Capítulo 36: La cortina
Derek se separó del grupo de guardias cuando llegaban ya al salón central. No podía permanecer demasiado tiempo con ellos o detectarían su presencia. Así que se escondió tras unas pesadas cortinas y esperó a que se fueran. Su escondite no era el mejor, pero al menos había conseguido perderlos de vista.
Salió de detrás de las telas y se dirigió hacia las cocinas, sin embargo, algo le hizo detenerse. Escuchó un gran golpe tras las paredes del salón y después oyó unas pisadas que iban en su dirección a gran velocidad. Volvió a ocultarse con la esperanza de que no se le vieran los pies.
El ruido de los pasos se intensificó cuando pasaron a su lado. No movió ni un músculo, ya que podía calcular que se trataba de varias personas y si lo encontraban allí sería su fin.
Cuando el sonido cesó, se asomó para mirar y lo último que atisbó, fueron las faldas de una de las sirvientas de palacio, mientras desaparecía tras las puertas. En ese momento no sabía que aquellas faldas eran de Nora, ni siquiera existía esa posibilidad en su cabeza. Salió de su escondite otra vez y se encaminó en dirección opuesta.
...
Una nueva lucha estaba teniendo lugar. Nora volvió a presenciar las espadas chocando y la sangre salpicando a su alrededor. No lograba acostumbrarse a todo aquello, pero parecía que no iba a dejar de suceder hasta que dieran con Derek. Eran cuatro hombres y ninguno tenía las habilidades suficientes para vencer a los escudos ni a Marian. Fueron derrotados fácilmente, pese al cansancio del grupo.
Habían logrado llegar hasta los aposentos del príncipe y Eric abrió la puerta con celeridad. La habitación estaba vacía y desordenada, sobre la cama deshecha se veían unos grilletes abiertos.
–¡Maldita sea! –gritó furioso, mientras golpeaba la pared. –Realmente se ha escapado...
–Sigamos buscándolo. –Le dijo Will apoyando una mano en su hombro.
Continuaron abriendo habitaciones y maldiciendo hasta que llegaron a la de Eldrik, entrando en ella con brusquedad.
–¿Ha visto a su hermano? –Le preguntó Eric, consternado por encontrarle allí mientras le hacía una rápida reverencia.
–No. Salgan inmediatamente de aquí. –Respondió el joven, sorprendido por el extraño grupo de personas que había irrumpido en su dormitorio.
–Necesitamos encontrarle... Por favor, si lo has visto, dínoslo. –Le imploró Nora, saliendo de detrás de Eric.
Eldrik la miró contrariado, las doncellas de palacio jamás se dirigían de esa manera a los nobles y mucho menos a un príncipe. La miró tratando de reconocerla, pero ninguno de aquel grupo le sonaba.
–¿Quiénes sois? –preguntó suspicazmente.
–Soy Eric, amigo de tu hermano. Ella es Marian, mi hermana. Will, escudo real y... bueno, ella es Nora, también es amiga del príncipe... –Añadió Eric, con un carraspeo involuntario.
Eldrik abrió mucho los ojos y fue hacia Nora.
–¿Eres realmente Nora?
–Sí...–respondió ella, sintiendo una repentina timidez.
El joven príncipe se giró entonces para mirar a Eric.
–Lo he ayudado a escapar, fue hace poco tiempo. No debe andar muy lejos. –Apuntó nervioso.
–¿Hacia dónde se dirigía?
–No lo sé... pero, teniendo en cuenta el barullo de ahí fuera, supongo que habrá optado por salir por las cocinas. –Dedujo Eldrik certeramente.
El grupo salió rápidamente del cuarto y se dispuso a regresar por el mismo pasillo que acaban de recorrer. Aunque poco les duró.
Frente a ellos, apareció un escuadrón de hombres fuertemente armados. Eric empujó a Nora dentro de la habitación de Eldrik y cerró la puerta.
–¡Ponla a salvo! –Le gritó mientras corría junto a Marian y Will en dirección opuesta a los guardias que comenzaron a perseguirles.
Nora, preocupada, trató de abrir la puerta, pero Eldrik la detuvo.
–No puedes hacer eso... –Le dijo.
–Pero... debo ayudarles... –Balbuceó ella angustiada.
–No, nosotros tenemos que encontrar a Derek ¿No has venido hasta aquí para eso?
Nora agachó la cabeza, pensativa, sintiendo en su estómago un revoltijo de sentimientos enfrentados. Cuando el sonido de los pasos en el exterior cedió, Eldrik abrió la puerta y salieron. Tomaron el pasillo que llevaba hasta las cocinas, cuya alfombra estaba regada de pisadas sangrientas. Llegaron al salón y, una vez allí, pudieron escuchar que otro grupo de guardias se aproximaba hacia ellos, por lo que Eldrik le susurró a Nora.
–Toma el pasillo de la derecha, cuenta tres puertas y gira, al final de ese corredor, están las cocinas. –Dicho esto, la empujó suavemente hacia una ventana y la tapó rápidamente con las cortinas. Era un escondite para una sola persona, por lo que no la pudo acompañar, además, debía desviar la atención de los guardias para que no la encontrasen.
–¡¿Qué hace aquí, príncipe?! –le preguntó un guardia a Eldrik.
–Escuché el escándalo y salí a ver qué ocurría. –Mintió él con soltura.
–Lo escoltaremos a sus aposentos, no vuelva a salir hasta que le avisemos... hay intrusos en palacio. –Dijo el guardia.
Nora escuchó como se marchaban y sintió que su corazón se detenía. Se acababa de quedar sola, no sabía dónde estaban los demás ni en qué condiciones y tampoco dónde se encontraba Derek.
Sacó fuerzas de donde no las tenía y se encaminó hacia la cocina, repitiendo sin parar en su cabeza las indicaciones que le había dado Eldrik.
Por suerte para ella, no encontró a nadie por aquellos pasillos, solo los cuerpos de los guardias caídos en la trifulca. Anduvo mucho tiempo por el palacio y, aunque las indicaciones eran sencillas, el camino era largo. Entre una puerta y otra se extendían varios metros y Nora los recorría despacio, sujetando su daga entre las manos, mientras miraba en todas direcciones.
Por fin llegó al pasillo que terminaba en la cocina. El corazón le latía fuertemente y sus manos se le estaban quedando dormidas de tanto apretar la empuñadura. Contuvo la respiración y entró despacio en la inmensa cocina. Las ollas y cacerolas humeaban en los fuegos y trozos de vajilla estaban esparcidos por el suelo. Se notaba que las sirvientas habían huido con rapidez de allí.
Caminó lentamente mientras los trozos de cristal y porcelana crujían bajo sus zapatos. Observó a su alrededor, pero no encontró allí a Derek.
La puerta trasera de la cocina estaba abierta y daba al exterior. Se encaminó hacia ella y, cuando apenas le quedaban unos metros para atravesarla, una mano la agarró con fuerza de la cintura y otra se posó en sus labios, conteniendo el grito que sin remedio hubiera salido de ellos.
Estaba acabada, la habían atrapado y no tenía a nadie que la defendiera. Sin embargo, se negaba a morir así, quería verlo, aunque fuera solo una última vez. Deseaba tanto que eso pasase, que apretó la empuñadura de su daga y se giró con todas las fuerzas que tenía, e incluso alguna más que acababa de descubrir, para apuñalar al guardia que la sujetaba arrastrándola hacia atrás.
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