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7 "Una desgraciada noche de año nuevo"

Me desperté con mi propio ronquido. Respingué y sentí mi corazón encogerse en mi pecho al notar la claridad de la mañana, y no la oscuridad de la madrugada.

—Buenos días —escuché a Karmel decir mientras abría la puerta—. ¿Hoy estás libre verdad?

Negué lentamente, angustiado. Ella se sorprendió y simplemente se rio.

—Pensé en despertarte, pero estabas como muerto —dijo sentándose en la cama—. Ten, pantuflas.

Abatido, suspiré y me froté los ojos. Salí de la cama y le recibí las pantuflas a Karmel.

—Mmm —hizo una mueca—. Llama de inmediato al colegio —dijo y yo asentí.

Llamé al colegio, y expliqué mi ausencia por hoy. Tuve que decir una pequeña mentira, para no decir que me quedé dormido. Luego me dirigí al baño para lavarme la cara y los dientes, me puse mis pantalones ya secos y fui a la cocina, donde Karmel estaba cortando una rodaja de limón para echarle a su té.

—¿Café? —me ofreció, yo la miré y asentí, dudando en donde sentarme. Terminé eligiendo el puesto al lado de ella, que está en el extremo derecho.

Arremangué las mangas del polerón y froté mis muslos con mis manos. Karmel se sentó y me sirvió café en un tazón rojo.

—¿Cómo son tus horarios?

—En la enfermería del colegio de ocho a tres, a veces un poco más tarde. Mis clases son en la tarde, de cuatro... —dije y le di un sorbo al café—... hasta las ocho cuarenta y cinco... O hasta las nueve simplemente —terminé por suspirar, calculando más o menos las horas.

—Uf, todo el día —comentó Karmel haciendo una mueca. Yo asentí levantando las cejas y apretando mis labios.

—Sí... Ya no me queda nada para iniciar la práctica en el hospital otra vez.

—¿Estudias enfermería? —yo le respondí con un asentimiento—. ¿Y en qué año?

—Segundo —dije, y le di un mordisco al pan.

—Es muy ajetreado... ¿Pero y en qué momento comes? ¿Tienes horas de colación verdad? —preguntó Karmel alcanzándome el azúcar que le había pedido.

—Sí, es un poco pesado..., pero uno se acostumbra y crea el hábito —dije—. Tengo una amiga que está desde las ocho hasta las nueve en la clínica solo haciendo la práctica, le tocó con niños —dije, evadiendo sus otras preguntas.

—¿Y a ti te designan también en un área o puedes elegir por ti mismo?

—Eso es lo que estoy viendo ahora, para más adelante —dije y ella asintió. Di otro rápido mordisco al pan—. Me interesa y gusta más que nada la especialización en adultos mayores, o cuidados paliativos.

Seguimos comiendo y conversando. Karmel tiene su trabajo aquí en casa, un emprendimiento: comidas, colaciones, repostería. Y me explicó que lo realmente bueno es cuando la contratan para algún banquete, aunque siempre la tienen como última opción.

Karmel terminó de beber su té, y noté como se preparaba para decirme algo. Alisó su bata rosa y pareció ordenar sus pensamientos.

—West, tenemos que conversar algunas cosas.

—Sí... —balbuceé un tanto atontado, mirando las migas de pan que dejé en el plato—. Sí —confirmé firme, subiendo la vista, atento.

—Puedes explicarme —dijo Karmel mirándome a los ojos, poniendo sus manos entrelazadas encima de la mesa—, ¿cómo es que un joven como tú llegó a parar a la calle anoche?

Yo asentí y sonreí de lado, sintiendo la inevitable vergüenza, la misma de ayer.

—No me malentiendas... No quise ofenderte... —se alteró.

—No, no —negué interrumpiéndola. Seguido ambos sonreímos, ella suspiró y volvió a mirarme amablemente.

—Yo necesito saber qué persona va a estar aquí en mi casa, quién va a estar cerca de mi familia.

Asentí seriamente y me preparé para hablar, sin realmente saber cómo comenzar.

—Me corrieron del lugar donde arriendo, tenía problemas para pagar a la fecha y no podía cambiarme de alojamiento... Tuve una discusión con el propietario y... —fui de frente, para descargarme y no andar con rodeos—... básicamente llegué y la chapa de la puerta no estaba.

—¿Te lastimaron? —preguntó Karmel escuchándome preocupada.

—No —respondí—. Era de las pocas partes en las que podía arrendar. Pronto hubiera estado al día..., pero todo pasó tan rápido —dije decaído—. Pudo ser peor —dije sentándome derecho, elevando el mentón—. Aunque mis cosas ahora están a disposición de cualquier ladrón —dije y sonreí, pero a ella no le hizo gracia, seguía preocupada.

Aclaré mi garganta y pensé (lo mismo que siempre pienso, pero esta vez de una manera distinta: positiva); sí, sí. Que se me ha complicado más la vida..., pero que aún tengo tiempo de hacer que valga algo. Ya con esta son muchas veces en las que he dicho que empezaré de cero. Y no será la última. ¡Seguiré valiendo...! Seguiré fracasando. Es mejor que ceder a la rendición.

En el reflejo de la taza, vi una sonrisa estúpida esbozarse en mi rostro.

—Me gustaría cotizar, ver cómo es la cosa —sonreí, aún decaído, pero esperanzado. Ese desagradable auto positivismo que me brindé ha funcionado. Karmel sonrió amable, le brillaron los ojos.

—En la noche lo conversamos con Aníbal.

...

Ya dieron las nueve y con Samuel, un buen compañero—caracterizado por grabar las clases y siempre compartirme aquellas grabaciones si es que se las pido—, tomamos un atajo y salimos por la facultad de ingeniería.

—Nos vemos —se despidió bostezando, dándome un apretón de manos.

—Cuídate —dije siendo contagiado por su bostezo. Sonreímos y ambos con los ojos llorosos, seguimos nuestros caminos.

Llegué al estacionamiento, que está muy lúgubre y desolado, solo reconozco el Jeep de un profesor y ya. Miré el cielo, teñido de un azul violeta, neblinoso y con unas pocas nubes dispersas siendo arremetidas por el viento. Siempre, desde que era niño, el tiempo me parece que es más rápido cuando las nubes se mueven así.

Vi el momento exacto en que una nube más espesa que las otras tapaba la menguante que hay hoy. Sentí la necesidad de quedarme y quedarme. De no cerrar los ojos, porque puedo apostar nunca haber visto una noche tan bonita. Jodidamente fría, pero muy bonita, con esos colores violáceos.

Anne llegó y me subí a su auto rápidamente.

—Hoy son dos viajes —le dije y ella me miró sin entender.

—¿Cómo que dos viajes? ¿Crees que cago gasolina? —dijo "molesta", y seguido nos echamos a reír.

Le conté todo, como un niño que se le enredan las palabras por la emoción. Nos causó hasta gracia, porque ni yo me podía creer que estuviera hablando de que por fin había encontrado otra parte donde quedarme. La verdad siempre sentí que me quedaría en el edificio para siempre, que estaba como encadenando a él que y comenzar a saldar deudas nunca sería algo en lo que yo siquiera podría pensar.

Pero ya me encuentro aquí, llenando mi bolso. Eché ropa para la semana, mi otro par de zapatos, mi desodorante y mi colonia. Entré al baño y tomé mis vitaminas y mi afeitadora. Finalmente puse todos mis cuadernos, libros y cargadores en mochila. Recogí un bolígrafo debajo de la cama, que dejé hecha y aseguré las ventanas. Boté la leche descompuesta del refrigerador y desenchufé este.

Tomé la foto de mi Mariely pegada en la puerta, sonreí y la guardé en mi bolsillo.

Apagué la luz, y miré por última vez el interior donde habité por más de un año. Suspiré... y sentí unas familiares pisadas afuera, en el pasillo.

Me sobresalté y salí al encuentro de mi amigo de cuatro patas. Quien apenas me vio corrió hacía mí. Me agaché y se me abalanzó encima, haciéndome caer sentado. Comenzó a lamerme la cara, y yo me reí por las cosquillas.

—¿Dónde te habías estado? —dije, abrazándolo con fuerza.

Me paré y entramos los dos al apartamento, tomé la bolsa de su comida y no me dio tiempo ni de buscar algún recipiente. La mordió y me la arrebató de las manos, quedando despedazada en el suelo. Comenzó a comer rápidamente, jadeante.

Me apoyé en la mesada y comencé a sentir como mi corazón se agitaba, como la conexión entre el perro y yo se tensaba. El tan solo pensamiento de dejarlo aquí y nunca volver a verlo me partió el alma. Pero la realidad me azotó, y entristeció.

Después de comer como condenado, se subió al sillón de cuero, su sillón de cuero. Tragué saliva y me senté en el posa brazos.

—Me quedaré aquí hasta que te duermas —susurré mientras le hacía cariño en el cuello. Él apoyó su cabeza en mis piernas y me miró con su ojo bueno, y con el otro no tan bueno.

Es tuerto y marrón. Y es grande y esquelético como yo... Fiel, cariñoso y muy educado...

—Rey —lo llamé, pensando en voz alta. El sillón es el trono del rey, de Rey. Se llamará Rey.

Sonreí de lado y noté como ya estaba dormido, descansado después de quizás qué andanzas en las calles. Recogí toda la comida que quedó desparramada en el piso, y la eché a un gran bol. Llené de agua el pequeño lavatorio que había en el baño y dejé ambas cosas en el living.

Espero que le dure al menos unos días.

Salí con sigilo, y me encontré con el señor Villarroel en el pasillo, sacando una cajetilla de cigarros apoyando los brazos en el pasamanos de la escalera. Me miró y yo a él.

—Dame fuego West.

—Me voy yendo —le ignoré nervioso, dirigiéndome a la escalera.

—Que me des fuego... Hombre, por favor —dijo molesto, como en un suspiro. Me paré en seco, y luego me cerqué a él, sacando mi encendedor.

Le prendí el cigarro y acepté uno, que guardé en mi oreja, y que botaré más tarde.

—¿A dónde te vas? —me preguntó con su voz ronca deteriorada por el tabaco a lo largo de los años.

—A un hostal —le respondí apoyándome en el barandal, quedando de frente a él. Miré el techo y él se rascó debajo de la axila.

—¿Sacaste todas tus cosas?

—No. Y le recomiendo que no entre por ahora, es un desastre —pensé una excusa rápida para que no entre ahora mismo y vea a Rey—. En la semana vendré a limpiar —dije y él asintió. Dispuesto a irme, volví a cargarme el bolso al hombro.

—Me debes.

—Lo sé. En cuanto pueda le depositaré.

—Ya sabes que no me gustan esas cosas digitales.

Suspiré y asentí serio. Volví a mirarlo. Juro que nunca he aborrecido a alguien más que al señor Villaroel.

—Te propongo algo... —dijo..., y posó su pesada y grasienta mano sobre mi mano. Yo retiré rápidamente la mía, sintiendo como se me oprimía el pecho por la impresión.

—Basta —gruñí enojado y asqueado. Él sonrió despectivo.

—¿Qué pasa? —se quejó—. Oh, vamos, no sería la primera vez...

—Cállese —dije entre dientes, apretando mis manos en puños.

—Te doy una manera de saldar cuentas sin dinero de por medio, ¡y tú te enojas! —dijo y sentí como si fuera a desintegrar mis propias manos al ejercer tanta fuerza empuñándolas—. La pasamos bomba el otro día —siguió hablando.

Me fui lo más rápido que pude aguantando las ganas de darle un puñetazo. Logré con existo calmarme, antes de volver a subirme al auto de Anne. De hasta despedirme sonriente de la señora del 3 que esperaba a alguien en su puerta.

Durante el trayecto, no pude evitar pensar en aquella noche en que como un estúpido accedí a beber un poco con el señor Villaroel.

Fue en año nuevo, todo era fiesta y música fuerte, algunos niños se subieron al techo del edificio a ver los fuegos artificiales, y en la calle del frente estaban tirando bengalas rojas. Supongo que fue por los efectos del alcohol, que junto al señor Villaroel compartimos como grandes amigos, y no como los enemigos que siempre hemos sido. Hablamos durante horas, nos reímos y contamos nuestras penas. Más tarde fue acostar a su hijita Marta, y no recuerdo bien cómo..., pero terminamos en mi departamento, y seguimos bebiendo cerveza tras cerveza.

Fue entonces que me dijo que si teníamos sexo no me cobraría más por el arriendo.

Recuerdo la incomodidad que me invadió, aunque me encontrara completamente borracho. Pero terminé aceptando, después de que me rogara, y reiterara y prometiera que nunca le debería nada.

Ahg, si es que me puedo ver, ahí, angustiado en medio de una crisis mental temiendo de que la idea me gustaba, solo por la idea de no pagar el arriendo.

Por el maldito arriendo accediste a... ¿Cómo puedes ser tan imbécil West?

—Anne oríllate por favor —le pedí y ella me miró extrañada.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Por favor —le pedí y tapé mi boca. Anne acató mi petición, se orilló a un costado del camino, y yo salí rápidamente del auto, me acerqué a un arbusto y agachándome esperé el vómito... recordando como tuve que penetrar al señor Villaroel.

Un montón de imágenes vívidamente horrorosas me hicieron dar arcadas, pero no llegué a vomitar. No he comido nada desde el pan de la mañana, que obviamente ya digerí. Pero esta sensación es definitivamente peor que no poder hacerlo.

Eso que hice con el señor Villaroel lo tengo incrustado en la conciencia. Si pudiera borrarme la memoria lo haría sin pensarlo dos veces. Reprimir mis acciones o golpear al West de esa noche un millón de veces. Con esto dejo al descubierto lo mal y desesperado que estaba a finales del año pasado y a principios de este, hasta qué maldito punto llegué... Y me duele, me enfurece.

Escucho su maldita voz ronca diciendo que amaba que un niñato le diera duro... Que lo hacía bien y que no parara... Yo estaba temblando, queriendo que acabara rápido, que todo acabara rápido. Manteniendo los ojos bien cerrados para no ver su desprolijo trasero velludo que durante días sería el protagonista de mis pesadillas. Y todo fue tan... tan sucio...

Apreté los ojos e intenté calmarme. Poner mi mente en blanco por más difícil que sea. Me empezó a zumbar la sien derecha y a dar mucha ansiedad.

Fueron dos pagos los que no me cobró. Dos meses en que ni nos miramos, yo por vergüenza, él... a él simplemente no le importó. De hecho, hasta la fecha creía que era el único que recordaba lo que pasó aquella noche, pero lo de hace un rato me deja claro que no.

Al igual que yo, estando borracho dijo cosas que no tuvo que decir, que prometer era simplemente ridículo. Pero más ridículo fui yo al creerlas.

Mi estomago dolió y suspiré entrecortadamente—. Tranquilo, tranquilo, ¿te mareaste? —me preguntó Anne desde atrás, masajeando mi espalda. Yo asentí y fingí una sonrisa.

...

Joni no puede estar más contento, cuando me vio llegar al comedor donde estaba tomándose una leche, se quedó pasmado, y mientras yo saludaba a Karmel me reí. Luego lo fui a saludar a él.

—¡¿Vas a vivir con nosotros?! —exclamó emocionado. Miré a Karmel y ella sonrió negando con la cabeza.

—Voy a arrendar una habitación, aquí —sonreí.

Después de despojarme de mis cosas y lavarme las manos volví al comedor, Karmel me sirvió un plato de pasta con salsa blanca que hizo a relamerme los labios antes de probarlo. Conversamos, Joni hace muchos comentarios divertidos fuera de lugar, y creo que es un poco mañoso para las comidas.

Pero comienzo a extrañar ciertas presencias que no veo por ningún lado...

—¿Y don Aníbal? —pregunté. Karmel me miró mientras ponía un par de servilletas en la mesa.

—Hoy llega a las diez —dijo y yo asentí—. Mi otro bebé está por llegar, fue a comprar... Aunque se ha demorado un poco... —terminó balbuceando extrañada mirando la hora en su celular.

—No soy un bebé —dijo Joni y yo sonreí. Su madre le dio un beso sonoro en su rechoncho carrillo y él se encogió quejándose.

Efectivamente Noni llegó pronto, con una bolsa de tela en su mano. Lleva puesto un gorro de hilo negro que le tapa las orejas y acentúa su rostro redondo, ya que esconde todo ese voluminoso cabello que hace parecer su cabeza más grande de lo que es. Ahora mirándolo distantemente, me enternece y divierte un poco que su cara sea como la representación de ese dibujo genérico del rostro: dos puntitos pequeños que son los ojos, y una línea casi siempre curva que representa la boca.

De hecho, es como si únicamente hubiera los dos puntitos negros. Que, si me acerco más... y un poco más... descifro que son esos dos ojitos pequeños e hinchados.

Se saludaron con Karmel, quien rápidamente comenzó a sacar la mercadería del bolso. Se nota muy cansado. Miró en dirección a la mesa y al verme abrió los ojos con impresión.

—Hola —sonreí.

—Oh, hola —dijo, y como que medio sonrió también.

Luego el pelirronanja fue a bañarse, Joni al sillón a ver televisión y jugar con un tablet, yo terminé mi comida y en eso llegó Aníbal, quien se sentó a la mesa conmigo y Karmel.

Cotizamos el arriendo de la pieza, discutieron si sería la de huéspedes o si habilitarían una de las del primer piso. Terminaron por concluir en que la segunda opción no era óptima. Es un arriendo... diferente. Tendré mi propio baño, me haré mi propia comida, pero también agregaran a la carga de la lavadora mis prendas si es que la lavandería de unas cuadras no me es accesible.

Básicamente es lo mismo. Y digamos que la habitación es más o menos los mismos metros cuadrados que había en mi departamento. Creo que la gran diferencia, es que habrá muchas veces en las que compartiré la mesa con alguien. 

Ellos serán mis únicos vecinos... Bien. Demasiado bien. 

Es muy fácil dialogar con Karmel y Aníbal, cosa que aún no logro entender, como también que desde ya me tengan tanta confianza. Me es imposible no sentirme como el típico universitario que a la primera que sea vea sin un peso otra vez, desaparecerá en un zas.

Y lamentablemente presiento que es justamente lo que va a pasar. Pero al ser contagiado por tanta buena y vibra y tan buena charla por parte del matrimonio me siento ilusionado.

Ya se apagaron las luces, solo está la de la cocina prendida, donde Karmel se encuentra cocinando panecillos. Me dirigí a la habitación. Y comencé a pasearme por esta, examinándola y conociéndola como aún no había hecho. Dejé mis cosas listas, y puse la alarma como cinco veces para cerciorarme de que se guardara bien. Miré por la ventana.

Hay un gran patio, que se conecta al delantero por un pequeño caminito a un costado del garaje. Hay... ¿dos garajes?

Presté más atención a aquel cuarto a algunos metros de la puerta trasera, en la cocina. Parece un cuarto demasiado viejo, y ya me fijé que don Aníbal deja su auto en la parte de adelante. ¿Entonces un simple cuarto donde guardan cosas? Probablemente.

Salí de mi habitación con mi cepillo de dientes y pasta dental. Y me encontré en el oscuro pasillo con un jovencito pelirrojo, sacándose una toalla blanca de la cabeza.

—Hola de nuevo —susurré y fui con la intención de poner mi mano sobre su espalda, pero me arrepentí bruscamente. Sonreí y Noni torpemente me dio la mano, yo se la estreché solo un poco e inmediatamente sentí su rechazo. Se alejó y rio entre nervioso e incómodo.

Pareciera estar... como húmedo. Y huele a talco.

—¿Y? ¿Te quedarás? —preguntó en un murmuro, mientras sus ojos revoloteaban y se dirigían a un punto fijo en mi pecho. Luego frunció los labios esperando mi respuesta levantando un poco sus cejitas.

—Aún debo ver algunas cosas, pero... creo que sí.

—Qué bueno... Cualquier cosa que ne-necesites me dices —dijo nervioso, y aunque la luz que llegaba de la cocina fuera demasiado escasa, pude percibir el momento exacto en que se sonrojó ferozmente.

Inevitablemente sonreí, cosa que lo enervó más aún. ¿Por qué tanto nervio? Se que soy horrendo, pero intento ser amable.

—Gracias. Enserio gracias —susurré inclinando y ladeando mi cabeza hacía abajo, analizándolo un poco. Noni asintió.

—Que tengas buena noche —se despidió bastante rápido, haciendo como una reverencia. Yo también lo hice, seguido entré al baño.

Los "gracias" no son suficientes. Y tampoco se trata de agradecerle dándole algo a cambio. Un regalo... Un regalo que no se consideraría en sí un regalo, pero un aspecto que estaría muy bien esforzarme por hacer, es que confíe en mí... Eso es. Crear una buena relación. 

Que no sienta que me lo voy a comer. 

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