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Capítulo 1: El riachuelo


El suelo crujía bajo sus pies a cada paso que daba. Trataba de no hacer mucho ruido mientras, despacio, se iba acercando al borde del risco. Quería mirar desde la altura aquel riachuelo que sinuosamente se abría paso entre las rocas.

Apoyó su mano en un olmo frente a él. El tacto rugoso se le clavaba levemente en las palmas de sus manos al echar su cuerpo hacia adelante para asomarse.

El murmullo del agua le hizo sonreír. Aquel sonido era su salvación, pero, en este caso, era demasiado leve para liberarle de sus demonios. Esperó pacientemente sin apenas mover un músculo hasta que, por fin, apareció.

Ella era su razón para estar allí. El motivo por el cual iba casi a diario a aquel lugar. La vio agacharse para llenar de agua la palangana de madera que traía siempre consigo, luego comenzó a lavar su ropa. Verla así, haciendo sus labores, le relajaba. Ansiaba la paz que ella derrochaba.

Su pelo castaño estaba apenas sujeto por una horquilla en su nuca y algunos mechones le caían por los lados, enmarcando su rostro. Piel canela y rasgos delicados. En otros tiempos, que ahora se le antojaban muy lejanos, quizás no hubiera reparado en una mujer así. Menuda y delgada, de una belleza modesta, libre de maquillajes y peinados extravagantes. Sin embargo, ahora, le parecía que era más hermosa que ninguna. Estaba seguro de poder localizarla entre una multitud, para él, ella resplandecía.

Estaba, pues, allí plantado sin poder dejar de observarla. Absorto en sus pensamientos, llenando sus ojos y su corazón de aquel instante, con aquella paz.

No sabía con certeza cuánto tiempo había pasado desde que la empezó a observar. Todo empezó un día cualquiera, cuando sin darse cuenta se acercó demasiado a aquella pequeña aldea. Al percatarse de su error, quiso regresar al bosque y, fue entonces, cuando ella apareció.

<<El tiempo es caprichoso>>, solía pensar <<unas veces es tan rápido en su correr, y otras, llena de agonía tu soledad>>. Ese pensamiento se volvió una realidad cuando la vio levantarse y recoger sus ropas para marcharse.

La siguió con la mirada hasta que desapareció detrás de los olivos de la vereda. Suspiró con fuerza y se giró, dispuesto a volver a su innombrable soledad, cuando un ruido lo alarmó.

Volvió la vista hacia el riachuelo, con tal rapidez que tuvo que agarrarse de nuevo al olmo para no perder pie y caer. Y, con los ojos abiertos de par en par, la vio volver corriendo hacia donde antes estaba. No traía su palangana ni la ropa que acababa de limpiar. Corría con desesperación, huyendo de algo.

Miró tras ella y observó alarmado que, pocos pasos detrás, dos individuos la seguían. Caminaban deprisa, pero sin correr, mientras reían y se mofaban de la joven.

Notó que su corazón se aceleraba y la rabia lo comenzaba a embargar. Ella resbaló con una roca húmeda y cayó al suelo, momento que sus perseguidores aprovecharon para alcanzarla.

–¿Por qué corres? –Preguntó uno de ellos, con una sonrisa maliciosa en el rostro. –Es peligroso, te puedes hacer daño...

–Venga, levántate, no tengas miedo de nosotros, no te vamos a hacer nada malo. –Dijo el otro, con tono burlón, mientras se agachaba tendiéndole la mano.

–¡Dejadme en paz! –Gritó ella con la voz algo temblorosa. –Si me hacéis algo... mis hermanos os van a...

–¡¿Tus hermanos?! Jajaja. –Se mofó él. –¿Es que no sabes que tus hermanos están muertos? –Dicho esto, la cogió por la muñeca y la levantó con brusquedad. –¿Van a venir sus fantasmas a atormentarme?

Ella le miró con odio y, sin titubear, le arreó una patada en la espinilla. Lo que hizo que la soltase.

Él volvió a mirarla enfadado.

–Creo que, con esto, se acabaron los modales... y mi paciencia. –Amenazó. Luego miró a su amigo que entendió el mensaje, se acercó a ella con rapidez, agarrando sus brazos y llevándolos tras su espalda.
–Cuéntale esto a tus hermanos cuando te reúnas con ellos... –Susurró en su oído burlonamente, mientras la sujetaba firmemente. Ella forcejeaba con todas sus fuerzas, pero no lograba liberarse.

El otro hombre se acercó y, sin decir nada más, rasgó su blusa, dejando su ropa interior al descubierto.

–¡Cerdos, dejadme en paz! –Gritó desesperada.

–Te dejaremos, no te preocupes. Cuando nos hartemos de ti podrás irte.

Se acercó más a ella y comenzó a tocar sus pechos. La muchacha empezó a gritar pidiendo ayuda, pero el hombre que la sujetaba, le tapó la boca con tal fuerza que apenas podía respirar. Cerró los ojos, sabiendo que no podría escapar de aquella situación. Notó que comenzaba a levantar su falda con brusquedad y a rozar sus muslos con sus callosas manos.

Pensó en sus hermanos, en que aquello no pasaría si estuvieran a su lado y maldijo mil veces su mala suerte. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, unas lágrimas llenas de impotencia.

Un golpe sordo le hizo abrirlos. Frente a ella había un hombre que sostenía una enorme piedra entre las manos y respiraba agitadamente. Él la miró y, después, al hombre que la tenía aún sujeta. El cual, se había quedado totalmente paralizado.

Ella desvío la mirada rápidamente al suelo y allí pudo ver al despreciable ser que la había manoseado hacia unos segundos tendido boca abajo. La sangre que le manaba de la cabeza se deslizaba por las rocas de la orilla, mezclándose con el agua del rio, que fluía lentamente.

El otro hombre reaccionó, al fin, y la soltó. Dio varios pasos atrás, tratando de balbucear algo. Pero, ni tiempo le dio a articular palabra, pues recibió una pedrada en la cara que lo hizo caer de espaldas.

En el suelo, mientras aullaba de dolor, se llevó las manos a la cara y luego las miró. Estaban cubiertas de sangre. Se levantó a trompicones y trató de huir pero, aquel que acababa de aparecer, no le dejó escapatoria. Comenzó a golpearlo sin piedad, lleno de ira.

La chica miraba esa escena horrorizada <<¡va a matarlo!>> pensó y, sin darse cuenta, sintió alivio. Aunque poco le duró.

Cuando aquel hombre dejó de golpear a su asaltante, más por cansancio que por falta de ganas, se giró a mirarla.

La joven sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Quería correr, pero sus pies no se despegaban del suelo. Él la miraba con insistencia pero, en sus ojos, ya no veía ira. Su mirada era penetrante, pero estaba llena de miedo. La chica reaccionó al ver que él se calmaba.

–Gra... gracias... –Tartamudeó, pero él no dijo nada. Seguía observándola con esa mirada difícil de descifrar. Su aspecto era desgarbado, llevaba una larga y desaliñada barba, además de su pelo, que estaba igualmente largo y despeinado. Sus ropas también estaban sucias y raídas, parecía un mendigo. Pero sus ojos, de un color ambarino, reflejaban juventud.

El hombre bajó la vista y, al observar el busto desnudo de ella, giró la cabeza. La chica cerró como pudo su maltrecha blusa y, después, miró de nuevo a esos hombres que parecían muertos. Comenzó a respirar con dificultad mientras sus manos le temblaban sin control.

¿Qué iba a hacer ahora? ¿cómo debía actuar? Su mente se estaba empezando a llenar de horribles pensamientos cuando notó que algo la envolvía. Era una chaqueta, alzó la vista y vio que se la había puesto aquel desconocido.

–¿Qué debo hacer ahora? –Le preguntó, casi sin voz.
Él la miró con preocupación y le hizo un gesto para que lo siguiera, pero ella se veía incapaz de dar ni un paso. Volvió a mirarla, se acercó y cogió sus temblorosas manos. Luego, volvió a hacer un gesto con la cabeza y, mientras la sujetaba, la acompañó lentamente hasta el camino.

Siguieron andando unos metros. Por el camino, él iba recogiendo la ropa que ella había tirado en su huida hasta que llegaron a la palangana de madera. Se agachó y también la recogió. La llenó con las ropas y se la acercó a ella.

–¿Qui...quieres que la coja? –Preguntó titubeante mientras lo observaba, él asintió. –¿Quieres que recoja mis cosas y me vaya? –Volvió a preguntar, con más seguridad.

Él volvió a asentir.

Ella miró hacia el riachuelo donde habían dejado tirados a esos dos indeseables, probablemente muertos.

–¿Quieres que me vaya y haga como si nada hubiera pasado?

Él asintió de nuevo.

–¿Có... cómo voy a hacer eso?... ¿Y si alguien los encuentra? ¿y si me acusan de asesinato?... ¿y si...
El hombre se acercó de nuevo hacia ella y le dio la palangana, ella la sostuvo preocupada.

–¿Puedo confiar en ti? –Susurró angustiada, alzando la vista para mirarle.

Él la observó con firmeza y volvió a asentir, soltó sus manos y comenzó a caminar de vuelta al riachuelo. La chica lo miró angustiada mientras desaparecía entre los olivos. Luego apretó la palangana contra sí y se encaminó hacia la aldea con el corazón en un puño, pero sin volver la vista atrás.

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