Capítulo 24: El pacífico
Derek entró en el cuarto de su madre y saludó a su hermano Eldrik, que corrió a abrazarle.
–¿Vas a jugar conmigo? –Le preguntó el pequeño ilusionado.
–Claro, pero primero voy a hablar con madre, ¿vale? –Le dijo con ternura.
Aquel niño, que había nacido solo unos meses antes de que Frederick muriese, llevaba una vida aún más limitada que la suya. Su madre apenas lo dejaba salir de aquel cuarto y tan solo podía jugar en el gran patio de la habitación, vigilado continuamente por ella.
El niño bufó e hizo un mohín.
–Vaaale –Respondió, cruzándose de brazos. Después salió al patio para sentarse en el suelo y seguir jugando con sus muñecos.
Derek se acercó a su madre, que lo miró preocupada.
–¿Qué te ocurre? Tienes mala cara –dijo, poniéndole una mano en la frente.
–Estoy bien, madre. –Murmuró molesto. –Me he vuelto a encontrar con esa bruja, me pone los pelos de punta cada vez que la veo.
–¡No digas eso! –Dijo ella enfadada. –Si no fuera por ella... Por favor, no digas esas cosas. –Añadió, volviendo a su tono normal.
Él la miró de reojo, su madre había sido una mujer tierna y tranquila. Antes de la trágica muerte de su hermano, siempre reía y jugaba con ellos. Era cándida y entregada, pero extremadamente sensible, cada aspecto negativo de la vida, la sumía en un dolor y sufrimiento inmenso.
–Madre, necesito salir de palacio –dijo tomando valor, pero ella lo miró asustada.
–No, hijo, aún no. –Respondió, cogiéndole la mano. –Aún es peligroso.
–¿Quién lo dice? ¿ella? –Preguntó con desdén.
–Ella puede verlo, puede ver el futuro. Si le hubiese hecho caso antes... –Añadió, comenzando a llorar.
Ver llorar a su madre no era nuevo, pero lo llenaba de culpa. Se acercó a ella y la abrazó.
–De acuerdo, no llores, no saldré... –Susurró él.
Dos años después, cuando Derek cumplía los diecisiete, un emisario real llegó de parte de Nerpia. Tras la visita, Derek fue a hablar con el rey.
–Padre, ¿qué ocurre? ¿qué quieren ahora? –Le preguntó, sabiendo que aquella visita tendría relación con alguna de las irracionales peticiones del país vecino.
–Hijo, siéntate. –Le dijo el rey con voz cansada. Él obedeció y miró a su padre, era la persona que más respetaba, un rey íntegro que evitaba el conflicto siempre y buscaba la manera más diplomática para acabar con los problemas del reino. –Los reyes de Nerpia nos han hecho una petición, pero quiero saber tu opinión.
Su padre suspiró y se sentó frente a él.
–Vienen a proponerte la mano de su hija menor, la princesa Remia. Piensan que si os casáis las relaciones diplomáticas mejoraran entre ambos reinos.
–Pero... padre... –Comenzó a decir Derek, confuso. –La princesa Remia tiene once años. ¡¿Cómo van a casarla con esa edad?!
–Os casaríais cuando ella cumpliese los dieciséis años.
Derek no sabía que decir, siempre supo que se casaría de esa manera, no contemplaba la posibilidad de hacerlo por amor, pero aquella propuesta lo había pillado desprevenido y se negó en rotundo.
–Hijo, no te voy a obligar. Únicamente te pido que pienses en lo que es mejor para el reino. –Concluyó su padre, saliendo de la estancia.
¿Qué debía hacer? Según le había contado el rey, durante aquella larga discusión, la condición era que Derek fuera a Nerpia y se quedase a vivir allí hasta que la princesa cumpliera la mayoría de edad.
Un país extraño con el que estaban en conflicto permanente, alejarse de su madre y su hermano, de todo lo que había conocido. La angustia lo abrumó y fue a hablar con su madre, que, pese a ser su carcelera, también era su refugio, su mejor amiga y a quien le contaba cada aspecto de su vida.
–¡No!¡Me niego! ¡No te iras, eres demasiado joven!
–Madre, es posible que no me quede más remedio... –Trató de tranquilizarla Derek, arrepentido de haberle hablado de sus dudas. –Por lo que se escucha, es posible que Nerpia esté armando un ejército. Creo que ésta, puede ser la única manera de evitar una guerra...
–¡Pues iremos a la guerra! –Gritó furiosa. –¡No perderé otro hijo! ¡No!
Salió del cuarto de su madre confuso. ¿Por qué la guerra le había parecido tan mala idea siempre? ¿Era porque su padre se lo había inculcado? Aquel pequeño territorio apenas podría resistir un ataque de su ejército. ¿No era mejor recuperarlo y, de este modo, terminar con sus insistentes peticiones?
Derek se reunió con el consejo real a espaldas de su padre. Quería conocer la opinión de los hombres más sabios del reino y, tras aquella reunión, le quedó claro que debían reconquistar Nerpia.
Pasaron las semanas y Derek se afanó en buscar los motivos para llevar a su ejército a la frontera para atacarlos. Los consejeros le apoyaban, su madre le apremiaba a hacerlo y los ciudadanos de la capital parecían estar mayoritariamente de acuerdo. Todos a excepción de aquel rey apodado "El pacífico".
–Padre, debemos hacerlo, es lo mejor para el reino.
–¡No! No iremos a la guerra y menos aún porque tú no te quieras casar. ¡No estás pensando en lo mejor para el reino! Si no te quieres casar, no lo hagas. ¡Pero no acabaremos con más de treinta años de paz por el arrebato de un príncipe que no sabe nada sobre la guerra! –Gritó el rey.
–Y, ¿qué sabes tú sobre la guerra, padre? –Le reprochó, conocedor de que desde que su padre ascendió al trono, jamás había entrado en conflicto armado con otra nación.
Su padre lo miró con ojos cansados y suspiró.
–Sé que hay que evitarla. Y los aldeanos que la sufrirán, no van a ser los nobles de esta ciudad, si no tu pueblo. Esos que no conoces, ellos son los que no quieren guerra y, también son, la inmensa mayoría de personas de este reino.
Derek se estremeció, las palabras de su padre eran ciertas, pero él había estado tan obsesionado que no las había querido escuchar. El rey lo dejó solo con sus pensamientos.
Llamó a la puerta de su madre y ella la abrió con el gesto de preocupación que siempre tenía en la cara.
–Madre, lo siento, pero me casaré. –Le dijo sin alzar la vista. –Es lo mejor para el reino, padre lleva razón.
Viendo que su madre no decía nada, alzó los ojos y vio que ella lo observaba con una tierna sonrisa.
–No te preocupes hijo, yo lo solucionaré.
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