Semental de Verano (11)
Sabía que aquella caja de madera no tenía más que huesos, o lo que creían que eran los huesos. Pero no podía quitarse la sensación de estar como en otro momento. Mamá estaba junto a él, con sus ojos perdidos en el pozo, Claudine y Alan eran los únicos que los acompañaban.
—Pudo haber sido mucho mejor hombre..., pero fue lo que fue —susurró Claudine, con la expresión ida. Nigel la miró, sin saber qué decir. ¿Quizás que lo sentía? Sonaba demasiado doloroso y falso como para poder considerarlo algo educado—. Yo... Nigel...
—Está bien —se limitó a decir, mirando a la pequeña caja, apenas más grande que sus dos pies juntos. Miró al montón de tierra y luego a Alan—. Ya acabó.
El niño lo miró furioso, haciendo que el corazón de Nigel temblara por dentro. Cerró los ojos, soltó un suspiro y caminó hacia la pala, la tomó en sus manos por un momento, observándola en silencio antes de mirar al niño y tirarla a un costado.
—Me gustaría hablar con Alan. A solas. —Claudine parecía querer decir algo, pero Alan se adelantó y le dijo que se fuera. En cuanto la Tía estuvo lejos, Mamá la siguió, sacudiendo la larga cola negra que arrastraba a su paso—. Adelante, suelta todo lo que tengas que decirme.
Alan pareció querer hacerlo, abrió la boca y tomó aire. Nigel aguardó, arrodillándose junto al montículo de tierra.
—¿Por qué me frenaste?
Nigel soltó un suspiro. La pregunta le había dado vueltas gran parte de la noche, prueba de ello eran las manchas oscuras que tenía bajo los ojos y las quejas constantes de Opal que se escuchaban a lo lejos.
—Una muerte era demasiado —logró decir al fin. Si la respuesta le había agradado o no a Alan, ya no era algo que le preocupase. Se acomodó mejor y comenzó a tirar la tierra sobre la caja, con las manos—. ¿Me das una mano, primo?
FIN
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