Semental de Verano (4)
La chillona resultó llamarse Samy Hans, hija fugitiva de una familia que no quiso revelar, incluso cuando Opal la amenazó con tirarla del caballo. A la luz de un nuevo día, y sin el dolor constante de la cabeza, Nigel empezó a notar cierta familiaridad en la postura de la mujer, en los gestos exagerados, incluso en la prolijidad de sus dos trenzas que caían a los costados de su cuello. Callarla era imposible, un desafío que probablemente ni Nae-Op podría lograr. Su yegua, Diamond, era todo lo contrario, apenas emitiendo uno que otro comentario al respecto.
—Como te digo, los sementales están como locos, desde que empezaron a haber más y más de los centauros convertidos, que no paran de juntar mujeres en sus casas —mencionó, abriendo los ojos de par en par y haciendo una mueca de horror—. ¿No les alcanza con una? Digo, comprendo que por ahí son menos los hombres que las mujeres, dudoso de todas formas, pero ¿qué necesidad?
Nigel contuvo una carcajada al ver la expresión molesta de Opal, demasiado enojada como para seguir escuchando una palabra más de todo aquello. Samie continuó con su discurso un tiempo más antes de callarse y mirar los alrededores con aburrimiento. Nigel soltó un suspiro, disfrutando del silencio momentáneo.
—Escucha, hay personas que quieren tener varias esposas, ¿y qué? Si quieren y pueden, que lo hagan.
La mandíbula de Nigel cayó hasta el suelo, mirando fijamente a su amada como si la viera por primera vez. Sus mejillas estaban rojas y sus ojos lanzaban chispas. Pronto empezaron a ir y venir las palabras de ambas mujeres, casi gritándose mutuamente. «Debí traerme al menos un capón, como para no tener que escuchar también a las yeguas», suspiró, sintiendo que empezaba a tener un nuevo dolor de cabeza. Como si escuchar los comentarios de las dos, uno más disparatado que el anterior, también estaban los de las yeguas, quienes no paraban de quejarse y suspirar por sus propias fantasías.
Durante toda la tarde, en las comidas, por suerte no a la noche, pero luego por la mañana y los días siguientes, siguieron los comentarios. Ya no iban tanto de la cantidad de mujeres, ni de los hombres que desposaban a más de una, o de las fantasías (que Opal no planeaba llevar adelante, y mucho menos Nigel). No, ahora ya no tenía idea de qué se suponía hablaban, y se había asegurado de mantener una distancia prudente, cabalgando a unos cuantos pasos por delante.
El siguiente pueblo donde debían parar, Drytrail, era mucho más quieto y silencioso en comparación con Tamespring. Apenas se veían a un par de personas caminando de un sitio a otro, pocos caballos descansaban atados a los postes, bajo la luz inclemente del sol. De vez en cuando se escuchaba a alguien soltando una carcajada desde la taberna más cercana, aunque la risa moría casi de inmediato. A medida que pasaban, Nigel creía sentir las miradas sobre ellos, siguiendo cada uno de sus movimientos, sin perder ningún detalle.
Casi sin atreverse a pronunciar un sonido, indicó que pararan, desmontando con una sensación de incomodidad absoluta. La posada los observó como si fueran fenómenos, con todos los ojos, abiertos y sin parpadear, fijos en ellos, atentos. Las palabras empezaron a atacarse en su garganta, más cuando el dueño lo miró de pies a cabeza, con una expresión que le recordó al señor Hamilton al ver a Trips haciendo de las suyas. No tenía idea cómo fue que logró pedir una habitación para dos, dejando a una muy sorprendida y escandalizada Samy pidiendo otra habitación para ella.
La habitación era pequeña, con una cama lo suficientemente grande para que Opal y él durmieran cómodos, sin necesidad de estar uno encima del otro. Dejaron las cosas dentro de un armario sencillo, que de puro milagro libre de alimañas, y se quedaron en silencio, sentados en un costado de la cama. Soltó un suspiro, sintiendo que parte del nudo de su garganta se liberaba, así como bajaba el dolor de cabeza. Apoyó una mano sobre la pierna de Opal, dándole un ligero apretón, antes de echarse de espaldas sobre el colchón.
—No lo harías, ¿verdad?
—¿Qué cosa? —preguntó, sintiendo que se había perdido una parte muy importante de la conversación. «Por el amor de Nae-Op, que no haya sido algo muy importante», rogó por dentro, conteniendo el aire hasta que su mujer se volvió hacia él.
—Tomar otra mujer, como el resto de los que son..., los que son como nosotros —pronunció lo último en un susurro y con las mejillas algo coloradas. Nigel contuvo la carcajada, sentándose de nuevo, obligando a todos sus músculos de la cara que se mantuvieran quietos. Por la expresión de Opal, supo que no lo estaba logrando del todo.
—Llego a tener una mujer más en este viaje, así sea una yegua, y voy a enloquecer —dijo en un tono más jocoso de lo que a ella le habría gustado—. Contigo estoy más que satisfecho y contento, Opal. No puedo, ni quiero, pensar en tener a otra mujer.
—Pero la granja, tu familia... ¿Y si debes hacerlo?
Nigel soltó un bufido.
—Opal, ni siquiera mi tío tomó a más de una mujer..., que yo sepa —añadió lo último en un susurro, casi mascullando las palabras. Los rasgos de Opal no tardaron en relajarse, y una tenue sonrisa, de esas que lo enloquecían de a poco, empezó a asomarse en sus labios. Tragó saliva, aclarándose la garganta, antes de ponerse de pie, intentando aquietar un poco su mente. Sin saber qué hacer, y notando que el sol ya se había ocultado en el horizonte, empezó a desvestirse.
Escuchó a Opal ponerse de pie, caminando en su dirección, y luego sus manos, suaves a pesar de la cantidad de callos, se apoyaron sobre su pecho. Su cabeza empezó a dar vueltas, escuchando lo que su cuerpo pedía a gritos, seguido de unas cuantas excusas, bastante absurdas, incluso para sí mismo. Aguardó, completamente silencioso, a que Opal terminara, a que sus ojos se volvieran a encontrar.
Murmuró una pregunta, arrancando una sonrisa avergonzada, seguido de un asentimiento de cabeza por parte de ella. Apretó los labios, sintiendo que su interior empezaba a enloquecerse incluso más.
—No perdemos nada con intentarlo —murmuró, acercando sus labios, casi rozándolos. Sabía que no había forma de que el viaje durara tres estaciones más, pero incluso así, parte de sí se encontró con cierto recelo. Tomó las manos de ella, las cuales acunaban sus mejillas, y cerró los ojos, juntando sus frentes—. Podemos hacerlo, Nigel.
Tembló al sentir su aliento sobre su piel, sus labios bailando demasiado cerca de los suyos. Cerró los ojos, yendo de una opción a la otra, considerando, dejando que, poco a poco, su cuerpo fuera el que llevara adelante todo. Lentamente, con una delicadeza que no se creía capaz, fue llevando a Opal hasta que su espalda estuvo sobre la cama. Recorrió el cuerpo con cuidado, seguro de conocer todas las curvas y zonas de ella. Era una danza que ambos conocían bastante bien, por más que se sintiera como aquella vez en los establos, ocultos por las torres de alfalfa. Una a una, las prendas fueron cayendo, dejando que el aire helado acariciara su piel cada vez más caliente.
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