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Capítulo 28: El perdón

El silencio era una cárcel, una en la que Derek y Nora estaban recluidos. Aquella noche la tormenta fue intensa, los relámpagos rompían con fuerza contra las agitadas olas del mar y, tanto las ventanas como la puerta de la cabaña, parecía que se iban a caer abajo. Todo crujía a su alrededor mientras Nora usaba jarras y ollas para recoger el agua de las goteras y Derek terminaba de apuntalar la puerta, la misma que rompieron para entrar cuando llegaron y que ahora se abría con cada ráfaga de viento.

Nora se sentó frente al fuego, ya no quedaban goteras por cubrir. Sin embargo, los agujeros de amargura de su corazón seguían goteando sin cesar dentro de ella. Miró a Derek, que estaba de pie frente a la puerta, sin saber a dónde ir, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros.

Sintió pena por él pero, ni aun así le habló. Nunca había sido rencorosa, jamás había albergado sentimientos tan contradictorios por alguien. La terrible tormenta de fuera le parecía un día soleado en comparación con sus erráticas emociones.

–Lo siento, Nora... –Susurró Derek.

Ella volvió de nuevo su vista y lo miró. Su cara reflejaba sufrimiento y su postura había cambiado en cuestión de días. Se mantenía un poco encorvado con los hombros caídos, lo que le hacía recordar las heridas de la traición de su madre y la mirada que le dedicaba estaba cubierta de un arrepentimiento inconmensurable. Nora sintió un nudo en el estómago, llevaba días sin oír su voz, ignorándole como si no existiera, pero ahora aquel sonido la hacía estremecerse.

–No me pidas disculpas... –Fue todo lo que consiguió decirle, notando que su voz sonaba a reproche sin que ella pudiese remediarlo. Volvió la vista al fuego y aguantó las lágrimas como pudo.

–Lo siento. –Volvió a decir él.

Nora se levantó con rapidez y lo encaró.

–¡Para!¡No te disculpes! –le gritó, dejando salir las lágrimas que contenía. –¡No te vuelvas a disculpar!
El corazón le latía con fuerza mientras él caminaba hacia ella.

–No te acerques –titubeó, perdiendo las fuerzas a cada paso que él daba.

Cuando Derek estuvo frente a ella, su corazón se detuvo para, después, darle un salto al mirar sus ojos. Aquellos que la contemplaban con gesto de preocupación.

–Lo sien... –Trató él de decir de nuevo, pero las manos de Nora se posaron en sus labios.

–Te lo suplico... no lo digas... –Susurró ella.
Él la abrazó sin poder controlarse, mientras Nora trataba de empujarle sin fuerzas, sin querer realmente alejarlo.

–Lo siento... –Volvió a susurrarle en su oído.

No podía soportar sus disculpas. El triste sonido de su voz la abrumaba. Dejó caer sus manos aceptando el abrazo y, apoyando su cabeza sobre el pecho de Derek, escuchó su corazón. Latía con fuerza, narrándole todas las cosas que él no decía, haciendo que la coraza que ella se había puesto se desquebrajara y, finalmente, le devolviera el abrazo pasando las manos por su espalda.

Derek cerró los ojos al notar las manos de Nora, al sentir que dejaba de estar tensa. La joven lloró, sabiendo que no le podía odiar, que ya lo amaba demasiado para aborrecerlo. Él lloró por el mismo motivo y por no tener el valor de aceptar su rencor, ni soportar su rechazo.

Tras unos minutos la soltó y se apartó de ella avergonzado. Quería salir a la tormenta, quería que un rayo lo fulminase y, todos esos pensamientos lo estaban atormentando, cuando notó que Nora le cogía la mano. Se volvió hacia ella mirándola con los ojos muy abiertos.

–Derek... –Susurró ella en un tono apenas audible, mientras lo miraba como si lo hubiese vuelto a encontrar. Parecía que se hubiera perdido en un ciclón y ella lo estuviera rescatando de los fuertes vientos.

No había fuerza humana, ni existía nada en el mundo que pudiera evitar que la besase en aquel momento. Se arrepentía mientras lo estaba haciendo, sabía que solo empeoraría las cosas, pero era inevitable. Separó sus labios de los de ella y observó sus almendrados ojos castaños. Nora lo volvía a mirar como antes, de la misma manera que lo hizo hasta el día de su confesión. Eso le hizo perder la razón.

Por su parte, Nora ya no estaba pensando en nada. Solo podía verle a él, a su vagabundo. El hombre que la había salvado, el mismo que la había hecho tan feliz, que había logrado llegar a su corazón aplacando su soledad y devuelto la esperanzas a sus días. Por supuesto, a él lo amaba tanto que era capaz de olvidar por un momento su sufrimiento y ser ella misma entre sus brazos.

–Te quiero... lo siento, lo siento... –Repetía él angustiado, mientras la abrazaba y hundía su nariz en su cuello, aspirando su aroma.

Ella lo escuchó con un peso en su corazón, sintiendo que era una losa imposible de levantar.

–Espera... Derek, espera... –le dijo Nora, apartándose de él. –Debemos detenernos, esto tiene que acabarse...

Derek la miró arrepentido, agachó la cabeza y suspiró con fuerza.

–Lo sé... sé que no merezco tu perdón.

–No es eso. –Respondió ella con contundencia, haciendo que él la volviese a mirar. –Eres el príncipe, el futuro rey... debemos parar... Nada de esto tiene ningún sentido.

Nora se giró y fue hacia el fuego, sintiendo un dolor intenso en el pecho. Derek la observó incapaz de moverse. Tenía razón, nada de eso tenía ningún sentido si planeaba volver a palacio, si iba a ser el rey. Si eso pasaba, jamás podría estar con ella y lo sabía.

–Nora... lo arreglaré. Acabaré con esta guerra, terminaré con el maleficio de mi padre y con la bruja que está manipulando a mi madre... Haré todo lo que debí hacer hace mucho tiempo y, después... volveré a tu lado, te lo juro.

Nora lo miró y sonrió con tristeza, sabiendo que era imposible.

–No hagas ese tipo de promesas, Derek. –Luego suspiró y se puso una mano en el pecho. –Serás un gran rey y terminarás con esta guerra, prométeme eso. Prométeme que acabarás con tanto sufrimiento.

–Lo haré, te lo juro. –Volvió a decirle él, sintiendo que la volvía a perder.

–En ese caso te perdonaré... no antes.

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