3|Los Terceros
—Se lo advertí.—comenté apenada una vez que estuve a su lado.
—Y su servidor no escuchó.—respondió comedido, acompañado de una sonrisa que apenas podía considerar creíble.—. Tome el gusto de regodearse por mi torpeza—añadió de pronto en tono distante—, de mi terquedad sobre todo, que fue tan ignorante y osada de indiscutible niñería.
¡Vaya!
Enarqué las cejas aturdida, bastante sorprendida. El grado de negación y enojo que percibí en su voz fue excesivamente marcado y ofendido.
¡Bah! ¿Y este hombre qué?, me dije.
La noche anterior mientras tocaba música habia sido un hombre calmoso que se me había acercado con aire conqueto pero, en ese momento ésye era otro, indignado y molesto, consigo mismo, claro.
Me negué a pensar que el motivo de su indignación fuera haberse caído del caballo, con la suma lista de eventos existentes para enojarse ¿por qué del caerse de un caballo?
Influida por el momento, ya que todavía seguíamos en el suelo, tomé sus manos sin previo aviso y retiré el polvo de ellas. Me animé a mirarlo sin tanta contemplación de modales, como anteriormente lo había hecho con el torbellino andante.
Por un momento, por un efímero momento presentí que algo se me escapaba de las manos, algo que me era demasiado obvio. Sin poder librarme de esa sensación me apresuré añadir:
—No es el primero ni será el último que caiga de un caballo. —expresé espontánea, sin la mínima idea del porqué sentía la necesidad de expresar igualdad ante lo sucedido ya que él se había negado a escucharme.—Míreme a mí, al igual que usted también seguí la fila hacia un posible misterio que al final resultó en caída.
Él resopló con la ironía surcando sus ojos.
—La mofa hubiese estado mejor a esa disimulada lástima que me infringe, señorita.—replico.
—¿Por qué se atormenta tanto? No todos tienen el privilegio de caerse de un caballo.
—¿Enserio lo ha llamado privilegio?—cuestiono incrédulo.—¡Jesucristo, donde vine a caer!
Me ganó la risa.
Mi estómago vibró de gracia y fue entonces que sin premeditación me despegué de él tumbándome de espalda sobre el suelo. Estallé en guturales risotada y tanta era la fuerza que sentí un ardor en todo el rostro.
El cielo quien yacía despejado, animoso, celebrado por los relucientes y frescos rayos del sol mañanero, poco a poco estos se fueron acoplando a la visión que tenía del firmamento hasta lograr que cerrara los ojos.
Seguí riéndome sin parar.
—Y finalmente lo hizo.—lo escuché decir en un cansino resoplido.
Volví a carcajear olvidando mi postura y que un hombre, sin nadie mas, me acompañaba. Medianamente voluble, de buen parecer y que apenas sabia su nombre.
Me obligué a mantener cerrados los ojos mientras la agitación de la risa se opacaba, al mismo tiempo que escuchaba como se incorporaba.
De presto una sombra apagó la luz del sol sobre mí, entonces escuche una voz nueva.
—Va coger plaga, Greta.—dijo de presto una gruesa y agrietada voz malsonante. —Si la señora Reina la viera ahi tirada sin duda que de las greñas la levantaría y yo me veria como un inutil viendolo.
Abrí los ojos enseguida.
Me encontré con el agrietado rostro y ceño fruncido del señor Mohamed, uno de los vihilantes de casa, acompañado con la boca de una escopeta sobre el hombro y una apabullante pose de costumbre y antipatía que circundaba su presencia.
Ni siquiera tuve tiempo de levantarme y mostrarme debidamente cuando de presto una bola peluda, negra y polvosa se precipitó agitadamente a mi regazo, cubriéndome en segundos con abundante y pegajosa saliva.
¡Ouw!
—¡No! ¡Pelusa! —exclamé, apartando inútilmente al animal que me acaparaba el rostro.—¡Quítate! ¡Mohamed, haga el favor!
Ni siquiera hubo respuesta ni modales por su parte. El hombre apanas si me miró anyes de ver a Julia, quien acaba de montar a su caballo. Lo observó detenidamente por unos segundos, luego llevó el pulgar y el indice a la punta de su sombrero en son de saludo.
—Lo hacía a usted con el señor Alfonso, joven—dijo Mohamed dejando atras mi s quejas. —.Me pareció haberlo visto más temprano camino a las caballerizas.
—Sí, así es, buen hombre—Respondió Julián en tono serio y seguro—. El señor Arce me mostró una buena parte de las tierras en las que hñse ha cultivado, como en los huertos y los camoos de maiz, asimismo me presentó algunos de sus ttabajadores.
—¿Dónde está él ahora?—preguntó sin filtro y con un recelo que podía sentirlo hasta los huesos.
—Se vio obligado a marcharse...
—¿Alfonso dejando la visita?-chasqueó los dientes llamando a mi padre por su segundo nombre—no lo creo.
—De la manera más cordial se excusó, no conozco ni sostengo a cabalidad el verdadero motivo—argumentó Julián con sobriedad y carente de entusiasmo—, solo sé que requerían su presencia para recibir a unas personas en el palacio municipal.
Un silbido agonizante se precipitó de los labios del viejo vigilante para después quitarse el sombrero.
—¡Vaya! ¿Por qué no me sorprende de mi señor?—se dijo amargamente maravillado, mientras una torcida mueca se hacía por sonrisa en su boca al mismo tiempo que su grisácea barba se enredaba formando un rizo en sus dedos. —Si no está en la hacienda está en el pueblo, si no está en casa o en el pueblo está en la capital, es un hombre bastante ocupado.
Julián asintió
—Lo he constatado, señor.
—Y así son sus hijos, Darwin y Jonathan-conto acercándose al caballo que Julián montaba-. Uno es abogado y el otro es contador, este trabaja en un banco y sospecho también que es un prestamista, por eso sus visitas son constantes.
Contó inmodesto como si los nombrados fueran de su sangre, aunque no podía culparlo. Mohamed había estado desde antes de los tres nacimientos y hablar con el pecho inflado sobre sus patrones y sus hijos le era natural. No obstante, escucharlo hablar a veces me resultaba un poco punzante, ya que en sus charlas mi nombre nunca resultaba expuesto a menos que el otro sujeto lo mencionara o yo no me encontrara presente.
—¿Ha coincidido con ellos? —preguntó Mohamed curioso.
-Sí, con uno de ellos he forjado una amistad. He estado hombro a hombro en la misma profesión bastante tiempo, mi amigo Darwin—reveló atrapando toda la atención del hombre—. Y ahora mismo con la señorita Gretel...
—¿Entonces no conoce al segundo hijo, Jonathan? —interrumpió, nuevamente esquivando mi nombre.
—No señor, no en esta casa-dijo locuaz, echando un leve mirada hacia mí—. Lo he visto solo un par de veces junto a Darwin en la capital, debido a mi escaso tiempo no he tenido la oportunidad de saludar como se debe.
Aventé al animal cubierto de baba de mí, ésta lanzó un ladrido asustado estando en el aire, cuando cayó en tierra y se levantó, se giro hacia mí y me ladró con mirada indiganda.
Me incorporé entonces deprisa sintiendo la necesidad de marcharme, pues los tonos tétricos y las conversaciones en las que no era incluida solo me animaban a colarme.
Me giré, me enderecé y sin despedida precedí a caminar, pero pronto mis pasos frenaron cuando un carraspeo forzado y el sonido de mi nombre me hizo reaccionar haciendo que ladeara el rostro.
Mohamed me miraba. Su ceja poblada y desordenada estaba arqueada preguntándome en silencio qué hacia. Sin cautela lo ví observarme de pies a cabeza, ¡Me examinaba!
Arrugó el rostro intrigado buscando en mis ojos una explicación.
¿Explicación, pero de qué? Me pregunté. Busqué a Julián con la mirada queriendo saber si este buscaba lo mismo, pero ni siquiera me miraba. Él parecía estar sumido, nadando en pensamientos, con una mirada inexpresiva y muy lejos de nosotros.
—¿Ahora qué, Mohamed? —cuestioné con un deje de hastío.
—¿Las vacas masticaron su vestido?—preguntó rascándose la barba con una mueca—. Porque si fue así, no escuché sus gritos.
—¿Que?—dije confundida.
El me apuntó y yo seguí su señalamiento.
Cuando bajé la mirada y me descubrí lo unico que pude decir fue un ¡Ay Dios mio! Se me abrieron los ojos con espanto y las majeillas se me hincharon de vergüenza.
Aún seguía el lodo en mi pies con la única diferencia que seco, y el vestido... ¡por Dios! Éste estaba hecho todo un saco reventado de mazorcas secas, sucio y deformado.
Ni que hablar de mi cabello, despeinado, enredado y cubierto de tierra. Instintivamente, sofocada desvié el rostro hacia Julián, suspiré agradecida en silencio al constatar que este seguía igual, embelesado en su entendimiento.
Pero esto no quitó el hecho de que de todas formas ya me habia visto.
No podía imaginar lo que pensó cuando lo descubrí observándome en el corredor, envuelta en harapos, marcada con lodo y usando botas de este mismo. ¡Dios Santo! por eso era la extrañez en sus facciones, la confusión en su reserva. Si Torbellino no hubiese aparecido creo que el pobre del señor Julián se hubiera visto a obligado a mencionar lo ineludible. Pero, nuevamente agradecí que, sin el caballo mi situación sin duda hubiese sido más vergonzosa.
—Yo, amm... tengo que irme.—dije apurada al mismo tiempo que me giraba y me echaba a correr.
—¿A dónde cree que va?—cuestionó Mohamed renuente una vez que estuve a un paso de los escalones.
No presté atención ni me volví. Me ardía la cara de pena y enojo, y éste último por el tardo conocimiento de mi estado.
Te lo agradezco, Jonathan.
—¡Eh! ¡Alto ahí, jovencita!
Frené de presto cuando sentí que me empujaban desde los bordes del harapo que llevaba por vestido. Pelusa mordisqueó el saco al tiempo que retrocedía llevándome a la fuerza con su mandíbula.
—Alfonso se fue y el señor está aquí—cabeceó hacia Julián—, debería tomarse una copa de cortesía y terminar lo que hacía su padre.
Fruncí el ceño entendida pero e inconforme.
Cualquier cosa hubiese estado mejor a estar con un desconocido.
Reconozco, para mi propio reproche, que por un breve tiempo estuve con este imposible, si miedo, si: justo en el momento en que corrí hacia él, con la idea de auxiliarlo cuando estaba tirado en el suelo, ahí talves pueda acusarme de exagerada o dramática. Pero, para mi defensa debo decir que existiendo un tercero cerca mis miedos y condiciones no prevalecían.
Entablar conversación no me era imposible, más bien el hecho de estar sin un tercero, como he dicho, cubriéndome la espalda, sí.
En ocasiones odiaba ciertos aspectos de mi carácter, aspectos que provocaban que retrocediera ocultándome de la adultez y exponiéndome al mismo tiempo como una apocada, o como mi madre de vez en cuando me soltaba, una pusilánime.
El vigilante al notar mi gesto se apresuró a hablar.
—Él no estará aquí para siempre y Alfonso carece de tiempo-contó con gesto duro—. Jonathan no es de hacer paseos o calentarse el rostro, y su madre, pues... ella no hace estas cosas, porque "mujer ocupada, tiempo que cela". Usted es la única que podría tomarse la molestia.
Dubitativa y con una expresión de cansancio resoplé.
—No lo sé, Mohamed-dije seriamente exhausta—, el señor Julián no debería terminar el paseo conmigo, va a aburrirse. Además; creo que sería más entretenido si lo hace con mi padre, después de todo él es el dueño.
El hombre se masajeó el entrecejo y acto seguido lanzó un escupitajo.
—¡Deje la pereza, mujer!—increpó quitandose y poniéndose el sombrero.—. No perderá nada en hacerlo.
-¿Y qué hay de usted?-reté obviando la molestia ante su arrojo exaltado -¿Quién más podría hacer lo que pide?
Mohamed enarcó una ceja con mofa invitándome a seguir.
—Mohamed—pronuncie con tardanza-, usted respira desde antes que mi padre, conoce este pueblo de arriba abajo, ha estado en eventos memorables y tragedias, se ha perdido en las montañas y ha regresado así que, haga el favor y tómese la copa usted.
En ese momento, Julián pareció percatarse de la mención de su nombre y por supuesto de la espesa tensión que yacía en el aire. Al instante él me buscó con la mirada y yo, sin saber cómo reaccionar me límite a tragar saliva y a bajar el rostro, avergonzada.
Mohamed advirtiendo mi gesto penoso, con sigilo se volvió hacia Julián, animoso, repentinamente amable.
—Disculpe, señor, talves en otra ocasión el humor de mi niña esté mejor—¿mi niña? Viejo tramposo—, pero será una lástima porque quizá cuando esto ocurre usted ya no esté aquí.
Hubo un silencio insoportable el cual instó mis latidos a prorrumpir en mi pecho convirtiéndose en el centro de bullicio en mis oídos.
—Descuide, no he venido a causar disensión en la señorita Gretel, al contrario-instintivamente, levanté el rostro justo para encontrarme con el calmoso brillo de sus ojos, el mismo que había visto la noche anterior.
El caballero volvia.
—He venido a alegrarla con un presente que ha sido ansiado por ella, su carta.
Fue ahí tras esas dos simples palabras que mi corazón explotó alocado en mi pecho y garganta. Volví a tragar pero esta vez en seco y, tratando de sacar voz, al final no pude agrupar ni siquiera dos palabras en voz alta.
Mi carta.
Julián me sonrió y yo lo imité.
Existía una promesa en la profundidad de sus ojos negros que centelleaba "calma, cumpliré mi encomienda"
Por fin respiré circundada de una sensación agonizante de bonanza.
—Señorita, Gretel, la esperaré.—declaró antes salir galopando en Pegaso como todo un jinete tradicional hacia el ancho sendero que llevaba a los establos viejos.
***
Enfundada en un vestido rosa pálido, con el cabello trenzado terminado en un moño y con el rostro debidamente libre de inmundicia me apresuré a salir.
Pero antes de eso recuerdo que al entrar a mi habitación me encontré con un enorme desencanto.
—¿Cuándo aprenderás a escuchar, Teresa?—dije extenuada al no encontrarla.
La joven testaruda que tenía por protegida no había acatado mi orden para esconderse.
Cuando estuve, con prisa, caminando por el pasillo de salida de mi habitación y una vez que entré al salón —ya que éste era el corazón de la casa y el que se conectaba con todas los pasillos y habitaciones—me percaté de algo, un sonido en realidad.
Desvié el rostro al balcón, el mismo en el que había estado más temprano con Jonathan.
Las cortinas que estaban corridas de par en par se extendían con una agitación calmosa, y mientras obstaculizaban la visón de lo que podría haber detrás, el carmesí de estas se unía con los renovados rayos del sol formando una coloración mansa y tenue.
Me acerqué con sigilo, cuidando mis pisadas y movimientos pero justo antes de estar lo suficientemente cerca una risita, que bien conocía, me abofeteó llevándome a la realidad de las tantas precauciones que guardaba con respecto a la muchachita que tenía bajo mi cargo.
—¿Cuántos años dices que tienes?-preguntó Jonathan la otro lado.
—Diecinueve, señor. —contestó Teresa.
—Aún eres una chiquilla.—comentó con en tono alegre—. ¿Por qué estás aquí y no donde una de diecinueve debería estar?
Ella tragó saliva pero sin perder la confianza, añadió:
—¿Dónde debo estar, señor?- escuché su pequeña voz.
Él se encogió de hombros.
—Bueno, la variedad de pensamientos e ideales es desbordante en jóvenes como tú—dijo pensativo—¿Qué tal si me voy por lo tópico?
Ella asintió, aunque sé que no sabia el significado de la palabra, esperando con un brillo impaciente a por su respuesta.
—Casada y con hijos, cocinando y atendiendo a tu marido, quizas eso o, talves en busca de uno.
—No me siento mal con lo que tengo y veo ahora señor.—respondió ella con un aire hinoptizado y una voz plagada de ligereza.
Jonathan pareció pensarlo y entrando en una nueva idea, se limitó a resoplar.
—¿No deberías estar con tu señora?—preguntó repentinamente dejando a Teresa confundida y parpadeante.
—Ohm, pues ella...
Agudicé mi atención a lo que iba a decir pero, después de unos segundos de espera me llevé una decepción al ser consciente de que los segundos seguían corriendo.
Ella no respondió.
Decidí acercarme más por lo que abrí una pequeña abertura entre la cortina por el lateral izquierdo.
Cuando obtuve un excelente espacio de visión me encontré de frente con la imagen de Teresa mirando fijamente a mi hermano. ¿Era admiración o placer lo que se irradiaba en sus ojos? ¿Por qué humedecía sus labios, y por qué tanto afán en acomodarse el cabello? Negué con calma espantando inútilmente lo que sospechaba.
—Te felicito, esto está excelente-dijo Jonathan honesto mientras masticaba, olvidando nuevamente lo que provocaba —¿Quién te enseñó a cocinar?
Una tímida pero flamante sonrisa iluminó el rostro de Teresa.
—Me agrada que le guste-agradeció mientras el rubor cubría sus mejillas—. Aprendí a cocinar por mi cuenta, cuando vivía con mi abuelo.
El asintió nuevamente pero con un sombrío desinteres, opacando con éste hecho el brillo de esperanza en los gestos de ella.
—Querida, niña, ¿Qué tal si haces el favor de limpiar y recoger el destrozo vergonzoso que tu querida señora hizo.—mandó mientras fumaba y adoptaba una postura arrogante, dejando atrás cualquier indicio de interés o gentileza.
Suspiré sintiendo pena por ella, sospechaba sus sentimientos y eso me en verdad me afligía.
—Ahí no hay esperanza ni beneficio pequeña inocente.-musite para mí.—. Los corazones rocosos no se permiten tacto ni rendijas.
De Jonathan no toleraba ese cambiante interés asi como la indiferemcia con la que se olvidaba de las cosas pero, en ese momento ciertamente yo lo agradecí.
***
Al llegar a los establos busqué a Julián por todas partes.
La hacienda de papá contaban con dos establos para caballos. Uno en uso por los eludidos y el otro, convertido con el pasar del tiempo en una clase de bodega donde poco a poco se fueron amontonando materiales de trabajo y madera, de las cuales éstas rebosaba en gran mayoría.
Sin contar por supuesto, que era un hermoso criadero de flores, de hierba sana y de mariposas. Similar a un cuento de princesas, parecía una choza encantada, rodeada de hierba y flores que escalaban las paredes formando una cortina de tupida vegetación.
Quizá, debido al flamante gozo en serenidad y abundante sosiego lo consideraba mi lugar favorito para meditar, para leer o escapar cuando sentía ahogarme bajo las flamas de las cuantiosas opiniones o correctivos de madre o cuando deseaba simplemente sentir el frescor de los atardeceres.
Con las ansias animando mis pies recorrí y avisté ligeramente los compartimientos vacíos dejando atrás los bebedores. Me apresuré a buscar ahí por el mero hecho de haber visto desde lejos a Mohamed saliendo de estos.
Justo cuando me encontraba a punto de buscar al vigilante escuché mi nombre en una risa y luego en otra hasta no volver a escucharla.
Salí y rodeé el lugar hasta llegar al lateral justo donde se podía apreciar las montañas en la lejanía, las pequeñas colinas circundadas por senderos y las grandes rocas que amurallaban cada camino grande o pequeño sin dejar espacio en ellos.
—Le envidio este pequeño gran rincón, señorita, Gretel.—murmuró de pronto esa tranquila voz.—. Es un paraíso.
Me giré de inmediato, encontrando a Julián sentado sobre una banca improvisada de dos pedazos de tronco lisos mientras se reclinaba sobre la pared del establo. Su cabello estaba más agitado que cuando se cayó del caballo. Su expresión era serena, el brillo de sus ojos denotaba calma al igual que su postura.
Súbitamente, una ola de nerviosismo me circundó, desfavoreciéndome. Nuevamente el mismo problema llegaba y me raptaba, colocándome en la misma situación.
La respetabilidad y mantener una imagen ligeramente desapercibida e intachable era para mí esencial, demasiado importante. Digamos que era parte de mí no tan fornido carácter. Pero, si esto no fuera así creo que de todas formas buscaría la manera de vestirme, caminar y comer de esto, puesto que mi señora madre no se molestaba en explotar sus párpados todo con tal de constatar orden respecto a mí.
¿Cuántas maquinaciones se formarían en la mente de un malintencionado con tan solo ver a una mujer que es conocida en compañía de un hombre extraño, alejados de cualquier vista cercana?
—No pude evitar reírme de usted. Escuché sus pasos los cuales eran bastante apresurados, me reí entonces diciendo su nombre.
Tragué saliva, respiré profundo y añadí:
—Señor, Julián, no hay nada que quiera hoy más que nunca que esa carta que tiene en su poder.
Él me miró al momento. —¿Si?
—Sin embargo, hay algo que me impide ir a usted, algo que no me permite sentarme a su izquierda y escucharlo hablar las palabras de mi hermano—expresé rígida—. Y ese motivo, ahora me hace infeliz, porque no puedo romper mis límites. Muero porque ansió saber el contenido de esa carta.
Él asintió comprensivo, como si supiera la queja interna que reinaba dentro de mí.
—Por favor no se acongoje—dijo resuelto y amable-— sé su dilema.
Negué renuente.
—No creo que lo sepa.
—Darwin me advirtió.—soltó de repente.
— Darwin...—mi corazón brincó dentro de mi mientras una ola inexplicable de renuencia me invadió haciendo que negara como una poseída—. ¿Pero que ...? ¿Qué le ha dicho?
—Tranquila, no se espante, no hay de que alarmarse. Escúcheme —tranquilizó—.Una fiesta con amigos y parientes era la perfecta oportunidad para presentarme y entregar mi encomienda. Rodeados de gentes usted no tendría problemas ni incomodad de escucharme y charlar conmigo, quien en ese momento era un real desconocido.
¿Lo sabe? ¡Oh, por Dios, Gretel! ¡Claro que lo sabe!
—Después usted insistió en que leyera la carta en un lugar más tranquilo y dirigiéndome a ese el camino, usted sin remedio se vio perdida entre sus invitados.
Continuo:
—Al caer en tanta espera me vi obligado a retirarme, ya que no podía involucrarme en más eventos con demasiada confianza.
Y continuo:
—Ahora, puedo decir en un segundo día que he tenido la libertad de charlar con su padre, poniéndolo al tanto sobre cosas que su primogénito me ha dicho para él y un breve momento de saludos con su señora madre, quien se encontraba de salida.
Al notar que no salía palabra o acción de mí, hizo un gesto con la cabeza provocando que desviara la mirada hacia algo en la pequeña colina que nos daba de frente.
Un sombrero sobresalía sobre el rostro de un hombre, quien yacía acostado sobre la hierba, con las piernas cruzadas y con los brazos por debajo de la cabeza. A su encuentro un perro iba y volvía entregando a su dueño lo que era una rama. Lo supe de inmediato, Mohamed y pelusa, mis terceros. Siempre lo habían sido ellos, pero él... pero él se habia encargado de tenerlos cerca.
—Puede que no estemos rodeados de gentes como ayer pero le aseguro que estos confortaran su nerviosidad, al punto que olvidara que está ante un extraño
Volví a ver a Julián con una sorpresa que no podía ocultar y con un alivio que empezaba a disfrutar, pero esto desapareció abruptamente cuando reveló lo siguiente:
—Sé sobre los terceros.
Se me heló la sangre al punto de quedarme inmóvil y sin aliento.
Una cosas era que el supiera en sioencio y otra que lo dijera en voz alta.
Y mientras hacía de estatua y me enrojecía, no de vergüenza sino más bien por el hecho de haber escuchado el problemas en voz alta, claro y directo, con gentileza pero sin contemplación. Solo pude limitarme en ver cómo él se ponía en pie y se acercaba, para después, una vez estando frente a mí, proseguir:
—Sé que no puede consentir estar a solas con un extraño y más si éste es un hombre, también sé que ese vigía siempre sigue sus pasos, y usted lo agradece en mutismo —expresó comedido mientras un brillo gentil oscilaba sus rasgados ojos—. No la juzgo ni me burlo en pensamientos, pues somos libres de temer o poseer ciertos impedimentos internos en el camino.
Fue ahí que sin inquietud de por medio calándome los huesos pude soltar con naturalidad y sosiego el aliento que atrapaba en mi boca.
—Soy un hombre que apenas conoce, y es sensato que muestre renuencia a estar a conmigo pero le ruego que confié en su hermano, pues fue el quien me envió.
No podía describir el grado de honestidad que se oscilaba en sus ojos tal como la intensidad en que se sumían sus palabras.
Repentinamente, me di cuenta que podía condenar mis manos al fuego por defender y creer en su palabra.
Eran escasos los hombres en quien podía recostar la cabeza y cerrar los ojos confiada, atenida en que me brindaría su protección y consejo. Eran pocos y entre ese pequeño grupo de pocos ya podía añadir al amigo de mi hermano.
"Me conoce, profesora, es consciente que enfermaría si me viera perdido en cuestiones inconclusas. Sabe que los imposibles me abruman y me hacen dudar de lo intratable, espero que la pequeña profesora me perdone.
Espero que la presencia de mi buen amigo y colega, Julián Bracho, sea de su agrado y encuentre en él a otro hermano hombre, el cual éste sin vacilación estará a su orden como un mayor cuida a su menor.
Mi mensaje es corto pero pretendo que sea certero.
Mi espíritu siempre esta dichoso debido a la riqueza que invade a mi familia, una riqueza que no es oro ni tierras, sino afecto y costumbres.
Feliz aniversario para la más pequeña de mi sangre.
Tuyo, Darwin."
Culminó entonces Julián de leer y entregándome con parsimonia la carta me miró atento, esperando que dijera algo.
No pude responder, al menos no como él creía esperar.
Porque sin ser dueña de mi voluntad me eché a reír con mesura, incapaz de controlar el torbellino de alegría que emanaba dentro de mí. Y en un acto impensado y repentino abracé a Julián encerrando mis brazos alrededor de su cuello, sonriente y entusiasmada.
—Soy feliz.—dije recostando mi cabeza sobre su hombro.
📌📌
Hola ¿Cómo están queridos lectores?
Espero que les haya gustado este nuevo capitulo.
Si te ha gustado me encantaría saber tu opinión.
No te pierdas el siguiente.
Gracias Mar🥰
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