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11| Señora


La tétrica luz el día apenas le prestaba brillo al collar medio oxidado que se deslizaba por el cuello de la joven. Sus dedos acomodaban de diferentes maneras la delgada hilaza de metal sobre subdelegado cuello.

Le agradaba la imagen que le devolvía el pequeño espejo ovalado sobre su mano.

Quizás, con un poco de suerte, encontraría otro collar menos oxidado y más largo para así poder lucirlo sin esconder sus defectos. Se envolvería en un vestido de lino blanco y encontraría un perfume fantasioso que no existe en ningún lugar y así escurrirlo por su piel.

Tal vez, no en otra vida, en esa, esos ojos claros la verían por fin y no apartarían su mirar.

Que fantasioso era soñar.

Balanceo los pies descalzos en el aire y se volvió acomodar en otra posición. En eso pensó  en la señora Reina y como esta no escatimaría un buen regaño hacia ella por verla sentada en el muro de piedras como si nada, dando una no tan bienvenida imagen. Sin embargo; la señora se encontraba demasiado extraña sumida en su jardín por lo que no temía tal regaño.

Se le hizo extraña su postura ya que nada podía descolocarla. La consideraba una dama de piedra e inamovible. No podía permitirse creer que su decaído rostro se debía a la ausencia de la señorita Gretel, hecho que la tenia tranquila ya que había hecho una pequeña oración por ella.

La señora debía estar preocupada más por su jardín maltratado tras la tormenta del día anterior que por otra cosa.

Por el rabillo del ojo notó que alguien se acercaba. Bajo el espejo y miro que un hombre caminaba directo a la entrada a través del fango que había en el camino.

Y el hombre que no se despegaba de la entrada lo noto también por lo que vigiló todo sus movimientos hasta que estuvo cerca.

Se levanto de la butaca y lo espero.

—Buen dia, caballero ¿como puedo ayudarlo? ¿Se ha perdido?—la hostilidad del vigía fue notoria

Teresa observó con atención al recién llegado.
Era un hombre alto, no tan fornido. Su cabello era negro, bastante negro muy diferente al blanco de su piel. Llevaba un traje gris oscuro.

—Hola, buen día—dijo el hombre— Estoy buscando al señor Frederic Arce.

—¿Quien lo solicita?

—Dígale que Adrián Montero lo busca y que es de carácter urgente.

Teresa lo observo y descubrió que sus ojos eran de un color diferente, un color que pensaba no poder encontrar más que en Jonathan.

—El señor Arce no se encuentra, ha tenido un imprevisto demasiado importante pero quizá podría volver usted en la tarde si así...

Adrián negó indispuesto.

—Creo que no me entiende y sospecho que el imprevisto de Arce viene siendo como consecuencia mi presencia, su hija no está, ¿verdad? ¿quien está en la casa como para recibirme?

La expresión desconfiada del vigía cambió por una de intriga y sorpresa.

—¿Quien es usted? —hizo una mueca demasiado marcada con la nariz.

—Solo un hombre con noticias que conoce al padre de una joven enferma.

—¿Gretel?

—Así se llama ella entonces —meditó él.

El tono calmado de ese hombre era cautivador así como temerario.  Teresa entendió entonces que no era cualquier tipo por lo que se deslizó con cautela del muro.

—¿Usted sabe dónde está?—los ojos del vigía se llenaron de ansia—¿Donde?

Al no recibir respuesta el vigía reaccionó de prisa por lo que al mirar a Teresa cerca la instó enérgicamente a que fuera por la señora.

—¡Corre, Teresa! ¡Ve!

Teresa no tuvo tiempo ni de calzarse las botas.

Se echó a correr a toda prisa por lo que optó a entrar a la casa que a rodearla. En la carrera esquivó a unas cuantas dentro y por poco choca con un jarrón grande de barro puesto en una esquina.

Por instinto se llevó la mano al cuello percatándose del delgado collar, seguía ahí. Cuando salió al corredor trasero buscó con la mirada a la señora. No tenía preguntarse donde podría estar ella ya que la respuesta le era obvia, el jardín.

Antes de poder seguir, se echó el collar hacía atrás del cuello y se arropó el mismo con su cabello a manera que no fuera visible. Hecho esto se apresuró a través del jardín, sintiendo que a su paso arrastraba flores consigo. Trató que su expresión pintara alarma y noticias por lo que avivó esto al llamar a voz alta.

—¡Señora! ¡Señora!

Ya la había notado sentada en una banca pero aún así insistió en que fuera la señora Reina quien se hiciera al descubierto.

—Señora Reina, ¿donde está?

—¡Por Dios Santo! ¿Que es ese horrible

Teresa la miro de pibe rodeada de verbenas y petunias con una expresión cansada pero sin abandonar ese aire altivo en sus ojos que la caracterizaba.

Antes que ella se diera a encontrar Tersa la había observado de espalda y en completo mutismo, pensativa con un ligero atisbo de inquietud mientras giraba con sus dedos una rosa sin espinas.

Teresa pensó en lo extraño que era ver como una roca dura podía volverse en segundos solamente polvo. Se había quedado absorta, no daba fe a lo que veían sus ojos. ¿Presenciaba una figura cabizbaja en lugar del pretencioso y orgulloso de todos los días?

—¿Te vas a quedar parada ahí sin decir nada, Teresa? Dí lo que tengas decir.

Ella dio un respingo pero enseguida se calmó. Tragó saliva y habló:

—Señora, hay un hombre allá afuera y dice que busca al señor Alfonso.

—¿Un hombre?—ladeó el rostro.

—Si, pero Leroy le dijo que no estaba que él—dijo apresurada—. así que él me ha mandado a por usted.

—¿Lo habías visto antes?

—Nunca.

Reina se levantó y enderezándose con gracia abandonó la rosa sobre la banca. Teresa la siguió hasta la casa. Cuando entraron y estuvieron a punto de llegar a las puertas del salón, ella se detuvo y ladeando el rostro con voz estricta dijo:

—¿Quieres acaso sentarte conmigo y hablar con el señor?—cuestionó incrédula.

Teresa se paralizó. Y viendo la ceja enarcada de la señora negó rápidamente.

—Entonces invierte el tiempo en tus quehaceres y no pretendas hincar el oído donde nada te concierne.

—Si señora—se disculpó con un hilo de voz.

—Por cierto,—dijo tras notar algo—quítate eso del cuello que te ves ridícula.

Instintivamente, la joven se llevó la mano al cuello y bajo la mirada un tanto atónita.

—¿Que pretendes, eh? ¿Lucir diferente?—Reina negó  mientras observaba sus pies descalzos y llenos de barro—Nada de lo que te cuelgues, te pongas o hagas diferente cambiará algo en ti niña.

A Teresa le subía y bajaba el pecho y de vez en vez le temblaban los labios.

—Vete ya.

Cuando Teresa se marchó y sus pasos ya no se pudieron oír, ella retomó su andanza hacia la puerta.
Cruzó el pasillo hasta la puerta de salida principal, cuando se descubrió afuera encontró a Leroy en la entrada del muro con la mirada puesta hacia ella, este le indicó con un  gesto hacia al recién llegado. Reina desvió la mirada y encontró a un hombre de espalda hacia el muro con un pañuelo oscuro en las manos. Este se limpiaba.

Leroy carraspeó y Adrián lo miró por lo que siguió el gesto que el vigía le hizo. Se giró y se encontró con Reina al pie de la puerta mirándole con una expresión seria y nada locuaz.

Adrián se acercó sólo un poco para que su voz fuese audible y poder escuchar la de ella.

—He oído que busca a mi marido, soy su esposa, Reina Arce—se presentó sin ceremonia y sin ánimos de querer hacerlo más adelante.

—Buen día señora, Adrián Montero—se presentó rápidamente—. Mi inesperada aparición debe resultarle un poco intrusiva y maleducada...

Ella hizo un gesto con la mano restando importancia a su disculpa.

—En absoluto—interrumpió ella con aire indiferente.—Nada ha podido perturbarme, señor, ni siquiera la gran ola de carencia de mentes que me encuentro cada que salgo de mi hogar, véase libre de culpa.

—En ese caso todo obra para bien porque mi repentina visita es de carácter urgente—reveló comedido.

—Lo escucho—dijo ella

—Se trata de su hija...

—¿Mi hija?—preguntó de repente impactada, gravemente conmocionada—.¿Qué sabe usted de ella?

—Un poco indispuesta ahora mismo, señora

—¡Santo cielo!— interrumpió cerrando los ojos de la impresión.

—Mi hermana la encontró en el camino, ya caída la noche con la tormenta encima, por gracia de Dios ella está bien, aunque un poco enferma.

Ella soltó aliento por la boca lanzando una mirada al techo, irritada.

—Es que no me sorprende, el clima juega con ella como un títere, la usa, la somete—se lamentó pero enseguida recompuso su voz.—. Si tan solo no se le hubiera cruzado por la mente dar un paseo nada le hubiera acontecido.

Exhaló tocando su entrecejo.

—Ayer para mí no fue bien, vengo a casa y me encuentro con que Gretel no ha llegado y para rematar que su acompañante y amigo de mi hijo se ha marchado de presto solamente con una disculpa— explicó incrédula.

—Intuyo que el señor Arce ha estado buscándola.

—Si, como un loco—dijo ella—él y muchos otros.

—Lo entiendo.

—¿Mi hija ha hablado con usted?

—No precisamente, ella...

—¿Ella que?—el ansía fulguró en sus ojos.

—Ella deliraba a causa de la fiebre, no ha hecho nada más que padecer dolor.

—¡Escandalosa tormenta! —se lamentó para sus adentros. Caminó tres pasos a la izquierda y luego regresó al mismo lugar. —Los hijos siempre traen consigo defectos el cual los padres debemos vigilar y ciertamente mi hija se visto víctima de este.

—¿Víctima de si misma, señora ?

—No se detiene a pensar las cosas con quietud y vea el ahora.

—¿Encuentra a su hija culpable?— indagó Adrián con una seriedad imparcial.

—Demasiado ingenua e incapaz de deducir lo que se aproxima, y una tormenta ¡Por todo lo bueno! Que cosas más obvia de ver.—Suspiro rendida y se encogió de hombros—Sin embargo; es mi hija y como sea los padres estamos para ayudar y corregir sus andanzas.

—Considero que nadie en su sano juicio desea una tragedia— dijo Adrián resuelto a rescatar la inocencia de la chica doliente que yacía en su casa— hay cosas que no podemos controlar, señora, su hija ha sido una víctima del tiempo y no veo nada más que eso.

—No pienso discutir niñerías con usted acerca de mis hijos—dijo ella resuelta—Dígame, ¿donde está ella?

—Naturalmente donde nos quedamos, le llaman la Casona Mora.

—¿La Casona Mora?—la voz de Leroy respingó sorprendido —pues con razón Gretel deliraba, esa casa esta maldita.

—De todos los lugares—suspiró para su

—De todos los lugares no pudieron haber elegido mejor que ese para poder alojarnos, señora, se lo aseguro.

Ella guardó silencio un momento.

De pronto sus facciones alteradas volvieron a su estado normal. Sus labios se apretaron y sus ojos se pintaron de un brillo molesto. Exhaló tratando de evitar exponer el enojo que cundía en su interior y que apenas se lograba mostrar en sus facciones.

—Caballero le ofrecería algo de beber y le mostraría la hospitalidad de mi casa pero— negó con enojo contenido— deseo en este momento que me conduzca hacia dónde está mi hija.

—Pierda cuidado señora, he venido precisamente a eso.—respondió él con decisión.

—Excelente entonces.—agradeció con gélido ánimo.—Leroy, traiga el carruaje.

—Si señora.

<<¡Oh, Gretel! No sabes lo que me has hecho sufrir, me has quitado el sueño de tal manera que me he visto resquebrajando mis preciosas e inocentes rosas>>

—Solo espero que sepas disculparte, Gretel—se dijo para si.

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