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Capítulo 48: La patata

El tiempo, ese concepto intangible que organizamos los humanos en segundos, minutos, horas y días. Lo último en lo que quería pensar Nora era en el tiempo, sin embargo, era esclava de él. Con su discurrir lento pero inexorable.

Pasó la última página del libro que estaba leyendo, otro que había devorado en pocos días y suspiró. Observó entonces la pila de libros en una esquina de la pequeña salita. Eran como un calendario y otra vez, su simple visión, le recordaba su esclavitud.

Miró por la ventana para ver la silueta de Eric, todos los días estaba en el mismo lugar, sentado en el porche. ¿En que estaría pensado? Nora no lo podía saber, ese hombre era un misterio para ella. No se podía decir que fuera muy hablador, era tranquilo, cosa que no se ajustaba en absoluto a su aspecto. Ese pensamiento la hizo sonreír, pensar en que ese joven altanero, corpulento y tan alto que rozaba los bajos techos de su casa podía ser una persona sosegada y reflexiva, le hacía gracia.

–¿Quieres algo de comer? –Le preguntó Nora asomándose al exterior.

–No, estoy bien. –Respondió él sin siquiera mirarla.

–¿Estás seguro? He preparado un asado... –Le insistió ella de forma cantarina.

–Sí... estoy seguro. –Volvió a negarse mientras el olor de la cocina salía por la puerta tras la que ella se asomaba y le llegaba, haciendo que sus tripas gruñeran de forma estridente.

Él la miró sorprendido, mientras su rostro se enrojecía creando un gran contraste con sus ojos que eran azules como el cielo. Nora contuvo la risa como pudo, pues no deseaba abochornarlo más.

–Anda, pasa... –Le dijo volviendo dentro y dejando la puerta abierta.

Eric se pasó la mano por sus rubios cabellos para peinarlos y apoyó la cabeza en la pared, cerrando los ojos para tratar de apaciguar la vergüenza.

Tras unos segundos en los que consiguió calmarse, entró en la pequeña cabaña cerrando la puerta tras de sí.

...

Dos años habían transcurrido, y medio desde la última vez que Nora supo algo de Derek. Eric entró en la cabaña cargado de troncos que dejó cerca de la chimenea, después se sentó en una de las sillas a descansar. Nora lo observaba de reojo mientras preparaba la comida, la vida se había vuelto plácida en apariencia y eso sosegaba un poco su nerviosismo que, de vez en cuando, aún se le desataba, sobre todo cuando pensaba en Derek.

–¿Necesitas más? –Le preguntó Eric sacándola de sus pensamientos.

Ella lo miró y vio que señalaba la leña.

–No, es suficiente, gracias –Le contestó con una sonrisa.

Él suspiró y se levantó para salir fuera.

–Hace frio, quédate dentro. –Le dijo ella sin alzar la vista de las verduras que estaba troceando, sabía que iba a volver a su posición en la exterior como siempre hacía, mientras Nora trataba de evitarlo pues la incomodaba tenerlo siempre en la puerta.

Él la miró y, después, con un suspiro volvió a la silla.

–Tengo algo que contarte. –Le dijo Eric sorprendiéndola.

Nora se giró a mirarlo y vio que estaba entristecido.

–¿Qué es? –Le preguntó sintiendo un nudo en el estómago.

–Ayer llegó una misiva real... –Tras decir esto, la observó unos segundos, para después girar la vista hacia el fuego buscando las palabras en su mente.

–¿Qué decía? – Insistió ella preocupada, mientras se acercaba a él.

–No sé cómo decirte esto... –Dijo dubitativo mientras se pasaba la mano por el pelo, algo nervioso. –Va a tener lugar un enlace real, el heredero se casará con la princesa Remia de Nerpia.

Aquellas palabras se clavaron en el corazón de Nora, haciéndola retroceder un paso. Luego, se giró hacia la cocina, tomó una patata y comenzó a pelarla.

–Ya veo... –Dijo ella en un suspiro tratando de sonar tranquila.

Eric miró su espalda y vio como sus hombros se encogían. No quería verla llorar, pero tampoco soportaba dejarla sola y, sin ser dueño de sus actos se levantó, fue hasta ella y la abrazó, haciendo que ella dejase el cuchillo y la patata cayese al suelo de sus manos.

Eric la sostuvo sintiendo que su corazón se le partía al oírla llorar de esa forma, pero no la soltó, la estrechó aún más fuerte, tratando de absorber él mismo su dolor.

Unos minutos después, Nora lo empujó suavemente, mientras se secaba las lágrimas con las manos.

–E... estoy bien... –Susurró sin alzar la vista. Luego se agachó y cogió la patata del suelo, la puso sobre la encimera y se alejó hacia el exterior de la casa con rapidez.

Salió a la calle sintiendo el frio en su cara, era pleno invierno y el atardecer estaba al caer. Miró al horizonte mientras comenzaba a correr sin darse cuenta. Corrió hacia el riachuelo y se paró frente al agua, tratando de recuperar el aliento. El viento helado la devolvió a la realidad, estaba a punto de volver cuando sintió una calidez en su espalda, se giró y vio que Eric la cubría con su chaqueta mientras la miraba preocupado.

–Estoy bie...

–¡No!¡No lo estas! –Gritó él en un arrebato. –No estás bien desde hace mucho tiempo y eso es... es desgarrador verte así.

Los ojos azules de Eric estaban clavados en ella, enrojecidos. Su corazón le latía con fuerza mientras trataba de no escucharlo, como tantas veces había hecho durante aquellos años, intentando no oír lo que ahora le gritaba. Era inevitable, se había enamorado de ella tanto que le resultaba tortuoso, un infierno, pero uno de que no se podía apartar.

–Nora, olvídate de él, era imposible desde el principio... No le esperes más. –Añadió angustiado.

–Yo... no le estaba esperando... –Dijo ella con un hilo de voz.

–Sí, lo has esperado desde que salimos de palacio, lo has añorado tanto que era palpable... dos años y cada uno de sus días he podido notarlo.

Nora apartó la mirada sabiendo que era verdad.

–No lo esperes más, no va a volver, los príncipes se casan con princesas, eso es así... No va a volver.

Eric dejó de hablar al notar las manos de Nora que le tapaban la boca. Él no quería decirlo y ella no quería oírlo, sin embargo, la verdad estaba dicha y había sido escuchada.

–Volvamos... –Susurró ella bajando las manos y comenzando a caminar hacia la cabaña.

Él la siguió en silencio, martirizándose por todo lo que le había gritado. Anduvieron unos minutos hasta que Nora se detuvo al notar la mano de Eric sujetando la suya, se giró y lo miró.

Él la observó con gesto sereno, después se agachó, puso una rodilla en el suelo y alzó la vista para mirarla.

–Cásate conmigo, te quiero...–Le dijo notando su corazón latir con fuerza. –Te haré feliz. –Añadió, sintiendo que esa promesa conduciría su vida a partir del instante en el que la hizo.

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