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Capítulo 7: La cueva

La humedad en el interior de aquella cueva era palpable y, el incesante y atronador sonido de la catarata, lo envolvía todo. Nora seguía a aquel vagabundo en dirección a la cortina de agua, que caía con fuerza pero, al llegar hasta allí, él giró hacia una enorme roca. Derek soltó su mano y, empujando con fuerza el monolito, dejó ver lo que se ocultaba detrás.

Tras la roca se escondía otra cueva más pequeña, del tamaño de un cuarto. En su interior había una sencilla cama hecha de paja, un pequeño agujero en su cavernoso techo, por el que se colaba la luz de la luna, y los restos de una hoguera apagada en el centro, con varios pedruscos a su alrededor. Entraron al habitáculo y Derek se apresuró a encender un fuego, usando un pedernal.  Cuando empezó a arder, el hombre se volteó, pasó al lado de Nora y volvió a mover el pedrusco encerrando a ambos dentro. Al hacerlo, el sonido de la catarata se contuvo, volviéndose más soportable.

–Lo siento... –Volvió a disculparse Derek, aún de espaldas a ella. –Siento mucho que tengas que pasar por todo esto.

Se giró y la miró preocupado.

–¿Qué... qué está pasando? ¿Por qué ahora sí que hablas?... –Preguntó ella angustiada, pues todo aquello era irreal.

Derek suspiró con fuerza y agachó la cabeza. ¿Cómo iba a explicarle todo aquello?, la verdad era muy difícil de creer, hasta a él le costaba después de tanto tiempo. Se acercó al fuego y se sentó en uno de los pedruscos.

–Estoy maldito. –Dijo al fin, dejando a Nora sin palabras.

–¿Qué quieres decir con eso? –Preguntó ella, mientras se sentaba frente a él.

Derek la miró con sus penetrantes ojos dorados.

–Hace algunos años, una hechicera me maldijo y, desde ese día, he estado huyendo y escondiéndome. Unos meses atrás, encontré esta cueva y, desde entonces, estoy aquí pues es el único lugar donde puedo hablar, donde puedo dormir sin temer gritar en sueños... Dios... ésta es la primera conversación que tengo en años... –añadió, sintiendo que sus ojos se humedecían.

Nora estaba desconcertada, miró a aquel vagabundo y notó su inmenso pesar. ¿Una maldición? Ella jamás había creído en esas cosas pero, tras lo acontecido esa noche, no podía negar que algo realmente extraño estaba pasando. Suspiró profundamente y volvió a hablar.

–Cuéntamelo, cuéntame todo.

Derek alzó su vista y miró los ojos de la joven, que lo observaba con gesto sereno.

–Hace más de tres años, cuando empezó esta estúpida guerra, recibí esta maldición. No puedo hablar, pues el sonido de mi voz atrae a esos demonios alados que viste antes... Y, no solo vienen a por mí, ellos matan a cualquier persona a mi alrededor. Por eso me fugué de mi casa y me escondí, no sabía qué hacer, tan solo tenía diecisiete años... Pero, tras días de huida y de que ellos me encontrasen en varias ocasiones, descubrí que, si me mantenía en silencio no me podían encontrar. Tardé un tiempo más en averiguar su punto débil... el sonido del agua... –Se pasó una mano por la nuca avergonzado, sabía que aquella historia sonaba a fábula y esa era la primera vez que hablaba de ello en voz alta, descubriendo lo estúpido que parecía.

–¿Por eso vives aquí?... –preguntó Nora.

–Sí, este lugar rodeado de cataratas es el mejor que he encontrado, con el tiempo me acostumbré a vivir con este incesante ruido...  Aunque, jamás debí acercarme a tu aldea, no debí inmiscuirte en todo esto, te he puesto en peligro a sabiendas y lo lamento.

Él la miraba con un gesto de profundo pesar. Era palpable su arrepentimiento y Nora no soportaba ver sufrir a aquel joven que tanto mal había soportado. Si su historia era cierta, y eso parecía, había vivido un tormento inimaginable, solo, aislado y acechado por demonios que querían matarle. Nora notó una punzada en su corazón. El aspecto abatido de él, le estaba dando fuerzas a ella, sentía la necesidad de aplacar su pena.

–Yo me alegro de que fueras a la aldea. –Dijo, al fin. –Me alegro que me salvases de aquellos dos hombres en el riachuelo, me alegro de haber cocinado para ti... me... me alegro de haberte conocido... –paró de hablar, pues su voz se estaba quebrando.

Miró el fuego tratando de evitar los sorpresivos ojos con los que él la miraba en ese momento. ¿Había sonado como una declaración de amor? Esa no era su intención, pero las palabras le salieron de la boca sin pensarlas.

–¿Cómo te llamas?... –preguntó ella, tratando de cambiar el rumbo de la conversación.

A Derek aquella pregunta le pilló desprevenido. No podía decirle su verdadero nombre, bajo ningún concepto debía decírselo. Ese secreto, era aún mayor que su maldición y lo último que quería, en aquel momento, es que ella lo odiase, que ella lo volviera a mirar con rencor como había hecho hacia unos minutos, si eso pasaba, se le terminaría de romper el corazón.

–Me llamo... Eric...–dijo, notando un nudo en la garganta al mentirle y usando el nombre del que había sido su mejor amigo en su infancia.

Nora dudó, era casi analfabeta, pero había aprendido algunas letras del abecedario con su madre, y estaba casi convencida de que, aquella vez que empezó a escribir su nombre en las cenizas, no era con una E como empezaba. Sin embargo, no podía estar segura de ello, así que, con la duda en su mente, aceptó el nombre que le había dicho.

Se quedaron en silencio, mirando las llamas que comenzaban a arder con fuerza, pensando en muchas cosas a la vez. Nora estaba preocupada por su situación, había huido de su casa dejando un hombre muerto por el camino. Estaba segura de que no podría volver, pues sería acusada de ese asesinato y, quizás, de los otros dos también.

–Debes acusarme a mí. –Dijo él, con tranquilidad. –Vuelve a tu aldea y delátame, diles que yo maté a esos dos hombres en el riachuelo y que, después, te amenacé para que guardases silencio... y diles que hoy maté también a ese desgraciado. En cierto modo es la verdad, así que te creerán y podrás volver a tu casa...

–¡No pienso hacer tal cosa! –Dijo molesta, mientras se levantaba. –¡No voy a culparte a ti de todo!¡No, me niego!

Nora no estaba conforme con aquel plan, ella era tan culpable como él y sentía nauseas de solo pensar en aquella mentira.

–Esos hombres... ellos son los culpables de lo que les ha pasado y tú... ¡tú me salvaste! ¡¿Cómo de ingrata te crees que puedo llegar a ser?! –Dejó de gritar, pero seguía azorada por el berrinche. No era ese tipo de persona y le molestaba que él pidiera que lo fuese o que creyese que era capaz de hacerlo.

Él se levantó también y fue hasta ella, cuando estuvo cerca frunció el ceño.

–Y ¿cuál es tu idea?, dime, ¿qué otra solución encuentras? – Estaba molesto, ¿por qué no le hacía caso? Él solo quería dejar su vida como la había encontrado, no quería enredarla en sus problemas y, aun así, se había sentido feliz al oírla decir que se negaba. ¿Por qué era tan egoísta? ¿Por qué, aún sabiendo que era lo peor para aquella inocente joven, no quería separarse de ella bajo ningún concepto? Estaba enfadado consigo mismo, sabiendo que sus deseos lo volvían un ser infame.

–Ya... ya pensaré en algo...–susurró ella, notando su corazón latir a toda velocidad en su pecho, pues él estaba tan cerca y la miraba de tal forma, que sus piernas comenzaron a temblarle.

Él dio un paso más hacia ella, su cuerpo se movía solo, no era dueño de sus actos y, sin poder evitarlo, la abrazó. Nora no opuso resistencia, nadie la había abrazado así, él la estrechaba con suavidad, pero con firmeza. Sentía que su corazón se le iba a salir y su estómago le hormigueaba con desazón. ¿Lo amaba? ¿cómo iba a amarlo si apenas lo conocía? ¿si solo había hablado con él en los últimos minutos? No obstante, las emociones que estaban despertándose en ella eran claras y, aunque él no le había contado nada durante todos aquellos días, aunque no conociera ni su nombre, sabía que se había ido enamorando de él con cada día que pasaban juntos y que, cada mirada que le dedicaba, estaba más cargada de significado que ninguna conversación que hubiera tenido nunca.

Aquel abrazo se estaba alargando en el tiempo, así que Derek, decepcionado consigo mismo, se apartó de ella y la miró. Los ojos de Nora lo observaban con intensidad, sus pupilas, estaban claramente dilatadas y respiraba afanosamente. Cerró los ojos y él se inclinó un poco para besarla, poniendo una de sus manos en su cintura. En ese momento, ella emitió un quejido.

–¿Qué te ocurre? –le preguntó preocupado.

Ella hizo un gesto de dolor y él quitó la mano de su cintura. Nora se tocó el costado y volvió a gemir.

–Creo que me he hecho daño... quizás fué cuando aquel hombre me lanzó al suelo. Me está doliendo... cada vez más– dijo, retorciéndose sobre su costado.

–Enséñamelo. –Dijo Derek preocupado.

Ella lo miró contrariada, ¿pretendía que se levantase las faldas frente a él y le mostrase su cuerpo? ¿Cómo iba a hacer tal cosa?

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