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Víctima 3

Kira

Hoy es el día...

Cierro mi cuaderno con decisión y lo coloco con cuidado sobre la mesa de estudio, asegurándome de dejarlo en un lugar visible. Observo mi habitación, desordenada y llena de ropa tirada sobre la cama. Sabiendo que mi padre no se preocupará por ello, me tomo el tiempo para organizar cada prenda y dejar todo impecable.

Decido vestirme de manera práctica y cómoda. Opto por un short de mezclilla, una blusa sencilla y encima una chaqueta negra que me brinde algo de protección contra el viento fresco. Recojo mi cabello en una coleta alta y me calzo unas botas resistentes, listas para enfrentar cualquier obstáculo que se interponga en mi camino.

Agarro mi mochila y comienzo a colocar en ella todos mis libros. Aunque no son muchos, son mi tesoro y no puedo permitir que mi padre los desprecie o los deje pudrirse en este lugar. Los acomodo con cuidado, asegurándome de protegerlos de posibles daños durante mi travesía.

Con determinación, me dirijo hacia la ventana de mi habitación, caminando con paso apresurado. Al ser solo un segundo piso, sé que puedo hacer uso del árbol que se encuentra frente a mi ventana. Es mi vía de escape rápida y silenciosa.

Antes de aventurarme, miro hacia atrás, asegurándome de que no haya señales de mi padre, quien seguramente estará sumido en su estado de embriaguez.

Cojo impulso y me agarro de una de las ramas del árbol frente a mí, me balanceo un poco, soltando mis manos y cayendo agachada en el césped. Gruño del dolor porque la caída provocó que mi tobillo derecho sufriera las consecuencias.

Pese al dolor, me obligo a seguir adelante, sabiendo que no puedo detenerme ahora.

—¿Kira? —me sobresalto al escuchar una voz masculina a mi lado.

—¡Joder, Mack, me asustaste! —exclamo, sintiendo cómo mi corazón se acelera por el susto. Él se ríe y me ofrece su ayuda para levantarme.

—¿Quién te manda a caer del cielo justo cuando paso por aquí? —bromea Mack, tratando de aliviar la tensión en el ambiente. Me obligo a sonreír, agradecida de que esté allí para ayudarme.

Intento seguir adelante, tratando de evitar la pregunta incómoda que todos parecen hacerme desde el día en que recibí la devastadora noticia de que mi madre había fallecido en el quirófano. Pero mis esfuerzos son en vano.

— ¿Cómo estás? — esas palabras son como balas para mi corazón. A veces me pregunto si las personas no se dan cuenta de lo mucho que duelen esas palabras.

— Estoy bien — Mentira...

— Me encanta ver esa sonrisa en tus labios — Es falsa...

— Gracias... pero debo irme ya — digo, dando a entender que tengo prisa por marcharme. Estoy a punto de girarme para alejarme, pero Mack me sujeta del brazo, deteniéndome.

— ¿Y esa venda en tu muñeca? — Me suelto de su agarre y le frunzo el ceño.

— Me quemé mientras cocinaba. — No me creas. Estoy pidiendo ayuda a gritos...

— Emm... vale. — Iluso — Por cierto, vas a ir a la fiesta de Rocío hoy ¿verdad?

Suspiro, sintiendo el cansancio acumulado en mi cuerpo y en mi espíritu. No creo que pueda soportar otro evento superficial y lleno de falsedad, pero decido no luchar contra las expectativas de Mack.

— No creo que pueda. Tengo algunas cosas que hacer — respondo, sin darle mucha importancia al asunto.

— Venga, no puedes faltar. Rocío es tu mejor amiga, ¿no? — Mack insiste, sin darse cuenta de las complejidades de esa supuesta amistad.

— Si — No. Sé que ella se ríe de mí a mis espaldas y me toma como un punto, una persona débil y tonta. Pero cuando está conmigo dice que soy "su mejor amiga", cuando todos sabemos que no es así.

Pero es más fácil jugar el papel que se espera de mí.

— Entonces tienes que ir — exclama Mack hiperactivo y yo desisto cansada.

— Vale, voy a ir — Total, para esa hora ya no voy a estar en este mundo — Pero ahora me tengo que marchar, que estoy apurada — digo y esta vez si le doy la espalda y emprendo mi camino, no sin antes escuchar sus palabras.

— ¡Nos vemos esta noche!

Lágrimas comienzan a formarse en mis ojos y las dejo salir sin compasión. Dicen que llorar es de débiles, pero no es cierto. Llorar es otra forma de expresarse, ya sea de felicidad o de dolor.

Me seco las lágrimas antes de entrar en la Oficina de Correos.

La campanilla suena al abrir la puerta, anunciando mi llegada al lugar. Una mujer de unos treinta años, con cabello rubio y una sonrisa amable, me saluda desde detrás del mostrador.

—Buenas tardes, ¿en qué podemos ayudarla? —me pregunta con amabilidad, ofreciéndome su atención.

—Quisiera enviar estos libros, pero necesito una caja y comprar los sellos, ya que no tuve tiempo de hacerlo con anticipación —explico, colocando los libros con cuidado sobre la mesa frente a ella.

La mujer asiente con comprensión y se agacha un poco para buscar una caja adecuada. La coloca sobre la mesa, ofreciéndomela.

—No hay problema. Aquí tienes una que puedes utilizar —dice con amabilidad—. Y los sellos los puedes comprar allí —añade, señalando hacia un señor que se encuentra detrás de un buró en el otro extremo de la oficina.

Le agradezco su ayuda y me dirijo hacia el señor para comprar los sellos. Me aseguro de tener todo lo necesario para enviar mis libros de forma segura. Una vez que tengo los sellos en mi mano, regreso a la dependiente y le entrego la caja con los libros guardados.

—Ya está —digo, buscando mi billetera para pagarle el costo del envío. Mientras espero, pienso en lo que acabo de hacer y siento una mezcla de tristeza y alivio—. Ahí se van mis más preciados tesoros... —susurro para mí misma, recordando el valor que esos libros tienen para mí.

Le entrego el dinero a la dependiente y le doy la dirección a la que deben enviar los libros. Agradezco una vez más su ayuda y salgo con lentitud del lugar, dejando atrás mis tesoros literarios, confiando en que llegarán a su destino de manera segura.

Voy caminando a paso lento por las calles, consciente de que esta es la última vez que disfrutaré con plenitud de la luz del sol, los murmullos de las personas y el sonido de los carros que pasan a mi lado. Siento el viento acariciar mi rostro, trayendo consigo una sensación de nostalgia que se apodera de mí. Cierro los ojos por un momento, tratando de capturar cada detalle en mi memoria, sabiendo que serán recuerdos fugaces.

Ha llegado el momento de enfrentar la realidad que me ha abrumado durante tanto tiempo. 

Fueron muchas noches que me decía a mi misma "voy a dormir" y me quedaba despierta pensando en lo injusta que ha sido la vida conmigo mientras lloraba sin parar.

Pero llega un punto en el que uno se cansa. Se cansa de las promesas rotas, de las amistades superficiales, del amor que se desvanece y de la vida en general. 

Es el momento cuando uno se deja ir y ya no espera nada.

Así que me he llenado de valor y he tomado una decisión definitiva.

Hoy es el día en el que voy a acabar con mi existencia.

Y no me considero una persona cobarde, al contrario, me considero alguien valiente, porque para tomar una decisión como esa, hay que tener valor.

La estación de trenes se encuentra a lo lejos, y camino hacia ella con paso apresurado. Observo mi reloj y noto que el próximo tren llegará a las 4, lo que significa que debo esperar unos diez minutos.

Decido sentarme en uno de los bancos más apartados de la multitud, buscando un rincón tranquilo donde pueda sumergirme en mis pensamientos. Coloco los audífonos en mis oídos y selecciono una canción, una de las últimas que escucharé en mi vida.

Cierro los ojos mientras la letra de All I Need de Within Temptation, retumba en mis oídos.

La letra se entrelaza con mi dolor y no puedo evitar que las lágrimas fluyan de mis ojos. El dolor en mi pecho es arrollador, una sensación tan intensa que a veces siento como si hubiera alguien dentro de mí, desgarrándome las entrañas. Y es precisamente a ese dolor al que quiero poner fin.

Las personas que se quieren suicidar no quieren terminar con su vida, sino con el dolor.

De repente, mi teléfono emite un sonido de notificación, rompiendo el silencio del momento. Frunzo el ceño mientras me seco las lágrimas, confundida por lo que acabo de leer en la pantalla.

Número Desconocido: "Me encanta verte llorar"

Un escalofrío recorre mi espalda. ¿Alguien me está vigilando?

Mis ojos escudriñan el entorno, buscando cualquier indicio de alguien que tenga un teléfono en la mano. Trato de analizar a cada persona que me rodea, pero es una tarea casi imposible entre las cerca de cincuenta personas presentes en la estación. La incertidumbre me consume, sin poder determinar quién podría ser el remitente de ese mensaje perturbador.

Yo: "Quién eres"

Levanto la vista y noto que el tren acaba de llegar a la plataforma. Me apresuro a quitarme los audífonos y un suspiro de frustración escapa de mis labios al ver que son las 4:01. Por apenas un minuto he perdido la oportunidad de subir al tren.

Ni para suicidarme sirvo. Ahora tengo que esperar una hora más aquí.

En medio de mi desesperación, mi teléfono emite otro sonido de notificación.

Número Desconocido: "La persona que acaba de salvarte la vida"

Un escalofrío recorre mi cuerpo nuevamente. ¿Cómo puede alguien saber lo que vine a hacer aquí hoy? Mis pensamientos suicidas han sido un secreto guardado en lo más profundo de mi ser, incluso los seres más cercanos a mí no están al tanto de mis intenciones.

Yo: "¿Perdón?"

Número Desconocido: "No pares de llorar, me gusta ver tu sufrimiento"

Yo: "¿Quién te crees que eres?"

Número Desconocido: "Tu futuro"

Al leer esas palabras, una sensación de paranoia se apodera de mí. Siento como si una mirada penetrante estuviera fija en mí, observándome desde algún rincón oscuro de la estación. La sensación es abrumadora, y un escalofrío recorre mi espalda, poniéndome en alerta máxima.

Levanto la vista y justo al otro lado puedo ver una figura masculina con una capucha mirándome fijamente mientras con una de sus manos me saluda.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral y un instinto de supervivencia se apodera de mí. Me levanto con rapidez, dispuesta a escapar de allí, pero el hombre se interpone en mi camino, bloqueando la única salida disponible.

Mi mente se acelera mientras busco una vía de escape. Entonces, mis ojos captan un destello de esperanza. Un tren se encuentra a pocos metros de distancia, con sus puertas abiertas. Sin pensarlo dos veces, corro hacia él y logro subir justo antes de que las puertas se cierren detrás de mí. Respiro, aliviada de haber evitado a aquel hombre.

Sin embargo, mi alivio es efímero.

Miro hacia atrás y veo cómo el hombre de la capucha se acerca a mi vagón. La adrenalina se dispara dentro de mí y tomo una decisión impulsiva. En el próximo andén, me bajo del tren y comienzo a correr por las vías. Me adentro en la oscuridad del túnel, mis pies moviéndose, sin detenerme en ningún momento.

El tiempo parece distorsionarse mientras corro sin cesar por el laberinto de rieles. Mis piernas se sienten pesadas y mi cuerpo está agotado, pero sigo adelante, impulsada por el miedo y la determinación de sobrevivir.

Después de un tiempo incierto, decido tomar un breve descanso. Me aseguro de que nadie me esté siguiendo y me dejo caer al suelo, recuperando el aliento.

De repente, la tierra bajo mí comienza a temblar y un estruendo ensordecedor llena mis oídos. Me incorporo y veo cómo una luz se acerca, haciéndose cada vez más brillante. Es el próximo tren que se acerca a gran velocidad.

El corazón me late desbocado en el pecho mientras observo cómo mi vida pasa con rapidez ante mis ojos, como si las imágenes se reprodujeran en una proyección de diapositivas. Nunca pensé que presenciaría algo así en la vida real.

En ese instante, me doy cuenta de que no quiero morir. Es demasiado tarde para arrepentirme, ¿verdad? Cierro los ojos con desesperación, esperando el impacto inminente del tren, pero el golpe nunca llega.

Todo pasa muy rápido.

Unas manos me levantan del suelo.

Puedo sentir el tren pasar justo a mi lado.

Me aferro al cuerpo de la persona que me sostiene.

Siento mi respiración agitada y mi cuerpo temblar.

El estruendo del tren se desvanece y, poco a poco, abro los ojos, encontrándome con la mirada del hombre de la capucha.

Me tenso en el momento en que nuestras miradas se encuentran. Voy a gritar, pero siento una punzada en el cuello a la par que un líquido comienza a esparcirse dentro de mí.

El desconocido sujeta mi cabeza contra su pecho y comienza a acariciar mi cabello con suavidad.

— Silas está aquí para protegerte... — son las últimas palabras que escucho antes de caer en un sueño profundo.

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