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Capítulo 46: La audiencia

Derek observaba a Nora embelesado, estaba preciosa. El elegante vestido beige le quedaba como un guante, aunque él percibió que se sentía incomoda ya que, mientras andaban por los largos pasillas de palacio, ella apenas podía seguirle el ritmo.

–Ven, sujétate a mí. –Le dijo, ofreciéndole el brazo caballerosamente.

Ella lo miró sorprendida.

–Estoy bien, no te preocupes... –Contestó, mirando a su alrededor.

–Nadie se va a sorprender porque lo hagas, es costumbre aquí ayudar a una dama en aprietos. –Añadió él, sonriente.

Nora suspiró y aceptó el ofrecimiento a regañadientes, pues le estaba costando mucho trabajo andar con esos aparatosos ropajes.

Caminaron lago rato mientras Nora se asombraba de lo rápido que habían limpiado el lugar las doncellas. Aquellos pasillos, el día anterior, estaban regados de sangre y cadáveres, sin embargo, ahora presentaban un aspecto inmaculado como si nada hubiese pasado allí.

–Ya queda poco para llegar. –La informó Derek y ella no pudo evitar apretar su brazo por los nervios. –Tranquila, te está muy agradecido, nada malo va a pasar.

Nora le miró angustiada, una audiencia con el rey era un privilegio tal, que una plebeya como ella jamás se hubiera atrevido a fantasear con que le pasase.

Llegaron ante una inmensa puerta bellamente decorada. A ambos lados, dos escudos la custodiaban mirando al frente casi sin parpadear. Nora comenzó entonces a temblar.

–Tengo ganas de correr... o quizás de vomitar. –Le susurró a Derek que soltó una leve risita.

–Es mi padre, no tengas miedo.

–Es el rey... estoy aterrada... –Contestó nerviosa, pasándose la mano por el pelo para peinarlo.

Las puertas se abrieron y uno de los guardianes se plantó frente a ellos.

–¡El príncipe Derek y su acompañante! –Anunció, volviendo acto seguido a su posición inicial.

Nora miró al frente y vio al rey sentado en un gran trono de enormes dimensiones en medio de aquella sala de altísimos techos y grandes ventanales, que la rodeaban casi en su totalidad. Derek comenzó a andar ayudándola a hacerlo también, pues sin ese impulso, no hubiera sido capaz de mover un solo pie hacia delante.

Cuando llegaron frente al rey, este se levantó, bajó despacio los pocos peldaños que los separaban y se plantó frente a ellos. Los miró con el ceño fruncido, cosa que hizo a Nora sentir un intenso escalofrío. Ya no era el hombre que vio la primera vez, su presencia era enorme, atemorizante y de una elegancia difícil de describir.

–Así que tú eres Nora... –Murmuró, observándola con detenimiento. De pronto, su gesto cambió y pudo ver que sonreía complacido. –Este reino te debe mucho, jovencita. Dime ¿qué es lo que más deseas?

Nora lo miró sorprendida y luego giró la cara para ver a Derek, que también le sonrió.

El rey esperaba una respuesta y ella no se sentía capaz de decir nada.

– No tengas miedo, dímelo. –La apremió el monarca.

–Yo... su majestad, no quiero nada... –Balbuceó angustiada.

El rey se giró divertido y volvió a su trono, después cogió un papiro y lo desplegó.

–Mi hijo me ha contado muchas cosas sobre ti, muchacha, y debo decir que he quedado gratamente sorprendido. No hace falta que pidas nada, se te concederá igualmente.

Nora volvió a mirar a Derek preocupada.

–En primer lugar, se te otorgaran unas tierras al sur y una casa palaciega. En segundo lugar, tu hermano será retirado del frente y sustituido por varios médicos de palacio y, en tercer lugar, se te asignaran varios eruditos para que te instruyan. ¿Es esto suficiente? –Preguntó el rey dejando a un lado el documento.

La joven estaba estupefacta, no esperaba ninguna compensación y todo lo que le había dicho eran cosas impensables para ella.

–Mi rey... –Comenzó a decir preocupada. –No preciso de nada, solo deseo que la guerra se detenga y volver a mi casa. No necesito nada más...

El rey la miró sonriente y después a su hijo, que giró suavemente a Nora para mirarla de frente.

–Nora, te prometí que acabaría con esta guerra y eso voy a hacer. Quizás tarde algún tiempo, pero ya estamos en ello. Esta misma mañana mandamos un emisario real a Nerpia, ya ha comenzado lo que será el final de todo este desastre.

–¿De verdad? –Preguntó ella con un hilo de voz.

–Sí, de verdad.

Los dos se miraron mientras Nora trataba de contener las lágrimas y las ganas de abrazarle.

–Creo que es suficiente, podéis marcharos, tengo muchos asuntos que atender. –Dijo el rey interrumpiendo sus miradas y levantándose para marcharse, pero antes de hacerlo, volvió a mirar a Derek. –Tenemos muchos asuntos que atender. –Corrigió.

Tras estas palabras, se marchó despareciendo tras una pequeña puerta oculta en la pared.

Nora estaba aún procesando todo lo que acababa de pasar cuando escuchó una voz familiar. Miró hacia las enormes puertas y vio aparecer a Marian. Corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

–Jajaja, yo también me alegro de verte. –Le dijo ella devolviéndole el abrazo. –Pero, no quiero poner celoso al príncipe. –Susurró soltando a Nora y haciéndole una reverencia a Derek que la observaba con el ceño fruncido.

–Marian Stongerson, acércate. –Le ordenó él, con voz autoritaria.

Ellas se miraron inquietas y Marian se acercó al príncipe.

–Arrodíllate. –Volvió a ordenarle, mientras agarraba con una mano la espada que colgaba de su cinturón.

Marian obedeció preocupada por si aquel príncipe, que hacia tantos años que no veía, le guardaba algún rencor. Derek sacó la espada y la alzó frente a ella.

–Yo, Derek Glaüston de Stronderbug, príncipe de Astaria, te nombro a ti, Marian Stongerson, escudo real al servicio de la corona. A partir de este momento, y con tu juramento, pondrás tu vida a disposición de este reino, viviendo y muriendo por él, sirviendo a los reyes y protegiendo a todos sus ciudadanos. –Derek, fue diciendo estas palabras despacio, mientras posaba la hoja de la espada en los hombros de Marian.

Nora vio la espalda de la joven que, arrodillada frente al príncipe, parecía estar temblando.

–¿Aceptas el honor? –Terminó preguntando.

Marian alzó la vista con los ojos enrojecidos y una enorme sonrisa en la cara.

–Acepto. –Contestó con firmeza.

–Levántate entonces, ya eres un caballero. Has luchado con brío por este reino y sus monarcas, pero ahora empieza lo más difícil. –Añadió el príncipe, sonriéndole. –De aquí en adelante, serás mi guardaespaldas y, además, deberás cumplir con la instrucción como todos los demás escudos, ¿estás de acuerdo?

–Daré mi vida por vos sin pensarlo. –Respondió ella con determinación.

–Hoy vuelve con tu hermano y celebrad la noticia. Mañana comenzarás el servicio.

Marian se giró y miró a Nora exultante, fue a su encuentro y tomó una de sus manos, se arrodilló frente a ella y la besó.

–Gracias, Nora. –Le dijo, volviendo a ponerse en pie. Luego se pasó la mano por su flequillo volviendo a peinarlo hacia atrás y le sonrió haciendo que Nora se sonrojase ante tal belleza. Tras despedirse, salió de la sala con rapidez.

Nora miró a Derek sorprendía.

–La primera mujer escudo... No va a ser fácil para ella. –Le dijo él.

–Dudo mucho que eso le importe. –Contestó Nora con una sonrisa.

Derek miró la mano de Nora que Marian le acababa de besar y la tomó entre las suyas.

–No le quitaré el ojo de encima cuando estéis juntas...–Murmuró molesto.

Nora no pudo evitar reírse.

–¿Estás celoso? –Se mofó.

–Sí, ¿tan raro es? –Preguntó agarrándola por la cintura para atraerla hacia él.

Nora lo miró perpleja y, después, suspiró angustiada. Debía irse cuanto antes, pero no encontraba la determinación para hacerlo.

–Derek... –Comenzó a decir con tristeza, bajando la mirada.

–Quieres irte, ¿verdad? –terminó de decir él, haciendo que ella lo mirase.

–Sí...

–De acuerdo, no te obligaré a quedarte. Además, te prometí acabar con esta guerra y pienso cumplir mi palabra. Una vez lo haga, iré a por ti, Nora, no dudes que lo haré.

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