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13|No soy un santo



Mi padre no había llegado cuando nosotras lo hicimos. Pero al momento en que caminaba por el sendero de la fuente un bullicio de caballos a nuestra espalda provocó que cediéramos el paso.

Cuando me di la vuelta miré a tres jinetes llegando a cierta distancia de la entrada de los muros de piedra. Me paralicé de entusiasmo, uno que solo pude demostrar en total mutismo y agitada respiración.

Mamá intentó seguir hacia adentro jalándome de la muñeca pero me resistí soltándome. Conforme aquellos jinetes se acercaban yo avanzaba de igual forma a ellos. Caminé todo lo veloz que pude absorbiendo con fuerzas aire.

A mi espalda la voz de mi madre resonaba con enfado, no la escuché. Estaba demasiado ansiosa por verlo y sentir el confortable calor de sus brazos sobre mí.

Me detuve antes de la entrada y esperé a que me reconocieran.

Me abracé sumida por los nervios y traté de guardar la calma. Sentí un calor abrazador en el rostro mientras las lágrimas se aflojaron de mis ojos.

Reconocí a los jinetes y éstos me reconocieron a mí justo cuando notaron una ansiosa figura en la entrada. Sus expresiones fueron de un vivo reflejo de asombro y aceleración.

Mohamed se quitó el sombrero y suspiró rezagando su paso.

Jonathan continuó a paso lento, demasiado inexpresivo sin quitarme la mirada de encima.

Papá por otro lado tras verme se apeó del caballo de un salto y se apresuró hacia a mí.

Elevé los brazos hacia él un segundo antes de que me aprisionara con los suyos y me besara. Sentí su temblor, la tribulación con la que había estado viviendo, pero todavía mas la rudeza de su fuerza y voluntad. Y esto lo noté cuando enmarcó mi rostro en sus manos y me miró a los ojos, tan cristalizados como los suyos pero con una irreprensible valía y convicción.

Lloré y él secó mis lágrimas con sus pulgares. Mi padre ciertamente amaba y se desvivía por sus hijos. El me consoló con cariño mientras yo aferraba a su presencia con calma y suspiro.

Mamá dijo algo a mi espalda pero no estuve segura de qué, porque nada me importaba más que estar en el seguro cobijo de papá.

—Me has tenido rezando y pidiendo por ti— me dijo una vez estuve en mi cama, acobijada y vestida con ropas nuevas—. No me mates, hija, no así, preferiría a un hombre pidiendo tu mano a no verte jamás.

—¡Ay, papá!—lloré con la mirada gacha.

—¡Debilidad de los padres son los hijos...

Temblé impotente cerrando los ojos.

— ... pero sin duda una bendición de Dios.

Sentí como sus dedos tocaban mi barbilla y me hacían verlo. Sus ojos cafés, dulces y tan llenos de paciencia hicieron que algo dentro de mí se removiera, algo que producía consuelo y me hacía estar confiada.

Las arrugas de su rostro me confirmaron la preocupación de horas tumultuosas. Su entrecejo estaba marcado con una línea firme y las de sus ojos demandaban desvelo y cansancio.

Los cayos de sus dedos fueron a mi piel como suave tela de lino delicado. Sus manos duramente trabajadas, colmadas de texturas ásperas despedían un suave correr de cuidado y mimo.

—Si pudiera volver el tiempo, papá, yo...

—Ssh... no hija— negó sellando mis labios con el índice—, no vale la pena pensar en lo que pudo o no ser, es precioso el ahora; es precioso tener a mi hija de vuelta.

—Tuve mucho miedo papá, nunca en mi mente, durante toda mi vida, creí verme asi , yo nunca...

—Hija, no pienses más en eso, por favor—rogó él—Estas en casa, estás conmigo.

—Ay, papá —gemí con lágrimas en los ojos —Tanta crueldad, ¿Por qué?

—Somos más los buenos que los malos, recuérdalo.

—Si, pero ellos ganan la mayoría del tiempo y solo ganamos al final y ese final tarda en llegar y es injusto.—gimoteé.

—Hija, te pido que no des cabida a la amargura o la venganza, estas quitan vida y te lo digo porque ya lo he visto en otras personas y no quiero verlo en ti.

Negué al tiempo que mi rostro se desencajaba y caía a llorar de nuevo

—Me siento herida y humillada, papá, y solo deseo, con todo mi corazón, que ese hombre sufra, sufra mucho; porque no solo me duele el cuerpo, me duele el orgullo. Quiero que pague.

—Tu congoja es la mía y si la sufres también lo haré yo, amor.

— ¿Volveré a casa? Me lo pregunté por milésimas de segundos muchas veces.

—Pero ya estás aquí y quién haya hecho esto no se librará de la justicia divina como terrenal.

—No tengo fe que pase ¿pero que puedo hacer?

—Descansar y comer, solo eso.—me sonrió de lado y paseo su mano por mi mejilla.—Serás las más consentida de la casa y yo tu servidor.

—Lo amo padre— gemí con la voz entrecortada.— . No me casaré nunca, estaré a su lado siempre... por siempre y siempre.

Él me dedicó una tierna mirada escéptica para después romper a reír con gracia.

—Sabes que no me gusta hablar de promesas imposibles.

— No lo considero imposible.

—¿Quién no querría arrancarte de mis brazos?— tomó mi mano.

—He de resistirme, papá.

Él negó con convicción.

—No prometas algo que no podrás cumplir, hija.

Él se quedó conmigo hasta que logré por fin quedarme dormida esa tarde.

No recuerdo cuanto había pasado desde que cerré los ojos y me fui en picada en un sueño profundo pero sí que había sido largo y terriblemente efímero y esto último debido a la brusquedad con la que desperté.

Abrí los ojos asustada con el corazón agitado.

Lo primero que vi fue a Teresa con una expresión cautelosa y de alerta. Ella escondía una mano detrás de la espalda y con la otra se sujetaba el cuello, nerviosa.

— Teresa...— carraspeé la garganta mientras parpadeaba varias veces .—¿Qué haces? ¿Por qué me despiertas?

Extendí la mano hacia ella para que se acercara hacia mí. Ella miró la puerta por un segundo y luego, con desmesurada parsimonia, tomó mi mano. Cuando estuvo sentada a un lado de mí, suspiró y habló a modo de secreto.

—Quería decirle en cuanto la vi pero estaba usted dormida y cansada y lo único que he podido hacer fue aguantarme.

—¿De qué hablas?— pregunté.

—Ayer llovió fuerte y pensé que ya no vendrían hasta que se calmara el agua.

—¿Vendrían?—dije perdida en confusión.—¿Quiénes?

—El agua no cesó y usted no volvió pero poco rato después él apareció empapado de agua, con una cara muy rara, Gretel...

—¿De quién hablas?

— Pues, pues...— chasqueó los dedos tratando de recordar— pues con ese hombre con quien se fue ayer en la mañana a caballo, ¡el abogado!

—¿El abogado?— Teresa asintió.

Me quede pensativa por un momento hasta que la sorpresa espantó la somnolencia de mis ojos.

¡Dios mío!

Abrí los ojos atónita entendiendo entonces

— . ¡El señor Julián! ¡Dios Santo, Teresa! Me he olvidado de él por completo, pero que dejada soy...

La miré espantada y tanto fue el agite que rompí a toser con fuerza. Me lloraron los ojos y sentí un calor cubrir mi cara. Teresa se levantó de prisa y llenó un vaso con agua y me tendió pero no lo a acepté enseguida. Cuando me estabilicé me tomé mi tiempo a respirar bien.

Bebí unos cuánto sorbos cuando miré a Teresa, quien me observaba afligida, buscando ansiosamente respuestas.

—Teresa, has dicho que lo viste.

Ella asintió.

—¿Cómo es que dices que llegó?

—Pues— se rascó la cabeza pensativa—, se veía diferente a como antes, muy apurado y bastante serio. Parecía estar en otro lugar y pues al final de tanto misterio me ganó la curiosidad y... pues, yo...— ella bajó la mirada, avergonzada.

—¿Y tú qué?— la insté a verme.

—Pues...—suspiró enrojecida de pena—pues yo, yo lo seguí a escondidas. Perdone, yo no quería...

—Teresa, Teresa—dije apurada— ¿Qué pasó? Dime, dime.

—Pues estuvo en su habitación poco tiempo. Y cuando salió no pudo despedirse como debía excepto con su mamá quien recién llegaba, él se disculpó alegando que debía irse lo antes posible.

¿Y qué hay de mí? ¿Acaso no cruzó por su mente mi nombre? ¿No pensó en mí?

—Unos hombres llevaron su valija a un carruaje fletero y mientras éstos se iban el no daba un paso fuera del corredor, parecía que esperaba— relató Teresa viendo a al techo, recordando todo— Veía la lluvia como si fuera una estatua.

—No se despidió de mí...— musité pesarosa.

— Usted no me deja terminar. —se quejó.

Le puse atención aunque no podía quitarme de encima la tristeza al saber de su partida. Sabía que se iría al día siguiente pero, ¿ese mismo día? ¿Por qué?

— Yo me escondí detrás de unas macetas pero un movimiento tonto de mi parte me expuso.

Asentí a sus palabras, a cada una de ellas.

— Intenté escapar pero él no lo permitió, hasta ese momento me di cuenta de que tenía una carta en las manos, me la dio y me dijo que se la diera a usted en cuanto llegara pero usted nunca llegó.

—¿Una carta?—dije sin aliento.

Teresa asíntió y reveló la mano que tenía detrás en su espalda.

—Este papel estaba antes en las manos del abogado, luego en las mías y ahora las pongo en las suyas—dijo recitando cuidadosamente sus palabras como si fuera una lista. —¿Hice bien?

—¿Que si hiciste bien? ¡Claro que sí! Gracias.

Sin preámbulo rompí el sobre y leí la carta.

Las palabras de Julián me preocuparon porque detallaba un misterio, uno que exponía dando ligeros atisbos de verdad pero que se escondía con sigilo.

Al final por tercera vez leída me pareció clara y apresurada.

Y entre esas palabras destacaban estas cortas oraciones que expondré:

"...¿irme? Le aseguro que era lo último que deseaba hacer pero una indeseada solicitud me ha obligado a marcharme. Mi parentesco, que ha conocido repentinamente, sembrado en este pueblo no ha hecho más que amargarme con tenue energía mi último día aquí, ¿pero qué puedo hacer? Nada, mi querida amiga; mejor matar el hambre con el pan envenenado sobre la mesa que sufrir eternamente por un vacío...

Los adoradores del cielo predican sobre el perdón y la bondad, le confieso que no creo en nada de eso pero me niego a ser peor de lo que un día recibí de antaño por lo que me voy, con urgencia, lamentando este súbito ir.

Él está mal de salud y para mi pésima suerte soy lo único que tiene...

Posdata: Le escribiré, espere mis letras porque yo esperare las suyas.

Julián Borges."

Claramente él me hablaba de su padre lo cual me entristeció pero me hizo admirar la dignidad de su nobleza. Desde ese momento estuve a la expectativa de recibir noticias suyas para después devolver o quizás antes hacerlo.

—¿Le gusta, Gretel?—la voz de Teresa se interpuso en mis cavilaciones.

Boquiabierta, levanté el rostro ante la repentina pregunta.

—¿Ah?

—¿Puede considerar a ese hombre como su amor...?— repitió deprisa pero de pronto ella abrió los ojos asustada, dándose cuenta de sus palabras por lo que se incorporó dispuesta a alejarse.

—¡Cuidado Teresa! Si sales por esa puerta yo...—apunté con el índice medio amenazante.

De inmediato ella se detuvo y suspiró.

Miro la manija de la puerta, me pareció que consideraba irse de todas formas y dejarme, como había hecho en otras ocasiones, pero desistió al oírme carraspear la garganta y por consiguiente una gutural tos.

Cautelosa, me miró por encima del hombro y en silencio vociferó una disculpa al mismo tiempo pidiendo poder irse de la habitación sin más, a lo que me negué moviendo la cabeza.

—Explícame eso que has dicho, ¿Qué te ha llevado a pensar semejante cosa? Ven, Teresa y dime.

Dubitativa, se volvió hacia mí y con la vergüenza enrojeciendo sus mejillas, respondió:

—Bueno, yo— tragó y parpadeó mirando el techo— Lo digo porque los miré y parecían estar bien; él le sonreía y usted a él, así que pensé...

—¿Que ya besaba sus botas, Teresa?—enarqué las cejas, incrédula. Negué— ¿Crees que así funciona las uniones para mí, así de presto, sin más? Si fuera de esa forma, tan fácil, yo a este tiempo ya estaría casada.

Aunque debía aceptar que la muchacha no estaba tan equivocada, para otras personas lo dicho funcionaba de maravilla. Así funcionaban la mayoría de uniones. Dos sonrisas y ya hay una boda.

—Perdón—dijo bajando la cabeza al tiempo que unía sus dedos con presión, haciendo que sus hombros se hundieran ante la fuerza de sus manos.

Suspiré ante su imagen sumisa. No soportaba verla.

—Tranquila, algún momento de mi vida también creí algo que parecía ser tan obvio pero que al final resultó no serlo, a todos nos pasa.

—¿Me he equivocado, entonces?— preguntó sorprendida al mirarme.

Asentí confusa ante su reacción.

—Yo creí que...

—Pues creíste mal.

—¿Enserio no le gusta?— insistió.

—Ah, pues, no de esa forma a la que tú suponías, me agrada de manera que enlace amistad, nada más.

Su expresión se tornó pensativa y alejada, lo cual me asustó un poco.

—¿Por qué te importa tanto, Teresa?— pregunté molesta mientras indicaba que se bajara y que sentara mejor en la silla, lejos de mí—¿Acaso te ha llamado la atención el abogado que te has puesto nerviosa por mí?

De inmediato, ella negó con una expresión de disgusto, aferrada a una idea en su mente la cual yo ya sospechaba pero que ella no admitía libremente.

Ella era una jovencita demasiado enamoradiza pero trataba de ocultarlo de mi.

—¡Claro que no! Yo soy solo una criada— declaró firme y erguida pero al momento que nuestros ojos chocaron enseguida bajó la mirada.—¿Quién se fija en una criada?¿Quien se fijaría en mi?

—Deja de rebajarte, no te menosprecies que no eres una ruin criminal.

—Entonces le ruego que no piense que celo sus compañías y perdone mis pensamientos sueltos.

—No tengo nada que perdonar, perdonate tu por maltratarte con esas palabras tuyas.

—No creí que mis palabras fueran a ser tan graves

—Pues cualquiera diría que estás celosa o algo así,...—exhalé cansada—ay, no lo sé y no me gusta

—Pero no es así, yo nunca haría algo que fuera en contra suya ya que siento que es como irme contra mi...— balbuceó poniéndose de pie de pronto.—¿Quiere que le traiga algo? Porque iré a la cocina.

—No.—suspiré.

Teresa era una jovencita, demasiado ingenua y testaruda. Era hermosa, muy hermosa pero así de bella y llamativa también era cerrada a ideas nuevas

El tema de alfabetizarla había quedado en el pasado para mí, me aburrí de insistir de enseñarle a leer y escribir, su excusa era que tenía mucho que hacer y que guardaba otros planes, planes que no se molestaba en compartir.

Sabía que en esa envoltura de timidez se escondía un ferviente y apasionado secreto andante. Veía en sus ojos maquinaciones que carcomían sus sentidos, ella soñaba desmedidamente el cual me hacía pensar en la profundidad que debía ser su fortaleza renuente, una barrera de muchos "no"; un rocoso muro de incredulidad y recelo.

No sabía si la muerte de su padre, un sembrador de la hacienda, había hecho un nudo sofocado en su corazón que cerrará su mente a cosas nuevas. Literalmente, ella no soltaba nada del pasado, porque seguían siendo los mismos vestidos, los mismos zapatos hasta el mismo peinado; suelto y con esa trenza por tiara.

Si ella soñaba con algo sospechaba que era algo grande y eso me preocupaba.

Cuando Teresa estaba a punto de salir la puerta se abrió de presto. Entonces apareció mamá enfundada en un vestido beich con blanco con ligeras crustaciones de brillantes piedrecitas en los bordes de las mangas y cuello.

Por un momento di por hecho de que saldría de paseo pero esto se evaporó cuando tras ella surgió su querida y vieja amiga, Bruna.

Ella lucia de la misma forma que mamá, tal cual.

—¡Oh mi querida niña! He venido tan pronto lo supe.— se abalanzó sobre mí y con sosiego me encerró en sus brazos.

—Bruna...— respiré.

Ella se apartó, y mirándome plantó las manos sobre mis mejillas, efusiva con violento cariño.

—¿Cómo ha sido posible ese martirio mi querida?— torció los labios disgustada mientras negaba—. Gracias al cielo que estas aquí, en casa.

— Yo también, Bruna, yo también. —musité evitando querer hablar más de mi suceso.

Por el rabillo del ojo miré a mamá sentarse y como ésta impedía a Teresa irse furtivamente.

—No te hubieras ido; mejor me hubieras ido a buscar a casa— dijo ella entrelazando sus dedos con los míos, logrando con ese movimiento hacer de la suyas—, cerramos la tienda temprano por la lluvia, ¿verdad, Reina?

—Así es.— respondió mamá.

—Ojala hubiese hecho eso.— dije disimulando la pena ante mi error.

Bruna me sonrió con un brillo piadoso en los ojos.

—Tranquila, ¿qué vamos a saber de las horas futuras?— se encogió de hombros sonriente y suspiró—. Por suerte esa brigada te encontró, mira que los milagros son milagrosos, tu enferma y te cae un par de médicos de inmediato ¡Que obra tan maravillosa!

—Sería mucho mejor evitar esas "obras maravillosas" pensando nuestros próximos pasos de ahora en adelante, ¿Verdad, Gretel?— discrepó mamá.

Por un segundo Bruna la escuchó y por otro la dejó de lado.

—Ignacio me habló de las brigadas, las tres que llegaron ayer— contó ella con pensativa admiración.—. Es buena obra la del alcalde proveer atenciones de salud a los más aledaños, noticias como esas me llenan.

—¿Los conoce, Bruna?— pregunté de presto.

—No he tenido el placer, todavía.

—Pero su esposo si, ¿verdad?— me sentí tonta ante la pregunta, puesto que su esposo era el hermano del alcalde.

Ella asintió.

—Tu padre también—añadió—, en la reunión que hubo ayer se dieron las presentaciones, el plan de estrategia y los puntos más importantes y blah blah...

—¿Sabe cuánto tiempo van a quedarse?—insistí.

Mamá me miró recelosa.

—Todo lo necesario, le oí decir a Ignacio que según la necesidad así sería su tiempo aquí ¿Por qué preguntas, querida?

Iba a responderle pero la voz de mamá de interpuso con brusquedad.

—¿Acaso tienes afán de volver a ver a esos doctores?—no pude contestarle, no supe que decir—. Que manía, hija. ¿Para qué volver a lo que fue? Lo que me trauma lo esfumo de mi mente, haz lo mismo.

—Fueron buenos conmigo y no pude despedirme de los demás, por eso pregunto.— musité.

Ella exhaló y se negó a seguir.

—Si fueron buenos contigo no me imagino como serán con los de la aldea.—suspiró Bruna.

Mamá bufó incrédula.

—Esa es la obligación de su trabajo, Bruna, ellos tenían que.

Bruna llevó la mirada al cielo ante el despectivo comentario.

Volví a fijarme en sus vestidos por lo que arrugué el ceño. Mamá y Bruna se veían presentables como para una celebración.

—¿Por qué tan listas? ¿Me he olvidado de algo pendiente?— pregunté alternando la mirada entre ella y mamá.

Bruna se echó a risitas y mamá se incorporó. Mientras ella se acercaba al extremo contrario de la cabecera, noté como Teresa, con suma cautela, se alejaba dando pasos hacia atrás hacia la ventana.

Ella se escondió detrás del enorme cortinaje azul que besaba el suelo.

—Un casamiento, hija.

—Una clienta nos ha invitado a la boda de su hija, su vestido es precioso...

—Naturalmente—interrumpió mamá con orgullo marcado—nosotras lo confeccionamos...

—Es sencillo...

—Pero bastante detallado.— intervino mamá enarcando una ceja.

—Su faldón es maravillosamente deslumbrante y los bordados... —suspiro Bruna.

—Los bordados— exhaló mamá ante la impresión— los bordados si que fueron trabajosos y un pesado dolor de cabeza pero que al final rindió frutos. El cinto...

—¡Y el cinto!—Rio Bruna interrumpiendo a propósito mientras se mordía los labios.

Mamá le hizo una mueca de disgusto.

—El cinto marcó con elegancia su delgada silueta, francamente no tenía esperanzas con esa pálida y desnutrida joven. Tomando sus medidas me pregunté: ¿Acaso no alimentan a esta chica? pero al final reconocí que es mejor ser así a cubrir más con más tela un desmedido cuerpo voluminoso.

—Si te escucharan las mujeres que nos frecuentan, querida vieja amiga; éstas jamás regresarían a nuestra taller.

—¿Qué quieres que diga? Gozo de la libertad de mi casa, además; creo que el vestido, a mi parecer, hizo un milagro severamente ventajoso en esa jovencita.

—Por favor, no digas nada más porque haces que me sienta mal por la joven.

A mi madre no le importó su suplica.

—Reconoce la verdad, Bruna; antes parecía tétrica y desaliñada, pero tras ponerse el vestido su cuello se pintó con gracia, su rostro se embelleció de juventud y su figura...—contó mamá con empinada soltura—; su figura delgaducha cobró por fin sentido.

Bruna exhaló negando mientras se tocaba el entrecejo.

—¿Y quién es ella?

—Nadie en realidad— respondió mamá con desgana—, otra de tantas clientas.

—¿Así que irán a su boda...— dije escéptica examinadoras.

—Nos ha invitado su padre— renegó mamá.— . Por quedar bien aceptamos.

—Le hacia ilusión que fuéramos, son personas humildes y trabajadora.—dijo Bruna incorporándose.

—¿Pero por qué ustedes de blanco? Van a opacarla.

—Lo mismo dije yo, pero ella nos informó que ese era su deseo—se encogió de hombros— ¿Quiénes somos nosotras para discrepar? Aunque recordemos que este color no es de todo blanco, es beich.

—Se nos hará tarde, hay que irnos, Bruna.

—Desde luego.

Ellas se fueron.









Pasaron tres días desde la tormenta y la tos había amainado, caso contrario de las heridas en la espalda. Estás me dolían pero a comparación del primero día iban mejorando de apoco.

Me la pasé en cama y no recuerdo haber salido fuera de mi habitación. Papá siempre se paseaba cuando dormía antes de irse a trabajar y mamá me llevaba el desayuno para así comer juntas. Ella me hablaba de lo que haría ese día y a quienes visitaría

Mama fue atenta conmigo, tanto que me parecía un sueño.

Me arreglaba el cabello cuando me veía despeinada y me limpiaba el rostro con paños alegando que estaba enferma pero que no era una moribunda, que me veía linda a pesar de todo aún con la ausencia de color en mi rostro.

Sino fuera por sus deberes papá y mamá estarían todo el día conmigo. Me sentía bastante atendida por ellos. Pero el único que no se había presentado a verme había sido Jonathan y eso fue un tanto decepcionante por qué hasta Mohamed, que es un completo disimulado, me había visitado, aunque brevemente , pero lo había hecho.

A Darwin lo excusaba porque había preferido no contarle lo que me había pasado y mamá estuvo de acuerdo.

No tuve señales de Jonathan hasta esa madrugada.

A lo lejos escuchaba susurros envueltos de un tono conocido. Luego un tamborileo de dedos constante y demasiado chocante empezó a sonar, tanto que me provocó aflicción. Luego de un corto tiempo éste cesó y un sofocante silencio me ahogó en penumbra y frio.

Un suave escalofrió se alojó en mi mejilla para después acabar en nada.

—No me gusta preocuparme por cuestiones que no deben causar agobio—escuché decir en un nebuloso tono que me hacia dudar de lo que escuchaba a lo lejos—, tu no causas queja, sin embargo; al final lo hiciste.

Sentí un calmado tacto serpentear por mi mejilla nuevamente y acabar en mi barbilla. Me revolví entre el sueño, incapaz de saber en qué lugar me encontraba, si en la serenidad del cuerpo dormido bajo la fría noche o con los sentidos despiertos.

—Recordé una terrible pérdida de hace muchos años con tu desaparición, una irreparable.

Hubo silencio que duró varios minutos, el cual me hizo pesar que todo había acabado y que al final solo me encontraba navegando en aguas que al siguiente día no recordaría.

Cuando pensé que no escucharía más, su vos resurgió.

— ¿Sabes que se siente que te toquen corazón con agujas invisibles? Claro que no lo sabes, no lo sabes porque nunca lo has entregado, y en parte soy autor porque me he encargado de alejar a quien no te convenga.

Me sentía mareada.

¡Despierta! ¡Despierta!

—Me crees un frívolo sin corazón, uno que se alimenta de indiferencia y burla, bueno quizás sea cierto, pero hay algo dentro de mí que me hace refugiar una menuda esperanza.

Mi respiración era lenta, me costaba respirar. Sentía el rostro en la supervive del agua y que todo mi cuerpo yacía cubierto sin poder salir. Me ahogaba.

— ¿No es del corazón donde descienden las maldades, los delitos y los malos pensamientos? Querida, yo poseo una parte de todo eso.

Me atraganté con agua. Tosí y tosí.

—Te digo que al final si poseo uno, lo tengo y éste ha estado matándome desde esa maldita tormenta.

Esa voz me ahogaba.

Luego sentí algo posarse con cuidado sobre mi frente y como era suspendida a modo que el aire penetrara en mis pulmones . De a poco, la fuerza se animó a seguirme por lo que apenas logré, cuando abrí los ojos, ver al hombre perderse tras la puerta.

Al final el sueño me domó y volví a dormir.

****

Al día siguiente al despertar lo primero que mis ojos vieron fue un caballete a orillas, sin tocar el borde de la cama. Me quedé pasmada ante el reflejo de la pintura que sostenía. Miré hacia la puerta pero en eso descubrí a Teresa dormida sobre un diván al lado de la ventana, casi oculta por las cortinas.

Me vi tentada a despertarla y preguntar por el caballete pero cesé ante la idea debido al sueño profundo en el que ella se encontraba.

El cuadro mostraba una situación embarazosa de la que a cualquiera induciría a reír. Tras verla supe de quien se trataba pero no entendí por qué me la mostraba y en ese momento. ¿Creyó que un momento de risa y burla, contra mi persona, me alegraría el día? Pero equivocado estaba, ¡Claro que no!

—No cesa de burlase de mí, me humilla cada que puede con sus bocetos.—dije frustrada mientras tomaba una infusión caliente de hierbas.

—¿Cómo sabes que eso es lo que intenta?—Papá enarcó las cejas sosegado al tiempo que se cruzaba de brazos.—. Quizás solo desea sacar de ti una sonrisa, una que haga que olvides que estás enferma.

—¡Es Jonathan, papa! Siempre me toma de jugarreta cuando está de visita, ya estoy cansada y me niego a seguirle más el juego.

El consideró mis palabras en silencio, luego asintió y añadió:

—Si es así como piensas, entonces no hablaré más en su nombre sino en el tuyo—, sentenció con una seriedad innata, avasallada de intención y autoridad, una que me fue difícil creer— le diré que cesé y te vea como una adulta, que desista a los retratos coloridos y que olvide las bromas contigo.

—¿Hará eso?—dudé.

—Si es serio contigo le pediré que lo sea aún más.

—No pido que cambie del todo, papá— dije sintiéndome extraña por el rumbo excesivo de sus palabras.

—Que olvide los obsequios y esos libros...

—¿Que?—me vi sorprendida ante mi sorpresa.

—Así como los paseos y las anécdotas sombrías que a veces te cuenta. —siguió diciendo.

Me sentí extraña.

—No caigamos en exageraciones porque es imposible pedirle al sol que de él mane agua.—exclamé trastornada renuente a seguir escuchando semejante cosa.—Jonathan es Jonathan, él no puede ser otro, dejaría de ser él para ser un desconocido

Papá me miró entonces expresivo, con un destello jovial en los ojos. Se sopló rostro con el sombrero y luego a mí. Me sonrió y antes de incorporarse añadió lo siguiente:

—Te he atrapado, querida— se encogió de hombros sonriente—, tu hermano muestra su sentir hacía ti de diferente manera a tu otro hermano, amas los dos lados de la moneda y por más que murmures por uno de éstos no podrías vivir sin el faltante.

No pude hablar, me quede con palabras deformadas en la punta de la lengua. Exhalé sonoramente.

Papá se inclinó hacia mí dejándome un beso en la frente. Se puso el sombrero con el que se identificaba con sus trabajadores en la tierra y el pastoreo.

Cuando estuvo a punto de perderse tras la puerta lo frené con mis palabras.

—Yo amo a mi hermano y eso nunca cambiará, aún si éste se empeñe a hacerme la guerra.

—Entonces trataré de traer la paz a tu país, querida.





****



—Teresa, ven y péiname, porque quiero sentir fresco el cuello y que la brisa sople ahí.

El calor que expandía era estremecedor, me había cansado de la cama y las sabanas las cuales me fundían en sudor. Las ventanas estaban abiertas y las cortinas apretujadas a los lados dejaban que la luz quemara toda la estancia.

El día pintaba un brilloso paisaje, cubierto de esplendor y viveza. Arrastré con cuidado una silla frente a la ventana descubierta y solté mi cabello de la liga. Me despojé de los zapatos y las calcetas para después subir los pies y así poder abrazarme a las rodillas.

Me sentía mejor cada vez, mi respiración había progresado, los golpes en la espalda sanaban a paso lento y mi pierna mejoraba mientras los moretes se tornaban de distinto color.

—Esta mañana, cuando usted dormía, fui con juanita al mercado a comprar hierbas y mantas.— comentó Teresa comenzando a cepillar mi cabello.—. Después fuimos donde unas conocidas suyas.

—El aire mañanero es bueno—dije animosa—, de seguro te sientes despejada y alegre.

—Más bien sorprendida.

—¿Sorprendida?— dije tranquila viendo el verdor más allá de la ventana—. ¿De qué o qué, Teresa?

—De la veloz capacidad con la que vuelan las palabras, ¿En qué momento se ha hecho saber con tanta energía? Me dije callada mientras escuchaba a esas mujeres.

—¿Ah, sí?— dije atenta a sus palabras.

—Ellas hablaban de usted y lo hacían con una malicia que me ha enojado mucho, deseaba defenderla con todas mis fuerzas pero, ¿Quien escucharía?

—¿Y qué decían de mí?— pregunté rígida sin poder evitar enderezarme y subir mi mentón, orgullosa.

Teresa dudó por un momento en hablar, pero al final terminó haciéndolo.

—Decían que una muchacha sin pretendiente a la vista y sin cortejo ansiado de seguro añoraba naturalmente ser amada a hurtadillas...

—¡¿Que?!— me giré a verla.

—...y que inventar un accidente no era cosa difícil para alguien con dinero a disposición.

—¡¿Cómo se atreven?!

—Le han culpado de crueldad por el accidente que sufrió su "amado" al ser sorprendido por un rayo.

Me ardió la sangre y mi corazón no resistió tanto engaño. ¿Pero qué amado y que rayo?

—¿Pero que se han creído?— me levanté ansiosa, gravemente indignada —¡Yo fui atacada y golpeada por un delincuente! No estuve mostrando las orillas hacia arriba de mi vestido, ¡gente desquiciada !

Deslicé las manos por mi cabeza y las deje ahí. Cerré los ojos y respiré lentamente mientras me pegaba al pared.

—Yo deseé cerrarles la boca, hacer que se tragaran sus palabras.

—Si no pudiste defender mi nombre, Teresa— dije sin moverme— dime al menos que Juanita lo hizo.

—Si, ella lo hizo junto con un grupo de vecinos ancianos—respondió Teresa deprisa.—. Mientras ellas echaban cizaña otros agregados a la enérgica conversación murmuraban de que debía ser el bandido de las tardes quien había vuelto acechar.

—El bandido de las tardes...— repetí abriendo los ojos, asqueada e incrédula.—¿Así le dicen? ¿Ya ha creado un título por sus hechos?

Ella asintió avergonzada, como si fuera su culpa.

—Si, usted no es la primera, ya ha atacado a otras personas pero no seguidamente.

Me quedé callada, meditando. Volví a sentarme en la silla animando a Teresa a terminar con mi cabello.

—Teresa.

—¿Si?

—¿Cómo es que se ha sabido de mí?—pregunté distraída en la ventana—.¿Cómo ha salido la noticia?

—Bueno, eso es difícil de saber,— se rascó la cabeza pensando—. Aquí trabajan muchas personas y quizás a alguno se le ha salido como conversación natural.

—Teresa, sabes que soy callada y que tiemblo ante extraños pero— exhalé mientras negaba con impotencia—, no tienes idea de cuánto deseo escuchar una venenosa murmuración a mi espalda, porque de escucharla creo que de furia perdería la cordura y mi educación para pasar a exclamar mi aversión y declarar con vehemencia la muerte de mi posible agresor.

Teresa enarcó las cejas sorprendida.

—Ojala no esté yo cuando eso ocurra, Gretel.

—Ojala, Teresa— dije absorta por el peso de mis propias palabras— . Termina de peinarme, quiero dormir...

****





Estaba acurrucada, aferrada con placer a la sabana y a la almohada. El silencio de la madrugada era lo mejor para degustar el sueño y matar el cansancio. El suave frio y la calma me procuraban un ameno descanso y un sueño imaginativo que no lograba culminar.

Soñaba con rosas, un camino plagado de ellas. Yacía descalza, enfundada en un vestido dorado con listones blancos, mi cabello se veía abundante y alborotado por la fresca brisa que me cernía. Sonreía, cantaba y saltaba, parecía feliz.

Parecía que no conocía otra cosa que alegría. Me vi como una niña, sin queja y sin preocupación. ¿Podía, acaso, desvanecerse esa bella ilusión?

De pronto mis pasos exclamaron dolor a cada zancada, fue entonces que descubrí que mis pisadas caían en espinas y no en pétalos. El día luminoso colmado de viento cálido desapareció para convertirse en negrura y desolación.

Mis pies sangraron mientras una fuerte ventisca amenazaba en sucumbirme en el barro. Lloré al verme sola y con miedo. Grité por auxilio pero nadie escuchaba mis miedos. Sentí un revuelo en mi pecho, una razón que a conciencia no supe después discernir.

Cerré los ojos y me dejé caer sobre mis rodillas. Me di cuenta de mi error por lo que humillada y necesitada alcé el rostro al cielo y con todas mis fuerzas grité:

—¡Ahora lo sé, ahora lo sé!—vociferé golpeando mi pecho a puños—¿Puedes escucharme? ¡Ahora yo lo sé! ¡Ya lo sé!

Gretel... Gretel... Gretel...

Me sacudió un temblor y una sorpresiva manta de realidad me abrasó. De golpe abrí los ojos consternada y nerviosa. El corazón me daba jirones de miedo.

En ese momento me vi sujetada de los hombros por alguien, el cual no podía ver debido a la oscuridad que llenaba la estancia. Me invadió una ola tremenda de pánico que lo único que hice fue gritar y alejarme desesperadamente de la figura.

Me odié al momento en que me atrapó y tapo mi boca con su mano.

—Basta, quédate quieta que soy yo...— susurró.

Esa voz... Jonathan.

Deje de insistir para quedarme tiesa.

—¿Qué es eso de " ahora lo sé"? ¿Qué sueños son esos?

Parpadeé confusa alejándome a la orilla de la cama.

—¿Qué haces aquí?— miré hacia todos lados buscando luz, pero no la encontré.— ¡Es de madrugada, Jonathan! No empieces.

—Tranquila, no vine robarte el sueño...

— Ya lo hiciste, literalmente espantaste mi sueño y las ganas de seguir durmiendo.

—¿Que espanté tu sueño?—dijo escéptico— Por como gritabas no me lo pareció, digamos que te he salvado de una feroz pesadilla.

—¿Qué quieres?—solté con desgana.

El suspiró consonante mostrando con este aliento una fuerza de dominio la cual empleaba cada que vez deseaba mostrarse sereno y no enviar a nadie al diantre.

—Vengo a proponerte que pases esta mañana conmigo.

—¿Tienes fiebre, hermano?

—Vamos, Gretel; abraza el clima bueno cuando éste está—dijo—. Aprovéchame cuando soy disfrutable porque cuando la sombra nubla mis ojos es cuando más te veo apegada a mí, ¿Por qué no hacerlo cuando el sol brilla?

—¿Apegado a tí? ¿Te has escuchado?— dije descreída mientras me arrastraba fuera de la cama.—. En tu enojo me veo arrastrada a complacer todos tus caprichos con tus ideas sin gracia; no te busco tú lo haces por lo que al final termino como una tonta.

—Entonces déjame hacer algo al respecto, permíteme ilustrar nuevas memorias en esa mente tuya.

—¿Y cómo pretendes hacerlo?—pregunté viendo nada más que oscuridad.

—Para empezar ponte un vestido ligero, uno que odiaría nuestra madre que lo viera puesto en tí.

—¿Que?

—Después, ve al corredor trasero en silencio, ahí estaré esperándote.

Escuché que él se levantó y luego sus pasos sonaron. Cuando la puerta hizo el sonido al abrirse él volvió añadir:

—Si el sol se ha puesto en el cielo y nos has llegado, entonces no me busques porque ya no estaré, así que mejor hazlo rápido.

Y se fue cerrando sin ruido alguno..

Me quede quieta sin un pensamiento claro en la mente. Miré la nada envuelta en oscuro silencio cuando por fin sus últimas palabras me obligaron a moverme.

***



Con pasos sigilosos salí de mi habitación, me apresuré esperanzada debido a la envolvente penumbra que llenaba los pasillos. Apenas si me sujete el cabello, el cual estaba hecho jirones con mechones sueltos y una trenza aflojada.

Las lámparas de las paredes parpadeaban y otras se apagaban de a poco. Mientras me acercaba no pude de tanto pensamiento concebir una idea clara de lo que trataba de hacer Jonathan a esas horas y debido a esa ansiedad apresuré todavía mas mis pasos.

Abrí una de las grandes puertas que llevaba al corredor trasero, en el momento en que dí un paso fuera el sereno frio y mañanero me llenó de los pies a la cabeza. Me refugié en el calor de un chal rojo que apenas pude elegir entre tanta urgencia.

Todo se veía sólido, solitario y oscuro. El cielo yacía vestido de tenebrosidad. En las alturas las nubes desfilaban con aire apresurado e imparable, alejándose.

Los colores vivos de los jardines de mamá se veían opacados, los arbustos parecían simples sombras como nubes negras en el cielo, las montañas a lo lejos apenas si lograba identificarla entre el parecido contraste con el firmamento.

La neblina danzaba en el aire colmada de movimientos lentos y constantes.

Entre toda ese ambiente descubrí una figura, en una esquina y recostado sobre el soporte de la galera. De sí descendía humo el cual se unía con el sereno que después desaparecía.

Me acerqué lo suficiente para descubrirlo, estaba sentado sobre los escalones, con los ojos cerrado y con un cigarro, para mi desagrado, puesto en la boca.

—Ya estoy aquí.—Dije en un murmullo.

—Me doy cuenta—soltó una corriente de humo por la boca.—Andando, entonces.

Se incorporó y pisó bajo sus pies la colilla de cigarro. Tomó una cesta con tapa que no había visto y se echó a caminar sin siquiera avisarme. Lo seguí entonces.

Nos internamos en el angosto sendero del edén de mamá. En el camino los grillos inundaron el silencio con sus cri cri cri y los murciélagos en el viento se soltaban con independencia y gracia. Seguidos la línea del muro de piedra que guardaba el colorido predio de casa de las extensas tierras de trabajo y campos.

Descendimos por una pequeña colina y salimos fuera de los límite de casa, aunque podía verla a mi espalda ésta quedaba oculta debido a la subida, la vegetación y el muro del cual salimos a través de una pequeña puerta de madera.

Según caminaba así se alejaban los establos viejos con su banca y las flores silvestres. Nos encontramos con dos caminitos, el cual uno de ellos llevaba a las montañas, pastizales y sembradíos mientras que el otro a un tupido boscaje adornado por un riachuelo.

Seguimos la curva del muro y los dirigimos camino abajo, lejos del ajetreo del trabajo.

Me detuve bruscamente a descansar apoyándome con las cintura sobre las piedras.

—Estoy exhausta, Jonathan; cansada—me quejé sin aliento— ¿Me llevas a ver el correr del agua o a lanzarme en ella?

—Si continuas hablando así, quizás si lo haga.—dijo regresando sus pasos para inclinarse conmigo en el muro.—Ya estamos por llegar.

—Al atardecer, talves.

—No apagues mi paciencia. —advirtió.

—¿Cómo tu apagaste la mía ayer en la mañana ? ¿Enserio, Jonathan; como se te ocurre terminar ese cuadro de mí y luego colocarlo en mis narices?

—¿Por una pintura pierdes la paz?— cuestionó escéptico dejando la cesta en el muro.—. Vaya que tu humor está seco.

—¡Es vergonzoso!—exclamé

—¿Por qué gritas, Gretel? Nadie se está muriendo por un cuadro.

—¡Pues yo sí!—me llevé la manos al pecho, indignada— . Me trataste de lo peor cuando empezabas a pintarlo, me hablaste de una forma horrible, me lastimaste y como consecuencia quise hacer lo mismo, pero, al parecer mis insultos no hicieron eco en tí, como siempre.

Tras mis palabras el silencio nos llenó. Pero éste enseguida se ahogó debido al cantar del ambiente tan nocturno y tan mañanero.

A lo lejos se vislumbraban hombres caminando, con machete en mano y con el sombrero colgado del cordón en el cuello. Unos con perros y otros a caballo. De pronto ellos desaparecieron para no volverlos a ver.

Suspiré pero apenas logré terminarlo cuando sentí las manos de Jonathan sobre mí. Me levantó por la cintura, y me hizo sentar en la superficie del muro rocoso.

—¿Qué haces?

—El amanecer se verá mejor aquí, luego seguiremos.

—¿Que planeas, Jonathan? Dime.

—Nada del otro mundo, claro está.— declaró indiferente.

Me rendí a volver a preguntar y me propuse no dirigirle la palabra a menos que de él saliera algo realmente valioso por contestar.

Junté mis pies que colgaban, entrelazándolos. Me encorvé ligeramente y miré hacia al frente, aburrida y bostezando.

Miré de reojo a Jonathan. Su cabello enmarañado yacía hacia atrás mostrando con amplitud su rostro. Tenía las manos en los bolsillos y la mirada fija y pensativa, apenas si lograba ver con detalle sus facciones pero a pesar de eso podía deducir, debido a la ausencia de palabras, que algo lo alejaba en silencio.

Él era un hombre serio, vestido de un carácter cerrado y pesado que a ratos, momentos bastante cortos, mostraba fragilidad y afecto fraternal. Sus sentimientos no me eran ocultos, quizá podía engañarme en disimularlos pero sabía muy bien que estaban ahí, guardados bajo una capa reforzada de hierro e inexpresión.

—¿Te agrada el amanecer, Gretel?

—Me atraen más los atardeceres.— respondí al instante.

—¿Por qué?

—No lo sé, supongo que me aterran los comienzos, empezar, dar el paso—me encogí de hombros— el final viene a mi como un descanso, me trae paz

—Que opuestos somos, entonces.

—Que verdad tan certera, hermano.— lo miré.

Él asintió a mis palabras.

—De haberlo sabido no te hubiera buscado a esta hora sino en la tarde, en la puesta de sol.

—¿No me hubieras buscado?— repetí para mí, meditando la frase. Luego, de repente recordé la figura la noche anterior en mi habitación— Jonathan, soñé contigo anoche y escuché palabras, palabras ligadas con tu voz.

—¿Ah, sí? —indagó con sequedad, sin estimulo alguno—¿Y qué escuchaste?

—No poseo la claridad de la línea de rus palabras pero, sí que sentí que estaban colmadas de impotencia y culpa—relaté tratando unir lo que había escuchado—, dijiste algo sobre la esperanza, la maldad y el corazón.

Lo miré y no encontré rastro alguno de expresión que delatara algo a lo que aferrarme.

—Me pregunto si de verdad he soñado o si tú...

— Eres una soñadora compulsiva, tus arrebatos y quehaceres sin culminar te llevan a exclamar lo que sientes en sueños—interrumpió con burla, una que sentí que ni él podía creer no sostener.

Lleve la mirada al cielo, irritada.

Me armé de valor entonces.

Estiré sin previo aviso la mano para apretar su hombro y dejarla ahí.

—Jonathan, deseo algo ahora mismo y quiero que me complazcas.

—Pues abre la boca y pídelo.—dijo sin más.

—Dime la verdad—dije sin aliento.

—¿Verdad?— enarcó las cejas, impasible.

—Sí, la añoro; quisiera que me abrieras tu corazón y así conocer tus sentires, Jonathan; los bellos y los tristes—expuse medio tremulante pero decidida—. Desearía tener tu confianza, me encantaría ser de las primeras a quien llamas por cuestiones de gozo o aflicción, yo... yo quisiera ser más cercana a tí y tú a mí, y mucho.

Él asintió, y con aire pensativo fue inclinando la mirada hacia abajo. Su silencio de pronto me llenó el pecho de esperanza, porque parecía, según su perfil reflexivo, que consideraba lo escuchado.

Pero pronto hubo un pero.

—Vaya—Él sonrió de repente, dejando entrever un brillo sarcastico en los ojos— ¿No quieres mi alma también?

Mi ánimo se desplomó en un segundo.

—¿Por qué eres así?—cuestioné indignada.

—Pides demasiado, querida.

—No me rendiré—negué con firmeza.

—Ese es tu problema.

—Se lo que escuché y sé que fuiste tú, en persona y en un sueño, hablándome mientras yo dormía.

—Lo que tú digas, hermana.— exhaló cruzándose de brazos y ajustándose la boina.

El dorado amanecer se dejó ilustrar en el cielo, dejando entrever la lumbrera mayor en suaves llamas en el plano del horizonte. Los campos se fueron iluminando, bebiendo color y calidez, mientras que los rayos crepusculares se filtraban con danzas en los espacios de los grandes ramajes de los árboles, formando una imagen hipnótica a la vista.

Las aves no se quedaron atrás, porque éstas cantaron recibiéndolo y formando una magnifica función en los aires y copas de los árboles.

La suave brisa se coló por mi cabello, levantándolo.

—Sigamos, Gretel.—dijo él separándose del muro.

Dio unos pasos fuera hacia el sendero y luego se volvió a verme. Entonces me encontró inmóvil, observando vagamente el amanecer, rígida, mientras entrelazaba los dedos sobre mi regazo.

—¿Seguimos, Gretel?

—No le hayo sentido a tu invitación, claramente te resulto insoportable.

—¿Armando teorías?—enarcó las cejas, incrédulo.

—No—lo miré—, exponiendo la verdad, lo que es.

—Eres una criatura libre, piensa cuanto quieras.— me dijo al tiempo que echaba de ver que había olvidado la canasta en el muro

—Definitivamente el sol no brilla en tí, por lo tanto eres un mentiroso.

—El sol se está quemando ahora mismo, Gretel— corrigió, tornando el tono desabrido de su voz a uno más blando—, y éste despide llamaradas ardientes muy dentro de mí, explotando en algarabía y excelente buen humor.

Resoplé extenuada a sus palabras.

—Debo tener algún defecto en los ojos, porque claramente no veo nada de eso.

—¿No será porque te afanas en verme con ojos carnales, de juicio y escarnio?—me miró

—¡Ahora soy la villana! ¿Cómo es que he podido estar aquí contigo en lugar de estar lo bastante lejos?—me apeé con cuidado del muro, indignada y molesta.

Volví mis pasos, agitada; sintiendo una corriente de impotencia el cual me hacía respirar con ahogo. Ni la brisa fresca ahuyentó el irritado calor que abulia de mí, ni el glorioso cantar de las aves reemplazar el ruidoso caos de mis pensamientos en mi cabeza.

Caminé de regreso, decidida y envarada.

—Desde aquí me parece estar viendo la figura enojada, erguida e insufrible, de la señora Arce—comentó irónico a mi espalda—, creí que era yo el que se parecía a ella.

Eso me dolió, ¿Me identifiqué con la descripción? Si, pero fue directo a mí como un balde de agua fría, calándome.

Aún así seguí caminando.

—Tan igual que creo ver la imagen rejuvenecida de ella, hermosa y altanera.

Cerré los ojos y apreté los labios, irritada.

—Pobre de mis sobrinas, pobres porque tendrán la copia exacta de su abuela.—rio.

La gota que derramo el vaso.

—¡Basta!—me giré y extendiendo la mano lo apunté airosa.— Tú, no tienes derecho a encasillarme, a ponerme en tela de burla por el mero hecho de no

satisfacerte más en obediencia, esos días sumisos ya terminaron.

Pronto estuve frente a él, erguida y con dureza.

—Nos une la sangre y el vientre que nos trajo pero, ahora las costumbres nos separan, tus costumbres.

Jonathan me sostuvo la mirada. Su rostro inmaculado, colmado de serenidad y sus hermosos ojos claros me hicieron considerar lo engañosa que podía ser la belleza externa. Él era de una belleza juvenil y sabía que éste era consciente ¿Cuantas habían caído en sus trampas, anhelando ser dueñas de esas miradas que él creaba con intención? Muchas y cegadas.

De pronto, desvió la mirada a la canasta en su mano y luego exhaló cansado.

—Me agrada la tormenta que se debate en tus ojos, te resistes a menguar—él sonrió con dicha, una que me hizo sentir extraña.

—¿Quieres engañarme, verdad?—musité con recelo.—Intentas atraparme con falsos halagos y tono suaves, no soy mas tu tonta musa sin voz como de seguro tienes por ahí.

Posó las manos por mi rostro y las dejó ahí.

—¿Mi musa? Gretel—negó deslizando los dedos por mi cabello—, nunca lo fuiste. Esa palabra es muy íntima.

—¿Intima?

—Sí, deriva para mi a un significado sucio; no soy un santo.

—¿Que he sido entonces?

—Mi hermana menor, la pequeña con la que juego y olvido.

Tragué en seco cuando me atrajo a su pecho y me abrazó. Quede atónita, tiesa. De la sorpresa no pude dar orden a mis brazos de hacer lo mismo. Su mano se internó en mi cabello y la otra en mi espalda, por lo que ví como la canasta caía en el suelo.

—No pediré que me dejes de ver como un monstruo, sin embargo; solo te pido una pizca de indulgencia cada que se pueda.

Me quedé sin habla y sin movimiento. Después de un momento se separó de mí, levantó la canasta y tomó mi mano. Y me dejé guiar por él loma abajo.





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