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Semental de Verano (6)

Pararon en una modesta posada de la pequeña ciudad de Scorpionstone, una que Samy había descrito como "el mejor lugar para ocultarte a plena luz del día, especialmente si tienes algo que vender". Opal había tomado la delantera, pidiendo una habitación para dos, y ni bien tuvo la llave lo llevó a cuestas hasta cerrar la puerta con más fuerza de la que Nigel habría esperado.

—Suficiente de las estupideces del silencio —gruñó ella, con los brazos cruzados firmemente y los ojos impenetrables. Nigel frunció el ceño, con las palabras en la punta de la lengua, listas para salir, a pesar de que sus labios permanecían sellados—. No sé qué se te metió en la cabeza, pero empiezas a preocuparme.

«Y encima le añado esto», gruñó una parte de sí. Soltó un suspiro, empezando a negar con la cabeza, pero ella lo detuvo, obligándolo a mirarla fijamente. Contuvo las ganas de apartar el rostro, de mirar en cualquier dirección. Tenía esa expresión, la que usaba cuando iba a salirse con la suya, e iba a poner orden, le gustara o no. Dejó salir un suspiro resignado, esperando a que continuara. Pasó un rato y Opal siguió en silencio, observándolo a los ojos, sin apartar la mirada en ningún momento. Empezó a sentir cierta incomodidad, la urgencia de girar la cabeza, quizás con eso podría lograr algo.

Escuchó que lo llamaba por su nombre, con una falsa suavidad, ocultando el tono imperativo que había por debajo. Apretó los labios, conteniendo las palabras que bailaban en la punta de la lengua, conteniendo las ideas que bailoteaban por su mente. Al final, ella soltó un suspiro cansado, apoyando su cabeza contra su pecho, rodeando su cintura con aquellos pequeños brazos que lo hacían estremecerse por dentro.

—Háblame, por favor —susurró y Nigel sintió cómo las lágrimas empezaban a humedecer su camisa, a pegar la tela contra su piel. La envolvió con sus brazos, bajando la cabeza hasta dejarle un beso en sus cabellos. La acunó y trató de dejar que su lenga se desenredara de nuevo, que las palabras fluyeran una vez más en sus labios, pero todo lo que consiguió fue silencio, olvidarse de lo que iba a decir.

Esa noche, con Opal dándole la espalda al dormir, se encontró mirando al techo, con demasiadas cosas en la cabeza, a la vez que ninguna en particular. Cerró los ojos, intentando conciliar el sueño.


La granja está en medio de un lugar extraño, como si el mundo se hubiera vuelto del color del fuego, pero sin arder. No sentía calor, sino frío, un frío que lo paralizaba. Todo está quieto, incluso el aire, la luz; nadie y nada más que él se mueve. Camina entre los corrales, con los pies sin tocar el suelo, con una manta sobre sus hombros, y ve a las figuras negruzcas, difusas, hechas de un polvo que se mueven siempre que él las ve. Tiene que avanzar, tiene que entrar. Sube los escalones sin producir ningún sonido, la puerta se abre sin chirriar, y dentro la casa está cubierta de sombras.

Sentado en el extremo opuesto de la mesa, está Papá. Lo mira sin inmutarse, aunque conoce la mirada, la que usaba cuando lo iba a regañar, la que anunciaba un gran castigo antes de que pronunciara la primera palabra. Ahora sí, sus pies se mueven y lo llevan hasta el otro extremo, donde la silla vacía espera por él. Papá dice algo, pero las palabras se le escapan; no sube la voz, pero puede sentir la indignación que aumenta con cada gesto, con cada movimiento de sus labios. Nigel se limita a bajar la cabeza, sabiendo que el regaño probablemente lo tenga bien merecido.


Despertó con la sensación helada en sus mejillas y la expresión preocupada de su mujer. Acarició su rostro con cuidado, como si con eso pudiera espantar aquel peso aplastante en su pecho. Murmuró una disculpa, queriendo apartarse lentamente de ella, en vano.

—Yo fui la que decidió acompañarte —susurró ella, limpiando las lágrimas con los pulgares, juntando sus frentes. Los sollozos los envolvieron por un buen rato, dejando una sensación de ligereza y mareo en la cabeza de Nigel. Limpió su nariz, intentando no ensuciar a Opal, a pesar de que ella dijera que no pasaba nada, que todo estaría bien. Bajaron a desayunar sin percances, disfrutando de la comida en silencio, ella lo más cerca posible de él y Nigel tratando de dejar en claro cuál era su relación, con un brazo alrededor de los hombros de ella. Samy fue la única que pareció extrañarse ante aquello.

—¿Desde cuándo actúas como si fueran a quitarte a esta mujer? —preguntó, con el ceño fruncido y los brazos cruzados bajo el pecho. Un viejo recuerdo empezó a querer salir de la memoria de Nigel al ver aquella actitud—. Vamos, es absurdo.

—Tú misma lo dijiste, Samy: hay hombres que quieren tener a tantas mujeres como sean capaces —contestó Opal, dando un mordisco a su panceta y tragando sin mucha prisa—. Amenazaron a Nigel con dejarme de lado, ¿esperas que nos quedemos de brazos cruzados?

—Bueno, sí, si hay alguien más fuerte o mayor que tú, debes de hacerle caso, sabe de lo que hablan, ¿no es verdad?

Nigel resopló, sintiendo que la actitud de la mujer empezaba a serle demasiado familiar. Ya no tenía ese ritmo despreocupado, casi como arrastrando las palabras, que solía usar, sino que pronunciaba con bastante propiedad cada una de las sílabas. Su voz empezaba a volverse más y más chillona, su nariz casi parecía estar respingada y la expresión escandalizada cuando Opal masculló algo sobre que se fuera a pedirle a quien kelpies fuera su padre que eligiera como pareja, fue lo que terminó de armar el recuerdo.

—¿Qué hay de Joseph?

Haber preguntado algo más hostil habría causado menos silencio en la mesa. Sentía los ojos de su amada sobre él, escrutándolo, al igual que los ojos de Samy que tenían una expresión confundida, a pesar de que había una alarma en sus ojos. Ella soltó una risa que sonaba bastante genuina, salvo por la cada vez más evidente palidez de su rostro. Vio cómo negaba con la cabeza, desestimando lo dicho, rechazando cualquier idea que estuviera queriendo decir. Incluso así, Nigel insistió.

—Lo eligió tu padre —comió su último bocado de huevo a la plancha, bastante seco para su gusto—. Una persona más vieja, alguien con experiencia y que sabe lo que es bueno para ti.

—No sé de qué se supone que estás hablando, Nigel —dijo, con una sonrisa tensa en su rostro. Sí, ya la había visto antes, había aprendido a diferenciar cuándo los músculos de la cara se tensaban demasiado y cuándo era genuino. Al menos en ella y Opal.

Se encogió de hombros, tomándose el tiempo para terminar de disfrutar de la escasa paz que tenía a su alrededor. Dio un suave apretón a la mano insistente de su mujer, intentando transmitirle aquello que sabía, que conocía muy bien lo que estaba haciendo. Simplemente esperaba poder salir de ese pueblo sin balas persiguiéndolos.

—Si no quieres que diga más, no insistas en causar más problemas de los que ya hay —fueron sus palabras antes de ponerse de pie. Los ojos negros de Samy lo miraban con tal enojo que no se habría sorprendido de encontrarse con armas saliendo de aquellas pupilas.

Pagaron la cuenta con Opal y salieron de la posada con las manos entrelazadas, atento a los alrededores. Feather y Jumper sacudieron la cabeza, quitándose un poco de la tierra que tenían encima, listas para continuar un poco más. Las escuchó resoplar sobre cuánto esperaban quitarse las monturas de encima y dormir en un cómodo establo. Sonrió para sus adentros mientras reajustaba las cintas, acomodó las alforjas y recién cuando estaba seguro de que no le hacía falta nada más, montó.

Samy se unió al cabo de un rato, con una expresión de visible malhumor y una hostil curiosidad hacia Nigel. A pesar de la incomodidad, mantuvo la calma lo más que pudo, incluso cuando atravesaron la ciudad y varios hombres se voltearon en dirección de su mujer, hasta en ese mismo instante trató de mantener la calma, apartando cualquier sensación de miedo.

Scorpionstone era ordenada y limpia, con hombres y mujeres vestidos con ropas delicadas, o con personas que se movían de un lado a otro con los huesos pegados a la piel y jirones de tela colgando de sus hombros. Había mercaderes que exponían todo sobre limpios escaparates, así como sujetos que los miraban al pasar y algunos mostraban lo que había debajo de las grandes capas que llevaban. Todo era tan limpio como sucio, dependiendo de en dónde mirara. Avanzaron en silencio, entre los gritos de los hombres y mujeres ofreciendo sus artículos, pidiendo comida, rogando que les echaran al menos una moneda. Incluso llegó a escuchar que hablaban sobre un reino de altamar, donde el monarca parecía estar interesado en llegar al continente.

Salir de aquella plaza fue un alivio para sus oídos, un poco más tranquilo al no tener tanta gente pasando a su alrededor, sin ojos que siguieran a Opal como cazadores, listos para lanzarse sobre ellos. Por otro lado, Samy seguía observándolo fijamente, de la misma manera en la que él probablemente la había estado viendo antes de esa mañana. Llegaron al otro lado de la ciudad, y recién entonces Samy abrió la boca de nuevo.

—¿Qué tienes en el brazo? —preguntó, señalando con la mirada el del lado derecho. Todo el cuerpo de Nigel se tensó, un frío cortante le recorrió la espalda, paralizándolo en el lugar. Respiró hondo, obligándose a mantener la calma, antes de preguntarle el porqué de su curiosidad, a lo que ella simplemente repitió lo mismo—. Si no tienes nada, ¿por qué no me muestras tu brazo?

Opal gruñó algo, pero Samy la acalló, con ese tono que bien conocía Nigel. Temblando de frío, a pesar del calor del ambiente, empezó a subirse la manga, deteniéndose antes de llegar a donde estaba la cicatriz. Esbozó una sonrisa, diciendo que no tenía nada, solo piel y vello, como cualquier hombre y cualquier humano. Los ojos de ella se entrecerraron, aceleró el paso de Diamond y, con un movimiento demasiado rápido para que Nigel pudiera evitarlo, levantó la manga hasta que los números quemados sobre la piel.

La apartó de un manotazo, sintiendo que la garganta se le cerraba y su corazón empezaba a galopar y dar patadas como si no hubiera un mañana. La miró, sintiendo que no había ningún rastro de su alma en él, seguro de que lo que había quedado atrás no era más que un cuerpo sujeto a una silla de montar, parte de la yegua Feather. Escuchó a Opal exclamar indignada algo sobre haber traspasado un límite, a Samy gritándole de regreso, las yeguas empezando a encabritarse. Sabía que sus manos tiraban de las riendas, que intentaba calmar a la pegaso, en vano. No supo cómo no se cayó, pero pronto se encontró dando vueltas erráticas entre las nubes, trenzando ráfagas de viento.

De alguna forma logró hacer que Feather bajara, todavía encabritada, dando coces sin parar y relinchando. Una voz conocida se abrió paso, haciendo que la yegua se limitara a resoplar quejas, sobre el susto que se había llevado y lo cansada que estaba, dando golpes molestos al suelo con su pezuña. Nigel, por otro lado, sentía que sus ojos eran incapaces de creer lo que veían, abiertos de par en par, sin moverse ni un ápice.

Reconocía el pelaje bicolor, amarillo y negro, incluso con toda la tierra encima. Bajó de la silla con cuidado, a pesar de que sus pies estaban listos para enredarse entre ellos en cuanto estuvo sobre el suelo. El semental se quedó quieto un momento antes de llamarlo por su nombre con un relincho alegre. Sonrió, sintiendo que sus lágrimas caían por las mejillas al correr a rodear el cuello del pegaso, envuelto en las alas emplumadas, escuchando cómo le pedía perdón.

—Estoy bien —murmuró, sollozando contra las plumas, sintiendo que parte de su corazón se calmaba, cual potrillo junto a su madre. El aliento cálido de Trips despeinando sus cabellos, diciendo que se alegraba de verlo de nuevo. Se apartó un poco para verlo mejor, sonriendo entre lágrimas y con la nariz moqueando. Había partes donde las plumas y el pelaje parecían crecer de manera irregular, pero más allá de eso, Trips solo parecía mantenerse en forma—. Estoy..., estoy intentando regresar. A mi hogar.

Trips resopló un suave "me alegro", tocando con su hocico el pecho de Nigel. Detrás de sí, Feather relinchó, preguntando quién era el semental. Juzgando cómo golpeaba al suelo y la manera en la que se acercaba, casi dispuesta a lanzar una mordida, las cosas eran poco favorables para el pegaso, quien pareció tener un ligero interés en la yegua. En cuanto Nigel volvió a hablar, pareció olvidarse por completo de ella.

Quedaron en silencio un momento antes de que Trips suspirara, murmurando que probablemente sabía cómo ayudarlo a llegar más rápido.

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