosque hasta la granja en silencio, dejando que el barullo del lugar los fuera absorbiendo. ¿Cómo explicarlo? Era como si lo ahogaran, mientras su nariz seguía dejando pasar el aire. Todo empezaba a ser demasiado, demasiado para su corazón, para su memoria, pero sentía que los músculos de su cara se mantenían firmes. Su pecho temblaba, aunque continuaba con las manos firmes y la espalda recta. Poco a poco, el silencio pareció extenderse sobre el lugar, todos los ojos volviéndose en su dirección, las preguntas entre dientes no tardaron en aparecer.

Nigel notó a una figura que se abría paso entre la multitud. Una joven de rasgos marcados, mandíbula redondeada, cabello castaño prolijamente trenzado, ojos marrones y se veía elegante a pesar de tener las ropas más sencillas entre todos los presentes. En cuanto quedaron cara a cara, el silencio entre ambos fue absoluto hasta que ella empezó a llorar, cayendo de rodillas al suelo, sin bajar la cabeza en ningún momento, sus manos cubriendo su boca. Con el corazón a punto de estallar, desmontó y corrió hacia la joven.

—¿Estás vivo? —La pregunta tembló en su voz. Sonrió levemente.

—Supongo que el señor Stevens dijo lo contrario —murmuró. Laura rio entre lágrimas, abrazándolo con fuerza, murmurando su nombre contra la tela de su camisa llena de la tierra del viaje.

—¡Nigel! —gritó otra voz, abriéndose paso entre la multitud—. ¡Hijo de tu...! Si serás rastrero, ¿cómo es eso de escaparte de casa un día antes de enseñarme a montar? —preguntó, con las mejillas surcadas de lágrimas, sonriendo, Edward. Nigel se encontró tambaleándose un poco al abrazarlo, riéndose por lo bajo, murmurando que todavía podía enseñarle—. No, ya es tarde, ahora me enseñas a montar un pegaso.

Laura empezó a pedirles a todos los presentes que se movieran, que necesitaban un poco de espacio. Incluso cuando varios siguieron con lo que sea que estaban haciendo, Nigel notaba las miradas de todos sobre su persona. Sentía que las comisuras de sus labios empezaban a doler, que su interior daba brincos de alegría, y cuando Opal lo tomó de la mano, casi se sintió pleno.

—¿Y ella quién es?

Sus mejillas se tornaron rojas, ardieron mientras intentaba encontrar la forma de explicarse frente a la mirada divertida de Edward y la cautelosa de Laura.

—Opal, la pareja de él —dijo finalmente, apretando un poco más el agarre y echando los hombros hacia atrás. Incluso le pareció que levantaba ligeramente la mandíbula. Las expresiones de sus primos fueron demasiado para él, haciendo que una risa burbujeara en el interior de su pecho.

—Eso explica la mirada de semental en celo frente a una yegua —comentó su prima, apoyando las manos sobre las caderas. Nigel quiso replicar, pero un nuevo chillido se abrió paso entre la multitud y la Tía Margaret apareció. Lo único que se mantenía igual era su rostro, aunque incluso este se veía un poco más regordete, y el cuerpo directamente había aumentado su tamaño en casi todas las direcciones.

El aire abandonó sus pulmones en cuanto lo rodearon los brazos grandotes y con bastante más fuerza de la esperada. Tía Margaret lo miró con una maravilla, una incredulidad que casi le dolió notar el paso del tiempo en todos. Dejó que le tocara el rostro con sus dedos rollizos, y contuvo las lágrimas cuando dijo lo último que hubiera esperado escuchar.

—Casi pareciera que es Mark el que ha regresado.

El nudo que se formó en su garganta subió hasta sus ojos, empañando a todo el mundo. Esbozó una sonrisa fugaz antes de mirar en todas las direcciones, esperando encontrar a más miembros de la familia.

—Claudine está con Stevens en la ciudad de Redpass, Samuel y Rose también han ido con ellos.

—¿Y la Tía Amanda?

Tía Margaret señaló con la cabeza hacia la casa, diciendo que estaba ocupándose de la cena de ese día. Nigel asintió en silencio y tomó aire, pasando su vista de la ventana donde veía sombras moverse de un lado a otro, centrándose de nuevo en la Tía que tenía en frente. Quiso preguntarlo, dejar que las palabras salieran de su garganta, que el miedo que empezaba a escalar por su estómago no fuera más que una imaginación. Sin embargo, las cosas parecían haber estado demasiado bien como para que todo fuera tan parecido como diferente a la vez. Los ojos de su Tía se opacaron, la alegría, que había estado coloreando sus mejillas y expresión, se marchó.

—Luego hablamos de ella —dijo, mirando con intención hacia donde estaban los ojos curiosos. Sin decir más, se giró hacia Opal, sonriendo ampliamente, preguntándole por ella—. Admito que, si este potro que tienes aquí es la mitad de encantado de lo que fue su padre con Kathy, hiciste una excelente elección. ¿No es así, Nigel?

La vergüenza que le invadió el rostro no tenía punto de comparación con lo que sea que hubiera sentido antes. Apartó el rostro, mascullando que no tenía idea de lo que estaba hablando, arrancando una sonora carcajada de su Tía, quien les dijo que entrasen, que Amanda estaría más feliz que nunca. Tomó la mano de su mujer una vez más, como si con eso pudiera salvarse de la sensación de estar con ganas de taparse la cara y sonreír de oreja a oreja a la vez.

Tía Amanda... casi no parecía ser ella. Sí, todavía tenía el característico pelo negro con ondas, la nariz algo larga y su boca tristona, pero, por alguna razón, se veía mucho más salvaje, incluso parecía estar en cualquier sitio menos aquel. En cuanto sus ojos se posaron en él, la vida pareció regresar a ellos. Su mano, que había estado sosteniendo un cucharón, lo dejó caer y, con pasos rápidos, fue hacia él, examinándolo de pies a cabeza antes de pellizcarle las mejillas, arrancándole una queja.

—Bueno, alguien tiene que asegurarse de que eres real. Oh, Nigel —suspiró, abrazándolo con mucha menos fuerza que la Tía Margaret, pero seguía sintiéndose igual de cálido—. A Kathy le habría encantado verte una vez más antes de...

—¿Qué es todo este escándalo? —Un niño, de cabello castaño oscuro, ojos de un tono más claro y expresión malhumorada, de rasgos afilados, aunque tenía un rostro alargado y extremidades delgadas, o eso podía intuir Nigel a simple vista. Miró a las Tías, esperando que aclararan el asunto, pero el niño fue más rápido—. ¿Quién sos? ¿Otro de los supuestos hijos perdidos de esta familia?

Si aquello era un insulto o no, Nigel prefirió tomarlo como un comentario, a pesar de que parte de sí quería pifiar y enseñar los dientes. Caminó hacia él, observándolo de pies a cabeza.

—Nigel Mustang, hijo de Mark y Kathy Mustang.

—Eso dicen varios —resopló él. La Tía Margaret se paró al lado del niño, mirando a Nigel con una disculpa en los ojos y una expresión de cansancio—. Dale, tía, varios dicen ser el mismo y terminan siendo mentira. ¿Por qué él sí es?

—Porque tiene la cara de que acaba de recordar que existe algo más que los caballos —respondió Laura, haciendo que Opal soltara una risa por lo bajo y las mejillas de Nigel se enrojecieran de indignación. Lanzó una mirada molesta hacia su prima, queriendo renegar de lo dicho, aunque su mujer no tardó en darle la razón.

Margaret lo llamó, pidiéndole que la acompañara. Miró por última vez a los presentes antes de seguirla por el pasillo, sintiendo que la nostalgia se apoderaba de él al ver los mismos muebles y adornos de siempre. Al pasar frente a la puerta del cuarto de Papá, sintió que todo su cuerpo empezaba a fallar, por lo que apartó la mirada y se apresuró a seguir a la Tía sin volver la cabeza.

El cuarto de las Tías era espacioso, con cuatro camas, de las cuales tres estaban tendidas, y dos escritorios de medio tamaño pegados a las paredes. Margaret se sentó en la silla de uno de ellos, soltando un suspiro de cansancio, pasó una mano por su rostro y miró todo el cuarto antes de dirigirse a él. Señaló con una mano a la otra silla, alegando que iba a necesitar estar sentado.

Se quedaron en silencio por un rato, ella buscando las palabras y él sintiendo que los nervios empezaban a matarlo. Al final, parecía como si ella se hubiera cansado de luchar contra lo que sea que tenía dentro. Lo miró a los ojos y enderezó la espalda, tomando una gran bocanada de aire.

—No te diré lo obvio, porque sé que has notado los cambios —empezó ella, entrelazando sus manos sobre el regazo—. Kathy no está bien, no tengo idea qué le ha pasado, pero tu partida terminó con ella. Sigue viva, descuida, pero no es ella misma. No sabría decirte cómo, lo entenderás cuando la veas, espero. ¿Qué quién es el chiquilín? Es Alan, el hijo de Stevens —parecía estar a punto de bufar al pronunciar su nombre— y Claudine. Sí, la boda fue un par de lunas luego de que te marcharas, y el pequeño llegó casi a finales de la primavera siguiente.

Nigel frunció los labios y apartó la mirada, sin saber si lo que ardía dentro de sí eran ganas de ir a lanzar lo primero que encontrara por la ventana o encerrarse en algún sitio hasta que se calmara. Pasó una mano por su pelo, y trató de apartar los recuerdos que empezaron a invadirlo, en vano.

Margaret pareció entender lo que ocurría, pues su sonrisa afable regresó a su expresión y le indicó que fuera a descansar antes de la cena.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro