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16|No hay tal deuda




Bajé las escaleras sin tanta prisa pero una vez en el pasillo apresuré el paso. Esa mañana me dirigía a casa del señor Nimsí, pues había aceptado de ultimo momento comer con Carmenza, su madre.

Me vi envuelta con una blusa blanca de mangas largas, un faldón azul y un reboso a juego, sin olvidar la sombrilla, el sombrero y un pequeño bolso de tela de mano.

Mamá se había marchado mas temprano ese día a su tienda de vestidos y trajes y papá a las fincas de banano. Prácticamente la casa quedaba a merced de Juanita, Lulú y Teresa, quienes cocinaban, y un par de trabajadores que acostumbraban desayunar en casa antes de irse al campo.

Jonathan había desaparecido temprano, ¿donde? No me importaba. Esperaba no verlo hasta que se fuera a la capital.

Abrí la puerta y salí.

Bajé los escalones y transité el sendero bordeado de flores y hojas. El cielo no tan azul yacía pintado y cubierto con extensas nubes blancas y escasas grises, el viento soplaba sereno y cálido y los pajarillos parlanchines cantaban y se gozaban en el aire. Un día alegre. Sonreí entonces.

Por una levedad de tiempo me preocupé por esas nubes, solo con verlas el recuerdo me raptaba. Pero entonces esto se disipaba al darme cuenta que había acordado regresar temprano. Además, esta vez, Mohamed no se separaría de mí en ningún momento.

Cuando traspasé la entrada del muro de piedras me encontré con Mohamed deslizando las manos sobre el largo cuello del equino, quien yacía unido a una carreta de madera.

—Buenos días, Mohamed.—Lo saludé esperando a que me notara.

Su sombrero yacía inclinado hacia adelante por lo que no podía verle el rostro pero si podía ver que una ramita seca se retorcía en su boca.

Éste levantó la mirada y echó para atrás su sombrero. En cuanto me miró empezó a mar tocar la ramita chasqueando los dientes con fuerza. Se tocó el sombrero en saludo y se subió al lado del puesto dominante de las riendas. Sin esperar invitación hice lo mismo, sentándome a su izquierda de la tabla de madera.

Sin mediar tanto tiempo el hombre chasqueó las riendas sobre la grupa del caballo y partimos.

Mohamed no era conversador.

Yo intenté sacar plática pero él se limitaba a responder lo más breve posible, eran meros si y meros no, respuestas cerrados. Debido a esto di rienda suelta a mis pensamientos, veía inútil y clara la situación de querer avivar una fogata en medio de una tormenta.

Recordé entonces el día anterior y lo inconcluso que había acabado.

Cuando desperté, después de la inmensa decepción que sentía y con la que me acosté, me encontré con que ya había caído la noche y que incluso una fuerte tormenta había arrasado con el resto del día.

Según Teresa, a quien había sorprendido tocando la venda de mi herida mientras estaba dormida y que asusté al despertar, los doctores se habían marchado diez o quince minutos antes del aguacero, éstos se fueron deseándome mi pronta recuperación.

Dejé escapar un suspiro triste cuando Teresa me lo contó.

<<—No volví a despedirme y esta vez de los tres.—me había dicho .>>

El único que había permanecido en casa fue Nimsí y lo supe cuando bajé al comedor a cenar y me lo encontré justo al pie de las escaleras, acompañado de papá. Tras verme no perdió la oportunidad de recordarme la propuesta de doña Carmenza para ir almorzar.

No lo pensé, sino que jalada por la urgencia de alejarme y comer, acepté sin mas. Al señor Nimsí la respuesta le agradó, porque de inmediato una minúscula sonrisa elevó las comisuras de sus labios, cosa que casi no veía. Luego, se tocó la punta del sombrero en despedida y se fue.

Y bueno, me encontraba camino a su casa, con el sonido de los cascos del caballo chocando contra el lodazal y el apasionado silbar que ejecutaba Mohamed con sus labios. Éste yacía encorvado, abiertos de piernas, con las riendas envueltas en sus manos de forma perezosa y con la mirada distraída puesta en el camino.

Desde el día de lo ocurrido, ya casi un día para la semana, en aquella voraz tormenta me puse a pensar que no había intercambiado una tan sola palabras con el vigía.

Toda esa semana no supe de él. No se presentó, no me hizo saber que lamentaba mi infortunio, nada. Lo miré de soslayo por un momento, luego me puse a pensar devolviendo la mirada al camino.

<<—El pobre disimula, Gretel—Pensé— No lo culpes por ser un hombre de sentimientos escondidos, en el fondo se encuentra un algo, y él tiene.>>

Mohamed se encontraba entre mis memorias de niña.

Y recordé una. Sonreí.

Me ví montada en un caballo, se escuchaba música por todas partes, voces cantando, risas y mucha comida. Recuerdo mis manos sujetadas con fuerza a las crines del animal mientras éste paseaba entre la algarabía. La risa que emergía de mi garganta aún resonaba en mi mente, llenándome de antaño y transportándome a esa época de niña.

Las riendas del aquel caballo las llevaba un hombre, quien iba a pie y que nos guiaba, uno con un sombrero viejo y botas sonantes.

Recuerdo que de vez en cuando su carcajada se unía con la mía, él me hablaba de cosas y yo caía en la locura de la risa y las bromas. Ese era el Mohamed de antaño, pero bueno, ¿Qué se podía hacer con un árbol de ramas torcidas? Mohamed era... Mohamed.

Él no tenía familia, bueno, al menos que yo supiera, no. Había estado con nosotros desde siempre, al lado de papá con sus negocios en las tierras y los cultivos.

Éste había conocido al padre del mío, cuando papá era tan solo un muchacho, le había enseñado a montar caballo, a disparar y a relacionarse con la gente. Papá de niño, según él que nos había contado, era tímido y callado, no salía a menos que no fuera a sembrar y regresar a casa.

Cuando conoció a Mohamed éste lo espabiló con el permiso de mi abuelo. Se lo llevó a los pueblos a vender cuajadas y queso, panes y maíz y lo hacía hablar con gracia no sin antes mostrarle cómo.

Con los viajes constantes con Mohamed, papá no solo aprendió a soltar su miedo, a ser más conversador y un buen comerciante, sino que también encontró un buen amigo.

En eso un escalofrío me recorrió los brazos, cerré los ojos y meneé la cabeza impulsivamente. Los cercados que custodiaban las tierras de los caminos por los que pasábamos evocó una imagen en mi mente. La imagen de una figura envarada y seria, esa mujer.

Mohamed me miró de soslayo pero rápidamente volvió la mirada al camino.

Minutos después ya me encontraba distraída en el campo quién se perdía junto con los palos de los cercados del camino, pero nuevamente me acordé de esa mujer que asustó a mi caballo y que me observó con denigro.

Demelza.

No pude evitar pensar en Jonathan y en la manera con la que me había mirado y hablado. Me sentía herida, si, aunque me costaba aceptarlo.

A él no le había agradado como hablé de esa mujer, su mirada me demostró repulsión como  si le hubiera quemado dentro de la piel.

<<—Ojalá solo sea un capricho y que esa mujer te muestre quien realmente es y te rompa el orgullo.>> me dije, pero enseguida una reprimenda me hizo avergonzarme de mi misma.

Entonces recordé sus palabras, tan amargas e insolentes:

<<—¿Acaso la conoces lo suficiente como para que la estés juzgando con tanta seguridad? Tu voz se convierte en la de tu madre, Gretel, en la de tu madre>>

Suspiré y me sentí mal. ¿Quien era yo para juzgar? No era mejor pero... no podía evitar ser así o sentirme así. ¡Dios! No soy mala persona, solo que al no conocer las intenciones de los demás me vuelve loca por lo que, solo a veces, pinto lo que podrían ser o querer hacer, y ninguna es buena.

Aún así, a Jonathan no le importaría de saberlo.

—Mohamed, ¿sabes quien es aquella joven que encontramos en el camino y que cargaba una escopeta?

La pregunta me tomó por sorpresa pero no me arrepentí de hacerla.

Por un momento percibí la sorpresa de forma moderada en el rostro de Mohamed, luego con gesto aburrido contestó.

—Si, lo sé—asintió sin más.

Esperé a por más palabras pero no hubo nada después.

Fruncí el ceño mirándolo con fijeza.

—¿Si? ¿Quién es ella?

—Una joven con una escopeta, ¿contenta?—se encogió de hombros mostrando una seriedad marcada en el rostro.

—Pues no—rezongué— ella me llamó cuervo y me miró desagradable sin motivo alguno.

Mohamed resopló.

—Escuche, Gretel—dijo sin despegar la mirada del camino— a usted le falta mundo, ¿y qué espera de las personas? ¿acaso cree que le van sonreír y cantar, que se van a inclinar debido a su presencia?

Él me lanzó una fugaz mirada recriminatoria antes de volver al camino. Volvió a resoplar mientras negaba y articulaba palabras sin voz para sí, luego al ver que yo me afanaba por adivinarla le dio vida a su voz, lo suficiente para que yo las escuchara.

—Fuera de su casa, de la biblioteca, de su aula de clases y de su habitación hay un mundo que baila y corre violentamente.— escupió la ramita seca y se recolocó el sombrero hacia atrás—. Por eso es bueno que salga, que observe a la gente y no solo a los que están dentro de los muros de su verde y florida morada.

Tragué en seco y no proferí palabra.

¿Qué fue lo que pregunté para que ganara una reprimenda?

—Mohamed, es claro que usted evade mi pregunta.—dije envarada y resentida.—. Es de mala educación responder con otra pregunta.

—Por suerte no soy educado, así que me salvo de semejante pecado.— respondió con énfasis, burlándose fríamente de mí—.¿Mala educación responder con otra pregunta? ¡que va!

—¿Quien es ella?

—Yo ya respondí, y es todo lo que sé.

—O es todo lo que puede permitirse—lo confronté deliberadamente—. Es claro que esa mujer lo odia y usted a ella, y para acabar de rematar ella me odia a mí.

—¿A usted?—soltó con escepticismo y burla

—¡Si! A mí, Mohamed—exclamé enfadada— ¿Y sabe que es lo peor?

Él me miró.

—Que comienzo a sentir lo mismo...

—¿Motivo?—Mohamed me enarcó una ceja.

—¡Pues mi hermano! ¡Santo Cielo!—cerré los ojos y respiré profundamente. Una vez tranquila, proseguí—. Ella ha puesto los ojos en Jonathan, Mohamed, ella no me agrada.

—La entiendo—asintió de forma rara, acaso simulaba estar ¿entristecido?— Jonathan es un niño y hay que cuidarlo, pobrecito.

Fruncí el ceño y luego parpadeé dándome cuenta de que él me vacilaba.

—No tiene porqué burlarse de mí, debería entenderme.

Él no soltó palabra en respuesta, ni burla ni bostezo.

Lancé un sonoro suspiro y no le dirigí más la mirada.

—Le hablé de esto porque supuse que a usted también no le agradaba.

Ésta vez él me miró.

Me negué a hacer lo mismo, porque sentía el indiferencia que éste me dedicaba solo por soltar demasiada sinceridad.

—¿Por el hecho de que no me agrade, cosa que no confirmo ni niego, tengo que juntarme con usted para hablar mal de ella? Me ofende y se supone que es usted la que posee educación y no yo.

Iba a hablar pero me quedé con la boca abierta, incapaz de articular palabra alguna.

<<—Te lo mereces, Gretel, oh hija de tu valerosa madre.>> pensé.

En ese preciso momento la casona Mora se hizo notable. A Mohamed le dio igual pasar de largo e ignorar la edificación pero a mí, a mí me fue imposible hacerlo porque enseguida me ví envuelta de recuerdos y voces, en especial la mia con fuertes alaridos.

Rememorar mi imagen gritando mientras el miedo me recorría el cuerpo y el desespero la mente no era algo que deseaba avivar, porque el solo el hecho de pensarlo me hacía sentir vulnerable.

No me gustaba esa imagen de mí, me causaba escalofrío. Me avergonzaba.

Me enderecé y miré hacia arriba buscando las copas del gran muro verde, achiqué los ojos enseguida ante el resplandor del cielo opaco y busqué escape que pudiera exhibir lo que había dentro pero no fue así. Parecía que esos árboles habían sido sembrados con la intención de sellar y ocultar la casa.

Pero a pesar que se encontraba oculta tras los altos cipreses podía verla con toda claridad gracias a la imagen que guardaba en mi mente.

Sentí un revuelo en el corazón cuando por unos segundos pude ver la entrada y el sendero que conducía a la puerta de la casa cuando pasamos cerca. No pude ver a nadie, bueno, en realidad, se veía desierto todo dentro. Supuse que no se encontraban o que yacían dormidos, o quien sabía.

Bajé de la carreta una vez que llegamos a la hacienda del señor Nimsí. Ésta quedaba un poco mas alejada del pueblo y menos cerca de las montañas, básicamente estaba en la zona mas plana del pueblo, por así decirlo.

Nimsí contaba con la hacienda más grande del pueblo, con un buen ejercito de reses y gallinas, tierras fértiles y fincas de bananos y plátanos, era un hacendado bastante próspero, quien brindaba trabajo a un buen grupo de hombres y mujeres.

Exhalé profundamente, me coloqué de mejor forma el chal, me enderecé y empuñé mi sombrilla antes de dirigir la mirada a Mohamed.

—Le prohíbo terminantemente que desaparezca.—dije con voz dura antes de caminar hacia la casa.

—Seré como una pulga, Gretel.—respondió a mi espalda.—Deshacerse de mi le va costar, así que estese a mi vista.

Lancé un resoplido, molesta.

Mohamed era un hombre de poca conversación, de animo extraño y temperamento sorpresivo. En determinados momentos era callado y desinteresado pero, en otros, era tremendamente quisquilloso y prejuicioso, tal como en ese preciso.

Mientras caminaba podía adivinar que no había dejado de verme. Sabía que con mirada de vigilante comía mis pasos, y que mientras lo hacía, enrollaba y peinaba con sus dedos los emblanquecidos mechones gruesos de su barba y bigote mientras se sostenía con una mano la cadera.

Decidí olvidarme de él y hacer lo que había llegado hacer.

La casa de Nimsí era una enorme letra"U" cuadrada, con pórticos espaciosos y tejados rojizos. De las vigas de los techos y entradas colgaban macetas con siembras, en su mayoría eran cactus y flores blancas y otras ornamentales, no había flores que no fueran de otro color.

Los recipientes colgantes y las puertas resaltaban en color rojo sobre las paredes blanquecinas de la casa, haciendo juego con el techo.

A diferencia de mi casa, referente al patio delantero de Nimsí, era que allí no había Jardín, sus tierras no estaban rodeados por muros de piedra, ni los animales se encontraban tan alejados.

Otra diferencia notable era que allí había más sombra de arboles en una pequeña esquina que en los dos patios de mi casa.

Palmeras de coco rodeaban la casona proporcionando sombra y tentación como para desear echar una siesta bajo ellas. No existía vida floral en ningún tramo de tierra pero, palmeras y arboles de mangos si habían muchos.

Los cercados de madera rodeaban la casa y dividían las tierras de los animales y los arboles. Por dicha razón se me hacia extraño escuchar tanta voz y ambiente que en casa.

Allí la gente iba y venía

Gallinas a mi izquierda justo al otro lado de los cercados de la casa, por otro lugar escuchaba el chillar de caballos, por aquí y allá voces de risas de mujeres y hombres, cercanas y lejanas. Y así como escuchaba tanto ruido, así mismo percibía olores, tales como; comida recién hecha, hierba, barro, leche hervida, vegetales cocinándose y otros tantos que no podía adivinar.

Parecía que me encontraba ante el festín de un rey.

Cuando subí los cinco escalones y estuve en el pórtico y estuve ante la puerta un olor mas fuerte invadió mis fosas nasales. Inconscientemente me llevé la mano al estómago y reprimí un gesto de dolor. Me dolía el estómago. Parpadeé dándome cuenta del caprichoso momento en que yacía, tenia hambre.

Esa mañana no me había molestado en comer y lo único que hice fue llevarme tan solo unos cuantos sorbos de café negro y nada mas. Debía resaltar que esto lo había hecho conscientemente, a sabiendas hacia donde me dirigía y a quien pensaba visitar.

Carmenza era bastante hospitalaria en cuanto a comida se trataba.

Aparté la mano de mi estómago y la elevé hacia la puerta. Estuve a punto de tocarla cuando de repente ésta se abrió de par en par quedando frente a frente con una mujer de baja estatura y cabellos largos y plateados.

Carmenza.

Lo primero que ella hizo fue lanzar un suspiro, negar para si y luego sonreírme. No hubo palabras que yo pudiera soltar o gesto hacer porque sin darme oportunidad de algo me tomó de la muñeca izquierda y me llevó consigo hacia dentro.

Ella tomó mi sombrilla y de manera indiferente la dejó caer sobre el piso. Por unos segundos parpadeé anonadada, luego entré en razón y me di cuenta, nuevamente, en casa de quien me encontraba. Doña Carmenza, la madre del señor Nimsí, una señora con voluntad abierta y sin pena alguna.

El olor a comida se intensificó.

Pollo, verduras, tortillas, sopa...

—Ya creía que no vendrías, muchachita—dijo doña Carmenza una vez que enroscó su brazo con el mío y me guiaba, a paso lento, a la sala.

—No podría faltarle, prometí venir.—dije recuperando el habla de la sorpresa

Ella enarcó sus pobladas cejas

—¿Has venido entonces solo porque hiciste una promesa y no por el gusto de verme? ¡JA!—ella negó fingiendo decepción, luego por fracción de segundos su animo se avivó a uno descarado y bromista.—. Me alegra que estés aquí porque de no haberlo hecho te aseguro que hubiera ido personalmente a traerte de las orejas, hace tiempo que no vienes a verme.

—Tiene razón pero créame que no es por mi gusto sino por deber.

Traspasamos una enorme entrada sin puerta el cual daba vista al pasillo, a las ventanas mas allá de ella y daba mas lugar al ruido que parecía propagarse en la cocina y afuera.

Nos sentamos una frente a la otra, cerca de una ventana que tenia como compañía una mesita redonda con dos sillas de madera.

—El deber, el deber—chasqueó los dientes con desdén e hizo un ademán quitándole crédito a mis palabras.—. El deber siempre va a estar dando puntapié en la llaga, querida, no te desvivas tanto. Los afanes no se acaban, siempre los tendrás, sin embargo a mi no, así que procura visitarme mas seguido porque me enojo.

No supe que decir.

Con doña Carmenza nunca sabía que decir.

Miré por la ventana y llevé la vista a mas allá de los cercados y las palmas de coco. Era inmenso el terreno y sobre este yacían muchos arboles frutales en los que destacaban de naranja, mangos y aguacates, y bajo las sombras de éstos yacían hileras de casas el cual servían de nidales para gallinas y patos.

Podía ver que de los brazos de dos mujeres colgaban canastas colmadas de huevos, un hombre caminaba con un costal de maíz en la espalda, otra mujer llevaba dos gallinas de las patas y un niño jalaba, quien parecía hacerse el fuerte, un tambo con agua hacia el estanque de los patos.

Cuando ladeé el rostro de regreso me encontré con la mirada fijante de la anciana sobre mí.

Me sobresalté internamente y bajé la mirada por unos segundos.

—¿Te ha dejado marcas el desgraciado? ¿te golpeó? Dime que no te dejó marcas—dijo de repente con un aire molesto en sus gesto.

Asentí sin remedio.

—¿Donde?

—En la espalda.

Ella soltó un exabrupto y golpeó la mesa con tanta fuerza que sentí que se quejaría después del dolor.

—¡Fue maña y nadie me lo quita de la cabeza!—exclamó—¿Te robó verdad? ¿Que te hurtó?

Me toqué el dedo anular y respondí.

—Un anillo.

—De cruces a anillos—ella negó y frunció el ceño al ver la superficie de la mesita.—Maldito perro, cuando agarra ese maldito

Ladeo el rostro hacia la entrada y dejó caer el brazo por encima del cabezal de su silla y lanzó un sonoro grito.

—¡Petra! ¡Petra, ¿que con la comida que nos estamos muriendo de hambre?

De inmediato se escuchó un ligero ya voy, Carmen.

Doña Carmenza se giró en su silla y me miró con picardía.

—Ahora prepárate porque vas a comer de verdad.

<<—Le tomo la palabra doña Carmenza.>> me dije sintiendo un abismal vacío en el estómago.

—Y no lo digo solo por el caldo, el café con pan o las tortillas tostadas con aguacate y sal.—ella sonrió con sorna mientras se acomodaba el cuello de la blusa de su vestido con desmesurado tacto.

—¿Ah, no?—parpadeé.

—Hoy es día de fiesta y comida, querida—hizo un ademan ceremonioso con las manos—. Vamos a celebrar una pequeña vida y vamos a comer de todo.

No pude evitar sonreír. En eso, mi gesto cayó cuando me di cuenta que tenía las manos vacías.

—Pero Carmenza, de haberlo sabido hubiera traído un regalo y no tengo nada.

—No te esponjes, hija—respondió al instante—, que más regalo querrá la niñita que el que yo preparé, tu tranquila.

—¿Y quien es la niña?—pregunte no menos inconforme.

—La nieta de Petra—dijo con una gran sonrisa —, mañana para ser precisa cumple diez años y como no he podido aguantarme puse a todos a a espabilarse.

—Debe quererla mucho como para adelantarlo.

—Desde luego, eso y porque mañana no estaré aquí.—se encogió de hombros con descaro.—Iré a Valles Rojos mañana temprano y pueda que no regrese hasta el siguiente día.

—Oh.

—Así que, ¿por qué no ahora? Amo las fiestas Gretel, la bulla y me gusta ver a mi gente alegre.

frunció el cejo y volvió a girarse. Apenas abrió la boca cuando Petra apareció con una bandeja en la manos y en esta un plato hondo humeante.

—¡Vaya! ¡Por fin, Petra¡ Se me muere la visita y tu no llegas.—se giro y junto as manos sobre la mesa.

Petra volcó los ojos mientras sonreía.

—No te preocupes ahora la revivimos—Petra me sonrió antes de depositar la bandeja sobre la mesa.—. ¿Cómo esta Gretel? Tiempo sin verla.

—¡Lo mismo le decía yo! Se ha olvidado de nosotras, sus viejas amigas.—intervino Carmenza antes de que yo contestara.

—He estado atada de pies y manos—dije, sintiéndome ya cansada de responder esa misma pregunta—, no he podido evitarlo.

—Entiendo.—asintió Petra con una sonrisa gentil mientras se limpiaba las manos con el delantal.—.tranquila, querida, siempre que puedas ven y pasa la tarde con nosotras.

Me limité a sonreírle.

Noté como doña Carmenza le dedicó una fugaz mirada a mi plato, luego, acomodó el platillo donde yacían las tortillas fuera de la bandeja y la cuchara sobre ellas, después de un corto momento de pensamientos, se giró hacia Petra, quien ya caminaba de regreso, y dijo:

—¿Sabes que, Petra? Tráeme un plato pequeño con sopa, ya se me antojó a mi también.

—Pero que sorpresa.—rio Petra desapareciendo tras la entrada.

Carmenza me miró y con un ademán me instó a que comiera.

—Estas en tu casa, mi amor, come todo lo que quieras—Me sonrió con terneza. Luego, de presto, congeló el gesto y la intensificó a uno marcado, colmado de malicia.—. Espera, ¡esa ha sido la intención! para eso te he invitado, no habrá reglas, querida. —enarcó las cejas con severidad y se echó hacia el respaldo, mirándome con mas fijeza— Hablando con seriedad, hija, quiero que comas.

—Claro—asentí y tomé la cuchara.

—Sin temor al que dirán, Gretel—susurró —, en mi casa nadie mide cinturas ni echa doble ojo a los bocados.

La cuchara quedó elevada a la altura de mi boca, me sentí tiesa cuando levanté la mirada y la descubrí mirándome con agudeza.

—Eres hermosa, mi vida—dijo en un suspiro—pero temo que la voces que se encuentran cerca de tu oído te hagan dudar y pongan restricciones sobre ti y un latente miedo ante un bocado.

—¿Por que me dice eso?

—Porque ya he escuchado esa voz y no me ha gustado.

Bajé la mirada a mi plato y lo entendí todo.

—Usted ha escuchado a mi madre ¿verdad?—dije dudando si había sido buena idea encontrarme allí y comer de ese plato de sopa.

Ella se encogió de hombros.

—Quien te resulte familiar, hija.

En ese momento Petra ingresó de voladas y depositó un platito con una cuchara sobre la mesa y se disculpó saliendo con la misma velocidad con la que entró.

—Como sea, hay que comer tranquilas y como si nada.

<< —¿Cómo que como si nada? Creo que se equivoca, doña Carmenza, porque usted me ha dejado descolocada y sin ganas de querer digerir esta comida.>>

Ella degustó tranquila y yo, pues, también lo hice al final.

Una parte de mi se sentía expuesta y la otra con un ligero aire de alivio. Aún así me sentí mal de que ella pensara erróneamente sobre mi madre, a quien no soportaba a veces pero, al fin y al cabo era quien era, mi mamá.

Si, era verdad que madre no toleraba que llenara los platos y los vasos y que al final se vieran entorpecidas las medidas en sus telas pero, ¿qué podía ser yo contra eso? ¿Como podía romper una línea que he seguido toda mi vida? ¿Cómo podía abandonar la costumbre, si me aterraba ferozmente lo desconocido?

—Hija, tu hermano Jonathan no se estuvo mucho para acabarse esa sopa.—dijo de presto Carmenza.—Ponle ganas tu también.

La miré entonces parpadeante.

—¿Que? ¿Jonathan está aquí?

—No, pero ayer si.—se llevó una tortilla enrollada a la boca y asintió—. Estuvo un rato conmigo ayer y lo invité a comer, después me fui a dormir y no lo vi mas.

—Oh.

—Sabes, lo he visto mas a él en esta semana que a ti en todo un mes.

—Algo debe atraerlo aquí.

—Sin duda la comida de Petra.—murmuró sonriendo.—¿que mas puede ser?

—¿Un amigo que trabaje aquí?—insistí cautelosa.

—Que yo sepa lo único que Jonathan ha venido es a...

—¿O una mujer?

Ella frunció el entrecejo al ver mi sopa intacta. Me lanzó una mirada recriminatoria y dejó la cuchara dentro de su plato casi terminado.

—Dime, ¿qué esperas para comerte eso, eh?

Sin contestarle comí del caldo. Soplé cada sorbo y terminé las tortillas que apenas habían sobrevivido tras ella. Cuando estaba ya por la mitad, Carmenza me acompañó haciendo lo mismo con su plato.

—¿Está delicioso, verdad?

Asentí con sinceridad.

—No sé porqué no le había hecho caso antes.

—¡Ja! Ya ves.

Terminamos de comer y yo me di por satisfecha.

Me limpié las comisuras de los labios y sonreí amena.

—Gracias, Petra es muy buena cocinera.

—Todavía no me agradezcas que aún nos falta el almuerzo fiestero, no olvides que te quedaras para celebrarlo conmigo y los demás—rio incorporándose y recogiendo los trastes en la bandeja.

Tenia la intención de ofrecerme en lugar de ella pero ésta no lo permitió.

—Yo puedo hacerlo, ya vuelvo—dijo saliendo a paso tranquilo de la estancia.

Exhalé con fuerza y me alisé el faldón después de haberme levantado.

Me enderecé y caminé con las manos en la espalda.

Mis zapatos tocaron la mullida alfombra cuando me encontré en el centro de la sala y entre los muebles de madera acolchonados. En medio de la pared yacía un gran reloj de péndulo tallado con roble, con una forma de punta curveada en el cabezal. Y encima del magistral reloj posaba un descomunal cuadro, antes de querer observarlo con mas presteza deslicé la mirada sobre los otros muchos que se encontraban en toda la pared.

Se exponían paisajes, animales, caseríos, rosas y retratos, y todavía más de éstos últimos.

En un cuadro se encontraba Nimsí junto a doña Carmenza, ella sentada y él de pie, posando la mano sobre el hombro de su madre. En otros, éstos figuraban en solitario o con un animal o planta de fondo.

Me acerqué un poco a la pared y observé con mas atención.

Habían un par de cuadros gemelos, medianos y de marco gris en la parte alta, por lo que incliné el cuello hacia arriba.

En el primero yacía un joven, con sombrero, inclinado sobre un cercado y con los brazos cruzados, no alcancé a ver bien su expresión pero, por lo poco que podía intuir daba por hecho que lucia feliz.

En el segundo cuadro se encontraba acompañado de una joven y un hombre, Nimsí, en el mismo cercado y con la misma postura. Tenía el brazo echado sobre el hombro de la chica, y el brazo de Nimsí sobre el suyo. En los tres se figuraban expresiones tranquilas.

Volví la mirada hacia la corona de los demás cuadros, el cual estaba por encima del gran reloj de péndulo.

En el cuadro se exponía la imagen de una bella joven. Miraba directo al espectador con un brillo suave en los ojos, sus labios estaba curveados en una ligera sonrisa, sus tupidas pestañas delineaban sus ojos dejando entrever con fuerza el claro de un verdoso a través del blanco y negro del carbón.

Su larga cabellera descansaba por delante de sus hombros, descendiendo en suaves rizos hasta no ver donde era su fin. Sobre su cabeza, entre mechones gruesos, yacían pequeños tallos enterrados dejando entrever una corona acampada de rosas blancas y hojas.

Noté que en una esquina inferior yacia una firma, una que reconocí, y una dedicatoria con letras doradas y finas.

"Para mi amada Janeth, nuestro vinculo de amor será eterno."

—Mi amada...

Sabia quien era ella.

La hija muerta del señor Nimsí.

No la había conocido a consciencia, debido a que era una bebé cuando Janeth disfrutaba los años juveniles de su vida. Según había sabido desde siempre, Janeth había sido una jovencita risueña y en extremo amable, de una belleza nada modesta y gustos artísticos.

Cantaba, tocaba el piano como ninguno. Bordaba, pintaba y dibujaba. Además, decían que los caballos y los niños la volvían loca.

A veces me preguntaba si en verdad esa chica había sido la hija del señor Nimsí, ya que éste era de rasgos duros y carácter serio.

El sol nacía y yo esperaba al amor de mi vida,

yo esperaba y aquel que es mío no llegaba, él no venía.

El sol moría, él no llegaba, él no llegaba...

Ladeé el rostro hacia el arco de la entrada y me encontré con Carmenza con otra bandeja en la manos, con los ojos medio cerrados y una expresión algo apasionada y melosa.

¡Oh, amor!

Descansaré mi cabeza en tu hombro y tu derecha cubrirá mi pecho y cerraré los ojos...

¡Oh, amor!

Ámame hasta que muera, ámame hasta que esto logre matarme.

¡Oh, créeme!

Moriré feliz,

¡Oh feliz!

¡Oh, feliz!

Doña Carmenza depositó con gracia la bandeja en la mesa y sin dejar su melódica canción, se abrazó a sí misma y comenzó a bailar en suaves vueltas sin sobrepasar espacio.

Su cabello blanquecino se movía en un vaivén sereno al igual que la falda oscura de su vestido. Parecía estar embalsada en algún recuerdo o simplemente es que se dejaba llevar por la emoción de la letra de esa canción.

Me quedé mirándola sin hacer o decir nada.

Doña Carmenza era una anciana de complexión delgada, de estatura baja y rostro fino. Verla de espalda y moviéndose así me daba la impresión de estar ante una jovencita, risueña y llena de vida.

A comparación con ella, yo me sentía pequeña en cuanto a energía, endeble aún con los años florales de la vida.

—¿Te has enamorado, Gretel?—preguntó ella de presto sin dejar de bailar.

Parpadeé y enmudecí por un momento antes de que ineptamente contestara.

—Ohm...—balbuceé sin saber que decir. Yo pensé fugazmente sobre un ayer pero lo disolví tan rápido como se formó.—Ohm, yo, creo que no.

Por un segundo ella se detuvo pero luego siguió.

—¿Y como es eso posible? —de acercó a mí con pasos danzarines. Me tomó las manos y me arrastró a que siguiera sus pasos.

—No lo sé.

—Mientes...—rio.

Dimos varias vueltas provocando que las faldas de nuestros vestidos se elevaran y que su cabello se despeinara.

Ella abrió los ojos y me miró fijamente.

—Cuando me enamoré del padre de Nimsí fui la mujer mas feliz de este mundo—contó ralentizando los pasos y bajando la voz von suavidad.—. Yo ya era feliz, Gretel, antes de que lo conociera yo ya era feliz pero, lo fui más cuando éste apareció en mi camino.

Le sonreí sin proferir palabra.

—Te animo a que te contagies de ese sentir que solo un amante puede ofrecer.—. Ella deslizó una mano sobre mi mejilla y me sonrió

—Espero que la vida me bendiga como a usted ...—confesé con una voz tan pequeña que apenas reconocí.—. Yo... no creo poder, no me veo—negué apartando el rostro de ella.

—¿Pero, por qué?—Dijo incrédula ella tomándome del mentón para que volviera el rostro.

Tragué en seco no encontrando palabras para poder responderle.

Las palabras no acudieron a mi boca por lo que me quedé en silencio. Hundí los hombros y bajé la mirada sobre la unión que ejercían nuestras manos.

—Siempre estoy dispuesta a escuchar, cualquier cosa, querida.

—Esta imagen cabizbaja y callada que ve, doña Carmenza, no es lo que en verdad soy.

Ella enarcó las cejas, nada sorprendida.

—¿Y quien eres?—me soltó las manos y se cruzó de brazos para después darme la espalda y sentarse.

La seguí y me senté frente a ella.

—Soy egoísta y tengo recurrentes aires de altanería y jactancia—confesé sin apartar la mirada de ella.—. Yo, yo me cubro el alma con una manta blanca y escondo la negrura de adentro, eso a mi parecer es hipocresía, y me avergüenza.

Doña Carmenza tamborileo los dedos sobre la madera de la mesa mientras bebía de su taza, atenta.

—Si yo fuera un caballero no pondría los ojos en alguien como yo—dije—¡pobre de él!

—Si, pobre de tu padre—asintió enérgica haciendo un gesto lastimero con los labios.

Fruncí el ceño.

—¿Que? ¡No!— dije confusa y entendida a la vez—. No estoy hablando de él, sino de mí. El caballero es un ejemplo respecto a mí.

—¡Oh!—ella fingió sorpresa llevándose la mano al pecho—. Que culpa tengo de que el rostro de tu padre me haya venido a la cabeza.

Lancé un resoplido y opté por no seguir hablando más.

—Si crees que por tener defectos, como todos, no vas a poder volver demente a un buen hombre, te digo que estás perdida.

Bebí de la taza y no levanté la mirada.

—Concuerdo—dije sin más—, estoy perdida.

Doña Carmenza resopló y clavó los codos sobre la mesa de manera abrupta, hecho que hizo que la mirara de golpe.

—¿Te has enamorado alguna vez?—preguntó cortante y decidida.—¿Has sentido que nada puede salir mal porque ese amado ocupa tu mente y expulsa tus miedos?

No respondí.

—¿Has sido testigo del descontrolado palpitar que produce tan solo el dicho de su nombre en voz alta?

Tragué en seco pero no respondí.

—¿O acaso has prestado tus labios para ser consiente del mas bello sentir de una primera vez de ensueño, Gretel?

La fría mirada de Carmenza me carcomió la piel del rostro. Los nervios se colaron en toda la superficie de mí que poseían facultades para poder temblar. Me ví impotente, inepta de poder disimular la tensión que sus palabras sembraron en mi susceptible ser.

—Todo cuanto ha dicho ha sido verdad en mí...—dije alzando y ondeando la bandera blanca de rendición.—. Me enamoré, fui testigo y presté mis labios pero—negué con amargura—de nada me sirvió porque todo eso desapareció sin despedida y aviso.

Suspire pero me recompuse de inmediato.

—Ese joven se ha salvado de mí...

—Tienes veintitrés, Gretel—repuso Carmenza sosegada—. Aquí la cuestión es, que ese hombre aún no ha llegado a tu vida.

—Ese joven se ha salvado de mí...

—Dos cosas, Gretel—puntualizó— ese hombre aún no ha llegado y dos, iré a tu casamiento antes de que muera.

*****

—Noté que admirabas la pared—acomodó el codo sobre el reposabrazos del mueble almohadillado—, ¿Que te parece el nuevo cuadro?

Miré hacia arriba por encima del reloj y luego a ella.

—Esta precioso, su nieta era...

—¡Bellísima!—respondió orgullosa—Era un diamante andante, Gretel.

—El dibujante se lució con el retrato, esta impecable y macizo.—observé el dibujo.—De los tantos que hay en el pueblo ¿quien fue el artista encargado?

—¿Y quien más?

La miré.

— Tu hermano, Jonathan.

—Jonathan.—Lo sabía.

—Si, le ha quedado precioso, ¿no?—confirmó—. Plantó perfectamente la imagen que siempre he recordado de mi niña, porque así la conservo en mi mente, Gretel, pura e inocente.

—Me hubiera gustado conocerla, siempre he escuchado cosas buenas de ella.

—Ella te conoció a ti, de bebé— sonrió con la nostalgia surcando sus ojos—. Tus dos hermanos si la conocieron, ellos deben recordarla, en especial Jonathan.

—¿Ah, si?—inquirí.

Ella asintió

—Si, los dos eran uña y mugre de pequeños.

Doña Carmenza sonrió dejando entrever en sus ojos un brillo animoso.

—Janeth era buena con el dibujo y los niños, y Jonathan era todo eso...

—¿Que tenía?— pregunté atenta.

—Arte en las manos—respondió mirando hacia el cuadro colgado—. El pequeño Jonathan amaba hacer garabatos en hojas blancas, él se esforzaba, y cada vez que no surgía lo que deseaba venía y lo rompía en muchas pedacitos, después volvía hacerlo de nuevo.

—Janeth le enseñó y él aprendió.

—Jonathan siempre tuvo el talento pero mi nieta lo ejercitó, lo alentó.

—¿Por eso ha estado viniendo seguidamente? ¿Para terminar el cuadro aquí?

—Ese cuadro él lo envió hace ya un mes como obsequio a Nimsí del aniversario de la muerte de Janeth.

—Oh.

—Si—ladeó el rostro hacia el arco de la entrada y frunció el ceño.—. Discúlpame querida debo ir a ver como están dejando la champa para el cumpleaños, de paso iré a ver a mi bella aprendiz en el despacho.

Doña Carmenza se levantó y se disculpó y salió de la habitación a paso lento dejándome sola.

Alcé la mirada y contemplé a Janeth y como consecuencia pensé en Jonathan. Siempre había sabido que fueron amigos desde niños pero no de una manera tan unida, tan intima.

Si Jonathan se había esforzado por enviar dicho presente a Nimsí, daba fe entonces de que en verdad estimó en vida y en gran manera a su amiga muerta.

—Janeth, ojala te encuentres bien donde estés.—susurré sin darme cuenta.

<<Muerta y tan joven.>>

Nunca escuché, durante supe de la existencia de Janeth, una razón clara que limpiara las dudas en mi mente sobre su muerte. ¿Como es que murió? ¿Y por qué cuando inquiría sobre el tema las respuestas sucedían castas y tan incompletas?

Algunas veces me respondía las mismas preguntas que yo misma formulaba y lograba formar una lista de posibles muertes u otros motivos que explicaran su ausencia. Incluso, pensé que, quizá, no estaba muerta y que simplemente seguía viva y desaparecida en algún lugar.

Pero tras esos pensamientos surgían otros y éstos disipaban mis anteriores ideas.

No creía a Nimsí un mentiroso y a Jonathan una marioneta.

Suponía que Jonathan debía conocer el lugar de descanso de su amiga y que cada vez que podía, iba a verla con linda flores en la mano.

Quizás, no había mentiras respecto al paradero de Janeth y que ésta se encontraba muerta, sin embargo; había una verdad demasiado inconclusa circundando la afamada pregunta que yo en ignorancia formulaba "¿Como murió Janeth?

En eso, ladeé el rostro justo cuando escuché pasos resonando contra la madera del suelo, acercándose. Aparté la mirada y mejor esperé a que notaran que no ponía atención.

Sus voces de pronto se silenciaron a medida que se encontraban cerca.

Mientras tanto, me enderecé en el sillón y simulé estar viendo los cuadros en la pared. Cuando ya no pudieron estar mas cerca las voces de golpe se callaron y yo, movida por un sereno impulso debido a un repentino escrutinio hacia mi persona, ladeé el rostro hacia el arco de la entrada donde me encontré, para mi sorpresa, con dos personajes conocidos, juntos.

Al instante, tal mezcla me pareció absurda, hecho por el cual me quedé helada pero no abandoné la postura.

—Profesora Gretel.—saludó con la sorpresa surcando su ojos.

Lo miré por unos segundos alternando la mirada entre él y la otra persona a su lado. Luego, parpadeé espantando el ensimismamiento y me incorporé del sillón.

—Profesor Miguel—dije acercándome solo un poco hacia él.—, que gusto encontrarlo.

—Veo que se ha recuperado favorablemente, enhorabuena.

Me limité asentir.

Ni pude evitar inspeccionarlo.

Llevaba un maletín negro colgando de su hombro izquierdo y en su mano derecha unos libros gruesos. Su acompañante custodiaba en su pecho un libro igual de grueso que él y unos lápices.

No tardé entonces en unir cabos. Recordé que Carmenza había dicho algo de un aprendiz en el despacho.

—¿Y que hace por aquí? ¿No debería estar descansando?—dijo a modo de regaño mientras se acomodaba las cuerdas del maletín.

—Si, pero estoy mucho mejor, profesor—dije orgullosa—. Ya volveré a las aulas de clases, para ser más precisa el lunes.

Mi respuesta hizo que él enarcará las cejas, complacido.

—Eso es bueno, la profesora Miranda no se daba abasto cubriendo dos aulas ella sola—se acomodó los lentes que se le deslizaban por el hueso de la nariz.

—¿Y usted que hace por aquí, profesor?—le pregunté a él, pero la mirada de mis ojos iban directo a ella, quien me miraba altiva e indiferente.

—Como le dicho antes no soy de rutina y la escuela no me limita—repuso él demasiado distraído para notar mi incomodidad—. Tengo una alumna deseosa por el pan del saber, que para mi orgullo de maestro, aprende rápido.

Fingí asombro.

—¿Y desde cuando con tan magnifica tarea?

—Un mes. —respondió ella.

—Así es—secundó él todavía ajeno a mi disgusto por esa mujer—, los fines de semana en la mañana vengo e imparto las clases a Demelza y preveo tareas para el siguiente.

El profesor le pareció darse cuanta de algo por lo que parpadeó, confuso.

—Le presento a mi alumna, Demelza—dijo el profesor haciendo un ademán con la mano hacia ella y luego hacia mí—. Demelza, ella es Gretel Arce, mi compañera de oficio.

—Ya tuve la oportunidad de conocerla profesor y ella a mí un día de estos—ella sonrió con tan candidez que fue capaz de mostrar inocencia en su persona.—. Además, su hermano en alguna ocasión ha mencionado su nombre cuando ha venido aquí.

Tragué incapaz de poder deslizar algo por mi garganta.

¡Que cínica!

Ella mencionaba a mi hermano para querer descolocarme y ponerme en evidencia. ¿Acaso era consiente que no era pieza para encajar con alguien como mi hermano? ¿Le gustaba la idea de ser lo contrario de lo que siempre ha deseado madre en sus hijas y aún asi aprovecharse? ¿O es que en verdad estaba cegada de amor por él?

—¡Oh! En ese caso, excelente.

Ella asintió con una enorme sonrisa, gesto que me pareció repulsivo.

—Todo por el afán de ser mucho mejor cada día.—repuso ella diciéndose hacia mí. Luego miró al profesor y habló:—. Lo espero mañana, profesor, y no se preocupe por cultivar demasiado en mi cabeza, soy capaz de cualquier cosa si me lo propongo.

Ella me miró de soslayó por un segundo.

—Excelente entonces—dijo él.

—Yo me retiro, debo ir a prestar mano con la champa, los dulces y la comida—dijo ella bastante animada—. Y por supuesto, hablar con alguien, es que tengo una visita.

—Pierda cuidado, Demelza, vaya a sus quehaceres que yo ya me retiro.—dijo el, volviendo a colocar las cuerdas del maletín más encimadas a su hombro.

—Es una pena que no se quede profesor.—se lamentó ella pareciendo en verdad sincera.—. Espero no se aburra en compañía de su primo, habiendo una fiesta aqui mejor lo hubiera invitado para festejar.

El profesor negó de inmediato a sus palabras.

—Tiempo no poseo...

—Sin embargo, sino miles de deberes—repitió ella como si hablara de una oración repetida. Ella se giró y me dio la espalda provocando que su cabello se alzara al vuelo—. Entonces, hasta mañana, pase buen día.

Y ella se fue. Se fue contorneando su cuerpo galantemente y alzando el mentón con ligereza. Cuando sus zapatos se dejaron de escuchar pude soltar una exhalación que había estado deseando abandonar.

—Bueno, Gretel, un gusto volver a verla y saber que se reintegra el lunes. —dijo tomando la iniciativa de marcharse.—La veré hasta entonces, pase buen dia.

Seguí sus pasos que buscaban hábilmente la puerta de salida a traves del ancho pasillo.

—Profesor, me he enterado que era lo que hacia aquel día que lo encontré polvoso en el camino.

—¿Ah, si?— Él no frenó su paso.

—Si, usted limpiaba y preparaba la casa Mora, misma donde una joven me curó.

Traspasamos la puerta y entramos al exterior. El profesor sin detenerse en el corredor bajo el escalón y tras unos tres pasos más por fin se detuvo. Yo me quedé al final del primer escalón al lado de una biga en la cual pose una palma.

—Su familia fue honorable conmigo y he estoy en deuda con ellos.

Él me miró fijamente por unos segundos y luego terminó asintiendo.

—No hay tal deuda, Gretel—dijo él con una sonrisa pequeña.—, asi que ni piense en pagar nada.

—¿Va con ellos, verdad?

—Así es.

Sonreí.

Pensé en enviar un mensaje, en realidad una disculpa. Sentía que había perdido una oportunidad con ellos cuando desperté y me enteré de que ya se habían marchado. Sentía una necesidad extraña que no me dejaba tranquila, que no podía explicarme y que deseaba saciar lo más pronto posible.

—Profesor, dígales a los doctores que agradezco que hayan ido a visitarme y que lamentó no haberme despedido como es debido y que... —expresé rápidamente y tomé aire antes de terminar de una vez— y que me gustaría volver a verlos.

El profesor guardó silenció por un momento antes de poder contestar.

—Lo haré.—dijo y con asentimiento de cabeza se despidió y se fue.

Parpadeé perpleja al descubrirme que yacia sonriendo mientras veía como el profesor se alejaba.

¿Por qué estaba sonriendo? ¿Por qué tenia la impresión de estar flotando, de sentirme ligera? La sensación se me hacia conocida, me gustaba pero al mismo tiempo ésta me asustaba.

Me quedé pensado un buen rato hasta que la voz de Doña Carmenza llamando mi nombre me obligó a entrar, justo cuando estaba a punto de ponerle rostro y cuerpo a la causa de mi padecer extraño.

Descubriría quien era él.




Janeth

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