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Capítulo 13: Las vendas

Derek se despertó sintiendo un punzante dolor en sus manos, las miró y vio que estaban vendadas. El sonido de la catarata era ensordecedor y constante, pero, ya estaba tan acostumbrado a ese ruido, que le resultaba relajante. Observó a su alrededor reconociendo aquel lugar. Había pasado allí la mayor parte de los tres años que llevaba huyendo, pero, en ese instante, no sabía cómo había llegado hasta allí. Era un saliente en la montaña desde el que precipitaba una estrecha catarata, el pequeño refugio estaba formado por cuatro grandes piedras y el techo era tan bajo que, si se levantase, rozaría con su cabeza. Cuando encontró ese lugar, sintió un alivio inmenso, pero ahora, se le antojaba poca cosa comparado con la caverna que encontró después, que era un lugar mucho más adecuado para vivir.
Se incorporó y no pudo evitar soltar un gruñido de dolor, su pecho le punzaba al respirar y notaba su cabeza embotada. Se volvió a girar para mirar a su alrededor. El interior de la pequeña cueva estaba vacío, solo estaba él allí, pero, a través de la catarata, entraba la luz del sol.

Los recuerdos de la noche anterior, comenzaron a llegar a su mente y en ellos estaba Nora, ¿lo había soñado? Mientras se debatía sobre si todo aquello había sido una alucinación, de entre el agua que caía frente a él, vio aparecer a la joven. Ella lo miró aliviada y se acercó, dejando un reguero de agua tras de sí. Empapada como estaba, fue hasta el hombre que la miraba como si fuese una aparición.

–¿Cómo te encuentras? –Le preguntó Nora, pero al ver que él no contestaba y tan solo la miraba con asombro, continuó. –Aquí puedes hablar ¿no?... Tu caballo nos trajo hasta este lugar y he supuesto que debía ser algún sitio dónde estuvisteis antes... Ese animal es increi...

Derek la abrazó haciendo que ella dejase de hablar en ese instante. Nora quedó sorprendida por su reacción, pero, finalmente, le devolvió el gesto pasándole sus manos por la espalda con delicadeza. Él no pudo evitar dejar caer unas lágrimas que no quería que ella viese. Cuando se repuso, la soltó y se apartó para contemplarla.

– Te quiero, Nora... –Dijo él, sin titubear.

Los ojos de la joven se abrieron de par en par tras escuchar su confesión. Notó un pellizco en el estómago mientras su corazón se saltaba un par de latidos. Se acercó a él y, sin parar a pensarlo, lo besó en los labios con dulzura. Derek volvió a creer que aquello debía ser una invención de su mente, mientras notaba su corazón palpitar con fuerza. Aquel suave beso era lo que más anhelaba pero, también, le hacía sentir miedo de sí mismo.

Nora posó sus manos sobre la cara de Derek y, después, las llevó lentamente hasta su nuca, acariciándole el pelo. Él no pudo contenerse más y, sintiendo que ya no era dueño de sus actos, puso sus maltrechas manos en la cintura de ella, envolviéndola. Nora tembló al notar el contacto y un suave suspiro se escapó de sus labios entreabiertos.

Es posible que, ante un sonido como aquel, la razón de un hombre se perdiese, o eso quería pensar Derek, pues la suya se había evaporado en aquel instante. Tumbó a la joven en el suelo y, poniéndose sobre ella, la besó profundamente. Sus besos fueron bajando desde los labios hasta el cuello, cosa que hizo que ella volviese a gemir.

Las sensaciones que Nora estaba experimentando, eran totalmente nuevas. Le daban miedo, pero al mismo tiempo, la arrastraban sin remedio hacia aquel momento, la amarraban sin posibilidad de huida a aquellos suaves besos y hacían que su cuerpo se quedase sin fuerzas, poniéndose a disposición de las caricias que él le estaba dando.

Sus cuerpos se enroscaban mientras se besaban con necesidad. Sentían como si hubiesen contenido la de sed durante mucho tiempo y, una vez empezaron a beber, no sabían cuándo se saciarían el uno del otro. Aunque, lo último en lo que Derek pensaba era en detenerse. Quería que durase eternamente, no se había sentido tan feliz nunca y, tenerla entre sus brazos, era un deleite que se había estado prohibiendo.

–Te quiero... Nora... –Susurró en el oído de ella, haciendo que se estremeciera.

Paró de besarla para mirar su rostro, ella lo observaba con los ojos entornados, la cara enrojecida y los labios entreabiertos. <<No la merezco>> pensó, saliendo de su ensoñamiento y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se apartó de ella.

–Perdona... deberíamos detenernos... –Le dijo azorado, mientras apretaba sus parpados y se volvía a sentar, girando su rostro hacia otro lado.

Ella se quedó tumbada, notando los rápidos latidos de su corazón en el pecho. Al final también se incorporó y lo miró.

–No... Perdóname tú a mí, fui yo quien te besó primero... –Susurró ella avergonzada. Se había quedado tan decepcionada de que aquel momento acabase, que sentía vergüenza de sí misma.

Se mantuvieron en silencio unos minutos, tratando de volver a sus sentidos, mientras escuchaban el ruido del agua a su alrededor.

–¿Te... te duele? –Le preguntó Nora torpemente.

Él se giró y la miró de nuevo, pero su visión era más de lo que podía asimilar en aquel instante. Por lo que volvió a girar la cara avergonzado de sus pensamientos.

–No... no mucho, estoy bien. –Dijo en voz baja, luego apretó los puños sintiendo el dolor en sus dedos, tratando de contener, así, las ganas que sentía de volver a tocarla. –Gracias por ir a salvarme, pero... no vuelvas a hacer algo así... y menos por alguien como yo... –Esto último, lo murmuró tan bajo que Nora no consiguió escucharlo.

–¡No hagas eso! –Le gritó ella, yendo hasta él, cogiendo sus manos y deshaciendo sus puños. –Te vas a volver a abrir las heridas... ¿Por qué haces eso? ¿es qué no te duele? –Preguntó molesta.

–Duele muchísimo... –Susurró él mirándola, sin referirse a sus manos en absoluto.

Ella lo miró confusa, luego se levantó y fue hasta un lado de la estrecha cueva. Derek la siguió con la mirada y pronto se dio cuenta de que las faldas de la joven estaban rotas y dejaban ver sus piernas por encima de las rodillas.

Volvió a mirar sus manos y su pecho, descubriendo de dónde había sacado ella la tela para hacerle aquellos vendajes. Nora volvió hasta él llevando una taza de madera llena de agua. Guardaba aquella taza en las alforjas de su caballo, al igual que una manta y su espada. Miró entonces hacia allí y vio la espada apoyada en la pared de la cueva. Un escalofrió le recorrió el cuerpo en ese instante.

–Ha... ¿has bajado tú esas cosas del caballo? –Le preguntó angustiado.

–Em... sí, ¿pasa algo? –Preguntó ella confusa.
Derek vio su mirada inocente y comprendió que ella no sabía sobre ciertos temas y agradeció ese hecho. Luego suspiró mientras miraba el emblema en la empuñadura del arma.

–No, no pasa nada... Gracias.

–Hay muchas cosas que no entiendo sobre ti y, ahora que puedes hablar, quiero que me las cuentes. –Le dijo ella firmemente, intuyendo que le estaba ocultando algo.

Él la miró sin saber qué decir. No era el momento de desenmascararse, les esperaba un largo viaje hasta el lugar donde se encontraba su hermano y, saber aquello, irremediablemente haría que ella lo odiase. Un sentimiento de remordimiento le aplastó el alma sin compasión, suspiró angustiado y luego le habló.

–Te lo voy a contar todo... lo juro. Pero será cuando lleguemos a la frontera y encontremos a tu hermano. –Prometió, mirándola a los ojos.

Aquella mirada sobrecogió a Nora, ¿qué era lo que le ocultaba con tanto ahínco? Sus profundos ojos dorados la miraban con intensidad y ella supo que, por mucho que le preguntase, de nada serviría. Suspiró ella también, aceptándolo, pero, las palabras de aquellos secuestradores, seguían rondándole la mente. No podía olvidar lo que habían dicho sobre esos iris tan característicos que él tenía. ¿Sería cierto que pertenecía a la nobleza?, recordó todos los momentos en los que ella misma lo había pensado, pues tenía unos modales exquisitos además de un sutil acento del norte, dónde se encontraba la capital y, por ende, las clases más altas de la aristocracia.

...

Mientas Nora se hacía todas estas preguntas, un hombre llamado Debros, encontraba los cuerpos sin vida de dos de sus esbirros.

–¿Esto lo ha hecho un caballo? –Preguntó con sarcasmo al único superviviente, que temblaba a su lado.

–No, Debros... debió ser ese hombre...

–¿Un hombre? –Preguntó enojado, mientras levantaba una ceja. –Os mandé a por un espectacular semental negro que vi camino a la abadía y ¿vosotros secuestrasteis a un hombre?

–No, no es eso... el caballo se escapó... Pe... pero aquel hombre...

Debros perdió la paciencia y, tomándolo de las solapas de su chaqueta, lo alzó estrellando su cuerpo contra un árbol.

–Explícate o te abro en canal aquí mismo. –Le amenazó, mirándole con ferocidad.

–Yo, no sé qué ha pasado... No estaba aquí anoche, pe... pero, ellos dijeron que el hombre valía más dinero que el caballo...

–¿Por qué?

–Po... por sus ojos... eran de color amarillo y dijeron...

Debros lo soltó y el hombre se estampó contra el suelo, luego anduvo hasta una zona del bosque y se agachó a mirar unas huellas en el suelo.

–El caballo volvió... y, también hay unas pisadas pequeñas, quizás de un niño o una mujer menuda... –Murmuró, luego se levantó y observó el rastro que habían dejado. Tras esto, se giró a mirar al hombre que estaba en el suelo tratando de recuperar la compostura. –¡Tú! Trae mi caballo. Voy a ir en busca de ese tipo y, si no es una buena pieza, sufrirás las consecuencias.


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