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La musa y el caballo (Pt.2)

Una bandeja de madera se desparramó en el suelo siguiéndole el paso una joven de cabellos ostentosos. Cuando aparte el cabello que cubría mis ojos miré con más premura el desorden. Ella estaba tumbada en el suelo rodeada de aguacates, con los zapatos vueltos fuera de sus pies y con la falda corrida hacia arriba.

Por un segundo, en lo bajo, con extremo disimulo, escuché un leve lamento y después otro.

—¡Teresa!

Me arrodille a su lado justo cuando se levantaba y se sostenía sobre su mano. Aparté el cabello de sus rostro y me detuve a verla sin tanta cautela, abiertamente. Exhalé sosteniendo el brillo oscuro de sus ojos al tiempo que una sensación de agobio me calaba. No sabía si era normal transportarme con tanta ligereza, a pesar del momento, a un mundo de pesares y tristeza cada vez o en ciertos momentos en que chocaba miradas con personas sufridas.

Su voz como su rostro eran libres de rudeza o presunción, totalmente exenta del privilegio de poder elogiar sus propias aventuras debido a las estancias en las que se vio envuelta tras insuperables limites mortales. Y más allá de las barreras monótonas en las que había estado sumergida, su carácter seguía indulgente y colmado de apacibilidad y extrema obediencia. Por más servidumbre y humillación que recibiera, su rostro no variaba a gestos irritables o cansados sino que, limitándose a guardar silencio cumplía su encomienda con servilismo.

Ella era una muchachita de diecinueve años, corpulenta y de una belleza llamativamente modesta. Su piel aceitunada y oscura era similar a la tierra cuando es acabada de regar por la misma lluvia sorpresivamente en pleno verano.

—Pobre niña analfabeta—me decía que cada vez que ella rechazaba las oportunidades de poder aprender a leer. Pobre mente cautiva, si, porque ignoraba los sueños, desechaba las ideas que tejía para que se hiciera de estas, pero todo caía en vano, tan similar como querer empujar una pared de piedras con el hombro. Exhalé y recordé una cita que hacía de ejemplo a lo ella sufría y que contaba lo siguiente: "Si se ama demasiado un muro, ¿para que una puerta?" Antón John.

¡Qué ironía!

Amaba tanto su cautividad que no le importaba adherirse con violencia a las afiladas grietas de su cautividad.

—¿Gretel?

No sé por qué de pronto la vehemencia hacia territorio en mi mente cuando justo acababa de escapar de un terrateniente.

—Me está asustando, ¿le pasa algo?

Aturdida parpadeé, encontrándome con una interrogante pero titubeante ceja arqueada. Sin detenerme a responder, deprisa recolecté los aguacates y me levanté junto con el lavamanos en la cadera. Eché una fugaz mirada al pasillo y luego a ella.

—El único que adora demasiado esto, es él...—musité entregando el contenido.—Quiero que hagas esto y lo hagas tan pronto termine de hablar.

—No me asusté por favor—dijo afligida.

—La asustada soy yo, no tú.

—¿Qué le hicieron?—musitó endeble.

—Ve a la cocina y deja todo lo que ibas a hacer—dije apuntando las frutas—, desaparece y enciérrate en mi habitación y si es posible esconderte en algún rincón de ahí, hazlo.

—Pero...—objeto vacilante.

—Teresa, no preguntes y obedece.

—Pero quería pedirle permiso para salir esta tarde a...

No alcance a oírla puesto que ya me hallaba caminando a prisa hacia la entrada trasera de la casa. Cuando estuve fuera, el aire fresco y el cantar mañanero me sustentó el espíritu, tanto, que me abracé al poste del corredor entregándome brevemente a sólo respirar, cerrando los ojos, tratando así de recuperar el sosiego que había perdido debido a los escrúpulos del pintor.

El zumbido de los árboles tras la agitante brisa, los aleteos y cantares de los gallos mezclados con los pajaritos en los ramajes cautivaron de a poco mi sentido nervioso, tranquilizándolo. Las campanas, los murmullos de voces a lo lejos y los maravillosos sonidos que producían los cascos de un caballo al trotar eran de los más fascinante y calmante.

Me concentré tanto en este último que sentí que el sonido era certero, poco a poco cercano. Con el tiempo los trotes fueron bastante reales y seguros, fue entonces que me deje llevar, puesto que, si la ilusión era tan cierta que mi cerebro ideaba, que mejor manera de descansar los nervios dejándome influir por los relinchos de este esplendoroso animal.

Suspiré con una indescriptible sonrisa. A pesar de lo ocurrido hasta los momentos menos especiales y sencillos podían hacer milagros sobre grandes complejos destructivos. Una afable ceremonia de holgazanería en pleno apogeo de viento mañanero sí que podía servir para olvidar y dejar ir palabras y expresiones de la mente.

Los milagros eran buenos.

En ese momento sentí como mi corazón dio un vuelco estrepitoso en mi pecho justo cuando escuché su voz.

—Señorita, Gretel.

Y todavía con más fuerza cuando abrí pasmada los ojos y lo miré, observándome, con una expresión estrechamente cavilosa. Pero para mi sorpresa , cómodamente sentado en una montura sobre el animal que antes, en mis pensamientos, había estado guardando mi quietud. Estuve a punto de corresponderle el saludo cuando de repente y para mi espanto el sonido agitado de un segundo caballo me hizo reaccionar de inmediato.

Esos trotes abusivos y presurosos extrañamente me eran conocidos. De un momento a otro mi corazón estalló en frenesí cuando una sensación escalofriante y familiar me inundó.

¡Dios mío! Me dije absorta temiendo una terrible posibilidad sobre el pequeño y abusivo que había escapado hace meses y que, según al parecer de Mohamed, quien era el vigilante y que frecuentaba en demasía los establos, "este ya había cruzado las patas". Pero en ese momento presentía que el viejo se había equivocado y que justo después lo confirmaría.

Ladeé el rostro y fue entonces que miré un oscuro, monumental y arrecho corcel jalado de fiereza e indomabilidad. Su quebradizo cabello se alzaba tras los impulsos celéricos de sus patas, mientras tanto en eso, note como un diluido arcoíris de colores en su negra melena se perdía uno tras otros en la marcha, mientras que en su hocico un líquido brumoso se deslizaba en lentas gotas pequeñas.

¡Bárbaro!

Siempre supe que esa bestia no era de confiar a la primera, puesto que sus intenciones a simple vista se leían funestas y retorcidas y esto por el simple hecho de estar colmado de fuerza y capricho! ¿Por qué ahora el desaparecido fantasma volvía? ¿Por qué el provocador de peleas, el indómito y malhumorado y el causante, debo confesar, de una lesión en mi clavícula de pronto decía "heme aquí"? Conocía con excelencia cual era el motivo de su gozo y su terquedad: su malicia.

— ¿¡Tornado!? —Exclamé, atónita y consciente de sus intenciones, por lo que inquieta y al mismo tiempo incrédula salte del corredor y deje aún lado las gradas, precipitándome urgida hacia éste queriendo detener su jugada. —¡Caballo tramposo!

¡Pero qué tontería fue pensar que una minúscula hormiga podía detener un muro de fierro!

—¡Aléjese!— le advertí a Julián quien no se daba cuenta del tornado galopante que iba hacia él—. ¡Vea su espalda pequeño gran bobo, que lo van a embestir!—vociferé al tiempo que empuñaba piedras, dispuesta a defenderme.

Sin esperar su reacción o detenerme a pensar lancé las piedras hacia el animal pero para mí espléndida suerte fui fracasando en la mayoría de intentos. Justo cuando pensé en echarme a correr hacia adentro uno de los muchos intentos acertó dándole con rudeza en la cabeza.

En ese momento me estremecí tras ser presa de un indescriptible escalofrío que se aventuró por mis brazos hasta sentir la necesidad de vomitar. Dejando a un lado el espasmo mire al que quería nuevamente ser mi atacante. ¿Furia? ¿enojo? ¿era realmente esto lo que se reflejaba en sus ojos? No, era más de lo que su mirar contenía, lo que se exponía ahí era la vivaz encarnación de la insumisión y la terrible obstinación de su costumbre.

Pero debo confesar que aún ante esto en verdad me dolió tanto como a él el golpe. El ruido que escuché del impacto fue tan sentible que casi pensé que el dolor era mío, quien me traspasó por el simple y molesto sonido. De imprevisto trastabillé hacia atrás justo cuando el caballo de Julián se interpuso entre la visión que tenía del otro.

—¿Por qué tanto escándalo por un caballo?—preguntó en confuso escepticismo mientras observaba al eludido.

—¡Usted no tiene ni la menor idea quien es ese animal!—le espeté nerviosa apuntado al que se acercaba.

Enarcando una ceja se volteó a verme.

—Claramente, sólo eso, un animal—dijo encogiéndose de hombros—, y que por cierto ha estado siguiéndome a distancia sin el más mínimo problema.

— ¡Pues esa, señor, es su pericia!

—¿Ser libre y dejarse llevar por el viento sin estar atado a riendas? —cuestionó sarcástico sin dejar de lado su seriedad.

—¡No!—exclamé pero esta vez airada—. Su destreza es hacerle creer justamente lo que piensa ahora; que es un pobre indefenso e incapaz de pisar una rosa.

—¿Cree leer mi mente?—discrepo con profundo hastío.

—¡Únicamente le revelo lo que ignora! ¡Por Dios no sea testarudo!

—¿Por qué insiste en gritar tanto?

—¡¿Por qué insiste en no escuchar?!—repliqué extenuada a punto de perder la cordura.

En ese momento mi pulso tembló en una hondonada de asombro cuando repentinamente Julián salió volando del caballo para caer de bruces contra el suelo. No fui capaz ni de lanzar un grito puesto que quede boquiabierta y pasmada, incapaz de reaccionar de otra manera. Tanto fue el susto en el que me hallaba sumida que no me di cuenta que Pegaso, el caballo que montaba Julián, yacía enfrascado en una lucha con Tornado.

Circundada por una terrible ola de estupefacción presencié sin rechistar, tomando el papel de una estatua la caída del hermoso caballo ruano que había sido montado por el incrédulo anteriormente. Tragué saliva al mismo tiempo sin digerir nada, dominada por un abismal terror que me recorría el cuerpo.

La piedra que aún seguía en mi mano pronto se fue liberando al igual que el agonizante ahogo que se extendía por mis pulmones. Tornado resopló por la nariz absorbiéndome con los ojos. Por un instante sólo fui capaz de escuchar el aliento que salía de mi boca, sólo pude detenerme a sentir el veloz palpitar que se hacía con violencia en mi pecho. Sólo fui capaz de decir Dios ayúdame"

Fiero y salvaje, Tornado se puso en dos patas antes de bufar rabioso, lo siguiente que supe fue que me vi movida por una fuerza extrañamente involuntaria y ligera del cual me hizo reaccionar de inmediato. Me giré en un abrir y cerrar de ojos y fue entonces que mi corazón brinco alocado cuando un escopetazo surco los cielos en un solo intento.

Instintivamente, lancé un grito cubriéndome la cabeza dejándome al mismo tiempo caer de boca sin tanto cuidado contra al suelo. Con el nerviosismo a flote y calándome los huesos cerré los ojos por una milésima de segundos antes de ver como Tornado salía despedido, huyendo, similar a una catastrófica tormenta que después de terminar se da a la fuga, sin arrepentimiento.

Por un instante me quedé ausente, limitándome a contemplar el chocar de sus patas contra la tierra, luego reaccioné y aprisa me incorporé.

Indómito salió galopando dirigiendo su trayectoria hacia el muro empedrado que rodeaba los cuatro límites de casa. En una pequeña loma antes de tocar el fin, su pelaje oscuro desapareció al bajar pero pronto se logró avistar en camino por la lejanía hacia las tierras donde era territorio de los animales de papá.

Tras ponerme la mano en la frente y entrecerrar los ojos en la frente, noté que el animal de pronto reaccionó frenando el paso. Sus orejas giraron y fue entonces que un silbido estridente se dejó escuchar, enseguida el animal se echó a correr como alma perdida en dirección contraria de los establos. Desapareció saltando el empedrado muro que para su fortuna era bajo.

¿Qué había sido todo eso? ¿De dónde había salido? ¿Por qué regresar para terminar en esa tan escandalosa huida? Tornado el viejo y terco caballo sin riendas que sin previo aviso se había esfumado. Sin alejarme de la intriga me vi tentada en querer seguir los pasos por donde él se había fugado, quizás, con un poco de equilibrio por parte de mi pulmones alcanzaría, aunque sea un poco, contemplar el rastro tras su distante figura.

—¡Bestia terca! Serás presa de los rufianes necesitados de dinero.— exclamé impotente, llevada por unas desmesuradas ganas de salir y atrapar a ese animal que a pesar de su tremenda fuerza, para mi seguía siendo un pequeño huérfano.—¡Tornado!

Cedí un paso dejándome llevar por el impulso pero justo cuando lo hice escuché un quejido sellado a mi espalda y luego otro hasta hacerse pequeño con el viento. Abrí los ojos aterrada volviendo de golpe a la realidad. Miré de soslayo al mismo tiempo que me giraba. Al momento en que pies se detuvieron me encontré con el cuerpo de un hombre penosamente tirado sobre el suelo.

—¡Señor Julián!—fue lo único que dije antes de poder pensar y echarme a correr hacia él.

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