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Potro de Invierno (4)

—Creo que está bien.

Voces y sonidos de cosas que se desplazaban de un lado al otro aturdían sus oídos. Frunció el ceño, sintiendo que una luz potente le daba en la cara. ¿Ya era hora de levantarse o podría disfrutar de un poco más de tranquilidad antes que el capataz de turno apareciera a latiguear el aire y su cuerpo? Abrió levemente los ojos, encontrando una mirada azul brillante cerca. Demasiado cerca. Tanto que su primer instinto fue darle un golpe con la cabeza a quien fuera que estuviera sobre sí.

—¡Demasiado bien! ¡Cascos! Eso dolió —chilló la afectada, sobándose la zona dolorida. Nigel no estaba mejor, su cabeza le dolía como si hubiera golpeado una piedra en lugar de una persona. Emitió un quejido bajo de dolor, sujetándose la cabeza. A su alrededor escuchó risas y un siseo molesto, seguido con una sensación sorda de malestar. Volvió a abrir los ojos, y casi estuvo seguro de que no estaba viendo bien. Frente a él, palpándose la frente, estaba la chica que recordaba de la mansión. Y no estaba para nada contenta. Bajó la mirada, intentando, aunque sea, susurrar una disculpa; sentía que sus mejillas ardían, más cuando la chica se volvió a acercar—. Como sea —dijo al cabo de un rato de contemplarlo en silencio—, volveré a ocuparme del establo.

La siguió con la mirada, sin saber si estaba aliviado por recuperar su espacio personal o estaba empezando a darse cuenta que, en cualquier momento, podría regresar al último sitio donde quería estar. Junto a la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, estaba el hombre de rostro extraño y la joven bella.

—No te preocupes, no es personal —dijo él sin dejar de sonreír. La joven no hizo ningún gesto, simplemente caminó hasta quedar junto a la cama. Se encontró removiéndose incómodo, mirando hacia la ventana más cercana de reojo. Casi esperaba encontrarse con Trips afuera, trotando con sus alas listas para levantar vuelo—. Hamilton no sabe que estás aquí, descuida.

Nigel abrió los ojos como platos ante la mención. Contuvo un escalofrío antes de llevar sus rodillas hacia su pecho. Un silencio se apoderó de la habitación, con la joven mirándolo fijamente, como si fuera a verlo actuar en alguna tonta competencia de doma. Ese día, notó, llevaba un vestido casi tan bonito como el que tenía en el establo de su anterior dueño, pero mucho menos complicado, como los que utilizaba Samantha para andar a caballo.

—¿Qué tan bueno eres con el establo, Silencioso Mike? —preguntó ella. Nigel no pudo más que resoplar ante el sobrenombre y mirarla como si hubiera preguntado si los sleipnir tenían menos de ocho patas. Aun así, ella no apartó sus ojos grises de él, su garganta se cerró un poco y se encontró desviando la vista hacia la ventana de regreso—. ¿Y bien?

Lo intentó. Realmente intentó que las palabras que burbujeaban en su garganta salieran, que su lengua las paladeara como lo hacía cuando estaba a solas. Al cuarto intento se rindió. ¿Cómo iba a hablar cuando no lo había hecho en las últimas cinco primaveras? Era ridículo e imposible. Apretó los puños, luchando contra las ganas de llorar que lo invadían. No, no podía siquiera tener los ojos lacrimosos frente a los que podían darle al menos una migaja de pan.

—Wendy, querida, ¿me dejas a solas con él?

Ella no dijo nada, simplemente se paró y se marchó, cerrando la puerta detrás de sí. Nigel la miró un momento antes de centrarse en el patrón de las sábanas. Flor roja, cabeza de sleipnir, forma de pegaso sin detalles, cabeza de unicornio, flor violeta, cabeza de pegaso... Alzó de nuevo la vista cuando el hombre se paró junto a la cama. Tenía los brazos cruzados y una mirada vacía que le revolvió las tripas.

—Escucha, lo iba a hacer, pero ahora facilitaste un poco las cosas —empezó, soltando un suspiro cansado—. Vengo necesitando un peón en los establos, aunque mi sobrina diga que no. Ya que te escapaste de Hamilton, te ofrezco vivir aquí a cambio de ayuda. —Nigel frunció el ceño, observando de pies a cabeza al hombre. Quería aceptar tanto como negar con la cabeza—. No tengo esclavos, dan demasiados problemas —resopló, pasando una mano por su cara antes de volver a verlo—. Pero que necesito asistentes y un par de manos extras, es un hecho. Además, mi esposa ya te ha tomado cariño —farfulló lo último, rodando los ojos. Como si la hubieran invocado, una mujer voluptuosa, de mejillas sonrosadas y mirada cortante apareció en la puerta. Por el parecido con la joven Wendy, Nigel sospechó que esa era la mujer que le había tomado cariño. Aunque se cuestionó internamente qué entendía aquel hombre por cariño al ver cómo la mujer dejaba un plato y le echaba una mirada molesta a su marido antes de salir del cuarto—. Como dije, es una oferta, pero siéntete libre de poder volver a cabalgar por las tierras desoladas.

Y sin decir nada más, dio media vuelta y salió de la habitación, dejándolo solo con un plato casi rebalsado de comida. Tardó un instante en sentarse en el suelo, con el recipiente en sus manos, devorando todo como si estuviera a punto de morir. El sabor ahumado de la carne se sintió casi un milagro para su lengua, así como las papas condimentadas con hierbas que le resultaron más o menos familiares, además de una porción de cebollas asadas que dejó para el final. Dejó el plato casi limpio a un costado, sintiendo que, por fin, su estómago se llenaba luego de tanto tiempo. Una sonrisa tironeó de sus labios durante un instante antes de que la realidad regresara.

«Quiero volver a casa», pensó, poniéndose de pie y caminando hacia la ventana más cercana. Afuera, un sol radiante iluminaba al mundo. Un pequeño corral dejaba que los potrillos y sus madres pasaran el rato, dando un par de vueltas. Más allá, había un pequeño arroyo brillante donde distinguió a un par de sleipnirs paseando por las verdes orillas, árboles bastante frondosos crecían junto a la casa, incluso le pareció vislumbrar un pequeño sendero marcado por pequeños plantines. Alzó la vista hacia el horizonte, donde le pareció distinguir las vagas siluetas de algunos pegasos o aves. Apoyó una mano contra el vidrio, como si con eso pudiera llamar a Trips a su lado.

Mordió su labio inferior. ¿Cómo volver?

Dejó salir un suspiro y giró hacia la puerta. Quizás, y solo quizás, Papá podría ayudarlo a volver si encontraba la forma de seguir adelante.

—La supervivencia es si puedes encontrar pasto, potrillo. Si tienes comida y agua, el resto se irá acomodando.

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