Capítulo único
El amor no tiene límites. Es infinito. Ya sea en el reino de los vivos o en el reino de los muertos; es un sentimiento eterno, que traspasó todas las barreras que lo impidió florecer y dar frutos.
Así como pasó con Manuel y Minerva.
Aquella pareja con locura se amó; los pequeños ratos que estaban juntos era un paraíso, Minerva era diez años más joven que Manuel; ella joven e inocente lo encontró a él vagabundo en sus pensamientos en el parque y gracias a ese encuentro un sentimiento apareció.
Pero tardaron un poco en declararse su amor, sus cabezas chocaron esa noche y ella de atrevida un beso le robó.
Minerva a pesar de su joven edad, estaba muy enferma y a punto de morir, la castaña oculto ese hecho al hombre que amaba sin fin; pero lo que ella desconoció era que su gran amor. Manuel. Tuvo una operación, en donde intercambiaron su corazón por otro más sano, porque el de él estaba muy dañado.
—¿Qué es lo que me tienes que decir, amor? —preguntó Manuel con aflicción. Con las manos entrelazadas con las de ella.
—No es nada cariño, mejor olvídalo —negó.
Juntos por varios minutos, en silencio, mirándose con deseo permanecieron en el sofá de su apartamento; no era mucho el tiempo en que empezaron a vivir unidos en el mismo aposento.
Mientras sus pensamientos alborotados quisieron revelar todo los secretos, sus bocas siempre estaban en silencio; hasta que su hora de dormir llegó, ella por un lado y él por el otro, para finalizar con un pequeño toque de sus labios al despedirse y decirse una vez más “Te amo”.
La mañana llegó junto al la alarma que sonaba como un gallo.
—¡Minerva! —gritó repetidas veces preocupado, asustado y afligido.
Manuel llamó con nervios a una ambulancia, dijeron que estarían ahí en quince minutos; pero él se desesperó, la tomó en brazos y comenzó a correr. Al llegar al centro médico más cercano, los espectadores lo miraban alarmados, una enfermera le brindó su ayuda, pero ya era tarde; el cuerpo de la castaña estaba ahí, pero su espíritu no. Ella murió.
El nuevo corazón de Manuel estaba devastado; en el funeral sus ojos no estaban ahí, sus funciones normales permanecieron, era claro que el estaba con vida; pero su cordura se quebró y se convirtió en un títere del trabajo; adicto a lo monótono.
—Minerva. Sin ti, mi hermosa luna, no tengo razón alguna para existir; cuanto anhelo estar a tu lado y dedicarme a la poesía, solo para que tú seas mi musa, mi alegría —musitó melancólico; bebiendo en lo que hace unos días antes, había sido su nido de amor.
Los lamentos ahogados en alcohol del castaño fueron escuchados.
—No hay necesidad de que te vuelvas poeta. Eres pésimo con las rimas —se escuchó una voz femenina, burlándose de él —Además sigo siendo tu luna. Manuel —añadió la voz con melancolía.
—¿Quién está ahí? —preguntó malhumorado, parándose del sofá con su cuerpo tambaleante, a punto de caer.
—No han pasado meses y ya no me reconoces —se mostró una sombra blanquecina flotando frente a él, mirándolo con ternura.
—¡Es mentira! ¡Tú no eres ella!
Manuel atormentado exclamó con dolor al ver la figura fantasmal de su adorada Minerva, negando una y otra vez lo que estuvo ante sus ojos. Se bañó con agua fría, tomó una taza de café y ingirió alimento; gracias a ello parte de su borrachera se esfumó.
—Si crees que te dejaré, olvídalo. Solo nos separamos en cuerpo no en espíritu.
El ignoró a la mujer flotante y comenzó a ver el canal de noticias.
—Eres un terco Manuel; si sigues así te van a despedir de tu trabajo y quítate esa barba, pareces más viejo de lo que eres —se quejó nuevamente el espectro sentado junto a él.
—Solo eres producto de mi imaginación ¡No eres ella!
—Si lo soy. Y siempre estaré contigo, ya sea viva o muerta. Seguiré tus pasos.
Fin.
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