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8|Sol tormentoso

Un abismal estruendo me sobresaltó haciendo que me alejara hacia atrás.

El viento soplaba ingobernable y sobrecogido, los árboles se abalanzaban de aquí allá, los negocios a lo lejos y los cercanos cerraban sus puertas y guardaban sus mercancías. Los niños habían desaparecido y algunos atascados de miedo corrían para no ser atrapados por el vendaval.

El frígido aire se coló por mi cuerpo haciendo que un escalofrió me colmara, me abracé y retrocedí aún más hasta la banca donde antes había estado sentada. No concebía una idea clara que me explicara la renuencia de querer permanecer ahí, en ese lugar apartado, donde había escuchado una cruel historia.

Talvez, en lo profundo, gozaba maltratarme con lo que los demás me hacían.

¡Que frustrante!

Me hacía muchas preguntas cada que lo recuerdos me cegaban, tales como: ¿Por qué donaba el tiempo en pensar sobre volver a donde un día fui desdichada y a la vez feliz? ¿Por qué me aferraba, algunas veces, en pensar en lo que pudo haber sido pero que lastimosamente no pudo ser?

Mi renuencia tenia respuesta. En un rincón de mi mente la verdad se exclamaba, esta vociferaba con lamentos exponiéndome lo que cruelmente me negaba a escuchar.
Amaba y sufría esos momentos.
Años atrás, cuando no superaba la partida del que había sido mi enamorado y que me había robado suspiros, recuerdo que frecuentaba el mismo árbol donde me había hecho una linda propuesta. Me apoyaba en el tronco y pensaba en él y si lo volvería a ver, hasta caer en ensoñaciones absurdas que pronto era rotas con los ruidos de la realidad.

En ese entonces tenía dieciocho y que ingenua era.

Con el tiempo, deje atrás esa aflicción. Confieso que no olvidé lo que lloré pero, si que pude superarla.

Nuevamente, ocurría lo mismo. La diferencia era que no era mi lamentación si no la de otro, lamentación, que por propia voluntad, había pedido compartir y sufrir y que hasta el momento la consideraba mía.

--— Ay Julián —--suspiré, mientras me sentaba y me cruzaba de brazos —-- . Si tuviera el poder de evitar y predecir, sin duda a esta hora estuviera agotada y necesitada, sirviendo a un pueblo liado de pobres diablos.

Segundos después deseché ese deseo. Porque tristemente entonces ¿Cuál sería la sorpresa de los buenos tiempos, esos que provocan al corazón a imitar un tambor? ¿Predecir una alegría indecible y arruinar el evento inesperado? No, que el bien y el mal lleguen por partes iguales, y que se sufra y se goce en sus debidos tiempos.

Aunque me arrepentía de dicho pensamiento.

Suspiré decaída llevando los codos a mis rodillas y las manos al rostro.

—-- ¿Cortejar a la celebrada, señor Julián? Está usted loco, loco por pensarlo y todavía más por no haberlo intentado...—--me dije.

—-- Gretel, ¿tan mal te ha dejado?

Levanté el rostro encontrándome con Rosa, quién yacía ligeramente inclinada sobre el barandal y cruzada de brazos.

—-- ¿Tan mal me encuentras?

—-- Si.

—--Pues si Rosa—--exhalé rendida — me ha dejado con una terrible sensación.

Rosa bufó llevando los ojos al techo.

—-- Ellos hacen eso, es su costumbre...

—-- Digamos que él no tuvo opción.

—-- Como sea, lo ha hecho.

Aparté mechones de cabello de mi frente y me levanté. Pero nuevamente estos volvieron a estorbar contra mis ojos. El viento recio soplaba sin parar, debía volver a casa.

—--Tu caballo es un loco afanoso, no ha dejado de jalar la cuerda inquieto desde que llegaste, deberías calmarlo.

—-- A Sol le gusta el drama, es así, además le asustan las tormentas. —--dije incorporándome con intención de irme.

—-- ¿No pensaras irte sola? —-- me detuvo su voz

—-- No voy andando, Sol va conmigo —-- aclaré obvia mencionando a mi caballo —--, llegaré tan pronto como me haya ido.

—-- ¿Y el viejo?

La miré confundida sin saber de quien hablaba.

Lanzó resoplido.

—-- El insolente barbón que sigue tu sombra de arriba abajo, el vigía.

—-- Mohamed...

—-- Si, ¿Dónde está? Ese hombre siempre está contigo.

—-- No lo sé—--me encogí de hombros—--, de pronto se pierda y es imposible saber de él.

—-- Que conveniente—--se quejó sin ocultar la preocupación que sentía. —-- No dejaré que te marches, no con esa columna de agua a punto de caer, eres una débil.

—-- Si no me dejas ir, entonces sí que caerá sobre mí, no exageres--— dije sin prestar atención a su intranquilidad.

Cuando entré y atravesé el pasillo de las mesas y ventanas divididas una mujer venía hacia mí. Sus facciones estaban alteradas y su manera de caminar denotaba inseguridad. Cuando estuvo lo bastante cerca pude saber de quien se trataba.

Me hice a un lado para que ella pasara. Cuando miré por encima del hombro ella desapareció en el espacio de una mesa, justo una después de la que había estado esperando a Julián.

--— ¿Tenías que tardar tanto? Me he dormido en esta mesa esperándote e imaginando lo peor—--discutió una voz aburrida de hombre. —--¿Y bien? ¿Valió la pena desperdiciar nuestro dinero?

Un resoplido adolorido escuché y lo siguiente fue un lloro.

—--Te lo advertí, Samira--—reprendió el hombre —-- . Te dije que las brujas no son de fiar y peor esa. ¿Cuánto dinero te sacó Mirza?

—--El dinero me da igual, Luis.

—--¿El dinero te da igual? ¡Oh pero que linda eres, amor —--dijo amargamente maravillado.--— . Querida, ¿crees que el dinero crece de los árboles, eh?

—--Luis...

--— ¡Me mato en la hacienda del señor Nimsi, sembrando y cosechando bajo el sol! —--exclamó enojado —-- . Con el sudor corriéndome trepó barriles y quintales de maíz en los hombros para llevar de pueblo en pueblo, vender y traer dinero para ti, para los dos ¿y qué haces con él? ¡Se lo obsequias a viles brujas!

—-- No fue en vano--—musitó ella.

—-- Siempre será en vano cuando se trate de brujas y charlatanes.

—-- Mirza me dijo quién es el ladrón.

Se hizo un silencio de golpe.

—-- ¿Ah, sí? —-- cuestionó incrédulo —-- ¿Y bien? ¿quién es?

—-- Es un chico con apariencia de hombre, fuerte y violento.

—-- Vaya, pero que específica —--renegó —-- ¿No te dijo algo más o no pudiste hacer buenas preguntas? ¡Vamos, Samira! ¿Cómo era o de dónde venía? ¡Tuvo que adivinar algo, por Dios!

—-- La cuestión es que no adivinó nada. —-- reveló nerviosa. —--No había porqué hacerlo.

—-- ¿Que? ¿Cómo qué no? ¿Qué fue lo que hizo entonces? --— preguntó apresuradamente. Al no recibir respuesta de inmediato estrelló las palmas de las manos sobre la mesa, instándola con el impacto a hablar —-- ¿Que, Samira?

—-- No lo adivinó porque ella lo conoce, sabe quién es y sé que ha visto su rostro.

El hombre lanzó un sonoro resoplido.

—--¿Por qué no me sorprende? ¡Dios Santo!

—-- Luis...

—-- Brujas y ladrones, ¡pero que pareja!

—-- Luis...

—-- ¿Que?

—-- Hay algo más.

—-- ¿En serio? ¿Crees poder sorprenderme? —--inquirió escéptico.

Ella guardó silencio.

—-- Dime Samira.

—-- El ladrón es un chico que se disfraza el rostro, está enfadado, no es de aquí, no del centro.

—-- ¿Entonces? ¿De dónde salió ese diablo? —-- preguntó impaciente.

—-- ¡Pertenece a la etnia, Luis! —--reveló trastornada —-- él es de allí, de esa aldea al otro lado del bosque mapiche.

Se formó un insondable silencio. Luego el nerviosismo se colmó en la voz de la mujer.

—-- Es un límite, un terrible límite para mí. —-- exclamó abatida — . Esas personas son malas y quien sabe lo que harán con los extraños que pasen por sus tierras ¿Cómo encontraré ese ladrón si es parte de esa gente?

El hombre bufó incrédulo.

—-- ¿Discúlpame? Pero desde el comienzo te veías inútil de poder hacer algo de todas formas —-- dijo después de guardar silencio —-- . Ve olvidándote de esa Cruz, no la veremos más, ese malnacido ya debió negociarla con todo y Biblia si es posible.

—-- No me atormentes... —--lloró ella.

--— No querida, tú lo has estado haciendo solita. —-- aclaró incorporándose —-- . Confórmate con que Clementina este bien, viva y sin secuelas.

—-- Pero...

—-- ¿Es que no es suficiente, Samira? ¿Qué es un objeto comparado con una vida? Piénsalo. —-- despotricó cansado.

Me alejé unos pasó de la mesa justo cuando el hombre paso por mi lado hecho un tumulto de irritación.

Cuando este desapareció tras la curva que llevaba a la salida, unos apresurados pasos a mi espalda resonaron. No me volví sino que seguí mi camino. No había dado ni dos pasos cuando sentí un brazo enroscarse sobre el mío y una mejilla sobre mi hombro.

—-- Hoy he sido una malvada, tenté a mi querida amiga, hice que sus ojos rompieran en fastidio en presencia de un caballero—--musitó Rosa con la voz acaramelada—--. Fui impertinente e indiscreta, amaría que se me concediera el perdón.

Seguimos caminando y atravesamos la salida hasta llegar al corredor. Las mesas estaban solas y los adornos y las campanillas que yacían colgadas por encima de los barandales se balaceaban al son del viento. Sujeté el brazo de Rosa y la miré.

—-- Si—--musité —-- , fuiste una impertinente pero te perdono.

Ambas sonreímos y observando el peso de agua que estaba a punto de caer, quedamos en silencio.

En ese momento, a lo lejos pude vislumbrar a una mujer. Su prieta y larga cabellera hizo que la identificara de inmediato.

Caminaba serena y distinguida mientras llevaba en su manos las riendas de un caballo negro. Sobre el animal yacía una carga, una mujer en realidad. Las manos de esta colgaban en el aire y por el otro sus pies, parecía tener el sentido ausente.

Rosa lo notó también.

Lanzó un bufido burlista mientras negaba.

—-- Demelza no se cansa de andar tanto a esa vieja borracha a cuestas.

—-- ¿La conoces? —--pregunté sin pensar.

--— Si—--asintió---. Desde hace un buen rato.

—--¿Y la mujer en el caballo?

—--Jacinta, ¿Quién no la conoce?—meditó y luego me miró —-- todos excepto tú.

—--No se puede conocer a todo un pueblo solo porque haya vivido toda la vida en él.

—--Justamente porque has vivido toda tu vida aquí deberías conocer, por lo menos, a la mayoría.

Hice una mueca.

—--Gretel, pasas demasiado tiempo en casa y te la vives mucho bajo la sombra de la escuela.

—--No me quejo.—--me encogí de hombros—--¿Son familia ellas dos?

Rosa volvió la mirada a la calle.

—--¿Jacinta y Demelza? No, pero creo que se conocen desde un buen tiempo porque la primera vez que miré  a Demelza, más o menos hace un año, venía con Jacinta así tal cual como las ves ahora.

—--¿De dónde proviene ella?

Rosa se encogió de hombros.

—--Solo Jacinta sabe de dónde la sacó aunque los rumores dicen que es su hija y que por vergüenza de ser quien es, una borracha perdida, se hace llamar su comadre.

—--¿Esta emparentada con alguien?

—--¿Quién? ¿Demelza o Jacinta?

—--Demelza.--—dije tratando de disimular la urgencia que tenía por saber.

—--Para la paz de algunos hombres de por aquí, no.

—--Tiene admiradores…—--suspiré.

—--Muchos, en cuanto a belleza no está mal la condenada.

—--¿Ha tenido problemas con la ley o algo así?

De pronto Rosa me miró extrañada y enarcó una ceja.

—--¿Por qué te interesa?

Parpadeé nerviosa y tragué en seco.

—--Bueno… me entró la curiosidad, no la conozco y ella es llamativa.

—--¿Deberás?—--Rosa no borró su escepticismo del rostro pero aún así prosiguió—--Si te dejaras venir más seguido por acá te mantuviera informada de alguna que otra cosa que pasa por estos lares amiga.

—--Tu sabes que  carezco de tiempo, Rosa.

—--Los domingos no.

—--Estoy aquí ahora.

Rosa exhaló y centró la atención a las dos mujeres que caminaban por la calle.

—--No tiene problemas con la ley ni nada de eso solo con mujeres celosas.

—--¿Por qué?

—--Mírala—--señaló con el rostro—--, es hermosa y se carga un carácter del diablo, no se deja de nadie.

—--¿Cómo lo sabes?

—--Fui al mercado y miré como un hombre la cortejaba y la halagaba, un tanto intenso. Cuando esté intentó tomar las bolsas de su mano, con dizque obras de  caballero, ella las soltó de presto y sin mediar palabras le estampó una abofeteada en la cara. Tomó las bolsas de nuevo y aprisa se largó.

—--No deseaba ayuda, ¿Qué hay de malo en eso?

—--Dile eso a las  mujeres que se quedaron chismeando que no pensaron eso, se la comieron toda con saña, propagando habladurías horribles.—--contó mientras negaba—-- La belleza atrae egoísmo y envidia, ya lo comprobé.

—--¿Ella te agrada?

—--Mas bien me de igual, no me causa molestia ni bendición— de presto hizo un gesto con la boca y me miró pensativa—--aunque si un poco de tristeza, pero solo un poco.

—--¿Por qué?

—--Debe ser horrible tener que lidiar con personas juzgándote sin saber quién eres en realidad, hasta las personas más fuertes y correosas sienten desquebrajarse.

—--¿Estará pagando cuentas divinas?

—--¿Karma?—--enarcó una ceja y luego negó reflexiva—--¿Quiénes somos nosotras para intuir eso?

Me encogí de hombros, indiferente.

—--Solo opino. Sin embargo, en buenos y en malos hay maldad, de eso no se salva nadie y por consiguiente nos resta pagar lo que hayamos hecho.

—--Yéndonos al grano, somos viles pecadores.

—--No me gusta pensar que soy una pecadora, no le hago mal a nadie.

Rosa me miró con sorna.

—--¿Y por eso eres una blanca paloma? —--ella rio.—--Te irás al cielo al segundo que mueras, de seguro que si.

—--Quizás si.
Rosa me miró incrédula.

—--¿Hace cuánto que no pisas una iglesia?

Me quedé pensativa pero no respondí.
—--No seas una orgullosa, Gretel, perfecta no eres, tienes tus pecados y muchos malos pensamientos, como todos.

--—Y no lo niego pero a comparación con otros si soy una blanca paloma.

No tenía idea porque esas palabras vestidas con ese tono altivo habían salido de mi boca. Quizás, aún me ardían las miradas y las palabras que esa mujer, Demelza, me había lanzado sin ningún motivo justificado. En mi vida jamás la había visto y de presto parece odiarme o no se qué.

Miré a Rosa sin poder ocultar el agobio que empezaba a sentir.

Ella hizo lo mismo. Y al descubrir lo que sentía, un brillo sarcástico osciló sus ojos y una sonrisa curveo sus labios. Posó la mano sobre mí hombro y agrego:

--— ¡Ay Gretel! Pasas mucho tiempo en tu paraíso que no te das cuenta de nada, a veces me preocupa el grado de color que te estás perdiendo y la falta que te estarías ganando.

Resoplé apartando la mirada.

—--Estoy bien, Rosa —-- dije —-- . No todos somos felices siendo engullidos por tanto ambiente.

--—¿Se te olvida que eres profesora y que tienes que estar con muchas personas?

--—No--— respondí de prisa —--. Me encuentro rodeadas de niñas, Rosa. Niñas necesitada por aprender a leer y a escribir cosa distinta a estar pendiente de todo lo que pasa en San Jerónimo.
Rosa te tocó el pecho con dramatismo al tiempo que abría la boca dizque ofendida.
—--Con sosiego te has atrevido a llamarme entrometida, ¡auch! --— rió.

Lancé un resoplido.

Demelza dobló una esquina y no la volvimos a ver más.

—--Te sigo escuchando, Rosa.

Ella se rascó la ceja, inclinó la cadera sobre el barandal y cruzándose de brazos, prosiguió.

—--En la taberna del viejo Elio llegaban hombres contando de que habían encontrado el cuerpo de la satisfacción carnal.

--—¿Satisfacción carnal?

—-- Si, y entre más se atragantaban en licor más detalles revelaban, aunque estos eran pobre y vagos. —--contó. —-- . Poco a poco fueron llegando más hombres presos de la curiosidad. La historia misteriosa llamaba oídos ansiosos.

Me abstuve de que preguntar y solo escuché ansiosa.

—-- No comas ansias, amiga.--— tranquilizó notando de seguro la curiosidad en mi cara—-- . Un joven borrachín, entre risas gritaba que Demelza era hermosa y que había disfrutado sus encantos en lo secreto del bosque después de haberle mostrado su cartera.

—-- No sé por qué pero, no me fío de ese hombre.--—arrugué el entrecejo asqueada.

—-- Dicen que los niños y los borrachos no mienten, nunca —--citó sintiendo certera sus palabras —-- . La cuestión no es su pasado, sino sobre el ahora.

—-- ¿El ahora?

—--Si, es apegada a Mirza, la bruja.

—--¿Cómo es que sabes…

—--Chismes, Gretel—--ella puso los ojos en blanco y me miró enojada—-- No me interrumpas ¿si?

--—Si.

—-- Vivió con Mirza en ese lugar todo un mes y mientras duró atrajo muchos hombres a las garras de esa bruja

Fruncí el ceño, incrédula.

—-- Bueno, eso dicen —-- se excusó —-- . La cosa es que ella vivió con la bruja, ¿Cómo llegó con esa mujer? No lo sé, pero siempre que Mirza tenía clientes, estos decían que la habían visto a Demelza vestida de rojo y con el cabello mojado, sirviendo brebajes o ayudando con ritos.

--—¿Ella hechiza a los hombres?-—me pregunté un tanto asustada. Mire a Rosa--—¿Ella de verdad los embruja?

—Solo son rumores, chismes baratos para entretenerse, Gretel.

—--¿Conoces a la tal Mirza?

—--Solo la he visto—--dijo pero luego pareció recordar algo --— , en una ocasión la miré entrar donde el boticario, luego al mercado y de éste salió cargada con una bolsa curtida de ajos, cebollas y botes de aceite.

—--¿Cuál es el ahora, Rosa? --— pregunte insatisfecha.

—--De pronto paso de vivir en la choza de Mirza a la casona del señor Nimsi, ¿puedes creerlo? --—cuchicheo.

—--¿Qué? ¿El señor Nimsi? ¿En la hacienda del señor Nimsi? --— pregunte atropelladamente gravemente sorprendida.—--¿Desde cuando?
Rosa trato de hacer memoria pero se encogió de hombros.

--—No lo sé, tres meses o cuatro no estoy segura—--. Es extraño que esté ahí cuando todos saben que ese señor es un cascarrabias, un amargado que cree que sólo él está en la cima, ¿Qué pudo haber visto en una mujer manchada de pasado si ama juzgar sin observancia?

--— ¿Se tocaría el corazón?

--— ¿Es que acaso tiene?

No pude responder. El señor Nimsi desde pequeña frecuentaba nuestra casa, era amigo de papá. En muchas ocasiones de sus tantas visitas notaba rasgos de su carácter. Era seguro, receloso y sus ojos brillaban con dominio. Siempre cuando su palabra era puesta en duda reaccionaba indómito hasta dejar expuesta su palabra y enclenque a su retador. Aún asi no lo creía un hombre sin corazón.

Era serio, denotaba calma en su caminar mientras que un aire narcisista opacaba la poca humildad que poseía.

—-- Es su protegida y no sé cómo pudo tocar ese rocoso corazón.

—-- Sea lo que haya hecho ella no es de nuestra incumbencia, es su vida.—dije ya cansada de tanta rumor callejero.

—-- Pues si --— respondió resignada.

En ese momento apareció un hombre con las riendas de Sol. El caballo caminaba inquieto y asustado.

Bajé los escalones y agradecí al hombre. La respiración del animal estaba acelerada y supuse que su corazón también.

Deslicé una mano por el costado de su cabeza y lo acaricié, tratando o intentando más bien de tranquilizarlo.

—--No tiene buena pinta ese animal, no deberías arriesgarte a salir con él. —-- dijo Rosa poniendo los codos sobre el barandal.

—--Odia estar lejos de casa y odia las tormentas.

Ella lanzó un silbido mirando el cielo y luego al caballo.

—-- Vaya, pero que conveniente la suerte de este animal y también la tuya —-- me giré a verla —-- . Gretel, mi caballo está a tu disposición, deja ese y que Mohamed se lo lleve después. No me preguntes porque pero, tengo una espina clavada en el hueso, hazme caso.

La miré por un breve momento y luego a mi caballo. De algún modo sabía que tenía razón, pero me dolía dejar a la yegua sola, en un lugar que no era su ambiente habitual. Los ojos de Sol me infundían miedo, su miedo; uno que sabía que se podía calmar con solo divisar los muros de piedra que custodiaban nuestra tierras.

—-- No puedo Rosa.

—-- ¿Que? —-- inquirió escéptica al mismo tiempo sorprendida —-- ¿Sabes que tengo razón, verdad?

—-- Entiende, no pienso dejarla, ella nunca ha estado lejos de casa por mucho tiempo y peor aún con este tiempo.

—-- No es sensato que te vayas así, no con ella.

Al ver la renuencia en mis ojos Rosa desistió.

Exhaló y me dedicó una mirada reprobativa.

En ese momento apareció una mujer ansiosa y con los ojos enrojecidos. Jalé las riendas apartándonos con Sol de la entrada. Cuando de presto bajó los escalones Rosa la miró y frunció el ceño, extrañada.

—-- ¿Samira? ¿Pero en qué momento regresaste?

La mujer se giró y mostró un agobiado y enrojecido rostro.

—-- ¿Ha pasado algo? Por Dios ¿Qué tienes? —-- preguntó alarmada al ver que las lágrimas descendían por sus mejillas sin parar. —-- ¿Estas bien?

—-- No, no lo estoy Rosa—--negó en un suspiro entrecortado —-- . Soy una testaruda que no escucha, que no piensa —-- se reprochó enterrando los dedos en su cabello —-- . Eso es lo que pasa, y no sabes... ¡no tienes idea de cuánto me odio en este preciso instante!

Sin dar tiempo a nada más ella se giró y salió corriendo.

Rosa la quedó viendo confundida y luego a mí. Me encogí de hombros a modo de respuesta, sabía lo que ocurría pero no poseía ánimo para hablar de ello, además, no era asunto mío.

Me monté y una vez que volví a tranquilizar a Sol le dirigí una sonrisa a mi amiga.

—-- Mañana lunes vendré a verte, después de las clases creo que no me caería nada mal un caldo de pollo de esos que solo tú haces.

Rosa sonrió y cruzándose de brazos me dedicó una mirada recelosa.

—--¿Tratas de sobornarme y hacer que olvide tu imprudencia?

—-- No sé de qué hablas. —-- reí sonrojada. Chasqueé las riendas y salí despedida a todo galope sobre Sol.

Las calles estaban desiertas y los puestos de baratijas y dulcerías yacían en total desolación. No existía el rastro de los niños jugando ni de los alegres ancianos cantores, la bulla se había extinguido.

El aire no tan sereno y húmedo me golpeaba el rostro y según iba  avanzando y doblando esquinas mi cabello se iba disolviendo de su trenza, pronto eran el marrón de mi cabello que opacaba mi vista y no la llovizna que empezaba a caer.

Era increíble ver cómo el anuncio de una tormenta callaba las voces y el color de las calles, bueno, eso lo expresaba por los adultos. A la orilla de las casas se situaban una hilera de niños descalzos y caretos esperando el descender del agua, podía adivinar el porqué. Deseaban juguetear bajo la lluvia y saltar sobre los charcos, deslizarse sobre el lodo y correr de aquí allá con la locura en el rostro.

De niña, una vez lo había hecho. Recuerdo que tenía diez años y Rosa se había encargado de hacerme flaquear cuando quedamos atrapadas en una voraz tormenta. Nos refugiamos bajo un árbol y viendo el campo cundido en agua y el camino con barro, recuerdo que tomó mi mano y sin previo aviso tiró de mí, corrimos como locas. En segundos quede empapada. Con la risa contagiosa de ella y la sensación electrizante me dejé llevar.

Jugué y corrí bajo la lluvia todo el camino a casa.

¡Oh, al llegar a casa!

Cuando mi madre miró el vestido cubierto de barro y mojado, sus ojos se tornaron iracundos y desorbitados. Me agarró de las orejas y me arrastró hasta el cuarto de lavado, hizo que llenara una palangana de agua y me quitara el vestido, sin nada puesto me ordenó lavar la tela hasta quitar la última suciedad en ella. Me dejó sola con el frío calándome la piel, encerrada

Amanecí con el vestido limpio y pulcro y con un catarro atroz. Desde esa vez no volví a arriesgarme a estar bajo la lluvia, no repetí el pensamiento de querer jugar o correr descalza en el lodo con agua cayendo, no a propósito.

Pronto estuve en el camino, la llovizna crecía y los galopes se hacían más fuertes y apresurados. Los campos desaparecían a gran velocidad, las montañas a lo lejos se veían borrosas, el frío y la humedad me calaban la espalda.  Uniéndose más a eso, mi cabello cobró peso según se deshacía el peinado en la marcha.

De un momento a otro la lluvia se dejó caer con fuerza, gélida y tronante. Era una cortina de agua fuerte y cegadora que no me permitía ver más allá que de donde me encontraba. En segundos mi vestido se pegó a mi cuerpo tal como mi cabello.

El camino pasó de ser polvoso a uno lodoso y cubierto de barrizales. Las gotas no fueron gentiles, pues sentía pequeñas pero intensas punzadas en la cabeza y en la espalda. El cielo exclamó recio, mostrando enojo en cada trueno liberado. Me asusté. Parecía que Dios en verdad estaba enojado.

Percibía el miedo en Sol porque cada vez que el cielo rugía ella aumentaba su ritmo, desesperado. Eché una mirada al cielo pero no logré nada porque al instante el agua me obligó a cerrar los ojos y apartar la mirada.

De pronto tuve la sensación de que alguien galopaba detrás de mí.

Miré a los lados pero fue absurdo porque sólo existían campos cercados cubiertos de sembradíos. Agudicé la vista inclinándome hacia delante, tratando de encontrar el sonar de segundos cascos, pero fue en vano porque el sonido se perdía y volvía en otra dirección, además; la densidad blanquecina que la lluvia provocaba no me permitía ver con claridad.

El corazón me latía feroz, estaba asustada y no tenía en quien atenerme.
<<¡Ay Mohamed! ¿por qué no fue a por mí?>>

La lluvia me cubría, las voces en el firmamento me atormentaban y el frío me calaban hasta los huesos.

<<¡Dios mío ayúdame!>>

En ese momento, un recio pero casi imperceptible escalofrío serpenteo mi espalda. Lancé un gemido. De presto, un sonido que cortaba el aire hizo que volviera el rostro a mi costado derecho, fue entonces que miré una figura oscura y grande galopando hacia mí, veloz en una bestia negra.

Mi corazón saltó despavorido dentro de mí, el nerviosismo acaparó mis huesos y el miedo provocó una tensa ligereza en los brazos.

En segundos estuvo a mi izquierda. Su rostro estaba cubierto con retazos de tela negra, todo su cuerpo estaba enfundado con ropas ligeras y oscuras de las cuales yacían arrugadas y pegadas a su cuerpo.

Era un hombre fornido, muy grande, era un gigante. Su cabello largo y lacio se impregnaba a su espalda como una gruesa corriente.

Se mantuvo a mi lado sin avanzar ni rezagarse.

Un destello surcó los cielos llevando consigo un poderoso trueno. Sol paró abruptamente haciendo que me inclinara de golpe hacia adelante, con toda seguridad contra ella. Lágrimas involuntarias salieron de mí tras el impacto . Chilló desesperada y en  un acto repentino se detuvo en dos patas provocando que yo ante la sorpresa me soltara de las riendas. Lancé un grito ahogado cuando atientas me sujeté con una mano de sus crines evitando así caer.

Inquieto, Sol se negaba a avanzar, con brusquedad se movía de un lado a otro sacudiéndome. Se quería deshacer de mí.

Súbitamente, un dolor se extendió por toda mi espalda seguido de otro. Me erguí ante la tortura y apretando los dedos en el cabello mojado de Sol. Ahogué un lamento al sentir como una sensación real laceraba con seguimiento mi espalda.

Me sujeté fuerte justo cuando me vi envuelta en la inercia que provocó el miedo de Sol cuando volvió a galopar con frenesí.

Sentía que el viento me arrastraba y que la lluvia me aplacaba. Me sentía ligera y adolorida. Con los ojos entrecerrados apenas vislumbraba el camino. Con la mente turbada apenas lograba entender que estaba siendo atacada, cruelmente azotada con algo que no sabía pero si que me dolía .

En ese momento supe dos cosas. Sol avanzaba despiadadamente inducida por los latigazos que le infringía ese desconocido. Era un monstruo cabalgando una bestia atestada de sombra.

<<¡Ay Tornado, ¿por qué!>>

Dos. El carmesí que descendía por mi rostro y que terminaba en un pálido rosa y luego en nada solo avivó el deseo en mi de huir y que solo fuera una pesadilla. Una ola de dolor se apoderó de mi justo cuando el ignoto embistió con toda crudeza su bota apuntada contra mi pierna. Arremetió seguidamente contra mi hasta cansarse y cuando esto ocurrió, el escozor en mi espalda volvió a comenzar.

Ni siquiera me quejé. ¡Dios! No existían fuerzas ni para eso.

Poco a poco mis dedos se fueron aflojando de los mechones chorreantes de Sol. Una endeblez acaparó todo mi cuerpo, la voluntad de gobernar mis extremidades de pronto fueron nulas. Me sentí liviana y a la vez pesada. Quizás había sido el miedo que me cundia en pánico o el golpe que ese hombre me había propinado en el rostro el cual hizo que no soportara mi propio peso por lo que caí desmadejada de la yegua.

Me vi arrastrada y sumergida en el grosor del fango. La fricción hizo que me quejara, lloré y grité cuando las rocas y las piedrecillas chocaron contra mi cabeza. El escocimiento en la espalda hizo que batallara por liberar mi pierna, sacudí y patalee, pero justo cuando logré liberarme, un brusco golpe en la cabeza apagó cualquier fuerza naciente en mí.

Sol desapareció tras la neblina de agua y la lluvia contra mi arreció.

La bestia oscura apareció entonces. Me rodeo en círculos. El hombre bajó del caballo, se arrodilló cerca de mí y tomando mi mano deslizó la joya con suavidad del dedo anular hasta empuñarlo.

Por la mitad de un segundo casi creí ver el dorado en la luz de sus ojos. Casi creí ver la silueta sobre la tela de su rostro, quizás era una sonrisa victoriosa o quizás quien sabe.

Lo último que mis ojos lograron avistar fue como este desconocido se incorporó y estando en su prominente altura ladeó el rostro y me observó.

Lo siguiente que supe fue que una densa oscuridad se cernió sobre mi.

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