Semental de Verano (7)
Opal lo encontró cuando la tarde empezaba a caer. Apareció sola, con una expresión de preocupación evidente, y corrió a rodearlo con sus brazos, enterrando su rostro contra su pecho. La escuchó llamarlo en susurros, con lágrimas en los ojos, y su corazón tembló por un momento.
—Temí que... cuando Samy, Samantha —pronunció el nombre con furia, casi escupiéndolo—, y luego saliste volando... Ay, Nigel, mi amor.
Le acarició el cabello, sin saber si debía o no disculparse. La escuchó decir que había temido encontrarlo en medio de diomenedas, destrozado por sus cascos y dientes. Que aquella vez cuando lo habían salvado, años atrás, terminara por volverse realidad. Un escalofrío le recorrió la espalda al pensar en ello, y pronto apartó la idea de su cabeza. No, gracias a Nae-Op que no había sido así. Le contó sobre Trips, sobre que lo había encontrado y que en cualquier momento volvería para ayudarlos a llegar a la casa.
—Tendremos que ir por aire, mi yegua —dijo, mirándola a los ojos. Opal apretó los labios por un momento, guardó silencio, viendo en cualquier dirección antes de volver a él y asentir, no sin cierta palidez en sus facciones.
El relincho de Trips se abrió paso, llamando la atención de ella. Una sonrisa genuina se volvió a dibujar en sus labios al presentarla, dándole la mano, entrelazando sus dedos. Nigel sintió que su corazón crecía dentro de su pecho al escuchar un relincho de aprobación, miró a Opal, quién tenía sus mejillas sonrojadas y una tierna timidez en sus actos, aunque mantenía la frente en alto.
Hechas las presentaciones, Trips comenzó a indicar que era momento de partir, alegando que el viaje sería largo y con pocas paradas. Ella lo miró, no sin dudas empañando un poco sus ojos, dándole un último apretón antes de subir una vez más a las monturas y seguir al semental. Pronto los empezó a acompañar, con cierta distancia, una manada de pegasos, casi todos de colores variados y de músculos marcados. Sus ojos no pudieron apartarse de ellos por un buen rato, fascinado con la gracia de sus movimientos, de la coordinación natural en sus movimientos, dándoles un aspecto de ser como el agua del río, en completa armonía.
Pararon cerca de la noche, todos unidos y con una oreja atenta al cielo y al suelo. Sacaron las mantas y las echaron, pidiéndoles a sus dos yeguas que se echaran al lado, cosa que hicieron sin ninguna queja. Las noches transcurrieron, la luna se alzó sobre ellos y volvió a bajar, dejando que el sol saliera al alba, despertando a todos y marcando una nueva jornada, más larga e igual de cansadora.
Un cuarto de luna, siete días. Ese fue el tiempo que necesitaron para llegar a las tierras que Nigel recordaba. Los árboles que crecían como lanzas hacia el cielo, un río que pasaba cerca de los bordes de la granja y las montañas que recordaba a la perfección. Trips lo acompañó unos pasos más, despidiéndose de ellos en el linde del bosque.
—Hasta pronto... —su lengua se trabó con la última palabra, así como sus ojos se llenaron de lágrimas. Trips pareció entender, acercando su hocico al pecho, soplando una despedida por lo bajo y prometiendo pasar a verlo de vez en cuando, aunque él no lo notase. Opal y él lo vieron marcharse en silencio, con los relinchos de las dos yeguas despidiéndose tanto de la manada como del semental, quienes comenzaron a trotar, saludándolos vagamente.
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