Érase una vez, en un reino muy muy... demasiado lejano; del cual ya se ha olvidado su nombre, existía la magia. Se decía que los fundadores de aquel sitio y sus habitantes poseían corazones tan puros que las hadas los habían recompensado otorgándoles bosques encantados en dónde crecían toda clase de frutos, vegetales e incluso se cuenta que en lo profundo de estos bosques se podían encontrar plantas con propiedades mágicas; desde algunas capaces de curar toda enfermedad o dolencia, hasta algunas que le permitían a quien las consumía hacer ciertos encantamientos. En otras ocasiones, se decía que las hadas disfrutaban de utilizar su magia para cumplir los más profundos deseos de las personas.

Así había sido el caso de una joven; hija de un zapatero, quien se había quedado profundamente enamorada del Príncipe, a pesar de no tener oportunidad alguna de acercarse a él y mucho menos, de ganarse su corazón, pero un buen día un hada se presentó ante ella y le prometió ayudarla a conocer al Príncipe y no pasó demasiado tiempo para que cumpliera su promesa.

En cuanto el joven Príncipe conoció a la muchacha, quedó encantado con ella, empezaron a pasar mucho tiempo juntos y poco después se casaron y ella se convirtió en la Princesa de aquel reino.

Entonces, vivieron felices por  un tiempo considerable.

Con el paso de los años, la pareja fue coronada como los nuevos Reyes, y no pasó mucho cuando anunciaron el nacimiento de la pequeña Princesa, quien al crecer se convirtió en una hermosa joven, quien era amada por todos en el reino, era considerada la chica más dulce, gentil y encantadora. Tenía muchos pretendientes, tanto Príncipes, Reyes, Condes, que viajaban de lugares de todo el mundo con el fin de ganarse el corazón de la Princesa.

La Reina, estaba maravillada con esto; justo igual que el Rey, quienes veían la oportunidad de hacer crecer su reino y sus riquezas por medio de una alianza matrimonial, sin embargo, la Reina no tardó en notar como uno de los sirvientes parecía suspirar cada vez que veía a la  Princesa, y temiendo que algún hada se fijara en esto y decidiera cumplir el sueño de aquel muchacho, se encargó de quitar de en medio de aquel sirviente y a cualquier hada u objeto mágico que pudiese ayudarlo.

Se dispuso a destruir a las hadas, y hacerse con cada planta y objeto mágico para utilizarlos a su beneficio. Algunas de las pocas hadas que lograron mantenerse a salvo, decidieron llevarse consigo todos los obsequios mágicos que alguna vez habían otorgado, condenando a aquel reino y a sus habitantes a su inevitable fin.

Y ya que la magia no puede ser destruida en su totalidad, optaron por mantenerla lo más alejada posible de los humanos, llevándose toda esa magia a un lugar al norte, en un sitio rodeado de montañas tan altas que eran imposibles de escalar, en un bosque que ellas mismas habían hechizado para que en caso de que alguien lograse derrotar a las imponentes montañas, el terrible bosque terminaría con esa persona antes de que siquiera pudiese acercarse a una pizca de magia. 

Ese lugar era conocido como Silehanna y a lo largo de los años, muchos habían sido los que han intentado llegar hasta ese lugar, sin embargo, nunca nadie había regresado de aquella aventura.