Potro de Invierno (9)
Nigel no supo en qué momento fue que se dio el cambio. Los encuentros furtivos en los distintos sitios de la granja, las palabras cada vez más privadas que compartían en esos momentos donde sabían que estaban a solas, las caricias sutiles que podían decir más que las palabras; todo eso se había vuelto normal para ellos. Incluso, en algún momento, Opal había empezado a dormir junto a él, y ya no podía pensar en descansar sin sentir su respiración contra su cuello, sobre la piel de su pecho.
Habían pasado cuatro primaveras, y esa noche, a pesar de sentir la presencia de ella a su lado, de la tranquilidad que lo rodeaba, su cabeza no podía conciliar el sueño. Creía escuchar que lo llamaban, que una voz murmuraba su nombre en el viento, un rostro que lo miraba entre las nubes, entre los árboles, ojos que lo observaban incluso en momentos donde estaba solo. Dejaba caer los párpados y creía estar de nuevo en esa cama pequeña, con Edward y Laura donde debían ir los pies, con Samuel y Rose cuchicheando sus secretos de hermanos nacidos del mismo vientre.
Soñó con las montañas lejanas, con el bosque que rodeaba a la granja, con Spot y Freckles, con un cuerpo que le quedaba demasiado pequeño, demasiado cerrado como para ver algo realmente. Despertó cuando la primera lágrima cayó sobre su almohada.
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