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Capítulo 30: Las cadenas

Cuando Derek abrió los ojos, se encontraba en su habitación. La misma en la que se había criado desde que era un niño y de la que salió hacia más de tres años para no volver.

Trató de levantarse, aún desorientado, pero no pudo. Estaba sujeto a la cama con cadenas y de nada sirvió tirar de ellas, no podía soltarse. Sintió un intenso dolor y miró sus hombros perfectamente vendados, se dejó caer de nuevo sobre la almohada y suspiró.

<<¿Qué demonios está pasando?>> pensó agotado, para después volver en sí abriendo los ojos de par en par. <<¡Nora! Ella estaba con aquel indeseable>> Volvió a tirar de las cadenas, luchando por soltarse, queriendo ir a salvarla y haciendo que sus heridas comenzasen a sangrar empapando los blancos vendajes.

La puerta de la habitación se abrió de golpe y un ser que despreciaba apareció tras ella. Aquella bruja lo miraba satisfecha, con una odiosa sonrisa en la cara. Su pelo negro, largo hasta la cintura, estaba enmarañado y su piel, de un tono amarillento, la hacía ver aún más asquerosa de lo que recordaba. Su edad era difícil de adivinar, no era joven, pero tampoco vieja. Sin embargo, las arrugas de la comisura de sus labios la delataban, debía ser mayor de lo que aparentaba. Derek se llenó de odio al verla y volvió a tirar de las cadenas para soltarse, quería matarla en ese instante.

–No luches más, pequeño Derek, de nada te va a servir. –Dijo con voz cantarina, mientras lo observaba de arriba abajo. –Veo que has crecido fuerte y sano... me alegro.

El tono de su voz le repugnaba y hacía que se le encogiesen las tripas.

–Espero que las águilas te destrocen. –Le dijo Derek mirándola con un odio infinito.

Espero, pero los demonios no aparecieron. Ella arqueó sus cejas y después comenzó a reír estridentemente.

–Que tierno, ¿piensas que ellas aparecerán para matarme? Te recordaba más listo. –Añadió sonriente.

Luego se acercó a la cama y se sentó frente a él.

–¿Qué pretendes, bruja? –le espetó.

–¿Que qué quiero? jajaja–volvió a reír con los ojos abiertos, luego lo miró y se acercó a él gateando sobre la cama. Cuando estuvo cerca de su cara se acercó a su oído y le susurró. –Todo, lo quiero todo...

Después se apartó viendo como Derek forcejeaba con las cadenas.

–¡¿Dónde está mi madre?! –bramó furioso.

–Oh, ¿ella? Casi me olvido de la reina, jajaja. Está bien, como siempre, amargada y sola en su cuartucho. Por ella no debes preocuparte, la tengo casi convencida... dentro de poco...–Volvió a mirar a Derek con una sonrisa extraña. –Bueno, no te quiero decir nada más, prefiero que sea una sorpresa.

Salió de la habitación y Derek pudo verla dándole unas órdenes a los guardias que había fuera. La puerta se cerró mientras gritaba a pleno pulmón.

–¡Te mataré!¡lo juro!

...

Al igual que le había pasado a Derek, Nora abrió los ojos y no sabía dónde estaba. Tosió soltando agua por su boca mientras la garganta le ardía. Cuando se recompuso miró a su alrededor desconcertada, estaba en la orilla de una playa, mojada, helada y llena de arena por todas partes.

–¿Te encuentras bien? –Escuchó la voz de un hombre y miró en esa dirección.

Era Eric, estaba quitándose las botas y volcándolas para sacar el agua salada de su interior. Nora lo observó y vio que al igual que ella estaba calado de pies a cabeza.

–Tú... ¿tú me has salvado? –atinó a preguntar.

–Jajaja, bueno, más o menos. –Rio él, mientras se pasaba la mano por sus oscuros cabellos, peinándoselos hacia atrás. –Tuve ayuda... Quién saltó primero desde lo alto del acantilado para salvarte fue esa persona que tienes allí.

Dijo señalando tras Nora. Ella se dio la vuelta y alzó las cejas sorprendida. Una hermosa mujer la observaba con una sonrisa de medio lado, pero eso no era lo más sorprendente de ella. Iba vestida como un caballero, portaba una espada en el cinturón y el cabello corto parecido al de Eric.

La mujer se agachó frente a Nora y le tendió una mano mientras la observaba preocupada, era muy joven, quizás más que ella misma.

–¿Se encuentra bien, señorita? –preguntó ella con una voz dulce, mientras las gotas de agua aún le caían por el rostro.

Nora la miró absorta.

–Marian, ¿puedes por favor dejar de coquetear con cada doncella que salvas? –Preguntó Eric hastiado.

La joven tomó la mano de Nora y la ayudó a levantarse.

–Eso no puedo hacerlo, hermano. ¿Qué clase de caballero sería entonces? –respondió ella con una sonrisa radiante, luego miró a Nora. –¿Qué te ha pasado? Cuéntanoslo.

Nora la miró atónita y después recordó lo que le había sucedido.

–¡Derek!¡Se lo han llevado las águilas! –Gritó preocupada.

Eric se levantó tras ponerse las botas y miró a su hermana.

–Quédate con ella, iré a rescatarlo. –Le ordenó.

–De eso nada. –Respondió ella, plantándose frente a él. –Aunque me encantaría quedarme con esta señorita, iré a salvar a nuestro príncipe como es mi deber.

–Marian... ¡Haz caso de una maldita vez! –dijo Eric furioso, mientras ella le sonreía con chulería.

–Jamás, hermano. Ya lo sabes.

Nora pasó frente a ellos con rapidez.

–¿Dónde vas? –le preguntó Eric agarrando su brazo y haciéndola detenerse.

Ella se giró y lo miró.

– A salvar a Derek... –dijo con un hilo de voz.

Eric se echó ambas manos a la cabeza y bufó airado.

–Eso es, no dejes que ningún hombre te diga lo que tienes que hacer. –Dijo Marian animada, mientras pasaba su brazo por encima de los hombros de Nora. –Esta chica me gusta, los tiene bien puestos. –Añadió mirando a Eric que las observaba de reojo.

–¿Qué pretendéis hacer vosotras dos? ¿eh? –les preguntó con sorna.

Marian se acercó a él y agarró la empuñadura de su espada.

–¿Quieres que te vuelva a demostrar lo que puedo hacer? –lo amenazó altanera. –¿Es que ya se te ha olvidado?

Eric dejó de mirar a su hermana y suspiró molesto, luego puso los ojos en Nora.

–¿Qué me dices de ella? Va a morir en cuanto pongamos un pie allí... mírala...

Marian se giró a observar a Nora, mientras se tocaba la barbilla escudriñándola.

–¿Sabes luchar? ¿Usar un arma?... –le preguntó dubitativa.

–No...–Respondió Nora agachando la cabeza. Marian miró a su hermano dándole la razón, ya la habían descartado ambos. En ese momento, Nora volvió a alzar la cabeza y la miró con los ojos muy abiertos. –Puedo hacer magia.

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