Capítulo 17: La tormenta
Mientras la tormenta no hacía más que arreciar en el exterior de aquella pequeña y perdida posada. En una de sus pocas habitaciones, dos amantes se encontraban el uno al otro en la oscuridad de la noche. Alumbrados únicamente por la luz del fuego en la chimenea.
Derek estaba desvistiendo a Nora, lo hacía despacio, rozando suavemente su piel, mientras soltaba cada lazo y sacaba cada botón. Cuando vio su cuerpo desnudo, suspiró. Se acercó a su vientre y lo comenzó a besar. Después, fue bajando sin prisa, besando sus caderas y rodeando sus muslos hasta acercarse despacio a su parte interna. Nora se sintió cohibida por lo que él le estaba haciendo, pero lo dejó seguir, pues por mucho pudor que sintiera, no quería que aquello acabase.
Derek ya no era dueño de sí mismo y, pese a sus demonios, continuó, mientras ella se retorcía de placer entre sus manos. Volvió a subir hasta ver su rostro, Nora lo miraba con los ojos entornados y la respiración agitada. Sus labios entreabiertos dejaban salir delicados suspiros y la rojez de sus mejillas delataba sus anhelos. No lo pensó más, el momento de detenerse había pasado hacía mucho, bajó sus pantalones y mientras la miraba, acercó su cuerpo al de ella, sintiendo como su calor lo envolvía.
Nora hizo un gesto de dolor, cerró los ojos y, después, los volvió a abrir, mientras se mordía el labio inferior. Derek no podía creer la mirada con la que lo observaba, era lo más obsceno que había presenciado nunca y, verlo en la cara de aquella inocente joven, lo hizo estremecer. Comenzó a moverse sin ser consciente de su propia fuerza ni ser capaz de contenerse. La deseaba tanto, que había perdido la voluntad de atesorarla y, ahora, solo buscaba el placer entre sus brazos.
–Te quiero... –Susurró en su oído, haciendo que ella arquease su espalda. –Lo siento... –Añadió, notando cómo una lágrima le caía por la mejilla y esperando que ella no lo hubiera visto.
Efectivamente, Nora no lo vio, estaba tan entregada al placer que no era capaz de ver nada. Al principio había sentido un dolor punzante, pero ahora había desaparecido y notaba un cosquilleo que jamás había sentido antes. Su cuerpo se estremeció al sentir que algo le sobrevenía, aquella sensación se fue intensificando con cada movimiento que él hacía y con la mirada fija en los amarillos y enrojecidos ojos de aquel hombre, alcanzó el clímax. Dejó escapar un gemido que, al salir de sus labios, no le pareció realmente suyo. Derek se apartó de ella y, frunciendo el ceño, soltó un leve gruñido de placer. Después, dejó caer su cuerpo sobre el de Nora y la abrazó. Sentía los latidos de su corazón resonándole con fuerza en los oídos mientras su cuerpo aún temblaba.
A Derek le sobrevino súbitamente, una sensación de culpa inmensa. Acababa de hacer lo que se juró que jamás haría y no tenía ninguna excusa para justificarlo, más que el hecho, de que era un ser despreciable y que merecía todo el sufrimiento que había padecido en su vida.
Nora, ajena a sus tribulaciones, le devolvió el abrazo y apoyando su mejilla sobre el pecho de él, sonrió satisfecha. El sonido de la lluvia parecía haberse acompasado lentamente con los latidos del corazón de Derek, que estaba escuchando en ese instante. Se oían rápidos y fuertes, tanto que parecían retumbarle por dentro, como si la tormenta estuviera también en su interior.
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