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Potro de Invierno (6)

El Señor Pinto regresó a su hogar dos días más tarde, con la cara decaída, pero no sin cierta alegría contenida en sus ojos y barba tupida por el viaje. La primera en recibirlo, casi tumbándolo cuando bajó de su caballo, fue la Señora Pinto; sus brazos rodearon el cuello de su marido con tanta fuerza que Nigel temió que fuera a asfixiarse. Luego fue Wendy, preciosamente ataviada con un vestido recatado, digno de una dama distinguida, y como tal lo saludó a su padre. Opal se quedó atrás, casi pegada a Nigel, antes de dar unos temerosos pasos adelante, esbozando una sonrisa que él no pudo ver del todo.

—Tengo excelentes noticias. En menos de una luna vendrán los Kimberly —anunció el Señor Pinto, mirando a todos con esa sonrisa amplia. Opal y Wendy parecieron emocionadas, contagiándose de la misma expresión alegre antes de desaparecer en medio de una charla que Nigel ni siquiera se molestó en intentar descifrar. Las vio partir, sintiendo un ligero impulso de ir tras ellas, pero la voz del Patrón lo hizo regresar a la realidad—. Mira, sé que es mucho pedir, pero ¿me harías el favor de actuar como jinete de Wind cuando tengamos que mostrarlos?

Nigel abrió los ojos, sintiendo que una alegría desproporcionada empezaba a burbujear dentro de sí. Quiso pronunciar las palabras que tenía en su interior, decir lo que pasaba en su pecho, pero su cuerpo respondió antes, agitando la cabeza de manera afirmativa, sacando una sonrisa al Señor Pinto. Jadeaba, el corazón latía con fuerza en su pecho y no sabía si podía o no expresarlo con un abrazo. No se dio mucho tiempo para pensarlo, simplemente esbozó la sonrisa más amplia que pudo y se marchó a continuar con los establos, sintiendo que brillaba.

Casi todos los caballos lo miraron algo extrañados en un primer momento, en especial cuando les respondía que podría cabalgar. Wind lo miró con sus ojos tranquilos, resoplando alegremente que se sentía honrado de poder tenerlo en su grupa. Nigel le acarició el hocico, sin dejar de sonreír. Una parte de sí, muy pequeña, bastante oculta en medio de toda aquella emoción que lo invadía, le recordó a Trips. Las memorias del escape, borrosas en su cabeza, sujeto a las preciosas plumas negras y de amarillo arenoso que cubrían su cuerpo y alas. Por un momento se encontró perdido en el recuerdo, guiando sus ojos hacia el exterior, hacia la puerta de la granja, que daba a un prado verde donde podría ver al semental alado pasar, si él quisiera mostrarse. Recordó a los thestrals y su corazón se encogió en un puño.

Wind lo llamó, preguntándole qué le pasaba.

—Malos recuerdos —susurró, sacudiendo la cabeza y esbozando una pequeña sonrisa. El capón lo observó en silencio antes de gruñir suavemente, acariciándole el pelo.

Continuó el resto de la mañana trabajando solo en los establos, dejando que los caballos salieran un momento. Sus manos y pies se movían sin que él pensara en lo que debía hacer, acomodaban los elementos de monta, las herramientas para la limpieza, ponía y sacaba la paja limpia de las casillas. En su mente se veía recorriendo los cielos, recordaba la sensación de estar cabalgando sobre Wind, sintiendo el viento contra sus cabellos; Wendy y Opal lo miraban desde la cerca, lejos, en el suelo. Se preguntó si alguna de ellas tendría, aunque sea, algún sueño similar o si dirían algo ante su supuesta experiencia.

«¿En qué cascos estás pensando, Nigel?» Sacudió la cabeza. No, la verdad que no hacía falta llamar la atención ni obtener la aprobación de nadie, ¿o sí? Por supuesto que no, eso no era algo para alguien como él, un simple peón que había escapado con uno de los caballos más preciados del dueño anterior. Una parte de sí, más maligna y molesta que el resto, imaginó a Wendy murmurando una crítica con sus delicados modales, adornando sus frases con palabras que jamás en la vida había escuchado mencionar y cuyo significado se escapaba. Opal, por el otro lado, podía verla riéndose de él o le daría una palmada en el hombro, diciendo de manera más directa que no era alguien a quien debía darle mucha importancia, cualquiera podía montar un pegaso. «¿Y si termino cayendo? ¿Y si lo arruino todo y acabo siendo echado de aquí?»

—Estás más pensativo de lo usual.

Nigel casi dejó caer todo lo que tenía en la mano ante las repentinas palabras. De haber podido, sabía que su garganta habría emitido un chillido. Apoyada contra la entrada de la casilla, vestida como si fuera a montar, estaba Opal, cubriéndose la boca con una mano, en un vano intento de disimular la carcajada que parecía tener ganas de soltar. Él llevó una mano a su pecho, inclinándose sobre sus rodillas, con el rastrillo en mano. Al final, la joven no aguantó más y soltó la risotadacarcajada que tenía dentro. Era un sonido burbujeante, incapaz de pasar desapercibido. Nigel sentía que su rostro se coloreaba, por lo que se obligó a continuar limpiando la casilla, intentando ignorar –en vano– las risas. Incluso presa de la carcajada, ella se acercó a ayudar, tomando la escoba que había en el pasillo.

La evitó cuanto pudo, sintiendo que todo su cuerpo ardía de la vergüenza. Opal pronto empezó a intentar decir algo que aligerara el ambiente, pero siempre parecía revivir el momento y la risa se imponía, y Nigel se encontró observando de reojo sus facciones. Tenía una mandíbula definida como Wendy, con una nariz más bien pequeña, de boca con una preferencia a esbozar una sonrisa burlona, ojos cielo y un carácter que espantaba a casi todos. Resopló, rastrillando más rápido que antes, sintiendo la imperiosa necesidad de marcharse lo más pronto posible, ocultarse en su cuarto y no salir de allí hasta que fuera estrictamente necesario.

Tomó todo para salir a tirar la paja sucia cuando ella lo detuvo. Por primera vez, Nigel la vio dudar, con sus manos tamborileando el mango del rastrillo, mordiéndose el labio inferior y evitando su mirada. Esperó, en completo silencio, hasta que ella terminó sacudiendo la cabeza, alegando que ya se había respondido lo que sea que iba a preguntar. Él se encogió de hombros, preguntando con sus manos si no había nada que podía hacer por ella, ganándose una negativa nuevamente.

—No lo entenderías, cosa de chicas —dijo, pasando junto a él. Abrió la boca, pero terminó cerrándola de nuevo, soltando un suspiro. Negó con la cabeza y terminó con su tarea. Para problemas ya tenía suficiente con su propia existencia.

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