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Capítulo 25: El rayo

La puerta del dormitorio de Derek parecía que se vendría abajo si no la abría inmediatamente. Tras ella estaba Eric, que la aporreaba sin descanso. Entró como un rayo en el cuarto y la cerró rápidamente tras él.

Derek lo miró preocupado por aquella inusual visita.

–Príncipe... ¡Ha ocurrido un desastre! –le dijo alzando la voz, mientras las gotas de sudor le caían por las sienes.

–¿Qué ocurre? ¿ha muerto alguien? –preguntó preocupado.

–No, no ha muerto nadie... pero lo harán –Los ojos de Eric lo miraron intranquilo. –¡El rey ha declarado la guerra a Nerpia!

–¿Qué locuras dices? Mi padre jamás haría tal cosa, lo hablamos hace unas semanas y decidimos que me casaría con la princesa. ¿Dónde has escuchado esa sandez? –Preguntó hastiado, mientras suspiraba tratando de recomponerse del susto.

–Es cierto, Derek, hay un edicto real y se ha informado al ejército ¡La guerra va a comenzar!

Derek dejó a su amigo con la palabra en la boca y salió corriendo por los pasillos de palacio hasta llegar al despacho de su padre. Lo encontró sentado en su sillón, mirando por la ventana.

–¡Padre! ¿Qué está pasando? Le dije que me casaría...

–Iremos a la guerra... –Dijo su padre en voz baja y monótona, sin siquiera mirarlo.

–¿Qué dice, padre? No entiendo por qué... –Derek le hablaba mientras se acercaba poco a poco para verlo de frente. El ambiente en aquella sala estaba enrarecido, todo parecía fuera de lugar, como en un mal sueño. Cuando llegó hasta el rey y pudo ver su cara, se quedó mudo.

Estaba sentado, mirando a la lejanía, con los ojos perdidos y el gesto de su cara ausente.

–¿Qué... te ocurre? –balbuceó asustado.

–Iremos a la guerra... –Repitió su padre, mientras Derek se agachaba frente a él, intentando que lo mirase, pero los ojos de su padre no lo enfocaban.

Estaba aún tratando de entender el extraño comportamiento del rey, cuando la puerta se abrió de par en par y tras ella, apareció la reina, acompañada por aquella bruja, que parecía ser su sombra.

Derek miró a su madre y sintió alivio, corrió hacia ella.

–Madre, ayúdame, algo le pasa al rey, está... –Cuando Derek estuvo lo suficientemente cerca de su madre y pudo ver sus ojos, se quedó parado y dio un paso hacia atrás instintivamente. –¿Qué te ha pasado en el ojo?

El ojo derecho de su madre estaba completamente blanco, el precioso color dorado que tenía en su iris ya no estaba. Derek fijó su vista en la mujer que estaba tras ella.

–¡¿Has sido tú?! ¡Maldita bruja, te voy a matar! –Le gritó, echando mano a la daga que siempre llevaba en el cinturón.

–¡Derek! –Gritó su madre. –No hagas nada, escúchame... Era la única manera. Él estará bien, te lo prometo.

–¿Qué dices, madre? ¿Qué has hecho? –Farfulló angustiado, mientras caminaba hacia atrás.

–Hay que hacerlo ahora. –Dijo la bruja en el oído de la reina. –O se marchará, ya sabes lo que he visto...

–Cállate, maldita víbora, ¡aléjate de mi madre!

–Lo siento, hijo, si no eres capaz de entenderlo... no tengo más remedio que hacerlo. –Le dijo su madre compungida, llevándose una mano al corazón. –Entiende que todo esto lo hago por amor.

Derek sintió un escalofrió al escuchar aquellas palabras en boca de su madre. Miró a su padre y comprobó el estado en el que lo habían dejado. ¿Iban a hacerle lo mismo a él? El miedo se apoderó de su cordura y lo hizo correr en dirección opuesta, hacia una ventana.

–¡Dese prisa! Se va a escapar–la apremió la bruja, dedicándole después una sonrisa malévola a Derek.

No entendía que estaba pasando, pero saltó atravesando la ventana.

–¡No!¡Hijo! –Gritó su madre desesperada.

Él se sujetó a la cornisa, después saltó hacia uno de los balcones y, desde allí, se encaramó a un árbol bajando por este hasta llegar al fin al patio del palacio. Miró hacia arriba y vio a su madre mirándolo angustiada.

–¡Hágalo o lo perderá! –volvió a insistir la bruja.

La reina tomó la mano de aquella mujer y cerró los ojos, después, miró a su hijo que corría desesperado tratando de huir de ella y un sentimiento de rechazo se apoderó de su alma.

Alzó la mano apuntando hacia Derek.

–¡¡¡Vuelve!!! –Bramó, haciendo que el eco de aquel grito resonase por todo el lugar. De su mano brotó un rayo negro que fue a impactar sobre la espalda de Derek, mientras corría desesperadamente hacia los establos.

Cayó al suelo y se giró para ver a su madre. Ella lo miró arrepentida mientras su otro ojo se tornaba rápidamente blanco. Derek notó un intenso dolor en su espalda y gimió, en ese momento, unos enormes pájaros aparecieron tras el palacio, alzándose en el cielo con sus inmensas alas abiertas. Las águilas fijaron su vista en él y se lanzaron sobre el muchacho, que se levantó del suelo y huyó.

Los escudos reales no tardaron en hacer su aparición, tratando de detener a aquellos demonios, pero muchos fueron agarrados por las aves, alzados y después, dejados caer sobre el suelo.

Derek llegó a los establos agonizando, el dolor de su espalda era intenso y aquellos demonios parecían querer matarlo. Sacó a Sombra de su cuadra, cogió su espada, que siempre guardaba allí para que su madre no la viese, y montó sobre el animal.

–¡Arre! –Apremió al caballo, que salió veloz de las cuadras, pero al llegar al exterior se volvió a encontrar con las oscuras rapaces.

Huyó todo lo rápido que el caballo podía galopar, mientras los monstruos lo perseguían y, a cada soldado que trataba de ayudarle, lo acababan matando. Derek no podía creer lo que estaba pasando y no tenía tiempo de pensar con claridad, pues las aves le pisaban los talones.

Logró salir de la cuidad y llegar al bosque, tras varias horas cabalgando entre los árboles, le pareció que aquellos seres habían desaparecido.

Desmontó del caballo y se tumbó en el suelo, exhausto y asustado. ¿Qué haría ahora? ¿Dónde iría? Su padre no le podía ayudar y su madre lo había traicionado, ¿qué le quedaba? Miró a Sombra que se acercó y comenzó a olisquear su cabeza, extendió las manos y lo acarició.

–¿Qué puedo hacer? –le preguntó asustado.

El caballo alzó la cabeza y movió rápidamente sus orejas. Derek se incorporó y escuchó a lo lejos el terrible chillido de aquellos demonios alados.

Su larga huida había empezado, no tardó mucho en deducir que aquellos monstruos aparecían cada vez que él hablaba, pero tardó algo más en descubrir su único punto débil y, mientras tanto, se las tuvo que ver él solo con la naturaleza, la soledad y sobre todo, con el miedo.

...

Derek había dejado de hablar hacía algunos minutos, la lluvia estaba amainando y era peligroso que continuase contándoles su vida, aunque ya les había dicho lo más relevante. Aquellos recuerdos eran más dolorosos para él que las heridas de sus hombros. La traición, la culpabilidad y el miedo estaban marcados a fuego en su corazón y, aunque llevase años tratando de olvidar e intentando no recordar nada de su vida, lo seguía haciendo.

Nora miraba el fuego sin parpadear, tratando de digerir todo aquello. Era de madrugada y un silencio pesado cubría toda aquella sala. ¿Qué debía pensar ahora? ¿eso lo eximía de su responsabilidad? Era solo un muchacho joven cuando todo aquello pasó y, aun así, ella se seguía planteando si podría perdonarlo. Si esa historia sobre su vida era suficiente para borrar el sentimiento de traición y rencor que se había alojado firmemente en el corazón de la joven.

Nathan puso su mano sobre el hombro de su hermana.

–Deberíamos dormir un poco. –Le dijo suavemente.

Ella alzó la vista y lo miró, mostrando en el rostro su desconcierto. Su vida acababa de dar un vuelco y todo lo que creía saber era ahora una maraña de cosas que no era capaz de deshacer.

–Duerme, Nora, mañana hablaremos sobre todo esto. –Le repitió su hermano.

Nora bajo la vista y suspiró.

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