Capítulo 43: La reina
Nora se agachó y puso sus manos sobre la espalda de la reina, que yacía inmóvil en el suelo.
–¿Su majestad? –Susurró Nora sin obtener respuesta, así que la giró para ver su rostro.
Sus ojos permanecían cerrados, pero parecía respirar aunque con dificultad.
–Mi reina... despierte, por favor –le dijo angustiada.
La reina al fin reaccionó y abrió despacio los ojos, la primera imagen que vio fue la cara de una joven que la miraba con preocupación. No sabía quién era aquella muchacha, pero el sonido de su voz le resultaba familiar.
Nora observó maravillada el espléndido color dorado de los ojos de la reina y sin poder evitarlo sonrió. Después se fijó en que su pelo se había tornado completamente blanco y la cara de la reina presentaba un aspecto envejecido. Asió su mano y notó las manchas de la edad en su anteriormente inmaculada piel. Había perdido muchos años, quizás décadas pero, en contrapartida, volvía a ver.
Nora la ayudó a ponerse en pie y, una vez lo estuvo, la reina fijó su vista en Derek. Mantenía los ojos muy abiertos mientras observaba, después de tantos años, a su hijo.
–De... Derek, hijo mío... –Murmuró caminando con dificultad hasta él.
Derek la miró aún consternado. Había pasado una eternidad flotando en aquella blancura infinita, sin apenas capacidad de razonar ni noción del tiempo. Cuando se recompuso, dio varios pasos hasta su madre y la abrazó.
Nora los miraba como si ese momento fuera una fantasía, era tan irreal, tan bonito que no le parecía cierto. Derek se apartó de su madre y la volvió a mirar.
–Madre... quiero presentarte a alguien. –Le dijo sonriéndole con cariño y después miró a Nora, que en ese momento salió del trance en el que estaba y se puso tensa.
Derek acompañó a su madre hasta la muchacha, que la miraba inquieta.
–Ella es Nora, me ha salvado la vida en muchas ocasiones y ahora, nos ha rescatado a todos del yugo de esa bruja.
La reina la miró sorprendida y después, con un gesto amable, le sonrió.
–Muchas gracias, Nora. –Le dijo haciéndole una reverencia, que Nora trató de imitar torpemente.
–Una cosa más, es la mujer que amo. –Tras decir estas palabras, Derek fue hacia Nora y la abrazó, alzándola un poco del suelo.
–Derek... Derek, suéltame, por favor... –Balbuceó ella avergonzada.
–Nunca, lo siento, pero nunca te soltaré. –Añadió él, besándola acto seguido. –Me has vuelto a salvar, te lo debo todo...
–¿Qué... qué está pasando aquí? –Preguntó el rey, que iba recuperando poco a poco la consciencia.
La reina fue hasta él y se arrodilló enfrente.
–Lo siento, todo ha sido culpa mía. –Le dijo conteniendo las lágrimas.
El rey la miró contrariado, estiró su mano y tocó sus cabellos ahora blancos.
–Levántate, una reina no debe arrodillarse nunca. –Le dijo extendiéndole su mano para que ella la cogiese. La reina lo hizo y él la ayudó a levantarse. –Ya me explicarás qué ha ocurrido, debe haber pasado mucho tiempo...
Derek dejó a Nora y fue hasta su padre, hincando la rodilla frente a él.
–No es culpa de madre, ella fue engañada. –Después, alzó la vista y miró los cansados ojos de su padre. –Ahora que al fin estamos todos juntos, podremos solucionarlo. Le he extrañado mucho, padre.
El rey lo miró sorprendido, pues su hijo había cambiado, jamás le había hablado con tanto cariño y ahora, ya no era aquel muchacho que conocía, se había convertido en un hombre.
–Sí, lo solucionaremos. –Respondió el rey, seguidamente se levantó, fue hasta su hijo y lo abrazó.
...
Marian no estaba pendiente de aquella escena. Con el corazón en un puño, deambulaba por la pista de baile, girando los cuerpos de los que yacían en el suelo, buscando desesperadamente a su hermano. Era una mujer fuerte, quizás la más fuerte de todo ese reino y, aun así, no pudo evitar que las lágrimas le asomasen en sus ojos a cada cuerpo que veía en el suelo, a cada color de pelo como el de su hermano y a cada emblema de escudo real que reconocía. Era desesperante, angustioso, pero no se detuvo.
Una mano se posó en su hombro mientras ella giraba otro cuerpo. Miró a quien la tocaba y vio la cara de Will.
–¿Dónde está? –le preguntó ella sobrecogida.
–No está aquí...–respondió Will. –Sígueme.
Marian lo siguió con rapidez, mirando en todas direcciones mientras salían del salón y se dirigían hacia los jardines. Fue entonces cuando vio la bota de su hermano asomar tras una columna, corrió hacia allí y lo encontró apoyado mientras se sujetaba el estómago con las dos manos y respiraba con dificultad. Él alzó la vista y la miró con los ojos entrecerrados.
–¿E... estás llorando?... los caballeros no lloran... –Le dijo forzando una sonrisa.
Marian se agachó a su lado y miró la herida preocupada.
–Tranquila... esto no es nada...cof... –Dijo sin poder evitar toser y que saliera sangre de su boca.
–¡Un médico! –Gritó ella poniéndose en pie.
–Vienen de camino, no te preocupes. –Trató de tranquilizarla Will.
–Marian... –Volvió a hablar Eric. Ella se volvió a agachar y se acercó. –¿Lo mataste? ... al desgraciado ese...
Ella lo miró sorprendida y después le sonrió, esforzándose para hablar con él sin que su tono delatara lo preocupada que estaba.
–Pues claro, no era rival para mí.
–Lo sabía... estaba seguro que no podría... contigo... –Eric quería seguir hablando, pero cada vez le costaba más y los ojos se le iban cerrando.
–Hermano, no te duermas, por favor... ¡aguanta! –le repetía Marian angustiada tratando mantenerlo despierto.
–Te acabo... de decir... que los caballeros... no lloran...–Las últimas palabras que pronunció Eric fueron esas, pues por mucho que ella trató de que reaccionase no lo consiguió.
Los médicos llegaron y comenzaron a atender las heridas de Eric en ese momento, no pintaba bien, le habían atravesado el abdomen y perdía demasiada sangre.
–¡Pónganle la mía! Soy su hermana, ¡úsenla por favor! –les gritó Marian desesperada.
Los médicos se miraron entre ellos y sacaron unos tubos de cobre.
–¿Está segura? Es muy peligroso para usted –Le dijo uno de ellos contrariado ante la petición.
–O me sacas ahora mismo está sangre o lo hago yo. –Amenazó ella apretando el puñal contra su brazo.
–La he avisado... –Suspiró el médico y después atravesó su brazo con una gran aguja.
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