Extra "Estás turnio Noni"
"El beso es la chispa que arma el incendio" —Antonio Skármeta.
Este es probablemente el pensamiento más egocéntrico que he tenido jamás, pero envidié la primera vez de Noni.
Aunque haya sido conmigo.
Mi primera vez fue con mi primera y única novia, Shelly, a los diecisiete. Nos unimos, ella me besó, acabamos, y salí. Fue como hacer un único rodamiento por la cama, abrazados. Finalmente, con ternura anidó mi cabeza en su pecho y yo me quedé dormido mientras ella me acariciaba el cabello.
Nuestras veces siguientes fueron muchísimo mejores. Pero nunca creí que tuviera real experiencia hasta esa noche. Que hubiera tanto fuego en mí. Y todo comenzó con un beso. El primero y último que nos daríamos supuestamente.
» (...) Apretó mi hombro con su mano y nos separamos.
—Ya... —jadeó rosando mis labios, que estaban humedecidos, sedientos por volver a tomar los suyos.
—Sí... —Tragué saliva—. Ahora sí, a dormir...
—A dormir...
—Buenas noches...
—Buenas no... —se vio interrumpido por un chasquido en el aire—. Buenas... —Chasquido— no... —Chasquido— ches...
Y nos volvimos a besar, muy lentamente.
Noni no sabe besar. Yo sí. Fin.
Era cálido, y sus labios —completamente lisos, dos bolsitas llenas de sangre, rojos y dulces— lo hacían tan suave y dulce.
Mierda, tan dulce.
Como todo buen beso, se intensificó después de un rato. Pero ahí fue cuando cometí el grave error de profanar algo. Algo que casi me cuesta ese momento tan especial.
Osé tocar su cabello.
Mis dedos se deslizaron entre sus greñas y contraje la mano, acercándolo más a mí.
—¡Ah! —se quejó suspirando afligido—. No. —Con ambas manos, me agarró de mi camisa y me apartó con fuerza.
—Perdón...
—No... —repitió intentado relajarse—, no me toques el cabello... No me lo toques... Ni el cuello, ni las orejas. Solo... no toques mi cabeza, no me gusta... Enserio no me gusta —dijo y le dio un escalofrío, como quien está muy asqueado.
—Vale.
Y seguido, tomó mis manos, las acercó y posó en su cintura.
—A... aquí.
Volví a asentir, rosando su nariz.
—Tú no me veas el... No mires mis... —sonreí, avergonzándome—. Solo no me mires mucho. ¿Sí?
—¿Por qué?
—Soy muy feo —volví a sonreír. Y antes de que pudiera darme un sermón, volví a besarlo, atrayéndolo a mí, desde donde sus manos habían dejado las mías.
Apretó con una mano mi camisa y la otra se posó en mi pectoral derecho. Se me azoraron las mejillas y temí no ser lo suficientemente fuerte para aguantar, desplomarme y quemarme dentro de la chimenea. Luego, esos sonidos apenas perceptibles comenzaron a torturarme; cada chasquido, cada respiración agitada, cada roce de nuestras ropas y los crujidos de mis huesos.
Lo guíe a que abriese más la boca, y en un jadeo abrí pasó a mi lengua. Dominé con ella la suya, trémula. Abrí los ojos, me había encantado esa dinámica de ver los suyos cerrados.
Se afligió y removió desesperado.
—Respira por la nariz —le aconsejé, en un susurro. Y cuando nos volvimos a besar, fue menos desastroso.
En un momento me separé y lo miré, Noni se quedó como hipnotizado, mirando hacia el pasillo. Yo lo besé en la sien izquierda, acto que lo hizo cerrar los ojos y suspirar. Luego saludé con mis labios los tres lunares que tiene en la mejilla y me vi yendo impulsivamente hacía su oreja. Noni se volvió hacia mí otra vez, y yo deposité un beso en su frente, dejando mis labios puestos allí un poquito. Él se quedó mirando mi pecho y muy concentrada y lentamente, desabrochó un botón de en medio de mi camisa.
Iba al siguiente cuando hablé.
—¿Qué haces?
—¡Ah! ¿No...? No. —Me miró por un segundo al subir la mirada y volvió a abrochar rápidamente mi camisa.
Nos quedamos en un silencio, que yo rompí poco después.
—¿La camisa? —murmuré—. ¿Me la abro?
Noni me confirmó su deseo con un tímido, pero decidido asentimiento.
—Okey —susurré.
Primero desabroché los botones de mis mangas, mirándolo atentamente, mientras él a su vez miraba mis manos. Cuando mi torso estuvo desnudo, Noni llevó sus manos hacía allí y sus dedos recorrieron temblorosos la extensión de mi pecho con mi ombligo. Sus manos estaban calientes, el dorso de ellas era suaves, y había cayos en algunas partes de sus palmas, lo supe cuando quise tomarlas y acariciarlas, fundiéndonos en un nuevo beso, que Noni cortó cuando quiso otra vez mirar mi torso.
—Me estás mirando.
—Perdón... —se disculpó, y me hizo gracia cuando apartó la mirada, pero volvió inmediatamente a escrutar mi abdomen.
—Noni, ¿te puedo hacer una pregunta?
Asintió, haciendo otra vez el esfuerzo de apartar la mirada.
—¿Yo te asusto?
Tragó saliva, y lo pensó un poco.
—Sí... A veces un poco... Si no te conociera estaría aterrado en este momento —explicó, tan honesto como siempre—. Pero eso no importa —dijo cortándosele la voz un momento, un vestigio de su resfriado—, me gustas mucho seas como seas —dijo y me agarró de la nuca y atrajo a él para besarme tiernamente.
Al separarme sonreí de lado y Noni me abrazó, enredando sus brazos por mi torso. Pegó su oreja a mi pecho para escuchar mi palpitar, y cerró los ojos. Yo por mientras acaricié su espalda, estudiando la ciencia de las jardineras.
Como quitarlas de un modo en que las hebillas no hiciesen ruido.
Poco a poco, mi mente se fue vaciando cada vez más. Enumeré las preocupaciones que sentí en ese momento: las maneras adecuadas de tocarlo, el ruido, evitar el impulso de morder sus lóbulos, que por poco casi fue la preocupación máxima, por la excitación que me producía...
Y por supuesto Aníbal. Él se llevó el primer puesto.
Era lo más peligroso que había hecho jamás, y al ver mi camisa abierta otra vez, me angustié de súbito, y me pregunté qué era lo que pretendíamos.
Al parecer, Noni comenzó a sopesar lo mismo, mientras con un mano en mi pectoral derecho recuperaba el aliento.
Pero no podía dejar de besarlo. No podía, aunque quisiera. Y realmente no quería, pero... Como sea, se entiende.
Lo miraba, buscando las palabras de decirle que ya había sido suficiente, que realmente él debería descansar, pero le miraba la boca, esa boca... y perdía una vez más.
Y creo que toda la intención de detenerse fracasó cuando su mano bajó, y apoyó en la cinturilla de mis jeans.
En ese momento yo me separé y lo miré.
«No... ¿Qué pretendemos?», pensé.
Por encima de la tela, su mano se deslizó temblorosa por mi entrepierna. Miraba aturdido lo que estaba haciendo. Parecía como si una fuerza mayor lo estuviese obligando.
—Lo siento —reaccionó. Quitó sus manos y alejó su cuerpo de mí, se tapó la cara y sacudió la cabeza sin poder creer lo que había hecho.
—Tranquilo —susurré también un poco sacado de honda, pero más interesado en calmarlo.
Tomé sus muñecas suavemente y las aparté para volver a ver su rostro.
No entiendo porque nunca me había gustado reconocer que Noni se me hace una de las personas más monas que he visto. Tan bonito y peculiar.
—Perdón, yo... —reiteró sus disculpas, intentando ponerse serio.
—Está bien... si quieres acariciarme. No me molestó, solo me tomaste por sorpresa —le di a entender—. Cuando no quiera algo te lo haré saber. Tú también, ¿ya? —propuse, mientras acariciaba su muslo con mi pulgar, mi mano en algún momento había apresado esa carne—. ¿Te puedo acariciar también? —pregunté con el propósito de que su vergüenza fuese por el tono juguetón de ese comentario.
—S-sí... Sí. —Asintió con la cabeza y a los pocos segundos nos vi embebidos en otro beso. La prueba de que todo estaba bien, que ya había pasado.
«Olvida eso. Solo bésame. No pares por favor. No paremos. Si todo está bien».
Me pregunté entonces, si me estaba aprovechando de Noni. Si Noni se estaba aprovechando de mí. Yo por tenerlo así, por disfrutar besarlo y tocarlo sin siquiera tener mis sentimientos claros, pero sí los de él.
«Yo le gusto y esto lo debe poner inmensamente feliz... ¿verdad?», me decía.
Él de mí con el mismo factor: aprovechando ese estado mío de confusión.
«Quizá conmigo no le guste nada más que esto. Tal vez solo sea por esta noche. Debo aprovechar que está así, deseándome sin razón alguna», quizá él se decía.
Me separé y lo miré atentamente. Él ladeó la cabeza buscando la caricia de mi pulgar en su mejilla.
«No... Cómo podría», me convencí.
Probablemente sí: los dos estábamos siendo irresponsables, impulsivos, dejándonos llevar por el mutuo deseo del momento. Pero estoy seguro que nunca querríamos hacernos daño.
También me pregunté, cosa que por algún motivo me causó gracia, si ya debía empezar a calificarme como bisexual. Intenté recordar si me había gustado otro hombre antes.
«No. Pero ya tendré tiempo de pensar en eso después... Y sinceramente, ¿qué importa? Soy un humano deseando a otro humano. Y ya».
Dejar esas dos cosas claras fue lo que me permitió relajarme mentalmente y entrar en más confianza conmigo mismo.
Ya sabía los puntos débiles de su boca, la mejor manera de adosar la mía en ella, la ansiedad y torpeza de su lengua, la manera de amortiguar aunque fuera un poquito los chasquidos. Hasta esa silenciosa noche, nunca había notado lo ruidosos que pueden llegar a ser los besos.
Luego, con total parsimonia, desabroché mi cinturón y él volvió a bajar sus manos. Tímido pero confiado, comenzó a acariciarme. Yo pegué mi frente a la suya y me divertí viéndolo. Desde ese momento definitivamente no me miró más, y todo lo que salió de su boca fueron balbuceos. Balbuceos que sé... intentaban ser palabras serías y claras. Yo no podía evitar sonreír, más tarde me embobé igual o peor que él.
» Abrimos la cremallera y el botón, así me acarició más de cerca. Mi corazón latía muy rápido, mis manos por mientras estrujaban sus muslos. Cuando coló sus dedos por la cintura de mi bóxer y me tocó de lleno, de piel, juré que se detendría, porque su expresión denotó intranquilidad... Pero no lo hizo. No se detuvo. Porque también, sus ojos habían adoptado un brillo eléctrico. Cristalizados por lágrimas estancadas. Miraba hipnotizado lo que estaba haciendo, y yo lo miraba hipnotizado a él, controlando cada músculo de mi cuerpo, luchando ridículamente contra mis pensamientos, que no especialmente eran cositas buenas.
Él me toqueteaba un poquito, luego uno de los dos se alejaba. Yo lo besaba. Él me besaba. Luego un poco más... Hasta que en un momento su palma se apoyó completamente, marcando la anatomía de mi latente erección por encima de mi ropa interior. Jadeé entrecortadamente, y sonreí nervioso. Creo que hasta ese punto realmente no me había sentido excitado. Mi cuerpo había reaccionado, pero seguramente yo solo había estado en la ternura de sus labios.
En un arrebato de emoción, el primero de la noche, agarré con ambas manos sus muslos y lo atraje hacia mí de un jalón. Noni jadeó en el acto y la cercanía, la manera en que quedamos perfectamente encajados lo hizo temblar y removerse nervioso, cosa que solo acaloró más las cosas. Al sentirlo tan de cerca pude notar su respuesta a todos esos besos con lengua, y los susurros y las caricias que le había dado.
Luego se quedó quieto y apretó mi brazo. Había ladeado la cabeza, cosa que me había hecho quedar frente a su oreja izquierda, teñida desde el lóbulo hasta el cartílago de un rojo venoso.
Me mordí la lengua.
Pero logramos calmarnos. Respiramos. Y volviendo su cabeza lentamente hacia mí, miró mi boca, entreabierta. Acarició mi labio inferior y luego mis paletas con sus dedos, suavemente.
—Me gustan tus dientes —murmuró.
Y eso que dijo se convirtió en el cumplido más bonito que recibí jamás, sobre una de las cosas que me había acomplejado mucho durante toda mi vida.
Me dio un besito, con la intención de tomar mi labio superior. Yo capturé el inferior suyo y lo mordí suavemente. Noni jadeó y me volvió a besar, asegurándose de cerrar los ojos muy bien, apretando estos. Comencé a acariciar su espalda suavemente, que se arqueaba y contraía con el camino que trazaban mis dedos.
Desabroché la correa que le pasaba por el hombro derecho empuñándola firmemente para que el metal de la hebilla no trinase.
Noni se separó y miró nervioso lo que estaba haciendo.
—Mi papá...
—Aníbal... —pensé en voz alta—. ¿Crees que nos escuché?
—No —negó—, más posible sería que se levante sonámbulo.
Sonreí ladinamente, quedándome tranquilo.
—Quiero... —Aclaré mi garganta—. Quiero sacártela, pero si tienes frío...
Noni negó con la cabeza antes de que terminara.
—¿No tienes frío?
—N-no.
—Pero estás tiritando.
—Sí, pero no es... no es por frío.
—De acuerdo —susurré y sonreí.
Desabroché la otra correa y procedí a deslizar la jardinera hasta abajo. Cuando llegó hasta sus caderas, Noni levantó el trasero y a penas sentí la piel de sus muslos me tensé todo.
«¿Hasta donde pretendemos llegar?», esa pregunta me estaba cabreando hasta a mí, pero no podía dejar formularla.
La prenda cayó al suelo. Yo la recogí y dejé con cuidado en el sofá. Noté inmediatamente la vergüenza y los nervios que le produjo descubrir su piel, pero yo no pude evitar comerle las piernas con los puros ojos. Son bonitas, luego descubrí que también blandas. De muslos ardientes y pantorrillas frías.
Lo primero que hizo fue juntarlas, y se cubrió la mayor parte inferior de su cuerpo con ayuda de su gran suéter.
Era una vista... Era una cosa...
Suspiré en ese momento. Y ahora, vuelvo a suspirar.
Me acerqué, lo agarré de los tobillos y atraje hacía mí otra vez, logrando que sus piernas se separasen y enroscaran en mi cintura. Otra vez. Reprimí su sorpresa uniendo mi boca a la suya. Él se agarró con ambas manos a mis brazos.
No aguantaba mirarlo de lejos. Y ya había notado que en sus besos encontraba calma.
Agarré su cintura, pasando a levantar su suéter, saboreando su piel con mis manos.
—¡West! —se asustó, posando una mano en mi nuca—. West... —susurró, como suplicando que me calmara. Dejó caer su cabeza en mi hombro, respirando entrecortadamente.
Me di cuenta de lo que estaba haciendo, lo que me estaba poniendo así. Y es que inconscientemente, mis caderas se mecían, arremetiendo contra las suyas.
Respiré profundo y me quedé quieto.
Entonces noté que Noni hacía lo mismo. Se contraía. Se balanceaba.
—Vamos a... —hablé, y para seguir hube de tomar un profundo respiro— intentar no hacer ruido, ¿sí?
Noni asintió, mientras su cabeza seguía apoyada en mi hombro.
Le besé en la mejilla y corriéndolo un poco para atrás me senté al igual que él en el reposabrazos del sillón, con las piernas colgando a cada lado. Lo tomé y dejé a horcajadas sobre mí, Noni se sorprendió muchísimo, posó sus manos en mis hombros y yo lo miré hacía arriba sosteniéndolo con mucha facilidad. Nos besamos abrazados. Luego él besó mi cuello y quijada, y acarició mi nuca (creo que le encantaba esa parte). Me sentí un poco picado, en un sentido figurado y otro literal. Sus dientes a veces me picaban, porque a veces era un poco-muy bruto. Y porque me pareció injusto que el sí pudiera besarme en esos lugares, esos lugares que a mí me tentaban de una manera insana.
De repente, realicé donde había posado mis manos, y qué tan entretenidamente estaban apretando y amasando.
Veamos. La primera vez que mantuve relaciones sexuales con un hombre fue una experiencia meramente traumática, junto a un cuerpo que físicamente no era de mi agrado. Pero lo que me encontré aquí..., fueron dos posaderas más bien pequeñas, proporcionales a su cuerpo, simplemente, irresistibles al tacto... Redonditas y maleables.
Puse los ojos en blancos y suspiré. Lo miré buscando su permiso para poder seguir manoseándolo, Noni estaba con los ojos entrecerrados, respirando entrecortadamente, mientras una mano suya se encontraba en mi pecho desnudo y la otra se agarraba de mi nuca. Se movía al compás de mis apretones, que lo hacían alejarse o acercarse a mí.
«Qué pretendemos... Mierda, qué pretendemos».
Debo admitir que lo que se dio después me da pudor relatarlo, por la intimidad tan grande que supuso. Fue un gesto íntimo, cercano y placentero para los dos que me costó toda mi fuerza de voluntad y una magulladura en mi brazo derecho, con la forma de un mordisco. Algo que se dio sin ser necesarias las palabras, ya nuestras manos hicieron el trabajo de indicarnos la dirección.
Lentamente, con mucha paciencia y delicadez, fui aflojando su interior con mis dedos. En una postura poco convencional, pero que nos brindó esa cercanía tan íntima que ya mencioné. Él siguió sentado en el reposabrazos, mientras yo lo sostenía agarrándolo de la cintura y él se aferraba a mí con sus manos y una de sus piernas enredada en mi cadera. Mantuvo la cabeza gacha, con la frente pegada a mi pecho o mirando por sobre mi brazo, mordiéndolo. De algún modo debía contenerse. Cuando le preguntaba si estaba bien —susurrando en su oído por pura malicia, honestamente—, él me mordía más fuerte. Así se comunicó. Mi mente se mantuvo en blanco, concentrado en seguir escarbando en su interior, en no enloquecer con sus contracciones y los vaivenes en los que continuamente nos veíamos envueltos. Con él fue todo tan... fuerte. Cada respiración, cada lágrima, cada caricia suponía una exaltación en mi corazón.
Y un dolor en el miembro, enserio. Es que ya no aguantaba más.
—Noni.
—¿Qué... pasa? —balbuceó babeando contra mi pecho desnudo.
—¿Quieres sentirme dentro tuyo? ¿Más, adentro? —murmuré muy bajo en su oído, rosando mis dientes peligrosamente contra su oreja—. ¿Mmm?
Noni se afligió, y comenzó a jadear desesperado, sentí los escalofríos que recorrieron su cuerpo. Trazó mi cuello con su boca cuando buscó ansiosamente mis labios. Se agarró con ambas manos de mi cuello y yo lo levanté, acto que casi lo hace desvanecerse. Lo deposité en el Bergere frente a la chimenea, rodeando la mesita de centro del living. Le informé que me esperara y él asintió nervioso.
Fui a mi habitación, busqué un condón y una toalla. Al salir al pasillo me detuve de súbito y miré hacia la habitación del final.
«No me lo perdonarían... nunca», pensé. Y sintiendo una opresión en la garganta, suspiré.
Volví con Noni, quién miraba el fuego, sentado con las piernas subidas mientras se tapaba su parte baja con ayuda de su jersey. Su cabello se había esponjado y tenía los calcetines sueltos.
Tomé una foto mental. Me encantaba.
Dejé la toalla a un lado y procedí a prenderme la protección, y Noni, quién seguía nervioso pero decidido como siempre, quiso ayudarme al final. Sus manos temblaban. Se hizo a un lado para que yo me sentara, y fue cuando nos paralizamos un poco. Supongo que por vergüenza, y el miedo de haber llegado tan lejos.
Pero posando una mano en su muslo, y dándonos un genuino beso cariñoso, nos olvidamos y entregamos.
Se subió arriba mío... y ambos nos sobresaltamos. Yo llegué a morder su labio, cortando el beso. Noni ocultó su cabeza en mi hombro y jadeó, rodeando con sus brazos mi cuello.
Supe entonces lo difícil que nos lo sería.
Solo sentir nuestras zonas expuestas nos había puesto así. Un roce inevitable.
—¿Está bien así? En esta posición será más fácil para ti —dije suavemente.
Él asintió, aún con la frente pegada a mi hombro.
—Entonces... cuando quieras... Cuando estés listo.
Se volvió hacia mí y suspiró desesperado y acalorado. Posé una mano en su cuello, y él pareció querer alejarse de ese tacto..., pero se quedó, con los ojos cerrados.
—Estás conmigo... haciendo esto —susurró, llenándosele los ojos de lágrimas.
Sentí como se me estrujaba el corazón.
—Se me hace... raro... Muy raro... Espero no estar en medio de un sueño... Pero tampoco me gustaría despertar si es así. No quiero despertar... West...
Casi que no pude controlar lo que sentí adentro. Sabía que si le respondía probablemente o me derrumbaría o lo derrumbaría.
De un momento a otro Noni estaba llorando arriba de mi regazo, con su cabeza apoyada en la palma de mi mano.
—¿Noni?... ¿Ya está todo bien? —susurré cuando más o menos noté que comenzaba a calmarse.
—Me disculpo... Perdón... Me puse a... Me pongo a... a pensar mucho... No sé... No sé qué me pasa, o... o qué hacer. Siento que esto me abruma demasiado...
Lo comprendí a la perfección.
—Tranquilo —hablé—. Te entiendo, y por favor... por favor cálmate antes de que continuemos, enfócate en eso, respira lento. De igual manera, si no quieres seguir, está perfecto... No te sientas obligado a terminar por haber llegado a este punto, nunca... ¿vale?
Noni asintió y me hizo caso. Hizo una respiración profunda... y volvió a abrazarme. Yo simplemente lo dejé, y prácticamente me olvidé de que nos encontrábamos semidesnudos.
Pasado un rato, en el que lo acaricié como a un gatito, volvimos a besarnos, a apretarnos la carne con las manos.
Hasta que en cierto momento, donde Noni se hallaba agazapado en mi pecho, aferrándose con ambas manos a mi camisa y callando su dolor mordiendo mi hombro... fuimos uniéndonos suave y lentamente. Tan lento como nos era posible. Fue la peor parte, fue desesperante, y Noni me sofocaba, mordía, apretaba y enloquecía al mismo tiempo.
Al final, tuve que recurrir a un poco de brusquedad antes de colapsar.
Yo jadeé. Noni chilló. La última exhalación de un ratón al caer en la trampilla.
Supongo que yo era el queso.
—¿... bien? —No me salía la voz.
Él no respondió, yo quise mirarlo, pero no se despegó de mí. No había manera, no. No podía.
Nos dimos tiempo para acostumbrarnos el uno al otro. Tiempo en que me llegué a marear un poco. No sabía que estaba haciendo Noni en mí, no podía lidiar con la deliciosa sensación de su anatomía interna. Era un nido húmedo pero calientito, y apretado y latente... qué yo había profanado tan indecentemente.
Ya lo dije, en verdad estaba mareado.
De repente, Noni se irguió, se agarró de mis brazos, que a la vez lo sostenían a él, y respirando con dificultad se movió, como por inercia, para acomodarse.
Y me volví a convencer de lo débiles que éramos juntos.
Después de un respingo mío que llevó a otro, y a otro y otro, apreté los dientes y los ojos. Y Noni, por supuesto que volvió a su escondite favorito.
—Tranquilo... Tranquilo —le supliqué al oído, susurrando para que se calmara y dejara de apretarme y morderme tan fuerte. Todo se estaba volviendo difícil. Era una tortura tener su cuello expuesto y no poder tocarlo, era un suplicio esperarlo, era necesario, pero me estaba desesperando cada vez más.
Se volvió a erguir, con dificultad. Posó sus manos en mis hombros, agachó la cabeza, removió las caderas y está vez... aguantó por sí solo sus gemidos.
Comenzamos lento, torpemente por parte de Noni, cómicamente rígido por parte mía. Éramos un desastre, pero aun así se sentía de maravilla. Su cara lo decía todo, y me sentí malo por la gracia interna que me produjo, pero es que verlo hacer muecas era divertido a la par de excitante.
En un momento quise besarlo y descubrí el meollo del asunto, y es que, al detenerse, para concentrarse meramente en el beso, deduje que simplemente eran necesarios los vaivenes que generaba este. A la vez, lo tomé de las caderas y me encargué yo de controlarlas. Las corregí, las castigué. Noni entonces se sobresaltó y agarró mis manos a cada lado, que no lo soltaron.
—No me muerdas más.
—P-perdón...
Su cabeza se desplomó, como siempre en mi hombro, pero esta vez no me mordió.
Pero hizo algo peor.
Comenzó a emitir unos sonidillos, unos jadeos, un castañeo de dientes, unas exclamaciones silenciosas, unos chasquidos con la lengua. Apretaba los ojos, afligido y cuando pensaba que lo podía soportar volvía a caer su cabeza en mi hombro. Sentí pena por él. Intentar no hacer ruido cuando algo como el placer aqueja tu cuerpo es tremendamente difícil.
Pensé eso mismo, sin saber el ridículo en el que iba a quedar más tarde.
Cuando encontró la técnica, dejé que más o menos él tuviera el control otra vez. Y resultó de maravilla. Mantuvimos la estabilidad. Por la cercanía nos rozábamos los labios, mientras jadeábamos extasiados, como si quisiéramos robar el aliento del otro. Sin darnos cuenta, cada vez yo me iba corriendo más para atrás, apoltronándome en el sofá. Por lo que decidí mejor concretar eso. Hice presión con mi espalda para reclinar el Bergere y corrí las piernas hacía adelante. Noni buscó apegarse otra vez a mí, pero yo posé una mano en su pecho y lo aparté lentamente, para que quedara derechito otra vez. Él acarició mi torso con sus dos manos, embobado. Yo hice lo propio, deslicé mi mano que se encontraba en su pecho, sintiendo su torso blandito por debajo de su suéter. Sentí el hundimiento de su ombligo y seguí bajando hasta esa parte que siempre mantenía tapada.
Lo acaricié por encima, y Noni se retorció y afligió, estrujando mi pectoral izquierdo.
—Me duele... Me pica el roce... de la lana —explicó dificultosamente. Tomando mi mano que lo seguía acariciando.
Entonces me detuve, antes de producirle más rozaduras. Y de enloquecer.
De repente, me sobresalté y quejé por un dolor ahí abajo que se extendió hasta mi ingle.
—¿Qué pasa? —se exaltó Noni de igual manera.
Lo levanté con suavidad.
—Nada... Es que estás muy apretado... Me duele un poco —susurré.
—Perdón, yo realmente no sé... cómo tener sexo... —Se justificó sin ser realmente necesario, intentando verse para nada afectado. Pero sus nervios lo delataron.
—Yo tampoco —lo interrumpí, él se calló y apartó la mirada—, y no creo que exista una manera determinada de tenerlo, pero se está sintiendo... Se siente riquísimo —suspiré al final.
—¿En serio? —Una leve sonrisa se asomó en sus comisuras.
—Sí, me estás volviendo loco —susurré y sonreí.
—¿Eso es bueno o... malo?
—Es bueno. Muy bueno... Por ahora.
Noni asintió. Y seguido estornudó, y pasó la manga de su suéter por su nariz, quedando más rojita.
—¿Tú, te sientes bien?
—Sí —murmuró—. Bien en... los dos sentidos...
Mordí mi labio, reprimiendo una sonrisa y le guiñé un ojo.
Continuamos, pero en realidad, fue como empezar de nuevo. La soltura de nuestros cuerpos se hizo más presente, lo único que nos tenía aún preocupados, tensos y suponía mayor dificultad, era el no querer emitir sonido. Nos lo tomamos serio. Logrando que nuestras respiraciones se agitaran más. Qué nuestras maneras de tocarnos y agarrarnos fuesen violentas. Sentía mi labio inferior hinchado por morderlo tan fuerte.
En un momento en que estuvo propenso a desfallecer, lo agarré de la cintura. Había querido taparse la boca, taparse abajo, y a la vez no caerse.
—Tranquilo... Yo te sujeto —susurré suavemente.
Suspiró entrecortadamente, y confío en mí. Tapó con ambas manos su boca y apretó los ojos, afligiéndose en el acto.
Para ese entonces yo era un caos también. No recordaba en qué momento me había sacado los zapatos y mi camisa había quedado por mis codos. Mis piernas estaban acalambradas por la tensión, mi corazón latía desbocado. Y a momentos tenía que apartar la vista o mantener los ojos cerrados, porque la vista también era un martirio:
Su rostro sonrojado, sus esponjosos labios humedecidos, sus caderas en ese tortuoso vaivén, de a momentos estable y sensual... y de a otros súper torpe, donde Noni se quedaba como pegado.
En esos momentos yo tomaba la iniciativa, con lentitud, pero fiereza.
Nunca me había costado soltar la cadera, a mí. Por lo que lo hice bailar, a él.
Varias veces tuve la tentación de hacerlo más fuerte. Quería oírlo, quería que dejara salir aquello que contenía desde la garganta. Me desquiciaba la idea de que no pudiese aguantar.
Vuelve a darme risa... porque nuevamente, no presagiaba lo que se avecinaba.
Hasta que lo probable pasó: nos descubrieron. Aníbal, nos descubrió.
Estábamos plenos, cuando en un momento Noni miró por sobre el respaldo del Bergere hacia el comedor y se sobresaltó. Leí sus labios:
"Mi papá...".
"¡¿QUÉ?!".
"¡MI PAPÁ!", repitió, mirándome hacía abajo.
Volteé y vi a Aníbal, parado, mirando hacia la puerta de entrada, estirando y moviendo las manos como si le indicara algo a alguien.
Mi corazón se paró.
Pero me di cuenta que estaba sonámbulo cuando se volvió en nuestra dirección y pasó totalmente por alto nuestra presencia. Estaba ocupado despidiendo afectuosamente a alguien existente en su mundo onírico. Luego fue a la cocina, chocando con algo.
Fue un milagro que no despertara.
Con Noni pensamos lo mismo, separarnos y hallar la manera de irnos o al menos escondernos. Sin embargo, al parecer Aníbal estaba muy apurado, porque justo salió de la cocina y dirigió al living a paso rápido.
En un segundo, solo atiné a erguirme, sentándome derecho otra vez, y con ello el Bergere volvió a su posición normal. Noni se agachó y escondió la cabeza lo que más pudo.
Oí los pasos. Y a medida que lo sentía acercarse fui girando con mis pies apoyados en la alfombra todo el peso del sofá en la dirección contraria a la que él.
Vacío el hervidor de la cocina —que había regado un camino de gotitas cuando lo había trasportado hasta el living— en la chimenea, balbuceó algo y suspiró. Se fue a su habitación, y cerró la puerta.
Pasaron los minutos, y yo y Noni, presos del pánico, no nos movimos hasta que lo sentimos roncar otra vez.
Lo primero que hicimos fue tomar aire y acomodarnos, en la chimenea solo quedaban unas cuantas brazas al rojo vivo. Todo se había sumido en oscuridad.
Tragué saliva avergonzado.
—Deberíamos parar —admití.
Noni asintió, inquieto y alerta aún, al igual que yo.
Recayó toda la culpa. Me sentí mal, me sentí falto de respeto... Me sentí realmente mal. Y triste por no haberle podido dar a Noni un orgasmo. Haber compartido uno con él. Las circunstancias no eran óptimas, lo sabíamos desde el principio, pero simplemente nos habíamos entregado sin pensar en el lugar, ni la hora...
Por algo me había hecho la misma pregunta todo el rato.
Nos habíamos olvidado de todo por saciar un deseo que hace mucho nos demandaba el corazón. Pero que yo no había sabido de su existencia ni entendido su fuerza hasta esa noche.
Suspiré triste, pero decidido a hacer lo correcto. Lo abracé, rodeando mis manos en su cintura y me corrí hacía adelante para pararnos...
Pero me detuve. Al borde del asiento. Sintiendo un temblor recorrerme el espinazo, y un bochorno nublarme la vista. Gemí sin poder contenerme, sin siquiera preverlo. Y esta vez, yo escondí mi cabeza en su pecho, queriendo ser contenido. Noni jadeó desesperado y se removió con muchísima fuerza.
No lo quería dejar ir, no lo quería soltar. Era un berrinche.
Apartó la cabeza y la echó hacía atrás, yo lo agarré de la espalda para que no se cállese, y gemí afligido una y otra vez. Bajito, sufriendo.
Sentía como me tragaba entero, como sus entrañas se contraían y palpitaban.
Apreté sus caderas con mis manos, moviéndolo lentamente, pero con firmeza. Noni comenzó a babear mi frente, ya que sus labios se habían posado abiertos allí. Me arañó la nuca, los hombros y la espalda. Me hirió, me dejó en descubierto e hizo avergonzarme, porque me quitó la máscara.
Reveló mi yo depresivo, cansado, autodestructivo... Mi aflicción, mi dolor... Me vio convertido en esa criatura gigante pero realmente inofensiva, que siempre, y solo ha querido esto...
Tantito amor.
Y devorar algo.
» Me dio una mordidita en el pómulo, y yo aproveché para tomarlo del cuello y besarlo.
No sé cómo describirlo sin ser repetitivo, pero básicamente nos comimos la boca.
Le robé el aire. Lo asusté.
Un pecado.
Y quería más.
Busqué las durezas pequeñitas de su pecho, y froté mis yemas en ellas. Imaginando las hebritas, las diminutas pelusitas de la lana hiriéndolo.
Noni se encogió, y emitió un sollozo casi imperceptible.
—Pica... pica West... —imploró.
La crueldad se estaba apoderando de mí.
Miró confundido como yo deslizando mis manos por su tronco, subía su jersey, descubriendo su piel sudada, su miembro, su pelvis, su ombligo, su cintura y más arriba, sin darle tiempo de oponerse. Encorvó la espalda cuando recorrí mis dedos por la hendidura de su columna, y rompió las caderas solo como una bailarina o bailarín de árabe sabe hacerlo.
Sentí los cascabeles resonar en mi cabeza.
Agarró con sus dos manos mi cuello y pegó mi cabeza a su pecho. Ya habíamos discutido, bailado y ahora estábamos haciendo lucha libre.
Ladeé la cabeza para poder respirar, pero Noni tiene fuerza, por lo que no fue fácil.
Sin embargo, tomé ventaja.
Poseído por la malicia, o quizás por mera compasión, queriendo calmar su dolor, lo lamí. Usando la punta de mi lengua, y la base de esta. Chupando con mis labios. O mordiendo. Y pellizcaba. Y volvía a rozarlo con el tejido.
Por poco sus pezones no sangraron. Yo sonreía, mirándolo hacia arriba.
No descifro si fue esto lo que le hizo llegar al clímax, o el roce que había comenzado a hacer su miembro contra los abdominales de mi abdomen. Quizá fue que él miró esto. O quizás fue por todo eso, junto. Quizá simplemente debía pasar.
Lo único que atinó a hacer, fue taparse otra vez, con su jersey, como para evitarlo, o evitar marcharme. Pero no llegó. Sus temblorosas manos no llegaron a tiempo.
Luego juré que me mataría. Mejor dicho, evité que me matara.
Tuve que agarrarlo con fuerza de la cabeza, no tuve de otra, sus dientes se habían enterrado en el lado izquierdo de mi cuello.
Sus piernas se tensaron alrededor mío y sentí la contracción de sus músculos.
Aparté su cabeza y aguanté, a qué pasará.
Noni temblaba, bufaba, buscando enterrar sus dientes contra mi piel otra vez.
Estuve a punto de pedirle que simplemente lo dejase salir, que no importaba que despertáramos y escandalizáramos a todos en el hostal. Pero él decidió aguantar.
Y aguantó.
En medio de ese silencio tan profundo, había un cataclismo.
Sentíamos crujir los muelles del Bergere.
Languideció al acabar, y tortuosa pero convenientemente para mí... los vaivenes de sus caderas no pararon. Exprimió el último jugo del orgasmo, no queriéndolo dejar ir nunca.
Y así fue como en un abrir y cerrar de ojos se me subió todo. Todo, todo, todo. Y acabé también. Con el ceño fruncido, apretando los dientes y la mandíbula.
Y me pasó lo mismo, no quise ir dejar el orgasmo, quise retenerlo cuánto pude. Disfrutar cada gota de ese néctar que me había tanto hecho sufrir, doler y disfrutar.
Noni aún temblaba.
Después de eso, realmente sentí el silencio. Y una brasa que no se había extinguido del todo avivó el fuego de la chimenea. No prendió, pero sí generó un leve candor.
Noni no demostraba señales de querer separarse de mí aún.
Lo miré y sonreí al ver su expresión. Susurré:
—Noni...
—¿Q-qué?... ¿Qué? —balbuceó como un borrachito.
—Noni... Estás turnio, Noni.
No sé si era una ilusión óptica producida por lo lagrimosos que estaban sus ojos en ese momento, pero notaba como miraba al centro, hipnotizado, algún punto de mi cara.
Volví a sonreír.
Y Noni se desvaneció.
Su cabeza cayó contra mi hombro, quedando su cabecita mirando hacia adentro.
Fue cuando agarré la toalla y nos limpié. Y al sudor de su espalda y el de mi cuello.
Yo no pude reaccionar en un buen rato, en el que creo que incluso dormité, acurrucándolo en mi pecho.
Me sobresalté al sentir los escalofríos que estaba emitiendo su cuerpo, pero estaba demasiado cansado para llevarlo a la cama aún. Por lo que saqué el chal rojo ribeteado de azul del respaldo y nos tapé con eso.
Él durmió en mi pecho, compartiendo su calor conmigo, yo lo miré hacerlo y... descansé mucho. Mucho.
En la madrugada, lo envolví en la misma manta, lo llevé hasta su habitación y acosté. Noni despertó y ambos sentimos la partida de tener que separarnos. Me agarró de la mano con fuerza y rogó que me metiera a la cama con él. Pero yo no pude.
No podíamos.
Después de un mutuo beso en la frente, me fui en paz y tranquilo a mi habitación. Entré en la cama, donde las sábanas estaban más frías que nunca.
Cerré los ojos y al igual que él me había dicho, me aterró la idea de despertar de un sueño.
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Y sí.
En fin.
Holaaaa, ¿cómo están? Yo viva.
Perdón PERDÓN nuevamente por la demora, estos capítulos han sido muy especiales e importantes, por lo que me pongo bastante perfeccionista y catete conmigo misma. ¡Pero ya está! Y estoy súperipermegafeliz. Espero que les haya gustado y emocionado tanto como a mí.
El cap. anterior recibió mucho apoyo, muchas gracias en serio, les amo :')
Como siempre, muchísimas gracias por leer y espero que estén muyy bien, cuídense❤
—Dolly (aún en una crisis).
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