Semental de Verano (3)
En todos sus años viviendo con los Hamilton, Nigel había visitado un par de ciudades y pueblos, todos con una apariencia mucho más limpia y ordenada que la de aquel sitio. Tamespring era puro movimiento, gente que pasaba de un lado a otro, carretas cargadas con más de lo que probablemente era recomendable, niños que correteaban entre las piernas de los adultos, persiguiendo potrillos, gallinas y otros animalillos. Intercambiaron miradas antes de continuar en medio de la multitud, sin bajarse de las monturas en ningún momento.
Pocos eran los que paraban a voltearse en su dirección, algunos incluso soltaron quejas por no moverse lo suficientemente rápido del paso. Avanzaron hasta llegar a una posada, llena hasta el techo de clientes, y donde solo se detuvieron para comer algo más que pan y beber algo más que agua. Continuaron caminando por el pueblo de Tamespring hasta llegar a otro sitio, de una fachada deplorable, pero con sitio para ellos dos.
—¿Podemos viajar por tierra mañana? —preguntó Opal, acomodándose a su lado, sobre una de las camas que tenía el cuarto. Nigel se encogió de hombros, sin muchas más fuerzas para seguir despierto.
Manos, hierros, látigos que chasquean. Todo a su alrededor no para de moverse y cambiar, intenta hablar, pero las palabras se quedan atascadas en su garganta. Levanta sus manos, sintiendo que un nudo le impide sacar un sonido que no sean gemidos o sollozos. Cae al suelo, inundado de lágrimas, queriendo llamar a Opal, a Wendy, o los Señores Pinto, pero ¿cómo llamar a alguien cuando no puedes hablar? Alza la mirada hacia el cielo, borroso por las lágrimas. Espera, sabe que allí no está solo el viento. Espera hasta que una figura imponente, ominosa, se abalanza en su dirección, llevándose su voz y despertándolo.
Despertó, sentándose de golpe, con el corazón en la garganta y una sensación de sofocoque que poco a poco se pasó. Miró hacia el costado, a la otra cama, donde Opal dormía con total tranquilidad, ajena a cualquier movimiento de su parte. Soltó un suspiro, apartando las sábanas de su cama, caminando los dos pasos que lo distanciaban de su amada, quien, sin despertarse, se apartó, dejándole un lugar. Acurrucado, rodeó con sus brazos a la mujer, tranquilizándose al sentirla junto a sí.
A la mañana siguiente, tenía la impresión de que todo su cuerpo estaba adolorido, cansado. Casi se sentía incapaz de comer algo, pero de todas formas siguió a su mujer cuando ésta se levantó de la cama.
El desayuno ocurrió apenas con algo de emoción, nada más que un borrón en su memoria donde vagamente recordaba haberse llevado un trozo de comida a la boca. Creía recordar vagamente que Opal le decía algo, o le preguntaba su opinión respecto a un tema que ya se había ido de su cabeza.
Sentía la cabeza pesada, incapaz de hilar dos ideas seguidas. Apoyó los codos sobre la mesa, presionando su frente contra las palmas de sus manos. En algún momento, la mano de Opal acariciaba su brazo sobre la tela de la camisa, escuchó que lo llamaba, aunque las palabras se le escapaban. Murmuró algo sobre el dolor de cabeza y cansancio, seguramente preocupando a su mujer con aquellas palabras, pues le pareció escuchar que le decía a alguien si podía darle un vaso de agua.
—¡Vaya! Qué hombre más guapo que te has encontrado, hermana —exclamó una voz demasiado chillona para su gusto. Apenas echó un vistazo entre sus dedos antes de tomar el vaso que le acercaba Opal. Oyó que movían una silla cercana y que algo se apoyaba con fuerza sobre la mesa, haciéndola vibrar ligeramente—. Aunque, he de decir que se ve bastante flaco, a pesar de sus hombros anchos y brazos marcados.
—No veo cómo el aspecto físico de mi..., pareja sea de tu interés —gruñó en respuesta. La mano ahora se aferraba a su hombro, como si con ello fuera a evitar que la otra mujer se acercara más.
—Importa, bastante, he de decirte. Principalmente si no quieres que los sementales se empiecen a pelear con él. Digo que te vayas buscando uno que pueda darte algo más de seguridad —continuó, aumentando un poco más su voz chillona. Nigel bufó, sintiendo que, si el dolor de cabeza no era insoportable de por sí, la parlanchina estaba por acabar con él. O él con ella, si seguía con las insinuaciones, lo que fuera a ocurrir primero.
Claramente sacada de quicio, Opal lo tomó del brazo, pidiéndole silenciosamente marcharse. No tuvo que repetirlo para que la siguiera.
—Esperen, ¿a dónde van? —preguntó la chillona, levantándose de su asiento. Nigel miró brevemente a la joven Pinto antes de salir de la posada en lo que ella se encargaba de la chillona. No tenía idea cómo solían ser las conversaciones entre mujeres, a pesar de que Wendy y Opal solían relacionarse con las hijas de las familias que pasaban por su granja de vez en cuando, nunca se había podido quedar más que unos instantes antes de marcharse a cumplir con alguna obligación.
Esperó un rato, ajustando un poco las correas antes de que Opal apareciera, con las mangas de su camisa dobladas hasta la altura del codo y una expresión fiera en sus ojos. Respiró hondo, sin saber si debía o no apiadarse de la mujer que probablemente se había ganado el desquite de Opal. Reanudaron el viaje con el sol abandonando por completo el horizonte, despegando del suelo. Atrás habían quedado los bosques, mucho antes del río que pasaba cerca de Tamespring; frente a ellos, como si todas las divinidades se hubieran puesto de acuerdo, sólo había tierra seca, viento caliente y plantas que desafiaban a la vida misma.
Feather y Jumper tiraban de las riendas, agitaban las alas y golpeaban el suelo, pidiendo alzar vuelo. Nigel perdió la cuenta de cuántas veces repitió Opal las negativas, incluso cuando las palabras dejaron de ser pronunciadas. Era bastante avanzada la mañana cuando escuchó una voz a lo lejos, pidiéndoles que esperaran, sacando un gemido exasperado a Opal, seguido de un chasquido de su lengua.
—¡Esperen! Les digo que me esperen, ¡cascos y kelpies!
—Ni se te ocurra dirigirle la palabra —gruñó ella, con los ojos fijos en el frente.
Demasiado cansado como para contestar, Nigel se limitó a soltar un suspiro sintiendo que la cabeza empezaba a palpitarle. Las dos yeguas empezaron a galopar cuando Opal lo ordenó, al mismo tiempo que volvía a escuchar la voz chillona a sus espaldas, seguido de un relincho que pedía por favor que bajen la velocidad.
Nigel miró a su compañera, dudando si decirle o no que, si el caballo de su seguidora era un sleipnir, pronto las tendrían encima y la única forma de evitarlas era si subían. Antes de pronunciar siquiera una palabra, y sintiendo que iba a descomponerse en cualquier momento, miró sobre su hombro, conteniendo las náuseas ante tal acción. En efecto, la mujer de voz chillona cabalgaba en dirección a ellos, sobre una sleipnir de color negro puro, dejando una nube de polvo a sus espaldas que apenas podía creerse que se tratara de un solo caballo.
Corrieron hasta que las yeguas relincharon de cansancio, bajando a trote y luego a paso, permitiendo que la sleipnir no solo los alcanzara, sino que además los pasara y recién entonces giró en su dirección. Entre punzadas de dolor, Nigel comprendió las quejas y reclamos de la sleipnir, mezcladas con la de la mujer chillona. Sus manos temblaban, todo su cuerpo se sentía frío a pesar del calor abrasador que había por todos lados. Escuchaba a las dos mujeres intercambiando palabras, pero todo lo que podía comprender era la imperiosa necesidad de recostarse, de las náuseas que lo invadían.
Bajó de la montura y no pudo contenerse más, devolviendo lo poco que tenía dentro de sí. Notó la presencia de Opal a su lado, sosteniéndolo como podía, preguntándole qué le pasaba. Negó con la cabeza, sintiendo el espantoso regusto ácido en su paladar, dándole más arcadas y haciéndole querer escupir todo lo que podía. Le pasaron una botella con agua, y se limpió su boca con más alegría de la que se habría creído capaz. Incluso así, su cabeza no dejaba de dar vueltas, sus oídos dolían y su garganta empezaba a cerrarse. Sabía que lo llevaban a algún lado a pie; trató de no recargar todo el peso sobre su mujer, e incluso así, se notaba incapaz de dar mucho más de un paso.
—Descansa, amor, tranquilo, no me iré a ningún lado —susurró el aliento de Opal contra su oreja. Intentó enfocarla, pero no pudo separar los párpados por más de unos segundos antes de que la luz lo dejara cegado.
Está en la pieza, en esa maldita pieza donde todos los que eran como él pasan la noche. La marca en su brazo vuelve a arder, a pesar de estar cicatrizada. Frente a él, no hay más que cuerpos sin vida, completamente silenciosos. Él ve todo desde el hueco de una pared, lejos, seguro, oculto de las diomenedas que pasan, con sus pelajes castaños y crines teñidas con el color de la sangre de sus presas.
Intenta salir de allí, apenas da un paso cuando una mano tira de él, lo arrastra hacia atrás, lanzándolo contra una pared de madera donde un caballo desbocado da coces, salta y se remueve como si su vida dependiera de ello. Se cubre la cabeza, pidiéndole en un murmullo que pare, sabiendo que será en vano.
—¡Nigel! —Opal lo miraba con sus ojos azules, reflejando la luz de una lámpara, incomodándolo durante un momento. La escuchó soltar un suspiro de alivio y luego apoyó su frente contra la de él en cuanto logró sentarse. Se quedaron quietos un momento, con la frente de ella pegada a la de él, las narices rozándose y sus alientos mezclados en los labios del otro. En susurros, ella le contó lo ocurrido, y que, para su malhumor, la mujer de voz chillona se iba a quedar con ellos porque iban en la misma dirección.
Sonrió, algo divertido ante el malhumor de ella, aunque una parte de sí sentía que el viaje iba a ser más tedioso de lo que esperaba.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro