Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4|Cuervos vestidos de rosa

Después de anécdotas e historias cómicas en las que no parábamos de reír Julián y yo despedimos el mediodía. Acto seguido, en la tarde, con el viento más sereno y los rayos solares amainados nos dispusimos a cabalgar.

Una vez que recorrimos los auténticos establos de los caballos, donde si había animales y no materiales y madera, contemplamos desde lejos el ganado comiendo en los pastizales, custodiados por cuatro pastores ubicados estratégicamente a cada extremo del campo. 

Uno bajo las sombra de un lánguido árbol se escondía del sol, otro ahuyentaba con el cayado a los animales que se alejaban demasiado de sus límites. Un tercero se limitaba afanosamente a observar al cuarto, el cual con ansia cabalgaba, alejándose y volviendo enérgicamente en un tipo de juego con el perro que tenían de mascota y quien era guía de las vacas.

Cuando regresamos a casa y estuvimos en el sendero empedrado izquierdo, de inmediato fragancias y distintas tonalidades de colores nos inundaron. Julián priorizo en ralentizar la marcha y disfrutar con la vista el inmenso jardín.

—Dígame, ¿Cuántos jardines he visto ya? —pregunto maravillado.

Reí ante la admiración que prorrumpía en sus ojos.

—Oficialmente son tres, y de los tres creo que este es el primero que ve.

—¿Y del establo, que me dice de ese?

—Ese es un jardín salvaje y podado por la naturaleza, no oficial—explique—, no se sorprenda señor Julián...

El carraspeo de inmediato, arrugando los gestos.

—Por favor, señorita Gretel, adoptemos la confianza de llamarnos por nuestros nombres directamente.

Parpadeante lo mire, medio nerviosa, medio valiente y enteramente sorprendida.

—Eso sería atrevido, apenas si nos conocemos, ¿Qué van a pensar los demás? ¿Qué va pensar mi...—termine suspirando.

¿Qué va pensar mi madre?

El asintió lentamente, pensativo y con un destello de burla en los ojos el cual no entendí.

—La entiendo pero, recuerdo que eso no le importo cuando me atrapo en sus brazos, dejándome impresionado en el acto.

—Estaba emocionada. —me excuse de inmediato. —comprenda, amo recibir correspondencia de Darwin y yo...

—Estaba feliz—zanjo interrumpiéndome —. Estaba feliz y no escatimo bordear a un hombre extraño, ¿Por qué cree que fue eso?

—No lo sé y ya no tiene caso pensarlo.

—Discrepo, tiene mucho caso.—sonrió.

Resople comedida—Por favor no insista.

—Déjeme insistir.

—¡No! —exclame renuente.

—¿Por qué? —Exhortó apasionado mientras interponía su caballo contra el mío.

—¡Porque no es justo! De rienda suelta con su imaginación a eso señor abogado. —dije altiva esquivando su mirada.

—Apelare por una mejor respuesta—insistió dejando mi mano para levantar mi mentón en alto.

Nuestros ojos se encontraron confirmándome una clara obsesión el cual me expreso que no se detendría hasta saber mi injusticia. Así que me rendí y confesé mi testimonio.

—¡Bien! —Exclame—. A usted no le lanzaran piedras ni le infringirán miradas de reojo por tener la costumbre de establecer amistades y después llevarlas a un estado inseparable. Sin embargo, a mí me comerían viva ¿sabe por qué? Porque en una mujer hay mucho más celo y cuidado mientras que en un hombre más ligereza y confianza.

Suspire cansada.

—Tengo límites y estos son mis amparo, además; no soy mujer de romper de reglas, salir y enfrentar potestades. No me ayude a pecar que sola se hacerlo.

Sabía que quizás mis palabras habían sido abultadas, excesivamente colmadas de ficción y demasiado ardorosas pero, no estaba preparada para recibir desmedida confianza. Sabia más que nadie que el confiar era entregar y entregar era no volver a saber de lo cedido y, ante esto mi única seguridad era el tiempo, quien me reafirmaba donde colocarme y juzgar, desde luego en silencio, mi futuro proceder y al que pretendía estar conmigo.

—¡Juzgo a esta sociedad por creer que todas las mujeres son culpables por desear una sensata libertad! —expreso circunspecto acercándose a un arco cundido de flores. —.Tendrían que pasar sobre mi nombre para hacerlo sobre el suyo, señorita.

El arranco una florecilla amarilla y cuando me la ofreció pude notar algo en su ensombrecido rostro, el brillo socarrón en sus ojos de pronto se había esfumado para convertirse en uno frio y colmado de abstracción. Me asuste, porque no sabía que era lo que mis palabras habían causado en él.

—¿Por qué una sensata libertad? ¿Acaso condenaría a alguien por ansiar una más arriesgada? —pregunte anhelante debido a su precipitado cambio. —Señor Julián, usted me intriga.

—Y usted cansancio...

—¿Entonces no me soporta? —exprese herida al mismo tiempo que animaba al caballo a avanzar.

Escuche un leve suspiro a mi espalda.

—Pequeña sufrible, ¿Por qué se engaña demasiado pronto? Ahora me doy cuenta que su espíritu es fuerte pero su corazón es frágil.

Me detuve y lo escuche.

—Amo soportarla pero me cansa su miedo.

—No tengo miedo y no me ha respondido.

—Mientras que usted muestra callada altanería su voz estremecida me confirma flaqueza.

Bufe un poco hastiada.

—¿Y cuál es ese miedo? —cuestione volviéndome a verlo.

Se encogió de hombros.

—Quizás tener un bien preciado y luego perderlo. —de presto su voz se tornó intensa— ¿Tiene amigos, señorita?

—¿Ah? —sí, una sola en realidad.

—Olvídelo. —zanjo

—Si usted lo dice —dije desinteresada — Ahora, dígame ¿Qué libertad sensata es esa?

Él se dedicó a contemplar las flores y arrancar pequeños tallos verdes y secos, a acariciar pétalos y arrancar otros. En pocos segundos él se olvidó de mí y sobre todo desecho la idea que me carcomía la mente por saber y entender,

—Yo la interrumpí cuando hablaba de las flores. Por favor continúe...

—¡No me deje así! —suplique—. Quiero saber.

—Haga un borrón en esa mente suya y tenga paz. —comentó ignorándome.

—Usted puede otorgarme esa paz, no sea malvado.

Pronto mi curiosidad paso a no existir cuando me consagre a mostrar los jardines de casa, queriendo así distraer y extinguir al mismo tiempo de el esa sombra que había surcado sus rostro sin un motivo encontrado.

Me volví guía poco a poco mientras olvidaba nuestra férvida conversación y acto seguido disfrutar el paseo.

Nuestras casa estaba en medio de dos pequeños caminos fundados en rocas, de las cuales dividían tres jardines.

 El primero que era el derecho, contaba con arbustos artísticamente podados con formas de entradas, rodeados de flores silvestres, rosas y girasoles. El segundo que era el frontal contaba con una fuente, que proveía agua y la vez contrastaba en color con la casa, el cual era blanca. Este jardín contaba con dos banquetas blancas, una a cada lado del camino a tres cortos pasos de la fuente. Estas yacían atiborradas de macetas colgantes, con diferentes plantas en sus respaldares, como ser sábilas, mala madre y pequeños cactus espinosos. El tercer jardín justo donde nos encontrábamos y del que Julián estaba sumido era similar al primero, con la única diferencia que en lugar de cuadrados arbustos como entradas estos eran enormes arcos, arcos reverdecidos de hiedra y flores amarillas producidas por la maleza.

—Mama ama la flores.—musité retraída recordando algo, algo demasiado agrio y triste—. Son su adoración, estas son como sus segundas hijas.

No mentía al decir que estas plantas eran su amor. Quizás un pequeño orgullo el cual podía malcriar y admirar con afecto, un afecto que me resultaba extraño y a la vez añorado.

—La he escuchado cantarles cuando piensa que no hay nadie cerca.

— Sin embargo usted si.—recalcó sonriendo de lado.

—Sí, pero no a propósito. —Mentí. 

Siempre que podía me dedicaba a pensar que sus cantos eran para mí. Y escondida entre sus adoradas plantas espiaba sus versos creando un mundo alterno en el que yo era su preferida.

Cuando estuvimos lejos de casa y transitando el único camino abierto que conducía a las propiedades Arce y de estas al pueblo, con la confianza hecha entre ambos no escatimamos hacernos bromas y competir en carreras en las que en la mayoría yo salía triunfando, aunque sospechaba que de vez en cuando se dejaba perder.

Descubrí, mientras tanto una faceta que no había dejado ver con tanta soltura, su caballerosidad seguía intacta al igual que ese aire calmado que se esparcía en sus gestos como en su postura pero, había algo nuevo, algo que en verdad hizo que me sintiera extrañamente privilegiada.

Si, al principio lo había tachado de coqueto y demasiado confiado pero con ese tiempo de confidencias cómicas en verdad me daba por equivocada.

El brillo sosegado que posaba en sus ojos había pasado a ser a unos intensos destellos juguetones y quizás hasta atrevidos, eso si, atrevido pero con la respetabilidad de por medio.

En cuestión de horas después de la carta mi manera de hablar y comportarme súbitamente cambio. No sentía la urgencia de irme o buscar la manera de alejarlo o guardar silencio, simplemente gozaba de su compañía como cualquiera que esta con alguien que conoce desde siempre . Y aunque era consiente que Mohamed seguía nuestras pasos a una distancia prudencial, este pasaba al olvido en cada charla o broma provocada por Julián.

—¿Por qué hasta el día de ayer lo he conocido?—pregunté una vez que estuvimos rodeados de campos, de cercos, de casitas lejanas y circundados con el sonidos de cascos de caballos.—Nunca escuché su nombre, y si resonó en casa no me acuerdo.

—No me sorprende escucharlo.—se dijo.

—¿Por qué no? Se supone que son amigos, y los amigos hablan de sus amigos a sus familias.

Él asintió comedido.

—Si pero...

—¿Por qué Darwin nunca me ha hablado de usted? —
Interrumpí con agitación presa de la curiosidad.—Si tuviera una amiga o un amigo, y estuviéramos tan unidas, créame que mis padres no soportarían mis parloteos respecto a ella o a él.

Aunque en mi caso con mi querida amiga no podía hacerlo.

—Y le creo—Sonrió convencido—. La cuestión aquí es simple, a nosotros no nos gusta llevar el trabajo a nuestras casas.

—¿Trabajo? Pero si estoy hablando de amistad.—dije confusa.

—Sí, lo sé—explicó paciente—. Verá, Darwin y yo compartimos más experiencias laborales que cotidianas; somos amigos pero estamos ligados excesivamente con nuestro profesión y hablar del otro sería como estar hablando del trabajo.

—No se sienta mal, ¿sí?, pero me decepciona escucharlo.

Julián le restó importancia haciendo un gesto con las cejas.—No hay problema.

Después de avanzar en mutismo y creer que ya no podía seguir preguntando, para mi sorpresa volvía a preguntar.

—¿Y Darwin nunca le habló de mí?

Él voltio a verme.

—¿De usted?

—Si.—musité.

Él no aparto la mirada, parecía que mientras me miraba recordaba algo. De presto sonrió, bajó la mirada y negó.

—Creo que ya la conocía sin siquiera tenerla cerca.

—¿Cómo es posible eso?

Suspiró—Bueno, cuando se escucha con bastante frecuencia un tema uno creé que con el tiempo que ya lo conoce.—contó meditabundo mientras una sonrisa cubría su rostro.

—¿Entonces él...

Él asintió a mi inconclusa pregunta.

—Darwin siempre menciona su nombre. Inconsciente, quizá, unas cuantas veces lo escuche decir comparaciones como: "Esa chiquilla ostenta el semblante de mi hermana" "Si no tuviera atrevimiento y no fuera tan engreída diría que estuviera viendo el retrato de Gretel" " Pero que lejos está de ser igual a ella"

Contó Julián.

—¿Pero quién era la pequeña profesora que escapa de los pensamientos de ese hombre serio y escrupuloso? Llegué a la conclusión entonces de que esta tan mencionada profesora debía ser especial, debía ser eso.

Carraspeé la garganta apartando acaloradamente el rostro de él—. Por favor no exagere, me pone usted en un pedestal.

Él rio de inmediato.

—Por favor demande a su hermano, él es el culpable.

—Y usted su cómplice.

—¡Que injusticia!—dijo él actuando decepción.

Ambos reímos.

Cuando las blanquecinas casas con sus tejados negros y cafés se distinguían, cuando el humo de los hornos se empezaba avistar, cuando el bullicio del comercio resonaba junto con el correr de carretas dirigidas por comerciantes apresurados y vivaces, una sonrisa enteramente emocionada surcó mi rostro.

Ya podía imaginar el acostumbrado grupo de ancianos tocando con sus viejas guitarras canciones de antaño acaparando de vida el transitorio parque, mientras una grulla de niños descalzos y otros bien vestidos juegan sin distinción a la cuerda, a la perseguirse y a lo común de ellos, reírse.

Casi podía sentir el flamante y exquisito olor a café negro recién hecho, el sabroso manjar del pan acabado de sacar del horno. Podía ver aguerridas mujeres en sus puestos de negocios en la calle principal con sus elotes asados, con sabrosos atoles de maíz, rosquillas envueltas en dulce y sobre todo bastante competencia de negocios.

Con una tarde fresca, cabalgando en buena compañía, charlando y riendo enérgicamente dejándome llevar entre bromas; seriamente no recordaba la última vez que lo había hecho.
Mientras tanto pensaba sobre eso caí en la cuenta de que mi camino últimamente había sido una serena y silenciosa rutina.

Casa, escuela, biblioteca, casa, jardín y de regreso a casa.

La escuela pública de señoritas "Independencia y Soberanía" el centro educativo donde impartía clases. El lugar que acaparaba toda mi atención y tiempo, ahí mi hazaña, mi andanza; el corazón de un reproche inolvidable que me era recordado con frecuencia en labios de mi madre.

Quizás podría decir que mi profesión era una minúscula aventurilla, una en la que la insurrección de mis rutinarios actos y la pasión de mis enseñanzas afectaron el bienestar de alguien, lamentablemente el de mi madre. Pues ella, deseaba a su única hija prontamente casada, y lo deseaba tanto, con desmesurada pasión que no le importaba llevar por delante mi opinión y sentimientos.

Para su desgracia y para mi dicha mis ocupaciones me salvaban de conocer personas.

A excepción de mi profesión, no guardaba ninguna aventura, una de esas escandalosas en las que trastorna de estupefacción los latidos del corazón, absolutamente nada. Sin embargo, en ese momento creía tener una de la cual con ánimos disfrutaba.

De imprevisto, un escopetazo me sacó bruscamente de mis ensoñaciones. Un disparo cerca y potente, uno el cual pudo elevarse con soltura mas allá donde nuestros ojos ya no pueden ver y nuestros oídos escuchar.

Fortuitamente mi caballo relinchó espantado y sumido a la vez en una capa de nerviosidad, tan tupida que hasta fui capaz sentirla en la piel. El caballo brincó con una brusquedad descomunal cuando el estridente ruido volvió explotar y hallándome desprevenida me aventó con fuerza en el aire. Lo único que pude hacer fue soltar una grito lastimero.

—¡Bruja! ¡Te he visto desgracia andante!— Dijo una voz extraña cubierta de ira. —No queremos matar y parar en la posta, ¡víbora!

Cuando caí al suelo no me di cuenta del dolor ni presentí la roca bajo mi pierna, sin embargo, un terrible estupor al instante gobernó mis gestos justo cuando una anciana, de pequeña estatura apareció con un machete desenvainado apuntando hacia algo con una ferocidad alarmante.

Acto seguido, una vehemente risotada embraveció el temperamento ya colérico de la anciana, quién yacía cubierta de trenzas acabadas en listones rojos, cubierta de un chal bordado con ligeros adornos extraños el cual supe, algo incrédula debo decir, que eran plumas ¿Plumas bordadas?

—¡Dije sin juegos! ¡Sin juegos!—gritó ella apuntando a algo que no podía ver gracias al caballo. —. Que sean animales los que mueran y no personas, quiero vivir libre el resto de mi vida.

—Entonces que poca te queda.—le respondió una mujer, la misma dueña de la voz que había explotado en risa. —. Solo contemplé el cielo, Jacinta, y amé su fulgor, dejé ir el ave al aire y un mal se atravesó, soy inocente.

—¡No nací ayer, Demelza!

—¡Por supuesto que no! —canturreo burlesca la tal Demelza.

Estaba tan absorta escuchando con extrañez las voces de las extrañas y la vestimenta de la anciana que no me percaté de Julián hasta que sentí sus brazos sobre mí, rodeándome mientras intentaba ponerme de pie.

—¿Esta bien? —preguntó éste mientras me inspeccionaba para verificar por sí mismo ya que de mis labios no salía respuesta. —Hey, Gretel, me mira pero no lo hace, reaccione.

En efecto, mis ojos estaban puesto en los suyos pero así como lo veía al mismo tiempo no observaba nada. Me sentía abstraída, sintiendo una ola de adrenalina y un sentir inútil de nada, nada en absoluto. Parpadeé justo cuando sentí sus palmas encerrar mis mejillas y cuando esa risa volvió a surcar el aire.

Aparte mi mirar de Julián y entre las guedejas de su cabello pude apreciar el justo momento en que esa mujer me miraba.

—Tenía que ser la Demelza. ¡Patas de cabra, la loca incitadora de hombres!—berreo Mohamed una vez que estuvo a nuestro lado sobre su caballo. —. Jacinta, ponle riendas a tu yegua, o cualquier día de estos los bandidos la traficaran y usaran su carne para los pobres.

La anciana bufo.

—Ya desearas ser uno de esos pobres, gallo viejo. —acusó Jacinta antes de sacar una botella por debajo de su chal y beber de ella agitadamente. —. Además, yo no soy las pulgas de su pellejo para recibir quejas, en mi tapete ella no duerme.

—No, tu duermes en el de ella— se dijo aburrido—. ¿Tan vieja y tan usable? Das pena ajena, Jacinta. ¿De borracha a seguidora de una perdida? Cada vez me sorprendo menos.

—Bah. —dijo esta despreocupada. —. Soy dueña de mi vida, viejo...

El asintió—Y dueña de tu miseria.

—¡Bah! —repitió indiferente echándose en el suelo bebiendo a borbotones de la botella.

Demelza resopló hastiada.

—No me subestimes, viejo, no soy una estatua, soy más de lo que crees y excelente de lo que tu pobre mente puede llegar a idear—puntualizo Demelza erguida mientras exponía una jaula con un cuarteto de palomas atrapadas al mismo tiempo que descansaba una escopeta sobre su hombro. —. ¿Por que una loca sigue mi olor, se pierda y mantenga su imagen en tan baja imagen debes apedrearme? ella decide y yo lo acepto. —dijo encogiéndose de hombros.

—Es más fácil, ¿verdad? —se burló severo—. Qué se pierda la gente mientras guardamos silencio.

—Cada quien es dueño de su destino.

—Y tú debes estar orgullosa del tuyo, ¿no?. —replico echando en cara un motivo. —Pero ahora que me acuerdo no creo que lo estés.

—No des por sentado nada, viejo, puedes decepcionarte.

—Si de decepción hablas, Demelza, solo mírate a un espejo, y si por mi hablas, créeme, solo crear tu nombre en mi mente me infunde desencanto.

—Entonces, compartimos el mismo deterioro. —replico ella sin un ápice de emoción. —. Me declaro libre, feliz y realizada en cada uno de los pasos que he dado, no hay hecho que pueda avergonzarme, no existe tal.

Él enmarcó las cejas incrédulo.

—¿Ah, sí? ¿Por qué no lo veo así? ¿Por qué las habladurías me consternan, Demelza? ¿Por qué me quitan el sueño y me hacen creer lo que no quiero creer?

Ella se encogió de hombros impasible.

—¿Talvez porque eres un débil, un apasionante que se deja envolver por  mentiras? —rezongo insensible—. Viejo, date cuenta que amas comer lo que te causa agruras, deja el plato y lárgate.

—¿Por qué haría eso? —cuestionó hastiado de la conversación. —Tus argumentos me cansan.

—A mi tus hechos.—dijo ella.

Él asintió comedido.

—Concordamos en algo; porque odio el ruidoso sonar del río, Demelza—declaró insatisfecho—, no sabes cuánto odio saber que ese estruendo trae piedras, trastornando mi buen juicio.

En ese momento un destello fugaz de ira surcó los ojos de ella al mismo tiempo que se dilataban sus fosas nasales. Ella no habló, se limitó a encarcelar una impotencia que era tan notoria a sus gestos y una apabullante tensión que fue capaz hasta de hacernos partícipes a Julián y a mí.

¿Pero de que estaba hablando el vigía de casa con esa extraña? ¿Por qué sus miradas transmitían en silencio un lenguaje misterioso y colmado de indiscutible resentimiento? ¿Qué existía ahí que no conocía?

—Evita insultarme, vejestorio, soy inmune—reprocho Demelza—. Creo que esto se lo debo a mis venas.

—O más bien la costumbre te ha amurallado, ¿no?, claro está. —declaró Mohamed despectivo.

Ella sonrió lentamente.

—No lo hubiera dicho mejor—asintió—sí, también.

Mohamed refunfuño.

—Demelza ¿Entiendes razones?

—Te pregunto lo mismo. —retó indómita.

Él negó al escuchar lo último mientras un brillo decepcionado y de mera costumbre flotaba en sus ojos. Pronto, sus gestos desdeñosos e impacientes que se habían tornado defensivos y peyorativo a un nivel más alto de lo normal, volvieron apaciblemente a su estado normal.

—Olvida querida, vive y no causes disensión a tu nombre—concluyó Mohamed justo para después indicar y animarme a subir al caballo.

Asentí y con ayuda de Julián volví a estar con la riendas en la mano sobre el caballo.

—Dile eso a mi padre. —refutó ella. —. Dile que vuelva el tiempo.

Sin prestarle atención Mohamed animó al caballo a seguir y nosotros en consecuencia hicimos lo mismo.

Demelza, quien había estado encaramada sobre los cercos que alineaban el camino, se bajó de presto dejando caer con brusquedad la jaula. Su cabello el cual era grueso y tan oscuro como el carbón se abalanzó hacia adelante cayendo sobre sus hombros desperdigándose en ligeras ondas hasta su cintura.

Al igual que su acompañante, Jacinta, ella hacia enfundada en un vestido negro, ceñido hasta la cintura unido con un rebozo férvido en rojo.
Sus botas sonaron cuando estuvo en pie. Su mirada oscura y penetrante declaró un fuerte carácter, su postura esbozó una seguridad dominante así como la indiferencia que se hacía en sus gestos al momento en que despectivamente nos examinaba.

No sabía si era cosa del momento o era simplemente mi imaginación pero, noté que su mirada reparaba más de lo deseado sobre mi persona que en las de los demás.

Mohamed se despidió con la mano en el sombrero y no volvió la mirada.

— Apague asperezas, señor, vigía. ¿Causar alboroto por una mente distraída? No vale la pena—dijo Demelza antes de dedicarme una fugaz mirada que tome al instante por reproche—. Afilo mi visión haciendo uso de la puntería. Solo pretendo matar palomas, no cuervos vestido de rosa... —entonces me miró.

En ese momento noté como Julián se unió a mi desconcierto y como ella no escatimaba tiempo para observarme con una sagacidad tan elocuente y con un misterio colmado de intensidad que me hacía sentir vulnerable.

Cuando ella estuvo a nuestras espaldas una apabullante explosión se hizo y lo siguiente que sucedió a causa de una simple frase, disloco cruelmente mi calma, mis pensamientos y me sumió aún más en suspense.

—No pude elegir, querida, sin embargo tu pudiste gozar de él. —dijo Demelza con voz amarga.

Nuevamente se oyó otro disparo y segundos después su voz.

— Por cierto, dale mis saludos al pintor— volvió hablar pero está vez con la voz cundida en risa—.  A ese amante de musas.

ಠಿ_ಠ

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro