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Capítulo 29: El mar

El día había llegado, Eric debía aparecer en cualquier momento para partir con Derek hacia la capital. Nora no sabía cuál era el plan y eso la inquietaba. Nathan les había contado, antes de irse hacía dos días, que los maleficios solo podían ser revertidos por la persona que los había conjurado. Por lo que esperaba que, al estar frente a la bruja, lograsen de alguna manera que ella lo liberara de su embrujo.

La mañana era soleada y Nora se encontraba fuera de la cabaña recogiendo el desastre que había producido la tormenta. La noche pasada fue intensa y no solo por el mal tiempo. Derek ya no podía hablarle, pero se habían vuelto a mirar a escondidas. Cruzaban sus miradas sin querer, sintiendo que eso les estaba prohibido. Sin embargo, eran incapaces de detenerse.

Derek se encontraba dentro almacenando algo de madera seca, para que, si volvía a llover en su ausencia, Nora pudiera encender el fuego. El grito de ella hizo que soltase los leños, agarró su espada y salió corriendo al exterior.

Sus ojos se abrieron de par en par al llegar. Nora estaba sujeta por Debros, que sostenía una daga contra su cuello haciendo que ella se tuviera que estirar para no clavarse la hoja en la garganta.

Derek apretó los dientes. No podía hablar, era demasiado peligroso para ella, así que se acercó con paso firme mirándolo lleno de ira.

–Detente, chico, no me obligues a matarla... –Amenazó Debros con voz tranquila, mientras le sonreía con malicia. –Si sueltas la espada y vienes conmigo, nada malo le pasará a ella... –añadió.

Derek miró a Nora y a aquel ser depreciable que creía muerto. Bufó furioso y asintió, después soltó la espada que cayó al suelo hundiéndose un poco en el barro.

Debros rio satisfecho, empujó a Nora que cayó al suelo y desenvainó su espada.

–Túmbate y pon las manos en la espalda. – Ordenó a Derek, que de mala gana hizo caso.

Se acercó a él y anudó sus manos con una cuerda.

–Muy bien, así me gusta, que seas un príncipe obediente.

Derek le miró airado, aquel sinvergüenza había descubierto quién era y parecía planear algo.

–Tranquilo, no te mataré. Eres muy importante para mí, solo quiero que me digas unas palabras. –Dijo sonriendo ampliamente, luego se alejó de él. Volvió a coger a Nora del suelo y la levantó de un tirón. Ella miró a Derek confusa, mientras Debros la apuntaba con su espada.

–Habla o la mataré.

–¿Por qué quieres que hable? ¿No decías que lo querías con vida? –preguntó Nora aterrada.

–No morirá. Ella lo quiere de vuelta y yo se lo daré. Pero no me fio de él, prefiero que sean esas bestias las que se lo lleven, esas criaturas... casi me matan...–Debros volvió a mirar a Derek recordando el dolor de las heridas de su espalda. –¡Habla de una vez! –Gritó furioso, acercando la punta de su espada al estómago de Nora.

Derek se levantó despacio y dio unos pasos hacia atrás, acercándose al acantilando. Quería estar lejos, era demasiado peligroso para Nora. Fue a hablar, pero ella le interrumpió.

– ¡No lo hagas! ¡Me lo prometiste! ¡Juraste que acabarías con esta guerra!

Él la miró contrariado, ¿qué otra cosa podía hacer? Miró a Debros desesperado, sin tener idea de cómo salir airoso de aquella situación.

– ¡Jura que no le harás daño! –le gritó Derek, sintiéndose acorralado.

Nora lo miró alarmada, estaba hecho, acababa de hablar y no había forma de remediarlo. Se derrumbó en el suelo mirándolo derrotada.

–Vale, como quieras, no le haré ningún daño a la señorita. – Dijo Debros con voz teatral.

El sonido de las aves se les clavó en los oídos y no tardaron en aparecer frente a ellos. Debros dio varios pasos hacia atrás, tratando de alejarse de aquellos monstruos que lo aterrorizaban.

Nora miró a Derek, que le sonrió con tristeza.

–No pasa nada, es mi destino...–Le dijo justo antes de que una de las águilas lo atrapase, volviendo a clavarle las garras en los hombros, reabriéndole sus heridas. Derek hizo un gesto de dolor mientras era elevado por aquel espectro en el aire.

La joven veía esa escena sin saber qué hacer. Miró a Debros, que sonreía mientras observaba a Derek sufrir. Nora agarró la mano de aquel infame hombre, cosa que hizo que él la mirase y alzase sus cejas.

–¿Tiene miedo, señorita? jajaja–rio orgulloso.

Pero Nora no tenía miedo, estaba desesperada. Cerró los ojos y trató de pensar en un recuerdo feliz, recordó el momento en el que le corto el pelo a Derek. Luego enfocó las tijeras, su hermano le había dicho que debía concentrarse en un objeto para invocar la magia. ¿Funcionaría? ¿Podría hacer un hechizo de protección? El sonido de las águilas fue haciéndose más tenue y Nora abrió sus ojos buscando a Derek, esperando ver a aquellos demonios desaparecer en nubes negras.

Pero nada de eso pasó, el chillido de las rapaces se oía menos porque ya se estaban alejando y llevaban a Derek con ellas. Nora soltó a Debros y corrió hacia el borde del acantilado, tratando de alcanzarlo. Ya era tarde para hacer nada, apenas podía verlos.

–Tranquila, señorita, no sufra. No me gusta ver padecer a una dama. –Dijo Debros, mientras andaba hacia ella.

Nora lo miró furiosa, luego corrió hacia él y, por el camino, agarró la espada que Derek había dejado caer. Pesaba muchísimo, apenas podía sujetarla con ambas manos, pero usando todas sus fuerzas la alzó apuntando a Debros que la miraba divertido.

–¿Me va a matar? Vaya... supongo que esto es un duelo. –Dijo con sarcasmo blandiendo también su arma. –A ver qué sabes hacer...

Nora corrió hacia él con la espada en alto, pero Debros la esquivó con facilidad, mientras reía. Nora no pudo aguantar más el peso del arma y se cayó al suelo tratando de alzarla de nuevo, sin éxito.

–Jajaja, pobrecilla. Lo siento, no puedo dejarte con vida. Matar mujeres hermosas no es algo que me guste, pero me juego demasiado. –Dijo acercándose a ella y alzando su espada. –Pero no me gustaría que murieses con tanto sufrimiento, así que te lo diré.

Debros la miró y cambió el gesto a uno más serio.

–Esas bestias nunca quisieron matarlo, me lo dijo la reina.

Nora lo miró confusa.

–Mientes... –le espetó llena de odio.

–No me sirve de nada mentirte, ya que vas a morir igualmente. –Añadió, suspirando con fuerza. –Cierra los ojos, será rápido.

Nora no cerró sus ojos, continuó mirándolo con rencor.

–¿Dónde lo llevan? –preguntó ella con firmeza.

Debros bajó el arma y bufó furioso.

–¡¿No te he dicho que cierres los ojos?!¡Maldita sea!

–¡¿Dónde?! –bramó Nora.

–¡A palacio! Con su buena madre, ¿satisfecha? Ahora cierra los ojos de una maldita vez.

Nora suspiró aliviada, ¿quizás fuera cierto que no lo matarían? Aquel pensamiento calmó su alma. Puso sus manos en el suelo frente a ella y cerró los ojos. Esperó, pero nada pasaba, así que los volvió a abrir mirando a Debros que continuaba con la espada en alto sin poder bajarla.

–Maldita sea... –murmuró él, entre dientes.

La joven aprovechó sus dudas, agarró un puñado de tierra y se la lanzó a los ojos. Debros soltó la espada y trató de limpiárselos, mientras maldecía. Luego miró a la joven que corría hacia el acantilado, trató de perseguirla y lo último que pudo ver de ella fue como saltaba hacia el embravecido mar.

–Bueno, al menos así no tendré que matarla yo. –Murmuró, volviendo a subir a su caballo, tenía que regresar a palacio para recibir la compensación de la reina.

A continuación, marchó galopando a gran velocidad.

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