Capítulo 15: La ramita
Los caballos continuaban galopando por el bosque a gran velocidad y el sonido de aquellas monstruosas aves se escuchaba cada vez más lejano, pero Derek sabía que no se podían confiar, así que continuaron con la huida.
Estaba ya amaneciendo cuando los exhaustos animales ralentizaron la velocidad hasta acabar trotando. Nora no sabía dónde se encontraban, miraba la espalda de Derek que, frente a ella, oteaba el cielo sin descanso.
Ella estaba casi tan cansada como los corceles.
–¿Podemos detenernos? –Preguntó Nora.
Derek se giró y la miró, notaba que estaba agotada y hacía horas que no había visto indicios de aquellos demonios, así que asintió. Él conocía bien aquellos bosques, pues se había escondido en ellos en infinidad de ocasiones, hizo girar al caballo y tomó otro rumbo. Tras unos minutos, llegaron a un caudaloso río y los caballos se acercaron para beber de sus aguas.
Nora estaba tan cansada que, nada más bajar del animal, se sentó en el suelo estirando sus doloridas piernas. Derek se acercó a ella e hizo lo mismo. Se quedaron en silencio mirando a los jamelgos beber, notando el sol en sus caras y escuchando el suave sonido del río.
–Las águilas... –Comenzó a decir Nora. –¿Mataron a ese hombre?
No lo sabía, Derek no se había podido quedar a comprobarlo. Había perdido de vista a aquel hombre tras los árboles y la última imagen que tenía, era de verlo siendo asido por las aves. Estaba casi seguro de que habría muerto. Así que asintió.
–¿Quién era? ¿Por qué nos atacó?
Derek cogió una ramita y comenzó a escribir en el suelo.
–Se... cu... es... tra... dor. –Nora lo leyó despacio y después lo miró. –¿Era uno de ellos?
Él asintió.
–¿Hay más?
Derek alzó un dedo.
–¿Uno más? –Preguntó Nora, a lo que él volvió a asentir. –¿Vendrá a buscarnos?
Derek lo dudaba, pues el que faltaba era como los otros dos, un ser bastante simple. Por el contrario, el que le había atacado anoche parecía un guerrero, luchaba como uno y, por su aspecto, debía de ser su líder. Así que, con estas suposiciones, negó con la cabeza para tranquilizar a Nora.
Ella suspiró aliviada.
–¿Vamos a ir a ver a mi hermano? –Preguntó la joven, tras un rato. Él asintió y volvió a escribir en el suelo, "hacia el noreste, siete días".
Ella lo leyó y sonrió. Estaba deseando reencontrarse con su hermano, deseaba comprobar que estaba bien y contarle todo lo que le había sucedido. Se levantó y fue hasta el caballo marrón, abrió sus alforjas y comenzó a sacar lo que había en ellas.
Encontró algo de ropa de hombre y se la llevó a Derek que la miró incómodo.
–No vas a seguir yendo sin camisa, es muy inapropiado... –Le dijo para convencerle de ponérsela, él suspiró y se puso la camisa, además de una chaqueta que le estaba algo grande, pues era la ropa de aquel enorme hombre con el que había luchado a muerte hacía solo unas horas.
Nora sacó también una extraña manta y una pequeña bolsa que contenía unas cuantas monedas de oro. Se acercó a Derek y extendió la manta, que parecía acabar en unas cuerdas. Ella la miró sin saber que era. Derek le sonrió, la tomó y, amarrando las cuerdas de un árbol a otro, dejó aquella manta suspendida en el aire. La joven seguía mirando aquello sin saber para qué se usaba, entonces él se subió a la manta y se tumbó mostrándole que se trataba de una hamaca.
–Nunca había visto algo así. –Dijo divertida por el invento, Derek se bajó y le hizo un gesto para que probase.
Nora se acercó dubitativa y trató de subirse, pero le resultaba complicado mantener el equilibrio. Derek contuvo la risa al verla luchar con la tela. Ella lo miró, frunció el ceño y, dando un pequeño salto, subió encima. A punto estuvo de caerse desde lo alto, cuando sintió las manos de él rodeando su cintura.
La hamaca se movió de un lado a otro y después se detuvo. Nora estaba sentada, con sus piernas en el aire y Derek asiéndola. Sus caras estaban una frente a la otra y podía ver sus ojos con claridad. Bajó la vista hasta sus labios, quería besarle, pero le daba miedo ser rechazada, por lo que desvió la mirada.
Derek también deseaba besarla, pero no lo haría, sus remordimientos eran más fuertes que sus deseos. La ayudó a tumbarse y Nora pudo ver las copas de los arboles sobre ella mientras aquella hamaca se mecía suavemente.
–Vaya... esto es muy relajante, ¿es para dormir? –Preguntó ella, a lo que él asintió. –A Sam le habría encantado, siempre andaba durmiéndose en cualquier sitio, jajaja. –Rio amargamente, al recordar a su hermano.
Él la observó conmovido. Se notaba lo mucho que añoraba a sus hermanos y, este pensamiento, hizo que Derek sintiese una punzada en el pecho. Volvió su vista a las desnudas piernas de Nora y se apartó de la hamaca. Ella lo miró agacharse para coger de nuevo la ramita y escribir algo en el suelo. Bajó torpemente de la manta y lo leyó, "aldea cercana, iré a comprar ropa". Él se levantó cogió la bolsa con el dinero y se encaminó.
–Espera... ¿No debería ir yo? –Dijo Nora preocupada.
Derek negó con la cabeza y le hizo un gesto para que lo esperase, luego se marchó. Unas horas después, volvía con un gran saco en la espalda que dejó en el suelo y después abrió. Nora se acercó a ver el contenido y lo miró molesta.
–¿Cómo se te ocurre...? –Preguntó contrariada.
Pero él solo le sonrió. Aquel saco estaba lleno de ropa de mujer, ni una de hombre, le había comprado incluso zapatos.
–No, no puedo aceptar esto, solo necesitaba una falda...
Él sacó una falda nueva del saco y la extendió orgulloso. Era de tonos verdes y tenía un sencillo bordado de flores blancas. Nora jamás había tenido una falda tan bonita. Volvió a mirar la cara del hombre y vio que estaba feliz, por lo que dejó de quejarse, suspiró y tomó la ropa.
...
Derek dibujaba un mapa en el suelo mientras Nora lo observaba interesada. Señaló una marca y luego otra, haciendo un camino entre ellas.
–¿Por ahí debemos ir? ¿Es allí donde está mi hermano?
Él la miró y asintió.
–De acuerdo. –Dijo ella incorporándose y atusando su falda nueva, debía llevar cuidado de no mancharla. Derek la miró orgulloso de su elección, pues aquellas ropas le quedaban a la perfección. Nora se dio cuenta de su mirada y dio una vuelta mostrándole sus ropas. –Gracias de nuevo, me gustan mucho.
Pero Derek hace rato que no se estaba fijando en la ropa, solo admiraba deslumbrado la belleza de la joven. Su estrecha cintura, su esbelto cuello y la forma de sus caderas. Giró la mirada pues no quería seguir devorándola con los ojos. Se sentía como un lobo observando a su presa.
–¿Nos vamos? –Le preguntó ella.
Aún era de día y podrían cabalgar unas horas. Habían comido pues, aparte de la ropa, también había comprado algo de alimento en la aldea. Había tenido que llevar un cuidado extra al comprar, pues no debía llamar la atención. Se levantó y asintió, podían marcharse.
Nora fue hasta el caballo marrón, guardó las cosas que había sacado en las alforjas y se dispuso a montar, pero Derek la detuvo. La condujo hasta Sombra y le hizo un gesto para que subiese.
–Pe... pero este es tu caballo. Yo puedo ir en el otro. –Protestó, pero él no le dio alternativa. Sombra era el único caballo en el que confiaba, así que no la dejaría ir en otro.
Ella acabó cediendo y montó. Tomaron rumbo al noroeste, aquel camino no iba a ser fácil, debían seguir el cauce del río para no tomar las calzadas, pues estaban frecuentadas por soldados y asaltantes. Derek llevaba consigo su espada, esperaba no tener que volver a usarla, pero no dudaría en hacerlo si era necesario. Su único objetivo era poner a salvo a aquella joven y acabaría con quien fuese para lograrlo.
Por su parte, Nora pensaba en todo lo que le había contado Joseph sobre la magia y estaba deseando que su hermano ayudase a Derek a librarse de su maldición.
Cada uno tenía un objetivo, pero el destino no es como uno quiere y, lo que les estaba esperando, era un mar de lágrimas y sufrimiento para el que ninguno de los dos estaba preparado.
Sin embargo, de las cenizas de aquel ardiente dolor, brotarían las fuerzas para retallar, como un bosque que se quema, como una hoguera que jamás se apaga, como el dolor intenso en el corazón de ese hombre.
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